domingo, 30 de junio de 2024

Tipos raros. II.- La musicófoba

 

La musicófoba, el segundo ejemplar de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga, se publicó el 16 de marzo de 1902 en la revista Pluma y lápiz, semanario hispano-americano de literatura y arte (Barcelona 1900), pero con el título de Musicofobia.

Hoy por hoy ni musicofobia, ni musicófoba, son palabras que estén recogidas en el diccionario de la lengua española, pero es evidente y clara la intencionalidad de encontrar en ellas la expresión de una aversión exagerada (fobia) hacia la música. Un musicófobo o una musicófoba serán aquellas personas que se revuelven de asco al escuchar cualquier tipo de música. Tampoco existe melofobia que bien podría contrarrestar a la conocida melomanía, digo yo.

En este segundo episodio Zúñiga escoge a una mujer como protagonista y la lleva a un mundo que él conoce a la perfección, al maravilloso universo de la música.

Juan Pérez Zúñiga gozó de la suerte de aprender solfeo desde bien pequeñito y ello gracias al buen hacer de su maestro que no fue otro que su tío Juan Pérez Lanuza, concertino en el teatro Real, violinista primero de la orquesta y encargado, en buena lógica, de ejecutar los solos en los conciertos. De estas clases salió un joven músico en ciernes y un entusiasta tañedor del violín, como no pudo ser de otra manera.

Aprovechando sus conocimientos musicales el bueno de don Juan nos describe un personaje que no para de sufrir al verse acosado por las múltiples ocasiones que le entra en su cabecita alguna palabra, objeto, persona o circunstancia que le recuerde en algo su enfermiza obsesión contra todo lo que suene, nunca mejor dicho, a música.

Zúñiga, fiel a su filosofía festiva de la literatura, no falta a su cita de bautizar con intencionalidad a sus personajes. Así, su musicófoba no podía menos que llamarse de la manera que ha elegido: doña Blanca Puntillo de Vals. Tres términos que aluden al vocabulario musical, como podrán comprobar ustedes si pierden algunos segundos entre los párrafos de esta lectura.

Tampoco va a dejar pasar la ocasión nuestro autor festivo de señalar alguna que otra figura histórica o contemporánea de la nómina de músicos egregios. Así, cita a los ya fallecidos entonces Beethoven, Rossini y Wagner, y a sus buenos amigos de esos días Federico Chueca y Joaquín “Quinito” Valverde. El primero de ellos alcanzó fama, entre otras cosas, por la famosa revista cómico-lírica titulada La Gran Vía, en colaboración, precisamente con el padre de Quinito Valverde, autor este, entre otras canciones, de la conocida canción “clavelitos”, que poca gente no conocerá. Al menos, creo yo, entre los de mi generación. Y también, casi me lo dejo, cita a Arrieta, compositor que hizo mucho por consolidar el género de la Zarzuela.

No deja fuera Zúñiga de su lista de músicos famosos al bíblico rey David, sí, el de la famosa pedrada a Goliat, que además de liderar a los israelitas contra los filisteos, fue músico y poeta y conocido por su Libro de los Salmos o Salterio.

Es amplio el vocabulario musical que emplea Zúñiga en esta corta narración y no les voy a cansar enumerando todos los vocablos. Sí debo destacar alguno de ellos, como por ejemplo “piporrazo”, palabro que es, según María Moliner, el aumentativo de pipo, sinónimo de Bajón, instrumento musical de viento antecesor del fagot y que se utilizaba sobre todo para interpretar música sacra.

Hago un momento de parón para dar paso al texto y acto seguido comentaré alguna otra curiosidad encontrada.

 


II.- La musicófoba

Doña Blanca Puntillo de Vals era una señora particularísima. La música no era para ella como lo es para otros, «el ruido que menos incomoda»- Era, por el contrario, el ruido más insoportable. Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven, considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el rey David, hasta Quinito Valverde.

Cuando tenía que buscar cuarto, lo primero que hacía era preguntar a las porteras:

—¿Hay algún piano en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?

Y si le daban contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, recordándole las de Bach, le inspiraban horror.

No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto.

Una vez se vio comprometida para asistir a un funeral, y por poco se derrumba sobre un capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los introdujo en ambos oídos a muerte o a vida.

Doña Blanca ha tenido pretendientes inmejorables. Pero los ha rechazado a todos, por no verse en la musical precisión de dar el . Y no parecía sino que la Providencia iba escogiéndolos para el caso entre los más musicales que andaban por el mundo. [En 1902 no escribe “por el mundo”.]

A uno le despreció, porque se apellidaba Calderón. A otro porque era de la escala de reserva. A este, porque era un señor de muchas campanillas. Al de más allá, porque era aficionado a las dulzainas.

Y de haber querido casarse, lo hubiera hecho inmediatamente. ¡Nada de compases de espera! Por de contado que ella y el favorecido no hubieran podido estar acordes jamás.

Prohibió a sus amigos periodistas que bajo ningún pretexto le tributasen alabanzas. ¡Bonita era ella para consentir que la diesen un bombo!

Despidió a varias criadas, ¿saben ustedes por qué? No por las trastadas que le hicieran, sino porque luego ante su presencia solían mostrase con-fusas, y, sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos. [En 1902 no escribe: “sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos.”]

Tuvo el valor de no rezar jamás por su difunta madre… ¿por qué, dirán ustedes?... Porque se llamaba Tecla. Y se separó de sus hermanas, porque una tocaba el violón con frecuencia y otra era sorda y necesitaba que le hablasen con trompetilla.

Aunque las cosas del mundo le interesaban poco, se guardaba muy bien de decir que le importaban tres pitos.

Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!

Cierto día en que necesitaba comprar una mantilla, la recomendé el establecimiento de mi amigo Cabezón. ¡nunca lo hubiera hecho! Al saber que el comerciante se llamaba Eustaquio, se acordó de la trompa y cayó desmayada, precisamente en la calle de Arrieta, teniendo unos guardias que llevarla con trabajo a su domicilio. (Por supuesto que si se entera que la llevaban con-trabajo, vuelve a desmayarse).

No se trató nunca con los parientes que tenía en Madrid, solo porque unos habitaban en la travesía del Conservatorio y otros en el pasaje de Murga.

Vivió anti musicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto que la dio su cocinera presentándola un timbal de macarrones; quedó muy delicada y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal residía en un órgano, murió de pesadumbre.

Conocido todo esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no lo es, la tal doña Blanca Puntillo de Vals, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que firmara con sus musicales nombres. [En 1902: “…la tal señora doña Blanca…]

Después de su fallecimiento he sabido únicamente dos cosas; que el horror a la música tenía por causa lo mucho que su padre le había solfeado; y que, una vez muerta, los herederos se desquitaron haciéndola unos funerales de tres bemoles.

 

Ya estoy aquí de nuevo, espero que hayan disfrutado con la musicófoba de Zúñiga.

Como decía, me quedan algunas expresiones que comentar en relación con el mundo musical en el que nos sumerge nuestro amigo Juan. Frases como “importarles a alguien algo tres pitos” o un pito, que también es válida, con lo que dejamos claro que esa cosa no nos importa absolutamente nada; tener algo bemoles o tres bemoles que usamos para remarcar la dificultad o la importancia de alguna circunstancia o hecho en concreto; el verbo solfear, que además de significar el acto de cantar algo con señalamiento de las notas, nos viene a indicar también el acto de zurrar con golpes o reprender con palabras a alguien. La expresión “estar hecho alguien una gaita” no la vemos en el diccionario de la RAE; lo más parecido es “estar alguien de gaita” que es todo lo contrario a lo que Zúñiga nos quiere llevar, pues es estar alegre y contento; sin embargo, a solas, una gaita es una cosa molesta, fastidiosa.

El timbal de macarrones, algo que yo desconocía y que invito a los amantes de la cocina investiguen su origen y procedencia, y los caramelos de los Alpes, antecedente de los actuales Ricola, son dos graciosas curiosidades, desde mi punto de vista.

Uno de los aspectos más entrañables que tienen las historias de Zúñiga son las referencias a lugares de Madrid. En este caso de la mujer que siente fobia por la música nos cita La travesía del Conservatorio y el Pasaje de Murga, lógicamente sendas alusiones al mundo musical, una en sentido, digamos más serio, pues se trata del establecimiento en donde se enseña la música, y el otro, algo más en broma, pues hace referencia al conjunto de músicos pésimos que toca a las puertas de las casas en busca de algún premio. Pero ambas son también, como he dicho, lugares de nuestro Madrid del alma.

La Travesía del Conservatorio ya no existe, desapareció al construirse la Gran Vía, y se llamó así por estar en ella el primer Conservatorio de Música de la capital. Estaba próximo a lo que es hoy la Plaza de España.

El Pasaje de Murga es un corredor entre casas que va desde la calle de la Montera a la de las Tres Cruces. Se le conoce también como Pasaje Comercial pues en él se encuentran numerosos comercios y el nombre, aunque Zúñiga lo cita con clara intencionalidad musical hace alusión a Mateo de Murga Michelena la persona que lo mandó construir.

Para terminar nuestra indagación de hoy, tenemos que reconocer que nos quedamos sin saber dos cosas y, que como siempre, lo dejamos ahí por si alguno de los lectores se ha topado alguna vez con lo que yo no consigo averiguar.

Esa alusión al macho de la retreta de la que no tengo ni pajolera idea a qué se puede referir, (Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!)

Y en la frase “No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto”, en donde no encuentro qué relación puede haber entre los sextetos y que te siente mal la cena.

Ahí lo dejo. Gracias por su paciencia. 

 


Pd. Como en el anterior capítulo, el dibujo con el que se acompañó el texto en el libro corresponde a Zuñiguita (Julio Pérez Maffei) y en este caso, los dibujos insertos en la historia publicada en Pluma y lápiz, fueron de Teodoro Gascón Baquero (1853-1926), farmacéutico e ilustrador español.

 

Fuentes.

::: MEMORIA DE MADRID :::,

PASAJE DE MURGA O PASAJE DEL COMERCIO. (antiguoscafesdemadrid.com).

Wikipedia.

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Biblioteca Particular. 

7 comentarios:

  1. Que divertido, me he reído mucho! Maruja.

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  2. Como siempre, muy curioso y divertido

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  3. Qué gracioso el lenguaje!!!

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  4. Como siempre, muy entretenido y divertido. Muchas gracias por hacernos pasar un buen rato . Picu

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  5. Interesante la proposición del término “melofobia” frente a “melomanía”. Por otra parte, hay alguna relación entre “piporrazo” y “despiporre”??? Gracia P.

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  6. Cada vez más entretenido este Perez Zúñiga y cada vez más interesantes tu despiece del texto y tus eruditas explicaciones. Estas hecho un prolífico intelectual.

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