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viernes, 5 de julio de 2024

Tipos raros. VI. El romero consecuente

 

Introducción

Este nuevo capítulo de los Tipos raros de Juan Pérez Zúñiga se publicó con anterioridad al libro en el Madrid cómico del 19 de mayo de 1900 y también en la revista Actualidades del 18 de mayo de 1902, pero con el título, en ambas casos de Un romero consecuente.

Un pobre hombre que es fiel a su asistencia anual a la romería más famosa de Madrid, y que por lo tanto es consecuente con sus creencias y devociones, es incluido en la nómina de personas que destacan por sus rarezas. Y eso por qué, pregunté a Zúñiga, y el me atacó diciéndome ¿pero lo has leído, chaval? Sí claro, y por eso creo que, quizá otro adjetivo, pues, igual le hubiera venido mejor al susodicho, con perdón de los perdones.

Pero bueno, lo dejo en la mano de los lectores del blog, por si quieren pronunciarse al respecto.

 

VI. El romero consecuente

Entre los muchos cortesanos y aun forasteros que acuden a la famosa romería de San Isidro, los hay verdaderamente fanáticos, que desde su más tierna infancia van todos los años al lugar de la fiesta, y antes que perderla, perderían la miaja de cabeza que gastan para andar por el mundo.

Verdad es que algunos la pierden en la misma romería.

Pues bien, mi amigo Isidro Romero y Tostón figura entre los más empedernidos entusiastas de la aludida juerga campestre y es digno de ser citado como un modelo de madrileños tradicionalistas.

Nada tendría de extraño que lo fuera, si realmente se divirtiese en la romería; pero lo incomprensible es que jamás regresó de la fiesta sin renegar de ella y sin jurar no volver en su vida a ver las barbas del Santo en su propia salsa, o sea en la ermita donde se le venera.

Pero vuelve, ¡ya lo creo que vuelve!, y cada vez con más afán.

En fin, para juzgar el tipo, baste saber lo que le ocurrió el día de San Isidro del año pasado.

A las seis de la mañana, y en compañía (o mejor dicho, en batallón) de su mujer, su suegra, su cuñada, siete hijos, el novio de la cuñada, un perro de aguas, dos criadas de lo mismo, y llevando además de la familia un dolor de muelas más agudo que un do de pecho, salió de su casa con rumbo a la romería mi buen Romero.

Otro cualquiera, en vista de las circunstancias, hubiera renunciado a las delicias de la fiesta sustituyendo el aguardiente por la creosota y el silbato por el gatillo; mas para que D. Isidro interrumpiera su inveterada costumbre, hubiera sido preciso que aquella mañana se hubiese encontrado en el periodo agónico, cuando menos.

Para llegar pronto a la feria tomaron un ómnibus, en el cual pasaron muchos berrinches. Lo que no pasaron fue el puente de Toledo, como pensaban, pues la rotura del eje de las ruedas les obligó a seguir un pie tras otro el resto del camino, pero no sin tener que rascarse el bolsillo el cabeza de familia y pagar el viaje completo; con lo cual, los partidos por el eje fueron dos: el carruaje y D. Isidro.

A su llegada al lugar de la fiesta, el pobre Romero se encontró con un inglés sumamente grosero, que le saludó con las palabras del ángel… caído, diciéndole:

—D. Isidro, usted tiene mucha familia, pero muy poca vergüenza.

—Señor mío…

—Nada, nada. ¿Le parece a usted bien esto de venir a gastarse lo que me debe en muñecos de barro y en rosquillas tontas?

—Bueno, bueno D. Próspero. Mañana hablaremos.

Mas como el bárbaro del acreedor empleara voces y ademanes descompasados, la gente se arremolinó y la terminación de la inoportuna entrevista fue acompañada por un coro de silbatos y trompetillas capaz de avergonzar al ciudadano más fresco.

Mala compra de rosquillas hizo después don Isidro. Casi todas ellas sabían a aceite de ricino. En cambio, estaban más duras que el corazón del inglés y la tal dureza hubo de producir las consecuencias naturales; muchos dientes de los pequeñuelos y no pocas muelas de los adultos saliéronse de madre y fueron a confundirse con el polvo del piso.

D. Isidro se mercó luego un clásico botijo con el asa llena de verrugas y con un pitorro encantador, cacharro por el cual dio un duro y le devolvieron al hombre dos pesetas, pero completamente falsas.

Siete pitos de los más sonoros fueron recibiendo toda la mañana los resoplidos continuados de los siete retoños en torno del papá, a quien llegó a costarle la broma un sentido, porque le dejaron sordo.

—Yo chero ver el ¡pim, pam, pum! —dijo luego el más chiquitín.

—Yo también— gritaron todos.

Y no hubo más remedio. Penetraron en una tienda destinada a la diversión de tumbar muñecos a pelotazo limpio, y a D. Isidro ¡siempre oportuno!, se le ocurrió decir:

—¡Hombre, cómo se parece a Maura ese moro de la derecha! Mas casualmente le oyó un primo del aludido y le dijo a Romero:

—Usted es quien se parece a un insolente.

—Caballero, yo no le consiento…

Ignoro lo que pasaría entre los dos. Lo cierto es que fue monumental el puntapié que don Isidro recibió en el Pim, pam, pum.

Repuestos del incidente, siguieron su camino, llegaron a la ermita y, como es natural, penetraron en ella para saludar a San Isidro y a su señora, Santa María de la Cabeza; pero fueron víctimas de pisotones, codazos y rasguños, y lo que es peor: el reloj de D. Isidro cambió allí de dueño por arte de magia.

Fuera de sí D. Isidro y fuera del templo toda la familia, dirigiéronse a la pradera famosa; pero no así como se quiera, sino perseguidos siempre por la desgracia, pues entre la apiñada muchedumbre se escabulló Camilín, el penúltimo de los Romeritos, y desapareció de la vista de sus padres. Inútil es decir los apuros que D. Isidro y su gente pasaron hasta que providencialmente dieron con el paradero de su criatura, que estaba con la boca abierta mirando a un hombre que en calzoncillos de punto comía lumbre sobre un tablado, mientras una apreciables tía suya tocaba el bombo, también en paños menores.

Ya en la pradera, se columpiaron los novios y entraron todos a ver las ratas sabias, la mujer gigante y un fenómeno que tenía seis cabezas y le salían los pies por la boca del estómago, dejándose D. Isidro un dineral en la expedición, cosa que, agregada al dolor de muelas, siempre en crescendo le dio muchísimo gusto.

Harto de contrariedades, disponíase a volver al hogar, cuando gritaron los siete vástagos de Romero.

—Papá, queremos desayunarnos.

—Sí, sí—añadió la cuñada.

—¿Y qué vamos a tomar? —preguntó el gorrón del novio.

—¡Leche! —exclamó D. Isidro muy enfadado.

Y con el asentimiento de la esposa y el visto bueno de la suegra y el regocijo de toda la troupe, entraron en una lechería muy maja, formada con lienzos y banderas, en donde varias chulapas servían al público leche de Las Navas «vista ordeñar.»

La familia de Romero, incluso el perro de aguas se atracó de agua de almidón, extraída de unas cabras de guardarropía allí presentes, por cuyo líquido tuvo mi pobre amigo que dar quince pesetas, entre las cuales intentó pasar las dos falsas; pero lo que pasó fue un sofocón terrible; pues una de las camareras, antigua novia suya abandonada por él aprovechó la ocasión para armarle tal escándalo, que por poco van a la prevención todos aquellos sujetos, más sujetos todavía.

Como era natural, agriado el humor de los grandes y de los chicos con tales peripecias, era imposible que la leche le cayera bien a ninguno. Así es que no se hicieron esperar mucho los consiguientes retortijones, trasudores y angustias en todos aquellos vientres hasta entonces puros y tranquilos, teniendo que añadir a tanta desdicha la caída y rotura del botijo de Romero, que quedó despitorrado para siempre.

Cabizbajos, doloridos y saqueados, regresaron al hogar los miembros de la familia de don Isidro, el cual, como todos los años, juró no volver a la romería.

Pero no escarmienta. Este año ha vuelto… Ha vuelto a ser víctima de análogas desventuras.

Y mientras viva no faltará jamás a la fiesta clásica de Madrid.

En fin, dejémosle con su capricho y admiremos en él al héroe de la romería; al mártir de la tradición.


 


Comentarios.

Teatro, música, toros, gracias a sus escritos vamos conociendo los gustos y aficiones de Juan Pérez Zúñiga. Madrileño de pura cepa, nacido en la calle Toledo frente a la Real Colegiata de San Isidro en donde reposan los restos del santo labrador junto a los de su mujer Santa María de la Cabeza, y viviendo encima del café, hoy desparecido, que llevaba el mismo nombre del patrón de Madrid, no pudo menos que sentir algo especial por los festejos que han rodeado y rodearan siempre la celebración del día de San Isidro. Con este telón de fondo, nos narra Zuñi las peripecias de este desventurado romero consecuente, que aprovechamos para señalar como una conquista más para la lista de nombres caricaturescos del autor que seguimos: Isidro Romero y Tostón. Nítida declaración de intenciones: el nombre del santo, participante de la romería, y persona un poco sin sustancia.

Algo tendrán la romería y las fiestas de San Isidro para que, a pesar de las contrariedades, siempre se acabe volviendo a ellas. Y es que son tremendamente familiares, alegremente divertidas y musicales, y repleta de curiosa parafernalia. Los chotis, los botijos, los pitos, las rosquillas tontas y las listas; las atracciones, la mujer gigante, las ratas sabias, el pim pam pum; los parajes de la zona, el puente de Toledo, la campa del santo y por supuesto la ermita. Lugares en los que el bueno de Isidro se tiene que ir rascando el bolsillo, cuando no se lo rasca a él sin que se de cuenta algún pillastre de los que circulan por ahí. O también rincones en los que se topa con su inglés particular, don Próspero, otro nombre para la galería, que le reprocha se gaste el dinero y no le salde la deuda contraída.

Son tantas las desgracias que le pasan al protagonista que al final llegamos a comprender el mensaje de Zúñiga; ¡pero qué personaje más raro este Isidro Romero y Tostón! ¡Madre mía!, verdaderamente cuesta creer que quiera regresar todos los años a la romería si siempre sale escaldado de ella. Aceptamos consecuente, como tipo raro de gente. 

Pero no nos queremos despedir sin repasar como en otras ocasiones algunas de las palabrejas que enriquecen nuestro vocabulario.

Miaja es una palabra sincopada de migaja que viene a significar una menudencia de algo. Sincopar es suspender un sonido dentro de una palabra, y por su sonoridad parecida buscamos la palabras síncope y vemos que se trata de una suspensión súbita y momentánea del corazón que produce pérdida del conocimiento. En las palabras suspendemos sonidos y en el corazón latidos. Curioso.

La creosota es un liquido que se utilizaba para evitar que las carnes y las maderas no se pudrieran. Se sacaba del alquitrán y de un color pardo amarillento y sabor urente (otra palabreja: que escuece, que es abrasivo).

Las costumbres inveteradas son aquellas que vienen de antiguo que están arraigadas entre las gentes.

¡Un berrinche! ¿Quién no ha tenido un berrinche en su infancia? O quien no ha visto a un niño patalear, llorar y chillar que es lo mismo. Pues esta irritación extrema procede del vocablo Verraco que es el señor padre de los cerdos. Como no sea por lo que chillan cuando los sacrificas.

Rascarse el bolsillo ya habrán adivinado que es arañar con la mano buscando las monedas y billetes para tener que pagar algo, un poco a regañadientes, de mal gana.

Las carretas y los automóviles pueden sufrir la rotura de un eje, haciendo que las ruedas vayan cada una por un lado, pues bien, a las personas también nos pueden partir por el eje, esto es, dejarnos partidos en lo que estábamos haciendo, paralizando nuestro entusiasmo, nuestra carrera, nuestra afición por algo, tirados, pero recuperables.

El Ángel caído es el demonio; el inglés el acreedor, y salirse de madre pasarse de lo que habitualmente hacemos, aunque en el texto Zúñiga lo utiliza como desparrame o desbordamiento de las muelas.

El Aceite de ricino es algo que asusta, dada su utilización como purgante, así que unas rosquillas con ese sabor, pues, como alguna clase de seta...mejor a la cuneta, no vaya a ser que nos vayamos de vareta (suframos una diarrea).

De las rosquillas también nos dice que pueden estar duras y las compara con el corazón de los ingleses (acreedores) nada dados a dejarse ablandar la víscera cordial para que perdonen las deudas.

Los trasudores son sudores tenues y leves; una troupe, un grupo de personas que van juntas o que actúan de manera similar.

Se dice que una cosa es de guardarropía cuando aparenta, de forma ostentosa, lo que no es. En este caso ¡unas cabras! ¿Pues qué eran? Y encima de ellas se extraía agua de almidón, que no encuentro lo que es.

Las chulapas servían leche de Las Navas (del Marqués), muy famosas y conocidas y que solían venderse en el apeadero del ferrocarril de aquella población a los viajeros que descendían a estirar las piernas camino de Ávila. De esa leche nos dice Zúñiga era servida «vista ordeñar» expresión que viene a dar a entender que iba prácticamente de la ubre al vaso.  

Para acabar, ese botijo del romero señor Romero, instrumento que no puede faltar en el repertorio de utensilios del día de San Isidro, ese botijo, digo, que se cae y se queda despitorrado, perdiendo el tubito por donde se escancia el agua hacia la boca, nos está hablando más del mundo taurino, pues despitorrado es para la RAE el toro que tiene rota una o las dos astas, pero conservando siempre en ellas algo de punta, y no nos dice nada, pero nada, de los botijos.

 Esperando no haberles cansado en demasía, se despide hasta la próxima:

El inda de Zuñi. 

domingo, 30 de junio de 2024

Tipos raros. II.- La musicófoba

 

La musicófoba, el segundo ejemplar de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga, se publicó el 16 de marzo de 1902 en la revista Pluma y lápiz, semanario hispano-americano de literatura y arte (Barcelona 1900), pero con el título de Musicofobia.

Hoy por hoy ni musicofobia, ni musicófoba, son palabras que estén recogidas en el diccionario de la lengua española, pero es evidente y clara la intencionalidad de encontrar en ellas la expresión de una aversión exagerada (fobia) hacia la música. Un musicófobo o una musicófoba serán aquellas personas que se revuelven de asco al escuchar cualquier tipo de música. Tampoco existe melofobia que bien podría contrarrestar a la conocida melomanía, digo yo.

En este segundo episodio Zúñiga escoge a una mujer como protagonista y la lleva a un mundo que él conoce a la perfección, al maravilloso universo de la música.

Juan Pérez Zúñiga gozó de la suerte de aprender solfeo desde bien pequeñito y ello gracias al buen hacer de su maestro que no fue otro que su tío Juan Pérez Lanuza, concertino en el teatro Real, violinista primero de la orquesta y encargado, en buena lógica, de ejecutar los solos en los conciertos. De estas clases salió un joven músico en ciernes y un entusiasta tañedor del violín, como no pudo ser de otra manera.

Aprovechando sus conocimientos musicales el bueno de don Juan nos describe un personaje que no para de sufrir al verse acosado por las múltiples ocasiones que le entra en su cabecita alguna palabra, objeto, persona o circunstancia que le recuerde en algo su enfermiza obsesión contra todo lo que suene, nunca mejor dicho, a música.

Zúñiga, fiel a su filosofía festiva de la literatura, no falta a su cita de bautizar con intencionalidad a sus personajes. Así, su musicófoba no podía menos que llamarse de la manera que ha elegido: doña Blanca Puntillo de Vals. Tres términos que aluden al vocabulario musical, como podrán comprobar ustedes si pierden algunos segundos entre los párrafos de esta lectura.

Tampoco va a dejar pasar la ocasión nuestro autor festivo de señalar alguna que otra figura histórica o contemporánea de la nómina de músicos egregios. Así, cita a los ya fallecidos entonces Beethoven, Rossini y Wagner, y a sus buenos amigos de esos días Federico Chueca y Joaquín “Quinito” Valverde. El primero de ellos alcanzó fama, entre otras cosas, por la famosa revista cómico-lírica titulada La Gran Vía, en colaboración, precisamente con el padre de Quinito Valverde, autor este, entre otras canciones, de la conocida canción “clavelitos”, que poca gente no conocerá. Al menos, creo yo, entre los de mi generación. Y también, casi me lo dejo, cita a Arrieta, compositor que hizo mucho por consolidar el género de la Zarzuela.

No deja fuera Zúñiga de su lista de músicos famosos al bíblico rey David, sí, el de la famosa pedrada a Goliat, que además de liderar a los israelitas contra los filisteos, fue músico y poeta y conocido por su Libro de los Salmos o Salterio.

Es amplio el vocabulario musical que emplea Zúñiga en esta corta narración y no les voy a cansar enumerando todos los vocablos. Sí debo destacar alguno de ellos, como por ejemplo “piporrazo”, palabro que es, según María Moliner, el aumentativo de pipo, sinónimo de Bajón, instrumento musical de viento antecesor del fagot y que se utilizaba sobre todo para interpretar música sacra.

Hago un momento de parón para dar paso al texto y acto seguido comentaré alguna otra curiosidad encontrada.

 


II.- La musicófoba

Doña Blanca Puntillo de Vals era una señora particularísima. La música no era para ella como lo es para otros, «el ruido que menos incomoda»- Era, por el contrario, el ruido más insoportable. Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven, considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el rey David, hasta Quinito Valverde.

Cuando tenía que buscar cuarto, lo primero que hacía era preguntar a las porteras:

—¿Hay algún piano en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?

Y si le daban contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, recordándole las de Bach, le inspiraban horror.

No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto.

Una vez se vio comprometida para asistir a un funeral, y por poco se derrumba sobre un capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los introdujo en ambos oídos a muerte o a vida.

Doña Blanca ha tenido pretendientes inmejorables. Pero los ha rechazado a todos, por no verse en la musical precisión de dar el . Y no parecía sino que la Providencia iba escogiéndolos para el caso entre los más musicales que andaban por el mundo. [En 1902 no escribe “por el mundo”.]

A uno le despreció, porque se apellidaba Calderón. A otro porque era de la escala de reserva. A este, porque era un señor de muchas campanillas. Al de más allá, porque era aficionado a las dulzainas.

Y de haber querido casarse, lo hubiera hecho inmediatamente. ¡Nada de compases de espera! Por de contado que ella y el favorecido no hubieran podido estar acordes jamás.

Prohibió a sus amigos periodistas que bajo ningún pretexto le tributasen alabanzas. ¡Bonita era ella para consentir que la diesen un bombo!

Despidió a varias criadas, ¿saben ustedes por qué? No por las trastadas que le hicieran, sino porque luego ante su presencia solían mostrase con-fusas, y, sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos. [En 1902 no escribe: “sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos.”]

Tuvo el valor de no rezar jamás por su difunta madre… ¿por qué, dirán ustedes?... Porque se llamaba Tecla. Y se separó de sus hermanas, porque una tocaba el violón con frecuencia y otra era sorda y necesitaba que le hablasen con trompetilla.

Aunque las cosas del mundo le interesaban poco, se guardaba muy bien de decir que le importaban tres pitos.

Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!

Cierto día en que necesitaba comprar una mantilla, la recomendé el establecimiento de mi amigo Cabezón. ¡nunca lo hubiera hecho! Al saber que el comerciante se llamaba Eustaquio, se acordó de la trompa y cayó desmayada, precisamente en la calle de Arrieta, teniendo unos guardias que llevarla con trabajo a su domicilio. (Por supuesto que si se entera que la llevaban con-trabajo, vuelve a desmayarse).

No se trató nunca con los parientes que tenía en Madrid, solo porque unos habitaban en la travesía del Conservatorio y otros en el pasaje de Murga.

Vivió anti musicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto que la dio su cocinera presentándola un timbal de macarrones; quedó muy delicada y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal residía en un órgano, murió de pesadumbre.

Conocido todo esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no lo es, la tal doña Blanca Puntillo de Vals, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que firmara con sus musicales nombres. [En 1902: “…la tal señora doña Blanca…]

Después de su fallecimiento he sabido únicamente dos cosas; que el horror a la música tenía por causa lo mucho que su padre le había solfeado; y que, una vez muerta, los herederos se desquitaron haciéndola unos funerales de tres bemoles.

 

Ya estoy aquí de nuevo, espero que hayan disfrutado con la musicófoba de Zúñiga.

Como decía, me quedan algunas expresiones que comentar en relación con el mundo musical en el que nos sumerge nuestro amigo Juan. Frases como “importarles a alguien algo tres pitos” o un pito, que también es válida, con lo que dejamos claro que esa cosa no nos importa absolutamente nada; tener algo bemoles o tres bemoles que usamos para remarcar la dificultad o la importancia de alguna circunstancia o hecho en concreto; el verbo solfear, que además de significar el acto de cantar algo con señalamiento de las notas, nos viene a indicar también el acto de zurrar con golpes o reprender con palabras a alguien. La expresión “estar hecho alguien una gaita” no la vemos en el diccionario de la RAE; lo más parecido es “estar alguien de gaita” que es todo lo contrario a lo que Zúñiga nos quiere llevar, pues es estar alegre y contento; sin embargo, a solas, una gaita es una cosa molesta, fastidiosa.

El timbal de macarrones, algo que yo desconocía y que invito a los amantes de la cocina investiguen su origen y procedencia, y los caramelos de los Alpes, antecedente de los actuales Ricola, son dos graciosas curiosidades, desde mi punto de vista.

Uno de los aspectos más entrañables que tienen las historias de Zúñiga son las referencias a lugares de Madrid. En este caso de la mujer que siente fobia por la música nos cita La travesía del Conservatorio y el Pasaje de Murga, lógicamente sendas alusiones al mundo musical, una en sentido, digamos más serio, pues se trata del establecimiento en donde se enseña la música, y el otro, algo más en broma, pues hace referencia al conjunto de músicos pésimos que toca a las puertas de las casas en busca de algún premio. Pero ambas son también, como he dicho, lugares de nuestro Madrid del alma.

La Travesía del Conservatorio ya no existe, desapareció al construirse la Gran Vía, y se llamó así por estar en ella el primer Conservatorio de Música de la capital. Estaba próximo a lo que es hoy la Plaza de España.

El Pasaje de Murga es un corredor entre casas que va desde la calle de la Montera a la de las Tres Cruces. Se le conoce también como Pasaje Comercial pues en él se encuentran numerosos comercios y el nombre, aunque Zúñiga lo cita con clara intencionalidad musical hace alusión a Mateo de Murga Michelena la persona que lo mandó construir.

Para terminar nuestra indagación de hoy, tenemos que reconocer que nos quedamos sin saber dos cosas y, que como siempre, lo dejamos ahí por si alguno de los lectores se ha topado alguna vez con lo que yo no consigo averiguar.

Esa alusión al macho de la retreta de la que no tengo ni pajolera idea a qué se puede referir, (Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!)

Y en la frase “No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto”, en donde no encuentro qué relación puede haber entre los sextetos y que te siente mal la cena.

Ahí lo dejo. Gracias por su paciencia. 

 


Pd. Como en el anterior capítulo, el dibujo con el que se acompañó el texto en el libro corresponde a Zuñiguita (Julio Pérez Maffei) y en este caso, los dibujos insertos en la historia publicada en Pluma y lápiz, fueron de Teodoro Gascón Baquero (1853-1926), farmacéutico e ilustrador español.

 

Fuentes.

::: MEMORIA DE MADRID :::,

PASAJE DE MURGA O PASAJE DEL COMERCIO. (antiguoscafesdemadrid.com).

Wikipedia.

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Biblioteca Particular. 

Tipos raros. VII. El del orfeón.

  Dedicatoria. —¿Qué te parece Zúñiga si le dedicamos esta entrada del blog a mi hermano Juan y a sus compañeros del orfeón de veteranos d...