Juan Pérez Zúñiga,
al que muchos han señalado como escritor insignificante, trasmisor de un humor
fácil, insulso y propio de tontainas —cuando en el fondo es un gran creador y dominador
de la versificación, amen de una persona culta y sensible— es cierto que
alterna en sus publicaciones textos de belleza y acierto muy pero que muy diferenciados
tanto en forma como en fondo.
Fruto del
trabajo de investigación que sobre su persona venimos haciendo, es la
recopilación y selección de sus creaciones literarias, desde su obra cumbre y
por la que fue mundialmente conocido —Viajes morrocotudos— hasta la más ínfima
estrofa dedicada en álbumes personales o en abanicos.
De estos
frutos, y con el telón de fondo de un tiempo de la historia de España muy
atractivo de ser estudiado, vamos entresacando, eligiendo, comentando y
mostrando al público, variados textos de diferentes estilos y dispares asuntos.
Esa imagen,
comentada al principio, de insustancialidad, se desmonta rápidamente cuando uno
se encuentra con versos como el que hoy traemos, que sin ser de los más
emotivos, es uno más en donde se descubre la sensibilidad que, bajo la
superficie de un humor festivo, aflora en los textos de Juan Pérez Zúñiga.
La poesía fue
escrita para el semanario festivo, literario, artístico y de actualidades,
argentino Caras y caretas, se publicó el 7 de septiembre de 1907, y
lleva por título Sobre los besos.
El dibujo que
acompaña nuestro texto es el publicado junto al texto que comentamos, y viene firmado
por Fernández Peña.
[Fuente: Hemeroteca Digital de la
Biblioteca Nacional de España]
Sobre los besos
Según varios cablegramas
llegados de Nueva York,
vuelve a estar sobre el tapete
la interesante cuestión
del peligro de los besos,
un peligro asaz atroz
en que están los que se besan
por respeto o por amor.
Esto débese a un discurso
dicho en cierta asociación
americana de médicos
por Davis, el gran doctor,
quien demostró que los besos
fácil vehículo son
de la tisis y otros males
que nos envía el Señor,
y propuso a los oyentes
un buen plan de previsión
contra lo que él llama vicio
del besar… Y digo yo:
—¿Con que es temible el contagio?
¡Pues váyale usted, lector,
con semejantes escrúpulos
al que, muerto de pasión,
vive en la dulce esperanza
del beso que le ofreció
una boquita que es fresca
y arde a la vez en amor!
¡Váyale con los reparos
de esa dura prohibición
a la madre que ve al hijo
tras de estar un año o dos
sin verle!... ¡Que los prohíban
besarse, y seguro estoy
de que, antes de someterse,
prenden fuego a Nueva York!
Una joven argentina
por la cuna y por la voz,
dotada de esplendideces
de cuerpo y de corazón,
mística, pacata, seria
y pura como una flor,
del peligro del contagio
no sé cómo se enteró.
Y en vez de hallar razonable
la higiénica precaución,
ante el asombro de todos
los que había en derredor,
contra Davis, iracunda,
lanzó dura exclamación.
¿Qué por qué fue? Pues un pájaro
me ha contado que la oyó
decir entre dientes: —«Pepe,
no abrigues ningún temor.
Cuando se acuesten mis padres,
después de ponerse el sol,
y en el jardín repitamos
nuestro idilio encantador,
no esperes que yo te impida
besarme con efusión,
aunque todos los microbios
que lleves en tu interior
desde tu sangre a mi sangre
se pasen de dos en dos.»
………………………………………….
Finalmente: usted no ignora,
queridísimo lector,
que hay besos intolerables
por lo nocivos que son.
Por ejemplo, el de la vieja
que de usted se enamoró;
el del bebé en cuyo hocico
hay restos de huevo mol…
o algo así, por lo deprisa
que su madre le limpió;
el de la ondina de labios
pintados de almazarrón;
el que da la amiga falsa
a otra que nunca estimó,
y el que da el corto de vista
en un túnel, por error,
a un viajero… Mas los besos
nacidos de la pasión
entre la madre y el hijo
o entre dos amantes, no;
no son dañinos, y en ellos
se estrellará, como hay Dios,
la higiene del eminente
galeno de Nueva York.
Juan Pérez Zúñiga.
Lo bonito q es BESAR!!!
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