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lunes, 1 de julio de 2024

Tipos raros. III.- El que vive prensado

 


En el tercer episodio de su colección de tipos raros nos muestra Zúñiga a un hombre que vive apretado, pero no se crean ustedes que se trata de un pobre individuo al que no le llega el sueldo a fin de mes, no, por ahí no van los tiros. El nuevo personaje va a estar ambientado en el sector inmobiliario.

El asunto de la vivienda es tema peliagudo hoy en día, así que imagínense cómo debía ser en tiempos de nuestro genial autor festivo. Comprarse una casa para vivir era un sueño casi imposible de hacer realidad y la mayoría de los humanos vivían bajo la sombra protectora y bienhechora de un casero. 

Al margen de los que residían en el extrarradio de las ciudades que habitaban en parecidas condiciones a las ratas y de los que consumían su existencia en sus humildes pero bien saneadas casas de campo en los pueblos, el resto pasaba sus días en edificios urbanos de varios pisos, con vecinos en todas las direcciones de la rosa de los vientos.

Nuestro maestro literario así pasó su existencia, residiendo desde la cuna a la sepultura en viviendas de varios pisos y con su particular casero; viviendas de las que en su momento hablaremos y caseros…, pues si damos con alguno también.

Pero también hubo en aquella época la posibilidad, como en nuestros días, de conseguir cambiar del agobiante ambiente del vecindario a la individual vivienda con jardín incluido. Fueron los años de proyectos que, como los de Arturo Soria y su Ciudad lineal, ofrecían al personal transformar su vida rutinaria y mudarse a un nuevo concepto de hogar.

El caso es que por aquellos días ya se puso de moda el hecho de adquirir un hotelito, lo que ya en nuestra contemporaneidad pasamos a llamar chalecito. Y por aquí si van los tiros de la escopeta de Zúñiga con la que caza tipejos extraños. Ya saben.

Les dejo con el texto y luego comentamos.

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III.- El que vive prensado

Indudablemente puede darse mucho tono el feliz mortal que viviendo aislado no tiene que aguantar las pejigueras del vecino de abajo, o los golpes que podría darle el de arriba encima de la cabeza, ni se ve privado de levantarse a media noche, si se le antoja, y recorre su vivienda cantando el himno de Riego y acompañándose, como parece natural, con una regadera.

En cambio las casas de vecindad son terribles. A través de las paredes entéranse los vecinos de las conversaciones más íntimas, origen de no pocas murmuraciones; se molestan si las criadas pasan todo el día enjuagándose la boca con el tango del cangrejo, si la señorita aprende el piano forte o el señorito estudia el trombón (más forte todavía), si los niños de al lado arman descomunales batallas, si la ropa tendida escurre por arriba o el vecino filarmónico suena por abajo.

De todo esto se hallan libres los afortunados moradores de construcciones aisladas, y durante mucho tiempo han estado causándome la envidia más profunda; pero al fin he visto que no es oro todo lo que reluce y que en materia de hoteles los hay de todas castas.

Algunos sujetos vanidosos llaman hotel al edificio que ocupan y que no pasa de ser una ratonera más o menos barata.

Mi amigo López, sin ir más lejos, se da el primer pisto porque vive en un hotel; pero ahora van ustedes a juzgar si para decir que lo prefiere a una casa de vecindad no necesita todo el desahogo que tiene. Y al decir desahogo me refiero a su desfachatez personal, no a la amplitud de la finca.

¡Valiente choza tísica se ha procurado mi amigo!

¡Cuánto mejor vivía en su cuartito de la calle de Válgame Dios, a pesar de no tener más agua que las goteras, ni más ascensor que la portera, cuando se encontraba con fuerzas para subir en brazos a los inquilinos!

Ante todo, el hotelito en cuestión proporciona a su dueño una deliciosa temperatura, salvo que en el invierno hasta se les hielan las narices a los picaportes, y en verano se convierten los tabiques en tostadas, ora de arriba, ya de abajo, según el piso en donde están; la pintura amarillenta que por ellos escurre con la fuerza del calor canicular semeja la manteca, y el tostado se lo proporciona un sol de justicia, pero sin gracia, que los está azotando hasta bien entrada la noche.

Cuando López me participó su cambio de domicilio, quedé sorprendido, porque no me cabía en la cabeza lo del hotel. Pero después de verlo, ¿no ha de caberme, si todo aquello cabe en cualquier parte?

Aquello es una modesta garita con dos pisos, o una jaula para un mono, dicho sea sin ofender a López.

En fin; si será estrecho el hotel que un catre completo no cabe en ninguna de las habitaciones y es preciso repartirlo entre el piso de arriba y el de abajo.

Y no es lo reducido de su tamaño lo que más me choca; es la poca solidez de sus argumentos, o mejor dicho, de sus materiales.

Aquellos cimientos deben de ser de guayaba, y aquellos muros están pidiendo, no ya escayola, sino aceite de hígado de bacalao para contrarrestar su debilidad natural.

Los dos pisos del edificio están en comunicación por medio de una escalera de caracol notabilísima dotada de nervios tan excitables, que lo mismo es sentir en los peldaños el contacto de un pie derecho (o izquierdo, según la costumbre del que suba), se estremece la indina de arriba abajo y no cesa en su peligroso balanceo sino a fuerza de prolongadas reflexiones. Por supuesto que, dada su estrechez, no cabe por los escalones más que una sola persona y no de las mejor alimentadas.

Respecto a la altura de los techos más valdría no hablar. ¡Cómo serán de bajos que para quitarles el polvo tiene la criada que ponerse de cuclillas!...

Un día fue Vital Aza a visitar a López, ¿Y saben ustedes lo que tuvo que hacer? Entrar en dos veces; una por la mañana y otra por la tarde.

¿Pues dónde me dejan ustedes lo que llama su jardín el buen señor? Realmente se hallan amazacotadas las plantas para que el terreno resulte bien aprovechadito, y llévenme los diantres si en él pude ver nunca más que un rosal, tres lechugas y una enredadera que principia en el quicio de la puerta, da dos vueltas a un farol japonés, y concluye en la criada, que es de Almagro.

No quiere López confesar que vive en su hotel como el jamón en el emparedado, o como el paraguas en su honrada funda; pero estoy seguro de que el día en que baje el buen señor a la tumba fría, dentro de su estuche correspondiente, exclamará:

—«¡Gracias a Dios! ¡Ahora sí que voy a estar ancho!

Nada, lo dicho; para vivir en un hotel como el de López, tipo raro por lo vanidoso, vale más que diga uno que vive en la Plaza de Colón, y pase, efectivamente, las noches en cualquiera de sus bancos.

Sí, mis queridos lectores; todo, menos vivir prensado. Lo primero es respirar.

 

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¿Qué tal? ¿Les ha gustado? Pues a mí sí, y es verdad que lo primero es respirar, pues hay muchas formas de ahogarse en esta vida, y la que López eligió, ni en pintura la quiero yo.

Ya saben ustedes que en la mayoría de las ocasiones los escritores nos lanzamos a escribir en primer lugar, sobre todo, de lo que conocemos mejor. En el caso de Zúñiga, el mundo de la música y el del teatro se los conocía al dedillo, por eso escribía mucho sobre ellos; pero también dominaba el mundo de la medicina y de las enfermedades, y es que sucedía que su único hermano fue médico (higienista) y muchas de sus amistades también. ¿Pudo pasar algo parecido con la vivienda y la construcción? Pues me da a mí que sí, pues estamos casi, casi seguros de que el suegro de Zúñiga, de los Zúñiga, pues Juan y Enrique tenían el mismo (estaban casados con dos hermanas) era arquitecto.

Por esos años vivían juntos (en un mismo edificio) Juan y Enrique, y junto a ellos aparece un tal Manuel Maffei Rosal, de profesión arquitecto, que bien podía ser el padre de Aurora (media naranja de Juan) y Consuelo (media naranja de Enrique) Maffei Gómez. Estas dos mozas bien entendidas de música también. Tema este, el de la música, que no puede dejar de sacar a relucir Zúñiga en este nuevo texto; lo lleva en la sangre.

Así, hablar del piano forte con el que aprovecha a hacer un juego de palabras, es hablar de uno de los primeros nombres con los que se designaba a este afamado instrumento musical. El nombre de “fortepiano” —¡oh curiosidades de la vida! — se debe a un tal Scipione Maffei, que vivió en Italia hacia 1711. Hay algo más, sin duda.

Y citar el tango del cangrejo y ponerlo en boca de las criadas, es algo más que una simple construcción literaria. El tango que lleva ese nombre se estrenó ese mismo año 1904, dentro de un sainete lírico de nombre El Mozo Crúo, y alcanzó tanta popularidad que tuvo que ser prohibida pues arremetía contra el gobierno y la Iglesia. Vamos, que no lo cantaban los señoritos.

También cita Zúñiga el himno de Riego que este si que es más conocido por ustedes seguro. Ese himno que lleva el nombre del primer levantamiento liberal español, y al que le han endosado tantas letras que es imposible contarlas. El autor de la música no se sabe con certeza quién fue, pero de la letra, digamos oficial, se dice que fue casi seguro Evaristo Fernández San Miguel, otro prócer revolucionario liberal de 1820, pero que tuvo mejor final que el desgraciado Rafael del Riego. Lo de la regadera pues… otra de Zúñiga.

Su brindis a Madrid, la mención de la calle Válgame Dios, calle que une la de Gravina con la de Augusto Figueroa, lo que es hoy el barrio de Chueca.

No me Chueca podría haber dicho Zúñiga cuando le causa extrañeza algo, pero no, lo que dice es que no le choca, expresión que el que suscribe escuchaba un día sí y otro también a su santa madre, lectora en su infancia de este, voy a decir, aunque a él no le gustaba nada, chispeante escritor.

Darse mucho el tono, darse el pisto, o lo que es lo mismo presumir, darse importancia, son expresiones que apenas se escuchan hoy en día. De Que le lleven a uno los demonios, o los diantres que es lo mismo, que es morirse uno de rabia por algún contratiempo, pues más de lo mismo. 

Un sol de justicia pero sin gracia, es una alusión a la existencia de lo que entonces se llamaba ministerio de Gracia y Justicia. Luego con el tiempo se perdió la gracia, y vaya que sí. Aunque no sé yo… estos días, por si acaso me callo.

Cómo no decir algo del aceite de hígado de bacalao, toda una instrucción en el cuidado nutricional de la infancia de entonces, hoy sustituido por la vitamina D y la famosa omega 3. Y de los emparedados, antecedente de los sándwiches, cuando el pan de molde todavía no estaba en la mente de su creador.  

Personas indinas o indignas, traviesas o descaradas; vecinos con sus pejigueras o sus fastidios y exigencias a cuestas. En fin, otro capítulo más de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga que nos hemos metido en la mochila, capítulo al que invitó a una de las personas más queridas por él, a Vital Aza.

Vital Aza, un santanderino que debía ser todo un armario de cuatro puertas, además de médico, escritor, periodista, poeta, humorista, y que fue quien encaminó al éxito teatral a nuestro Juan, protagonizó, digamos, lo que se dice ahora, un cameo en su pequeña historia. En el hotelito de López, Vital tuvo que entrar en dos veces, una por la mañana y otra por la tarde. Ahí es nada.

Y para terminar, qué me dicen ustedes de estos párrafos: 

«¿Pues dónde me dejan ustedes lo que llama su jardín el buen señor? Realmente se hallan amazacotadas las plantas para que el terreno resulte bien aprovechadito, y llévenme los diantres si en él pude ver nunca más que un rosal, tres lechugas y una enredadera que principia en el quicio de la puerta, da dos vueltas a un farol japonés, y concluye en la criada, que es de Almagro.» 

y «Respecto a la altura de los techos más valdría no hablar. ¡Cómo serán de bajos que para quitarles el polvo tiene la criada que ponerse de cuclillas!»

 Puro humor absurdo del que años después florecería por España de la mano de Tono, Álvaro de la Iglesia, Mihura, y más adelante, ya más de viva voz que por escrito, en las actuaciones de Gila y Tipo y Col, como decíamos ayer, por citar algunos.

Nada más. Hasta la próxima amados nervos, digo..., lectores.


PD. De este trabajo no nos consta que se publicara en la prensa.

Fuentes: 
Archivo y Biblioteca particular. 


Tipos raros. VII. El del orfeón.

  Dedicatoria. —¿Qué te parece Zúñiga si le dedicamos esta entrada del blog a mi hermano Juan y a sus compañeros del orfeón de veteranos d...