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domingo, 10 de septiembre de 2023

A vueltas con la primera publicación de Zúñiga

 





      En el Bosquejo de Memorias que Juan Pérez Zúñiga nos ha legado, nos dice:

«…en Diciembre de 1876, falleció mi madre, y a ella dediqué los primeros versos que me fueron publicados; y lo fueron en un periódico titulado “El Iris”, redactado por jóvenes».

Debemos decir que esta publicación no la hemos encontrado todavía; (¡viva el optimismo!), y que hasta ahora teníamos anotada como primera publicación la aparecida en el Madrid cómico el 9 de mayo de 1880, con el título de «Un adorno.» [Ver la primera publicación de este blog del día 25 de junio de este año.]

Pero como esto de la búsqueda en los archivos es algo para tomar con mucha paciencia y esmerado tino, y se da el caso de que por más que estén digitalizados no resultan ni una panacea ni la purga de Benito, aquí estamos hoy entusiasmados porque hemos topado con otros dos documentos más antiguos que el mencionado del Madrid Cómico.

La clave de todo este tejemaneje indagador está en las palabras que escribamos en el campo “búsqueda”, y, por supuesto, en la atención que pongamos sobre los resultados que nos vayan surgiendo, pues hay palabras que nos aparecen muchísimas veces trastocadas de alguna manera y un “Pérez” puede verse con signos y grafías intercalados que lo camuflan en un proceloso mar de datos, v.g., P+erez o Péres, o incluso Jerez; y quien dice un “Pérez”, dice un “Zúñiga” (Zuniga, Zunica; etc.), o incluso un “Juan” (Xuan, huan, etc.).

Y tras este prolegómeno explicativo en el que a punto he estado de perderme, me rindo ante la nueva evidencia y anuncio el hallazgo de los dos nuevos textos de Juan Pérez Zúñiga encontrados en La correspondencia de los niños, semanario dominical consagrado a los educandos de ambos sexos, con domicilio en la calle Leganitos, 38, principal.

De este periódico la Hemeroteca Digital de la BNE conserva todos sus números (un total de 44) que van desde el 9 de abril de 1876 hasta el 4 de febrero de 1877, fecha en la que fue sustituido por otro llamado La Correspondencia de la Juventud del que se conservan 18 ejemplares, todos de 1877.

La obra que viene a ser ahora la más tempranera aparición de Zúñiga en la prensa lleva el título de Epitafios, se publicó en La Correspondencia de los niños el 4 de junio de 1876 y está formada por un par de sencillas composiciones poéticas festivas producto de la mente de un adolescente Zúñiga que a la sazón tan solo tenía 15 años.

Helas aquí:

            Epitafios

            —¡Qué larga que es esta losa!

            —¿En qué consiste la cosa

                si el difunto bajo era?

            —Tuvo la idea famosa

                de enterrarse con chistera.

                ----------------------------------

                Yace aquí el pobre Marcial

                de ideas republicano,

                que se murió muy ufano

                cantando la marcha real.

                                 Juan Pérez Zúñiga

 Quiero traer también otro asunto a este encantador mundo de Zúñiga. Recordemos que su vida abarca desde 1860 hasta 1938, todo un tiempo de grandes transformaciones culturales, sociales y técnicas en la sociedad que le vio crecer.     

    La vida de nuestro Juan no es que esté relacionada con el humor, no, es que tuvo su fundamento en esa cualidad humana tan necesaria, desde nuestro punto de vista, para sobrellevar las penas del valle de lágrimas en donde nos pusieron nuestros primeros padres (¡Caray con el Adán y la Eva!).

    Pues bien, en los días en que Zúñiga presumía de lozanía y juventud, y comenzaba sus pinitos literarios y sus contactos universitarios, en las páginas de los periódicos veíamos muchas muestras de humor, y secciones que tenían como finalidad entretener a los lectores. Eran páginas con acertijos, preguntas culturales, símiles (los famosos “en que se parecen tal y tal”), charadas y jeroglíficos ante los que me gustaría ver a los aficionados de hoy pues son verdaderos cuadros formados de preciosas y precisas ilustraciones que escondían largas y sentenciosas frases. En definitiva se trataba de páginas que más adelante pasaron a denominarse pasatiempos.

    Pues bien, la segunda obra en el tiempo de la producción de Pérez Zúñiga tiene que ver con esta faceta de entretenimiento que recogen las páginas de los periódicos. En concreto con las Charadas y la escribe el 24 de septiembre de 1876 en el mismo periódico en que apareció la primera.

    Con anterioridad, en ese mismo medio, podemos leer con fecha 30 de julio de ese año las Reglas charadísticas. Una serie de diez puntos en donde los responsables del periódico explican las normas a las que hay que atenerse para escribir charadas, que, como dice su primer punto, se trata de una especie de acertijo o enigma.

    Pero para no cansar al personal y evitar perdernos en divagaciones innecesarias, traemos aquí a continuación las mencionadas normas o reglas:

«Reglas charadísticas.

1.- Es la charada una especie de acertijo o enigma que consiste en combinar las sílabas de una palabra formando otra y otras cuyo significado debe expresarse.

2.- Es sílaba, toda letra o conjunto de letras que se pronuncien en un solo tiempo, o sea, con una sola emisión de voz, considerando en consecuencia, que los diptongos y triptongos constituyen siempre una sola sílaba.

3.- Las charadas pueden ser en prosa, en verso o mixtas y admiten todo género de metros y de formas.

4.- Para designar las sílabas se usan de expresiones numérales y ordinales v.g., una, prima, primera; dos, segunda; tres, tercia, tercera; etc., etc., y también pueden llamarse inicial, última, final, terminal, penúltima, antepenúltima, etc., etc.

5.- Para designar la palabra que encierra la solución de la charada se emplean todo, total, conjunto, palabra, expresión, vocablo, etc., etc.

6.- Tanto las sílabas cuanto el todo de las charadas deben subrayarse para evitar confusiones.

7.- Como regla general no deben emplearse expresiones de jerga o germanía, ni voces provinciales, extranjeras o técnicas; pero en caso de usarlas es necesario advertirlo en el texto de la charada, especificando con toda claridad su origen y la clase a que pertenecen.

8.- Los apellidos no deben usarse a menos que sean muy conocidos.

9.- Si se hace mención de una letra es conveniente expresar si es vocal o consonante.

10.- Son permitidas las siguientes licencias: llamar letra K a la sílaba Ca; B a Be; Ch a Che; P a Pe; sustituir a Be por Ve; Ge por Je; Ce por Ze y viceversa, y hacer caso omiso de la H u otra letra que no se pronuncie.

Téngase, empero, entendido que la charada será tanto más perfecta cuanto menos licencias se tome el autor y menos contraríe los principios establecidos en estas reglas.»

    A estas reglas yo añadiría que el orden con el que se anuncian las sílabas encriptadas es el orden en el que aparecen en la palabra a descubrir.

    Y viajando hacia delante, volvamos, al periódico en el que Zúñiga escribió su charada, que es esta, y que si se toman su tiempo, podrán tener como ejemplo, toda vez, que acto seguido les doy la solución.

                Hace el ave en su nido

                Primera y cuarta.

                La cuarta repetida

                Fuiste en la infancia.

                Segunda y quinta

                Es flor que huele mucho

                Y es muy bonita.

                De la escala una nota

                Nombra la quinta.

                Y el todo de los chicos

                Es la delicia.

                Es tan sencillo

                Que si tú no lo aciertas

                No eres muy listo.

                                Juan Pérez Zúñiga.

Solución: POLICHINELA

    Trabajen un poco la sesera (como ha hecho su humilde servidor) para llegar a entender este curioso pasatiempo que hoy ha desaparecido prácticamente de los periódicos y, por supuesto, no ha hecho acto de presencia (que yo sepa) en los nuevos medios de comunicación que el bueno de Zúñiga ni soñaba pudieran llegar a existir algún día.

     Y ya me despido con esta humilde charada de mi cosecha particular:

                Siendo la tercia par

                Y dos y una de Portugal mujer  

                Con el todo me despido

                Esperando pronto volver.

     La solución me la envían en el apartado de los comentarios, si les viene en gana.

 

 

 










domingo, 3 de septiembre de 2023

Los besos

 

Hoy traigo algo de Zúñiga que rezuma actualidad. 

Se trata de un texto titulado Los besos que incluyó en su libro Alma guasona de 1911.

Picarón y divertido, amante del buen humor y de la guasa, Zúñiga se mantuvo siempre respetuoso y caballero con las mujeres, a las que admiraba con toda su alma. 

Con estas palabras que siguen, y con algunas más que irán apareciendo, conoceremos mejor la personalidad del bueno de Zúñiga, al que hoy vemos reflexionar sobre el tacto con mucho ídem. 


Los besos

No hace mucho tiempo los Tribunales de Milán sentaron jurisprudencia muy severa respecto de los majaderos que besan a una mujer contra la voluntad de ella.

Refiere la Prensa italiana que Giuseppina Tagliabue, lindísima joven de diez y seis años estaba una noche sentada con la sua mamma en un banco de cierto paseo, abstraída en la contemplación de una función de fuegos artificiales, cuando de pronto sintió que otros labios se unían a los suyos.

Un elegante desconocido, que opinaba seguramente de distinta manera que yo respecto de los besos, estampó un par de ellos en la boca de Giuseppina, la cual, según se cuenta, se desmayó al recibirlos, sin que sepamos qué fue lo que se propuso al desmayarse.

La madre puso el cielo en el grito (porque tenía el defecto de hacerlo todo al revés), y comenzó a decir cosas un tanto molestas para la familia del atrevido galán, el cual trató de huir, aunque infructuosamente, pues un caballero que por allí discurría (es de suponer que discurría) le alcanzo y le detuvo, logrando saber que una apuesta con cierto amigo había originado aquella tan brusca acción, llevada a cabo al aire libre y entre cohetes y bengalas.

La señorita Tagliabue presentó querella ante los Tribunales de Milán, y estos han reventado al violento besador, pues no han obligado a su víctima a la devolución del beso furtivo, fallo que hubiera sido muy del agrado del agresor, sino que han impuesto a este el castigo de cinco meses de reclusión.

Yo le hubiera condenado, no a muerte precisamente, porque es una pena que está llamada a desaparecer por lo desagradable que suele resultarle al reo; pero a cadena perpetua sí. ¡Por imbécil!

Lo dulce, lo grato, lo que produce escalofríos en el cuerpo y cosquillas en el espíritu, es el beso correspondido, o por lo menos aceptado de buena voluntad por la mujer besada. En cambio, un beso que, a más de ser brevísimo como un rayo de los más veloces, causa el enojo de la mujer que lo recibe, es un acto que solo revela sensible imbecilidad en el que lo ejecuta.

¿Qué placer obtendrá el autor de semejante tropelía? Nunca lo he comprendido.

Claro es, lectores míos, que puesto un individuo en el trance de cometer tal desafuero, ya por apuesta de amigo, ya por impulso de sátiro, más vale besar los labios de una mujer hermosa que los de un sargento de caballería, por buena hoja de servicios que tenga; pero, de todos modos, el beso es un hecho completamente estúpido siempre que no lo origine la corriente de pasión, de afecto tibio o de impetuoso sensualismo que súbitamente se establece en ocasiones entre el sujeto activo y la sujeta pasiva de la acción de besar.

Un beso violento, recibido con el mismo placer que un pescozón o que una noticia desagradable, no es beso: es más bien algo así como el suave mordisco de un perro mal educado.

El hombre que se proponga besar sin fundamento y sin esperanza de producir en los labios receptores la sensación de placer que debe resultar del beso, déjese de alarmar a nadie, y evitándose cinco meses de prisión, haga su inconcebible experimento con una estatua broncínea o marmórea lo más hermosa posible, que al menos de ese modo se librará de una espléndida bofetada, máxime si la escultura elegida es la Venus de Milo, dama carente de extremidades superiores, según las opiniones más autorizadas.

Y conste que lo mismo que digo respecto de los besos, lo sostengo en cuanto a otras expansiones del quinto sentido corporal bruscas, momentáneas, manifestadas al paso…

¿Qué se logra con ellas sino empeorar la situación del ánimo propio y causar una mala impresión en el ajeno?

Cuando veo a una mujer atrayente y sugestiva que pasa muy cerquita de mí mostrando sus mal disimulados encantos personales, lejos de hacer lo que algunos de mis impulsivos compatriotas… trago saliva, me meto las manos en los bolsillos con aparente tranquilidad y espero circunstancias más propicias…

Contando seguramente con la correspondencia o, por lo menos, con una acogida benévola de la parte contraria, está justificado todo movimiento impulsivo y no hay que temer querella alguna ante los Tribunales, a no ser que la favorecida tenga marido y este se entere y no sea un sinvergüenza.

Todas las precedentes consideraciones acerca del beso y sus afines me las ha sugerido la noticia de Milán a que aludo al principio de estas cortas, pero muy honradas líneas.

Sí, mis amados lectores; ante todo hay que ser prácticos y tener en cuenta estas rimadas palabras del apóstol San Sinesio (1):

«Un beso por sorpresa

es una tontería del que besa.»

A cuyas palabras añado yo estas otras con las cuales termino:

«Ora fuere su objeto bueno o malo,

aquel sátiro ful a quien le plugo

dar un beso a traición merece un palo,

pues se cree un besador y es un besugo.»

 

(1). Se refiere a su amigo y también escritor Sinesio Delgado.


Hasta otra amigos. 

Saludos del indagador entrometido. 





sábado, 26 de agosto de 2023

Doble varapalo inesperado

 


D.E.P.

Dedico este trabajillo a mi hermana Luisa, que espero pueda seguirme leyendo allá en las misteriosas eternidades. ¡Cuánto echaré de menos tus comentarios, pedazo maestra!



¡Vaya un varapalo!




Esto de la indagación y del rastreo de las fuentes en donde beber y llenarse de sabiduría, no nos depara siempre y en todo lugar la mismas sensaciones. Unas veces damos con agradables sorpresas que aumentan, si cabe, la estima hacia nuestro personaje investigado, y en otras nos topamos con todo lo contrario, con diatribas y escritos descalificadores sobre su quehacer.

Este es el caso del documento recientemente encontrado y que muestra la otra cara de la historia que me he ido forjando sobre Juan Pérez Zúñiga. Ya había dado anteriormente con alguna que otra crítica hacia su labor humorística y festiva, pero lo hoy descubierto sobresale por su mordacidad y satírica expresión.

Lo único que me consuela, y por ello me acerca algo a la estulticia, y por ende me asusta, es que el autor de esa crítica despiadada y del que luego hablaremos, dispara a diestro y siniestro, y no deja títere con cabeza desde su particular visión del mundo y de la existencia.

Estoy hablando de un escritor rarito, creo que poco conocido por estos mundos de Dios de la literatura, confesión que hago aún a riesgo de que me caiga de todo y me tilden de inculto. Su nombre, o mejor dicho, sus nombres son: Manuel Gil de Oto y Miguel Toledano, que si tienen ustedes tiempo y paciencia comprobarán que el primero (el seudónimo) es un anagrama del segundo (el verdadero).

Nació Manuel en Madrid en 1873 y falleció en Barcelona en 1937, en míseras condiciones y rallando la locura y hemos sabido de él, gracias a un libro encontrado en la Biblioteca Digital de Castilla y León y que no es otro que La Argentina que yo he visto, publicado en 1914.

Recomendamos su lectura, y el estupendo estudio preliminar que escribe Guillermo Korn con el título Con la sátira en las maletas, dado que vemos imposible explayarnos en sus detalles. En definitiva, curioso personaje, curiosa prosa y curiosos versos, para pasar un buen rato comprobando lo que da de sí la vida de una persona.

El quid de la cuestión radica en el viaje que realiza nuestro Manuel-Miguel en la década de los veinte del siglo ídem, a la Argentina, y en las reflexiones que va escribiendo en el trasatlántico León XIII acerca de algunos escritores y sus obras. Reflexiones en las que prodigarán virulentas palabras y palos repartidos por iguales a hombres y mujeres y la búsqueda intencionada de ridiculizar a sus coetáneos que, según Korn, parece perseguir alguna intención reformadora de su entorno social o literario.

Comienza la mordaz y poética semblanza de Zúñiga, con una cita de El Rey Lear de Shakespeare que dice así: «…no debieras haber sido viejo, hasta que hubieses tenido juicio», toda una declaración de intenciones sobre lo que se le viene encima al escritor festivo, vivito y coleando cuando esto escribe el viajero escritor español a la Argentina.

Pero pasemos ya a la composición poética dedicada a Juan Pérez Zúñiga.

                Soberano Señor, que al hombre hiciste,

                ¿puede creerse que tu mano diestra

                creado haya también esta siniestra,

                encarnación del dislocado chiste?

                ¿Es posible, mi Dios, que en un descuido,

                que suponer en ti fuera injurioso,

                fabricaras con barro a este gracioso

                que el barro, con ser barro, ha envilecido?

                Yo no puedo creer que tu serena

                y augusta Majestad haya creado

                a este bufón sin gracia y desmañado,

                que quiere hacer reír y causa pena.

                Al verle, con la barba encanecida

                cultivar con pasión el disparate,

                viendo, Señor, que un triste botarate

                necio malgasta una preciosa vida,

                veo de Ganivet la trunca obra,

                de Larra veo el porvenir tronzado,

                y pienso que a los dos has usurpado,

                toda la vida que a este Juan le sobra.

                Quien tan mal aprovecha su albedrío,

                no solo daña a su mezquino nombre,

                sino que ofende al mundo, ultraja al hombre

                y hace dudar de tu poder, Dios mío.

                No vacilo, mi Dios: si es este anciano

                hijo tuyo también, Señor, prefiero

                dejar de serlo yo, porque no quiero

                darle el derecho de llamarme hermano.

Brutal, verdaderamente brutal. Ciertamente cruel es el mensaje que lanza sobre un colega de las letras, por muy festiva que sea la creación de nuestro Zúñiga. Bufón sin gracia y desmañado, para referirse a un autor que rompía moldes, apareciendo un día sí y otro también en casi todos los rincones de la prensa española. Qué gran dolor le debía causar a este incansable viajero español el ver que Dios concedía una larga vida al creador de humoradas, cuando no se la concedió a dos gigantes como Larra y Ganivet, que mire usted por donde, fueron ellos mismos quienes cortaron el hilo de su propia existencia.

Reconozco me ha impresionado este texto sobre mi simpático escritor festivo, pero no quiero terminar sin dejar constancia de todo lo que Gil de Oto escribió.

En una nota a pie de página insertada en el título del capítulo, esto es, junto al nombre de Juan Pérez Zúñiga, se dice lo que sigue:

«Espero que se me hará justicia de creer, sin pedirme juramento, que entre mis libros de viaje no había ni uno solo de los despreciables volúmenes en que este viejo payaso ha tenido el impudor de coleccionar sus bufonadas absurdas.

Mi mal estuvo en que me deparó mi desventura por compañero de camarote, un pobre hombre, tonto, cincuentón y barrigudo, para quien uno de estos libracos, incongruentes e idiotas, fue sobrado pienso intelectual para toda la travesía.

Mi compañero, abusando de su edad, de mi educación y de la imposibilidad en que me encontraba de evitar sus acometidas, me abrumó con insistencia de majadero, leyéndome, entre carcajadas brutales, las incoherencias de Pérez Zúñiga.

Yo te juro, lector, que si las leyes no fueran insensatas, en fuerza de querer ser justicieras, y matar a un tonto no se considerase igual delito que dar muerte a una persona sensata, mi compañero de viaje hubiese muerto a mis manos.

No pudiendo matar ni evitar al posma, sufrí resignado la lectura y limité mi venganza a componer esta inocente protesta, que de nada ha de servir, pues estoy cierto que el pobre Pérez ha de seguir disparatando hasta que Dios, apiadado de él, le mate y le lleve al limbo, y los necios han de continuar leyendo y admirándole.»

¡Diantre! ¡Vaya palo! Se me acaba de llamar necio a la cara. No importa. Perdono a este hombre que creo supo disfrutar de la vida, pero quizá le faltó algo primordial: el reírse hasta de la propia risa. 

Dios se apiadó de Zúñiga, como pidió Toledano, pero no le llevó al limbo, sino al cielo, al cielo de la literatura universal, y además lo hizo después de que le llevase a él, no se sabe a dónde, o sí, sí se sabe, al pequeño rincón en donde hoy le encontré en Internet.

Dando la vuelta a la cita del genial vate inglés, le digo a Miguel-Manuel: no debieras haber juzgado, hasta que hubieses leído todo del genial Zúñiga.

Hasta la próxima.

El indagador entrometido

26 de agosto de 2023

 



Pd. Realmente encontré la primera referencia del libro La Argentina que yo he visto en el ejemplar de la revista Los reyes del toreo Juan Belmonte. segunda época de 1914, de la ya citada Biblioteca Digital de Castilla y León, pero la lectura del libro la hice en Gil De Oto, Manuel. La Argentina Que Yo He Visto [2010] : M. Gil de Oto : Free Download, Borrow, and Streaming : Internet Archive






domingo, 2 de julio de 2023

Juan Pérez Zúñiga y sus cuatro reales de vellón

 


    Juan Pérez Zúñiga se nos aparece por primera vez en las hemerotecas el día 4 de marzo de 1874. No ha cumplido los 14 años y le suponemos enfrascado en su vida de escolar al calor del hogar familiar en el número 40 (hoy 32) de la madrileña calle de Toledo en donde vino al mundo.

Su nombre figura ese día, junto al de su hermano Enrique y al de su padre, Esteban Pérez Lanuza, y lo hace ocupando su lugar en una larga lista en la que muchos españoles hacen su donativo para ayudar a los soldados heridos en la guerra contra los carlistas.

Eran los años de las famosas tres ces que galopaban sobre el caballo bermejo de la guerra desangrando el suelo patrio: la de Cuba, la de los Cantones, y la de los Carlistas. Es el final de una República que mostró claramente nuestras carencias de modernidad y de seriedad política.

Se publica el nombre de nuestro Zúñiga en la edición de Madrid del periódico El Gobierno, pero este lo que hace es reproducir las listas que se publican en el diario El Imparcial que es quien ha lanzado iniciativa tan humana y caritativa. Tanto es así que, desde el primer día, se ha volcado el español liberal, contrario al conflicto que azota a la sociedad, a prestar su apoyo al sufrido soldado bien con dinero contante y sonante, bien con efectos variados, véase ropa, trapos para fabricar vendas, mantas, objetos de aseo, etc. Y el periódico da fe diariamente del suma y sigue de tan preciada ayuda.






Nada sabe la sociedad entonces de este imberbe futuro barbudo, de este mozalbete que alterna sus estudios obligatorios con los de solfeo bajo la dirección atenta de un tío suyo que es concertino en el Teatro Real, y que seguramente se estará preguntando, con su mente ya abierta al ingenio y a las salidas cómicas, cuándo dejarán de dar la nota estos carlistas que ya llevan perdidas con esta que camino va, tres desde que nacieron. 

No es de extrañar que fueran despuntando en su personalidad cierto escepticismo hacia la clase política, y una aguda observación para alimentar su fina ironía y su festiva literatura, huyendo de los aspectos “serios” de la vida por poco serios a su parecer.

Así comienza nuestro viaje con Don Juan, con sus cuatro reales de vellón que, quizá a regañadientes —pues preferiría comprarse algún “comic” de la época—, dona para paliar el dolor de la guerra. En adelante preferirá regalarnos su ingenio para hacernos más llevaderas las penalidades de la vida. 

Cuatro reales de vellón que venían a tener, más o menos el valor de una de las pesetas que ya circulaban desde 1868, y esto es algo curioso pues en la primera guerra carlista ya pagó la joven reina Isabel a sus tropas con una piececita que con el tiempo se convertiría en doña peseta y a sus tropas, a ojos de los carlistas, en peseteros






domingo, 25 de junio de 2023

Desahogos tristes de un escritor festivo

 

26 de junio de 2023


Juan Pérez Zúñiga (1)

En 1922, Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo hoy algo injustamente olvidado, publicó en la editorial Renacimiento y dentro de una colección que pretendía reunir sus obras completas, el libro titulado Desahogos particulares. (2)

Contaba Zúñiga ya con 62 años de vida y confesaba en una entrevista por esas fechas que «durante cuarenta y tres años he estrujado y retorcido mi entendimiento día por día». (3)

Damos fe de ello pues tenemos constancia de que por entonces llevaba ya más de treinta libros publicados e incontables colaboraciones en la prensa.

En la introducción de Desahogos particulares el autor con el título de «A los lectores míos (más o menos benévolos o píos)», nos confiesa que entre las composiciones que contiene se encuentran «las únicas poesías escritas en serio por este vuestro seguro servidor.»

Pues bien, en este pequeño rincón quiero elegir dos de las seis que componen el apartado Desahogos tristes, del mencionado libro. Se trata de las poesías tituladas A la muerte de Vital Aza y Lágrimas ocultas.

En la primera de ellas está clara su intención y dedicatoria. Vital Aza (4) fue quien le dio el primer impulso para dedicarse a lo labor que le hizo famoso —la literatura festiva— dándole la oportunidad de escribir en el periódico Madrid cómico, en cuyas páginas se estrenó el 9 de mayo de 1880 con su composición en prosa titulada Un adorno (5).

La segunda está dedicada a su hija María y se publicó en la revista Miscelánea el 16 de diciembre de 1900, (6) y como veremos es de una profunda y conmovedora sensibilidad poética.

Conozcámoslas.                                                                       

A la muerte de Vital Aza

                      Vital Aza

¿Cómo podré olvidar yo

que mi querido Vital

vida en las letras me dio

y siempre fiel me guio

con su consejo leal?

Lo dijo así en un diario:

«Me envanezco, por mi fe,

de este honor extraordinario:

soy comadrón literario

de Zúñiga (J.P)»

Sin sus ruegos insistentes,

yo es fácil que no pasara

de hacer versos inocentes

para alguna novia o para

saludar a mis parientes.

Sin sus consejos no hubiera

yo escrito un libro siquiera.

Le debo, por descontado,

lo que escribiendo he ganado

durante mi vida entera.

Y gracias a su bondad

mis versos son como son,

pues me infiltró de verdad

algo de facilidad

en la versificación.

Sus comedias ostentaban

lenguaje puro y sencillo,

y allí donde se estrenaban

sus obras regocijaban

al viejo como al chiquillo

y al sabio como al estulto;

lo que él decía era, en suma,

correcto, gracioso y culto.

¡Jamás el grosero insulto

brotó de su amena pluma!

Ya no existe el que era así.

Su muerte anoche sentí

con indecible dolor,

y hoy que es un día, lector,

de gran duelo para mí,

en vez de aplicar el estro (6)

a mis alegres coplillas,

yo, que en fingir no estoy diestro,

lloro a mi pobre maestro

en estas breves quintillas,

mojando, con aflicción,

mi pluma, ante la visión

de tan sagrados despojos,

en lágrimas de los ojos

y en sangre del corazón.

Lágrimas ocultas.

A mi hija (8)

 

¿Piensas que es, pobre hija mía,

franca siempre mi alegría,

porque jamás me ves triste,

y vivo explotando el chiste?

¡Cómo te engañas, María!...

¿Me ves trabajar contento?

Pues siempre, al coger la pluma,

camina mi pensamiento

entre una chanza que invento

y un malestar que me abruma.

Suele ser mi malestar

hijo de penas y apuros

que no puedo remediar,

pues por los trances más duros

me obliga Dios a pasar.

¡Cuántos días de amargura

pasé fingiendo ventura!

Sí, ¡cuántos, mientras tu madre,

tus hermanos o mi padre

ardían en calentura,

disimulando temores

y dominando dolores

tuve que hacer que en mi mente

surgiera el chiste corriente

pedido por mis lectores!

De la muerte en el dintel

te vi un día; y aquel día,

llorando sobre el papel,

¡hice chistes a granel

para comer, vida mía!

¿Y crees que es desdicha escasa

llorando escribir en guasa?

Pues mayor pena no cabe.

¡Eso, niña, no lo sabe

nadie más que el que lo pasa!

Aunque me sienta morir,

tal sacrificio es forzoso;

pero al ver que hago reír,

da todo el mundo en decir

que soy un hombre dichoso.

Esto creen, y no hacen bien,

y es porque no consideran

que en mí hay lágrimas también,

¡lágrimas que ya quisieran

ser de esas que todos ven!

Esas acusan un duelo

que puede encontrar consuelo

si alguno en ellas repara

y hacen un surco en la cara

que pronto borra el pañuelo;

pero las otras que, ardientes,

brotan como avergonzadas

y se ocultan a las gentes

entre risas aparentes

y venturas no gozadas,

¡esas, no sabes, María,

todo lo amargas que son;

porque un día y otro día

caen hacia dentro, hija mía,

y abrasan el corazón!

Esto es todo, por hoy. Espero haya gustado y enternecido. En verdad estas composiciones retratan la personalidad de un hombre entrañable, de una persona por la que hubiéramos dado lo que fuera por compartir momentos, palabras y gestos. De un lado, la honra y el homenaje hacia el maestro, el agradecimiento del que fue en su día aprendiz y es ya hoy consagrada figura, hacia la persona que le sacó del nido de la inexperiencia y le empujó a volar por los cielos de la literatura con audacia y con pasión. Y, por el otro, la carta cariñosa, el reconocimiento sincero a su hija, haciéndola ver que su padre, el gran Zúñiga que tanto hace reír en los periódicos, también llora, también sufre y también debe esforzarse día a día para que en sus festivas palabras no se dejen asomar sus sentires dolorosos.

Hasta la próxima


(1). - Fotografía de Juan Pérez Zúñiga. Gentileza de Charo Martín-Moreno, biznieta de Juan Pérez Zúñiga. Archivo familiar. 

(2). - Desahogos particulares. Editorial Renacimiento. Obras Completas de Juan Pérez Zúñiga. Tomo IX.

(3). - Entrevista que concede al periodista E. Estévez Ortega de la revista Buen Humor el 12 de noviembre de 1922 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)

(4). - Vital Aza Álvarez-Buylla (Pola de Lena, 28 de abril de 1851 – Madrid, 13 de diciembre de 1912). Médico, escritor, comediógrafo, periodista, poeta y humorista español. (Wikipedia)

(5). - Madrid cómico del 9 de mayo de 1880. Páginas 5-6. (Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura y Deporte)

(6). - Miscelánea del 16 de diciembre de 1900 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)

(7). - Estro: Inspiración ardiente del poeta o del artista. (RAE)

(8). - Juan Pérez Zúñiga, casado con Aurora Maffei Gómez, tuvo tres hijos: Julio, María y Rafael.  

 

 El próximo día hablaremos algo más de su primera aparición en la prensa en 1874. Mientras... seguiremos indagando sobre su vida y su obra. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Morrocotuda suerte la mía

 

    No hace mucho, escribí lo que sigue en las páginas de otro blog. Hoy utilizo el mismo texto, con alguna pequeña modificación, para estrenar este blog específico sobre la figura del gran maestro del humor, el escritor festivo Juan Pérez Zúñiga. Me pongo como objetivo mostrar el avance de mis indagaciones sobre su vida y su obra, invitando al que me siga a disfrutar y aprender de su prosa, de su poesía, de sus anécdotas y de su entorno histórico apasionante que no es otro que el de una parte de nuestra contemporaneidad. 

Morrocotuda suerte la mía
     Morrocotuda suerte la mía por poder acercarme a Juan Pérez Zúñiga, poder indagar en su vida, en sus escritos. Jamás me vi tan identificado con una persona, con un carácter, con una trayectoria como la suya. 

El destino, ese curioso personaje que no terminamos de definir y que con nuestros actos disfruta haciendo encajes de bolillos, puso en mi camino —bueno en el de mi familia—, hace ya muchos años, la extravagante personalidad de este gran escritor festivo. Pero es ahora, hoy en día, cuando me decido a iniciar ese viaje fantástico que supone el investigar, el averiguar, y el hurgar en los papeles antiguos que albergan los archivos.

    Ya estoy preparado. Una, dos y tres; a cargarse de paciencia y orden.
    Te fuiste Zúñiga, pasando hambre, según dicen —según dicen que dijiste tú mismo—, y entre balas y bombas que nos intercambiábamos entonces los españoles, en una guerra incivil (como todas), pero de bien pequeño ya sufriste otra, casi de las mismas características, y una primera aparición tuya en la prensa, fue cuando esto sucedía.

    Fue el 4 de marzo de 1874, en el periódico El Gobierno, Diario político de la tarde, y lo hiciste en compañía de tu padre (Esteban Pérez Lanuza) y de tu hermano Enrique. Figurabais en una larga lista de personas que hacían sus donativos en efectos o en dinero, para el socorro de los heridos del ejército de la nación en la guerra contra los carlistas. Tu padre donaba 20 reales de vellón, tu hermano y tú, 4.

Te costaba hablar y escribir en serio, pero, no obstante, en alguna ocasión lo hiciste. Tu vida, tu alma, tu ser, deben ser una caja de sorpresas, o no, quizá tan solo, el descubrimiento de un hombre bueno y sencillo, en un mundo lleno de sorpresas, casi todas malas y negativas.

Nos dejaste, entre infinidad de testimonios escritos, un Autorretrato que hoy quiero transcribir y compartir.  Es de 1922, cuando ya eras un respetable abuelito y lo traigo aquí para estrenar este apasionante y morrocotudo —¡qué palabra más simpática y llena de vida!, — viaje que inicio, y que espero llegue a buen puerto.

Autorretrato

Mi aspecto es la negación
del género que cultivo.
¡Ningún escritor festivo
tiene mi circunspección!
No es preciso ser un loco
ni un payaso para el caso;
por lo cual, ni soy payaso
ni hago locuras tampoco.
Hay quien, al ver mi exterior,
dice: —A mí no me la da.
¿Es ese Zúñiga? ¡Ca!
No es Zúñiga; no, señor.
Ni en su charla es ocurrente,
ni manifiesta alegría,
ni tiene fisonomía
de escritor, ni aun de escribiente. —
Y tengo que ir por ahí
diciendo: —¿Cómo qué no?
Pérez Zúñiga soy yo
desde el día en que nací.
Yo soy el que por doquier
publica coplas sencillas
y cuentos y novelillas
como Dios le da a entender.
Yo quien, mejor o peor,
se nutre en la chirigota
y suele dar esa nota
que es hija del buen humor.
¿Qué tengo la cara triste?
¿Cómo poderlo evitar?
¡Si hasta me pongo a llorar
cuando me sale algún chiste!
No soy un Adonis, no.
Si me miráis, lo veréis.
Joven… tampoco. ¿Sabéis
los años que tengo yo?
Sesenta y dos; y publico
los que son, con sentimiento,
porque más no represento…
de sesenta y uno y pico.
Mi barba fue un potpurrí
de negro, rubio y marrón,
que hasta tenía un mechón
de color azul turquí.
Hoy, aunque poblada aun,
la ha dado por blanquear;
pero antes me dejo ahorcar
que dármela de betún.
Cada ceja mía deja
ver abundante cabello;
lo que no veis es aquello
que tengo entre ceja y ceja.
Ser miope verdadero
no es el menor de mis males,
y uso gafas con cristales
de tres grados bajo cero.
Mis narices no son bellas
ni pasan de ser medianas.
Tienen un par de ventanas…
y asoman pelos por ellas.
¡Qué caída, San Ramón,
tengo de ojos más lúcida!
Como que es una caída
que no llega a resbalón.
Mi voz, que en cien ocasiones
parece el pito del tren,
está velada, aunque estén
cerradas las velaciones.
Y no sé si, aun con trabajo,
llego por arriba al do,
ni si llegaría o no
a dar el sol por abajo.
Contrario a ciertos respetos,
a duras penas permito
que me llamen abuelito
cinco nietas y dos nietos.
Si es bueno, gozo hasta allí
con el zumo de las uvas,
y tengo una casa en Cubas,
a cinco leguas de aquí.
Me juzga frío la gente;
pero tengo un corazón
que más bien es un fogón
por lo grande y por lo ardiente.
Hago versos…porque sí;
mas confieso mi pecado:
los modelos que he estudiado
que me los claven aquí;
que el que escribe a suelta rienda
y es autor y periodista
y abogado y violinista
y, además, jefe de Hacienda,
no puede, pese a su intento,
buscar libros y aprender,
ni aun tiene tiempo de ver
a su familia un momento.
Ni en dos meses contaría
los oficios que he probado.
¡Creo que no me ha faltado
más que ser ama de cría!
Ir al café a murmurar
del prójimo me encocora.
Me va muy bien hasta ahora
con la vida del hogar.
En fin, detesto a los loros,
me encantan las hembras finas,
y tanto las golosinas
como las fiestas de toros
me causan tanta ilusión,
que ellas me traen de cabeza.
No bebo en cambio cerveza…
¡ni llevo nunca bastón!
Y aunque hay gentes por ahí
que no me quieren muy bien,
contento siempre me ven
cuantos me tratan a mí.
Hice el retrato al vapor
y pongo el punto final.
¿Os ha parecido mal?
Pues no lo sé hacer mejor.
 

    ¡Qué nos va a parecer!, genial, sencillamente genial, y de agradecer, pues, verdaderamente —ya lo iremos viendo—Zúñiga tuvo una legión de admiradores, tantos, que me atrevería a decir que, salvando las distancias, fue el Vizcaíno Casas del momento. 

Entre esos admiradores se encuentra un servidor, que presume, por demás, de haber venido al mundo en el mismo piso en el que nuestro querido escritor festivo escribió este Autorretrato que les hemos mostrado. ¿Qué dónde fue? Ya lo iremos viendo. 
Hasta la próxima. 
El inda de Zuñi. 


Los inicios de Zúñiga

 


 Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo al que ando persiguiendo últimamente, entre otras cosas, porque me ha caído simpático, se inició en estas lides del humor de cara al público en 1880, en una de las muchas revistas que sobre tan necesaria actividad existían en España en las últimas décadas del siglo XIX.

    Nos referimos al Madrid cómico, publicación que desde el uno de enero de ese año hacía las delicias de sus lectores dirigida por el polifacético Vital Aza, siendo precisamente este quien invitó a estrenarse en la festiva literatura a su ya buen amigo Juan Pérez Zúñiga.

    Zúñiga, a la sazón se encaminaba al cumplimiento de su vigésimo año de vida, y a la par que cursaba, nos da en la nariz que con justitas ganas, la licenciatura de Derecho, se le salían los versos de su especial caletre, nacido para parir pareados y otras muchas composiciones más sobre los más variados y curiosos asuntos.

    Un torrente comenzaba a desbordarse en el mundo literario español, un caso especial de prodigalidad creativa en el manejo de las letras, las palabras, las oraciones y la composición versificada o prosada.

    1880, 1881 y 1884, son los años que hay que remarcar para hacer constar los inicios de la fama de Juan Pérez Zúñiga.

    1880 con su primera publicación en Madrid cómico; 1881, con el estreno de su primera obra teatral, y 1884, con la edición de su primer libro.

    Un adorno, llevará por título, su inicial colaboración en la revista de Vital Aza, La Manía de papá, se llamará su puesta de largo en el arte de Talía, estrenada en el teatro Lara la noche del 11 de enero de 1881, estupendamente aconsejado por su inseparable Aza, y Cosas, será el nombre con el que bautizó a la primera recopilación de sus composiciones festivas, unas publicadas y otras no, que en apenas cuatro años, salieron de su mente privilegiada y montada para ver la vida con especial vis cómica.

    Son, como hemos dicho, los primeros disparos de Zúñiga, sus primeras actuaciones en el ruedo en donde se lidiaba un cometido agridulce y lleno de sinsabores, el intento de hacer reír a la gente, por encima de los estados de ánimo particulares.

    Pero, qué caramba, cualquiera puede pensar que Zúñiga era un tipo amargado o aburrido, más bien al contrario, nos da la sensación de que le costaba bien poco divertir a los demás, por la sencilla razón de que pensamos que él era el primero que se divertía.

    Qué persona, vaya. Ya iremos descubriendo más cosas de él pero de momento, dejamos aquí, íntegra, su primera publicación y las palabras con las que dio a conocer la venta de su primer libro y que luego, algo retocadas, conformaron su prólogo; en cuanto a la La Manía de papá, tan solo podemos dejar la pista donde visualizarla. 

    Ahora que estamos próximos a la fiesta del libro, qué mejor que recordar a este egregio escritor español que tanto y tanto escribió para deleite del personal, y que, como podrán comprobar en uno de los textos, llegó a definir las librerías como esas tiendas de comestibles intelectuales.

    Hasta el próximo bocado..., si nos da el intelecto. 

 

Primer número del Madrid cómico

Un adorno.

«Como vivimos en el siglo impropiamente llamado de los adelantos (y digo impropiamente porque lo que es a mí no hay quien me adelante ni dos reales), no es extraño que existan artistas tan distinguidos, como la niña que voy a presentaros.

Pilarcita Colorines, joven huérfana y rica, era sumamente aficionada a la pintura de cuadros al óleo; es decir, a la pintura ajena; porque de la propia su natural belleza la excusaba.

Aunque la pobrecita apenas sabía dibujar (y esto es muy común) ya pintaba copiando al natural cuadros que arrancaban las lágrimas de cuantos los veían. Sin embargo, su afán por adelantar era asombroso; y siendo su fuerte el paisaje, solían llevarla todas las mañanas a copiar de la Casa de Campo, algún apiñado y caprichoso grupo de árboles que, después en el lienzo, pudiera muy bien confundirse con un paquete de cigarros habanos u otra cosas por el estilo.

Teníala en su compañía doña Plácida, tía carnal, no solo por ser de carne, sino también por haber sido hermana del padre de la chica. Y casi de la familia podía considerarse además a D. Simón Pardo, profesor de Pilarcita, la cual le desacreditaba bastante y le sabía llevar el genio haciéndole que pasase por todo.

Tanta bondad no dejaba de ser agradecida por la tía y por la sobrina; hasta tal punto, que próximo el día de San Simón, decidieron hacerle un regalo, que había de consistir precisamente y a modo de sorpresa, en un cuadro pintado solamente por la joven artista. Mas el tiempo avanzaba, y Pilar no podía salir de su compromiso sin el auxilio de un protector.

Pilarcita tenía un primo (en el recto sentido de la palabra); primo que sin embargo de no llamarse Arturito como es de rigor, sino Andrés de la Zancadilla, amaba a su prima con frenesí; pero ella, en cambio, tan sólo se acordaba de semejante pariente, cuando iba a trasladar al lienzo alguna planta de lilas.

Esta falta de cariño tenía su razón de ser; porque Andrés era pintor de historia, pero de historia no muy buena por cierto.

Esto no obstante, la chica se acordó del hijo de sus tíos para que en aquella ocasión la sacase airosa del apuro en que se veía. Mas el apuro fue tal, y las protestas de amor por parte de Zancadilla tan reiteradas, que Pilar no tuvo otro remedio para conseguir su intento que ofrecerle su corazón, aunque sólo de mentirijillas.

Loco de alegría el muchacho, en vano intentaba repetidas veces hacer un regular boceto, hasta que después de consultar el caso con unos amigotes que a la sazón tenían varios cuadros en venta, compró el que le pareció más a propósito; y engañando a la niña, se le entregó luego a cambio de tres sonrisas, dos esperanzas y un beso.

Llega el día de San Simón: presenta Pilar el supuesto trabajo a su profesor con la cara risueña del que va a producir una agradable sorpresa, y ¡oh dolor! ¡¡Se halla el buen hombre con un cuadro, que había pintado él mismo dos años antes!!

Consecuencias: primera, indignación del Sr., de Pardo; segunda, rabieta de amor frustrado por parte de Zancadilla, y tercera, aborrecimiento a los pinceles por parte de Pilarcita, la cual se ocupa desde entonces en ayudar a su tía en los quehaceres domésticos, y en renegar de su malhadado adorno.

Sin embargo, aún conserva una pequeña galería de cuadros que ha mucho tuve el disgusto de ver. En un lienzo me pareció divisar a un torero embistiendo a un toro. En otro, una raja de melón que se asemejaba a un bonete. En el centro de un marco colosal, veíase un cuadrito que se denominaba “Un cementerio de noche”, indudablemente porque se pintó a oscuras. Y más allá, por último, estaba representada la cabeza de la beata María Ana, tan al natural, que si no me desengañan, todavía sigo creyendo que era una coliflor.

¡Cuánto tiempo perdido!

Juan Pérez Zúñiga

 

Cosas, 1884

Cuatro palabras y media.

Mi venida al mundo fue una verdadera salida de tono de la sabia naturaleza.

Dícese por ahí que mi madre me dio a luz en verso, y afirmase también que nací en sol bemol mayor, porque mi nacimiento tuvo tres pares de bemoles; de suerte que con tales antecedentes, no es maravilla el haberme encontrado a los seis años componiendo romanzas y a los siete descomponiendo romances.

Durante mi juventud, fueron muy varios los objetos a que se dirigió mi fantasía.

Temporada tuvieron mis musas de inspirarme en sentido gastronómico, y no había empanada de jamón, ración de rosbif o plato de dulce que no tuviera dedicado por mí su correspondiente soneto.

Los mismo instintos aparecían reflejados en mis composiciones musicales, y prueba de ellos es mi notable sinfonía descriptiva, titulada El banquete, en la que materialmente se oye el mascar de los comensales.

Y no llamo notable a la composición por inmodestia, sino porque además de así parecernos a mi padre y a mí, hoy constituye la delicia de una tía mía, sorda de nacimiento.

Dicen mis amigos que soy excéntrico, y yo confieso que lo soy en todo y para todo. Hasta en el aspecto de mi cuarto se nota el mal gusto más exquisito. ¡Si vierais qué despachito tengo!...

Constituye parte de su ajuar una mesa de palo-santo imitando a pino, cubierta de bayeta cuyo color, verde en algún tiempo, hoy ya pasa de castaño oscuro. Sobre la mesa se hallan mis desahogos dramáticos Tres y dos son cincoLa lechuga pudorosaSuspiros de un cangrejo, etc., etc., y varios ejemplares de mis odas a Lope de Vega y a Perico el Ciego.

Junto a la puerta encuéntrase suspendido de robusto clavo un violín que no debe ser malo del todo cuando mi padre tuvo que dar por él hasta cuarenta y cinco reales en metálico. Y completan el mueblaje de la habitación, un cuadro de la Dolorosa (que, a no faltarle ya el lienzo y el marco, acaso tendría su especial mérito) y un par de butacas (con entrada) para los cinco o seis amigos que suelen ir a verme.

Por último, un hermoso sol natural, y a veces sostenido que penetra por la ventana (solo durante el día) baña la artística estancia donde todo rebosa de júbilo y placer, pues hasta mis zapatillas se ríen allí como unas tontas.

Afortunadamente no tengo a deshonra el ser pobre. El día en que me falte el ordinario sustento, echaré al puchero un puñado de endecasílabos o un cuarterón de semi-fusas y me quedaré tan fresco; pero no por esto dejaré nunca de lamentarme de haber nacido tan desgraciado; esto es, ¡tan sin gracia!

En fin, queridos lectores; sabed que en mí tenéis un prójimo, no virgen en las letras, pero sí mártir de ellas; un escritor que si hoy en atención a su corta edad no es una gloria de la patria, mañana, con madurez de reflexión y conocimiento de la sociedad en que vive…tampoco valdrá tres cominos.

Tal es el exordio de un tomo de poesías, artículos y otras frioleras que veréis pronto en los escaparates de esas tiendas de comestibles intelectuales llamadas librerías; tomo cuya primera página dice así:

Cosas, de Juan Pérez Zúñiga, autor cómico en estado de canuto, violinista temporero y novio de plantilla, escritor a la vinagreta, funcionario público con vistas a la calle, periodista de tanda y abogado de reserva, maestro de solfa en buen uso, miembro de su familia, etc., etc. Novísima edición. Ilustrada con excelentes ripios. Madrid. 1884.

¿Qué más tenía yo que deciros?...

¡Ah! Que la obrita llevará una deliciosa carta-prólogo de Luis Taboada, y que debéis comprar el libro y leer sin enterneceros las extravagancias que contiene. Son hijas de mi ingenio, y, si no tuviereis el gusto de conocerme, por el hilo de las hijas podréis sacar el ovillo de su padre.

Juan Pérez Zúñiga


La manía de papá



Tipos raros. VII. El del orfeón.

  Dedicatoria. —¿Qué te parece Zúñiga si le dedicamos esta entrada del blog a mi hermano Juan y a sus compañeros del orfeón de veteranos d...