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domingo, 3 de septiembre de 2023

Los besos

 

Hoy traigo algo de Zúñiga que rezuma actualidad. 

Se trata de un texto titulado Los besos que incluyó en su libro Alma guasona de 1911.

Picarón y divertido, amante del buen humor y de la guasa, Zúñiga se mantuvo siempre respetuoso y caballero con las mujeres, a las que admiraba con toda su alma. 

Con estas palabras que siguen, y con algunas más que irán apareciendo, conoceremos mejor la personalidad del bueno de Zúñiga, al que hoy vemos reflexionar sobre el tacto con mucho ídem. 


Los besos

No hace mucho tiempo los Tribunales de Milán sentaron jurisprudencia muy severa respecto de los majaderos que besan a una mujer contra la voluntad de ella.

Refiere la Prensa italiana que Giuseppina Tagliabue, lindísima joven de diez y seis años estaba una noche sentada con la sua mamma en un banco de cierto paseo, abstraída en la contemplación de una función de fuegos artificiales, cuando de pronto sintió que otros labios se unían a los suyos.

Un elegante desconocido, que opinaba seguramente de distinta manera que yo respecto de los besos, estampó un par de ellos en la boca de Giuseppina, la cual, según se cuenta, se desmayó al recibirlos, sin que sepamos qué fue lo que se propuso al desmayarse.

La madre puso el cielo en el grito (porque tenía el defecto de hacerlo todo al revés), y comenzó a decir cosas un tanto molestas para la familia del atrevido galán, el cual trató de huir, aunque infructuosamente, pues un caballero que por allí discurría (es de suponer que discurría) le alcanzo y le detuvo, logrando saber que una apuesta con cierto amigo había originado aquella tan brusca acción, llevada a cabo al aire libre y entre cohetes y bengalas.

La señorita Tagliabue presentó querella ante los Tribunales de Milán, y estos han reventado al violento besador, pues no han obligado a su víctima a la devolución del beso furtivo, fallo que hubiera sido muy del agrado del agresor, sino que han impuesto a este el castigo de cinco meses de reclusión.

Yo le hubiera condenado, no a muerte precisamente, porque es una pena que está llamada a desaparecer por lo desagradable que suele resultarle al reo; pero a cadena perpetua sí. ¡Por imbécil!

Lo dulce, lo grato, lo que produce escalofríos en el cuerpo y cosquillas en el espíritu, es el beso correspondido, o por lo menos aceptado de buena voluntad por la mujer besada. En cambio, un beso que, a más de ser brevísimo como un rayo de los más veloces, causa el enojo de la mujer que lo recibe, es un acto que solo revela sensible imbecilidad en el que lo ejecuta.

¿Qué placer obtendrá el autor de semejante tropelía? Nunca lo he comprendido.

Claro es, lectores míos, que puesto un individuo en el trance de cometer tal desafuero, ya por apuesta de amigo, ya por impulso de sátiro, más vale besar los labios de una mujer hermosa que los de un sargento de caballería, por buena hoja de servicios que tenga; pero, de todos modos, el beso es un hecho completamente estúpido siempre que no lo origine la corriente de pasión, de afecto tibio o de impetuoso sensualismo que súbitamente se establece en ocasiones entre el sujeto activo y la sujeta pasiva de la acción de besar.

Un beso violento, recibido con el mismo placer que un pescozón o que una noticia desagradable, no es beso: es más bien algo así como el suave mordisco de un perro mal educado.

El hombre que se proponga besar sin fundamento y sin esperanza de producir en los labios receptores la sensación de placer que debe resultar del beso, déjese de alarmar a nadie, y evitándose cinco meses de prisión, haga su inconcebible experimento con una estatua broncínea o marmórea lo más hermosa posible, que al menos de ese modo se librará de una espléndida bofetada, máxime si la escultura elegida es la Venus de Milo, dama carente de extremidades superiores, según las opiniones más autorizadas.

Y conste que lo mismo que digo respecto de los besos, lo sostengo en cuanto a otras expansiones del quinto sentido corporal bruscas, momentáneas, manifestadas al paso…

¿Qué se logra con ellas sino empeorar la situación del ánimo propio y causar una mala impresión en el ajeno?

Cuando veo a una mujer atrayente y sugestiva que pasa muy cerquita de mí mostrando sus mal disimulados encantos personales, lejos de hacer lo que algunos de mis impulsivos compatriotas… trago saliva, me meto las manos en los bolsillos con aparente tranquilidad y espero circunstancias más propicias…

Contando seguramente con la correspondencia o, por lo menos, con una acogida benévola de la parte contraria, está justificado todo movimiento impulsivo y no hay que temer querella alguna ante los Tribunales, a no ser que la favorecida tenga marido y este se entere y no sea un sinvergüenza.

Todas las precedentes consideraciones acerca del beso y sus afines me las ha sugerido la noticia de Milán a que aludo al principio de estas cortas, pero muy honradas líneas.

Sí, mis amados lectores; ante todo hay que ser prácticos y tener en cuenta estas rimadas palabras del apóstol San Sinesio (1):

«Un beso por sorpresa

es una tontería del que besa.»

A cuyas palabras añado yo estas otras con las cuales termino:

«Ora fuere su objeto bueno o malo,

aquel sátiro ful a quien le plugo

dar un beso a traición merece un palo,

pues se cree un besador y es un besugo.»

 

(1). Se refiere a su amigo y también escritor Sinesio Delgado.


Hasta otra amigos. 

Saludos del indagador entrometido. 





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