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viernes, 21 de junio de 2024

Sobre los besos

 


Juan Pérez Zúñiga, al que muchos han señalado como escritor insignificante, trasmisor de un humor fácil, insulso y propio de tontainas —cuando en el fondo es un gran creador y dominador de la versificación, amen de una persona culta y sensible— es cierto que alterna en sus publicaciones textos de belleza y acierto muy pero que muy diferenciados tanto en forma como en fondo.

Fruto del trabajo de investigación que sobre su persona venimos haciendo, es la recopilación y selección de sus creaciones literarias, desde su obra cumbre y por la que fue mundialmente conocido —Viajes morrocotudos— hasta la más ínfima estrofa dedicada en álbumes personales o en abanicos.

De estos frutos, y con el telón de fondo de un tiempo de la historia de España muy atractivo de ser estudiado, vamos entresacando, eligiendo, comentando y mostrando al público, variados textos de diferentes estilos y dispares asuntos.  

Esa imagen, comentada al principio, de insustancialidad, se desmonta rápidamente cuando uno se encuentra con versos como el que hoy traemos, que sin ser de los más emotivos, es uno más en donde se descubre la sensibilidad que, bajo la superficie de un humor festivo, aflora en los textos de Juan Pérez Zúñiga.  

La poesía fue escrita para el semanario festivo, literario, artístico y de actualidades, argentino Caras y caretas, se publicó el 7 de septiembre de 1907, y lleva por título Sobre los besos.

El dibujo que acompaña nuestro texto es el publicado junto al texto que comentamos, y viene firmado por Fernández Peña.

[Fuente: Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España]

 

Sobre los besos

Según varios cablegramas

llegados de Nueva York,

vuelve a estar sobre el tapete

la interesante cuestión

del peligro de los besos,

un peligro asaz atroz

en que están los que se besan

por respeto o por amor.

Esto débese a un discurso

dicho en cierta asociación

americana de médicos

por Davis, el gran doctor,

quien demostró que los besos

fácil vehículo son

de la tisis y otros males

que nos envía el Señor,

y propuso a los oyentes

un buen plan de previsión

contra lo que él llama vicio

del besar… Y digo yo:

—¿Con que es temible el contagio?

¡Pues váyale usted, lector,

con semejantes escrúpulos

al que, muerto de pasión,

vive en la dulce esperanza

del beso que le ofreció

una boquita que es fresca

y arde a la vez en amor!

¡Váyale con los reparos

de esa dura prohibición

a la madre que ve al hijo

tras de estar un año o dos

sin verle!... ¡Que los prohíban

besarse, y seguro estoy

de que, antes de someterse,

prenden fuego a Nueva York!

Una joven argentina

por la cuna y por la voz,

dotada de esplendideces

de cuerpo y de corazón,

mística, pacata, seria

y pura como una flor,

del peligro del contagio

no sé cómo se enteró.

Y en vez de hallar razonable

la higiénica precaución,

ante el asombro de todos

los que había en derredor,

contra Davis, iracunda,

lanzó dura exclamación.

¿Qué por qué fue? Pues un pájaro

me ha contado que la oyó

decir entre dientes: —«Pepe,

no abrigues ningún temor.

Cuando se acuesten mis padres,

después de ponerse el sol,

y en el jardín repitamos

nuestro idilio encantador,

no esperes que yo te impida

besarme con efusión,

aunque todos los microbios

que lleves en tu interior

desde tu sangre a mi sangre

se pasen de dos en dos.»

………………………………………….

Finalmente: usted no ignora,

queridísimo lector,

que hay besos intolerables

por lo nocivos que son.

Por ejemplo, el de la vieja

que de usted se enamoró;

el del bebé en cuyo hocico

hay restos de huevo mol

o algo así, por lo deprisa

que su madre le limpió;

el de la ondina de labios

pintados de almazarrón;

el que da la amiga falsa

a otra que nunca estimó,

y el que da el corto de vista

 en un túnel, por error,

a un viajero… Mas los besos

nacidos de la pasión

entre la madre y el hijo

o entre dos amantes, no;

no son dañinos, y en ellos

se estrellará, como hay Dios,

la higiene del eminente

galeno de Nueva York.

                                            Juan Pérez Zúñiga. 

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