sábado, 29 de junio de 2024

Tipos raros. I.- El tonto de capirote

 

Dibujo de Zuñiguita, para Tipos raros

El primer relato de Tipos raros se publicó en la revista Iris el 18 de mayo de 1901, unos cuatro años antes de la publicación del libro. España vive bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo Lorena desde la muerte de su marido el rey Alfonso XII, el 25 de noviembre de 1885. A los pocos meses, en mayo del año siguiente nace, el que llegará a ser Alfonso XIII.

María Cristina había tenido anteriormente dos hijas: María de las Mercedes (1880), que pasó a ser la princesa de Asturias, y la infanta María Teresa (1882). Alfonso XIII (1886) nunca fue príncipe de Asturias, fue rey desde la cuna, ejerciendo la regencia su madre hasta que cumplió los dieciséis años, esto es, en 1902. Su hermana María de las Mercedes continuó siendo princesa de Asturias hasta su fallecimiento el 17 de octubre de 1904 y su sustituto en ese título sería el primer hijo de Alfonso XIII el 10 de mayo de 1907.

Podemos decir, pues, tras estas puntualizaciones históricas que El tonto de capirote se escribió durante la Regencia y el libro Tipos raros se publicó reinando de manera efectiva Alfonso XIII.

Sirva este preámbulo para entender algunas de los comentarios que haremos al final.

En 1901 el texto iba acompañado de tres ilustraciones de Rojas, que suponemos se trate de Pedro de Rojas (Sevilla, 1873-Buenos Aires, 1947), dibujos que dan mucha más prestancia al texto que los que en 1904 aportó el propio hijo de Zúñiga.

No esperemos más y pasemos a la transcripción del texto. 

I

El tonto de capirote. [En 1901 el título fue Un tonto de Capirote].

Era noche de moda en el Teatro Español.

Un amigo mío, sumamente guasón, entró en nuestro palco, acompañado de cierto joven archi-cursi, y encarándose conmigo me dijo:

[Estas primeras líneas cambian. En 1901 escribe: Terminábase el tercer acto del famoso drama Electra en el Teatro Español. Aun resonaban en la sala los aplausos de la concurrencia que aquella noche —lunes de moda—ocupaba el coliseo, cuando un amigo sumamente guasón entró en nuestro palco, acompañado de cierto joven archi-cursi, y encarándose conmigo me dijo…]

—¿No te prometí que en cuanto hubiera oportunidad te presentaría a mi amigo Canuto Chapuzón? Pues aquí le tienes.

Adelantóse el aludido joven, sonriendo como un idiota, y tras breve saludo, que por lo ridículo me confirmó en la idea que de aquel tipo me habían dado, tomó Canuto asiento en el centro del palco, desde cuyo sitio podía exhibirnos perfectamente su flamante indumentaria.

Esta era, entre otras varias tonterías, el flaco de Chapuzón.

El entreacto transcurrió rápidamente para mí y para mis amigos, que se consagraron durante un cuarto de hora a ponerme de manifiesto las prendas de Chapuzón, no sin que este se pusiera más colorado que un pimiento morrongo (como dice mi cocinera, que es de Hormatorcida de Abajo).

—Fíjate, Juan, en esa corbata del amigo Canuto—me dijo uno de mis compañeros—¿La ves? Pues la fabricaron en París para él solo.

—Sí, señor; me la compré en el Petrán— añadió el interesado. [En 1901: dijo el interesado]

—¡Ah! ¿En el Printemps? ¡Es preciosa! —le dije yo.

—Pues tiene otra igual el Príncipe de Asturias—añadió el engomado joven. [En 1901: Pues tiene otra igual el nuevo Príncipe de Asturias]

—Me alegro tanto—repuse yo.

—Hombre; enséñele usted los calzoncillos a Zúñiga—dijo otro de los amigos—Cosa de más novedad no es imaginable.

—Con mucho gusto—dijo Chapuzón.

Y poniendo una pierna sobre una silla del palco, nos mostró unos calzoncillos tornasolados que producían mareos, y por puro recato no me enseñó la parte superior y posterior de la prenda; pero me aseguró que allí, como última palabra de la moda, llevaba estampado su retrato y algunos datos de su biografía.

—¿Qué tal? —me preguntaron los amigos.

—¡Soberbia prenda! —respondí todo asombrado.

—Pues mire usted—dijo Chapuzón, —me la compré en Londres a fin de Octubre, cuando tuve que ir a un negocio de un tío mío, que por parte de padre era hermano de leche de la Reina Victoria (que en gloria esté).

—Por muchos años.

—Por cierto que en aquella ocasión, ¿cuánto dirán ustedes que llevé encima para el negocio inglés? ¡Veinte mil libras!

—¡Pues ya se necesita resistencia! —dijo uno.

—¡Buen exceso de peso pagaría usted; porque solo conceden treinta kilos en el ferrocarril…!

—Me refiero, señores, a las libras esterlinas. Pues bien; le vi unos calzoncillos iguales al obispo de Escocia, yendo con él en coche por el paso de Calais, y a los cuatro días me había yo comprado seis docenas, ¡un dineral, amigos míos!

—¿De modo que usted no compra nada en España? —le pregunté.

—¡Oh, no! Todo está aquí demodé. Nuestras industrias van a remolque de las extranjeras. Por eso compro todo en el extranjero. ¿Ve usted ese sombrero? Pues es de Versalles. ¿Ve usted este bastón? Pues es de Berlín. ¿Ve usted este traje? Pues es de lana dulce. Yo me compro en Turquía las cafeteras rusas, en Rusia las toallas turcas, en Nápoles las corbatas escocesas y en Escocia las napolitanas de chocolate. En Roma me compré hace dos meses una americana y en América una romana.

—¿Una romana?

—Sí, para pesar. Fue un encargo de mis parientes los de San Baudilio de Llobregat.

—También ha vivido Chapuzón en Constantinopla—añadió otro de los presentes.

—¡Ya lo creo! —dijo Canuto entusiasmado.

—Viví frente a la Puerta Otomana, tan enfrente, que estando abierta, se veía desde mi casa todo el valle de Andorra. Desde allí pase a Cristianía.

—Allí habrá usted visto el célebre sol de media noche. ¿Quién no ha oído hablar del sol de media noche?

—¡Ah, sí! ¿El son de media noche? —preguntó Chapuzón sin haber entendido bien. —¡Ya lo creo! Por cierto a tales horas resulta un son bastante desagradable…, algo así como el antiguo canto de los serenos.

En esto, el famoso majadero, escamado de nuestras preguntas, dijo que le esperaban en la tertulia del general Peletier, que, según hemos averiguado, no era general, sino particular. Sacó el reloj, y después de decirnos que tenía para andar por casa uno igual al que llevaba Mac-Kinley a las solemnidades, se despidió de nosotros y salió del palco con el bastón agarrado por la contera y con unos guantes dorados a fuego y esmaltados de azul, que también procedían de París, del gran bazar de La Ubre, como él suele decir.

Una vez fuera del teatro el gran Chapuzón, todos mis amigos querían contarme a la vez más hechos, más datos, más circunstancias rarísimas del ilustre necio, y aseguro a ustedes que me dejaron maravillado, pues el tal, ni se había comprado nada en el extranjero, ni en sus viajes había pasado de Guadalajara. A la noche siguiente me lo encontré en el Teatro Real. Tuve la desgracia de que me reconociera, y durante un entreacto me dio en el foyer un cigarro muy chico y una lata muy grande.

—¿Qué le pareció a usted el último drama de Echegaray? [En 1901: el drama de Galdós] —me preguntó, retorciéndose las guías del bigote y poniéndose bizco para mirárselas.

—Hombre, me pareció bien —le respondí— ¿Y a usted?

—A mí… regular. Aquí no saben hacer obras de esas. Para dramas, el que vi yo en San Petersburgo… Creo que era original de un tal Moscou…

No quise oír más, y le dejé solo en el foyer.

Luego supe que había dicho a varios amigos:

—¿Sabéis con quien estuve hablando anoche en el foie-grás del Real? Con Pérez Zúñiga.

Pero lo que no dijo el muy tuno, fue que me había pedido seis pesetas con muchísima reserva.

Me sorprendió el sablazo; pero ¡quién sabe si, dada su manía por lo extranjero, lo hizo para ver siempre en mí, no un español, sino un inglés!

Tal es Canuto Chapuzón. Mis amigos querían que yo le sacase en letras de molde a la vergüenza pública, y con mucho gusto les complazco. ¿Verdad que el tipo lo merece?

[En 1904 termina con esta frase: ¡Si no lo pongo en solfa…reviento.]

                                                        Dibujo de Rojas en revista Iris

Comentarios.

Sí, si lo merece amigo Zúñiga. Es un verdadero tipo raro, sin duda, este Canuto Chapuzón. Otro nombre a tu galería de ilustres nombres inventados. Enorme lista que le hace la competencia a la de los pueblos, que también salieron de tu caletre para regocijo nuestro. Como el de Hormatorcida de Abajo, el de tu cocinera. ¿Y el de Baudilio de Llobregat? Pues no. Este no, Zúñiga. Casi me la cuelas. San Baudilio de Llobregat existe, pero sucede que es más conocido como San Boi de Llobregat.

Muy bien también el título. Tonto de capirote que viene a ser como un tonto doctorado, como nos enseña José María Iribarren en su Porqué de los dichos, tras bucear en el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias. Tonto al que le ponen un bonete puntiagudo en las fiestas, en palabras de Unamuno. Todo un personaje, todo un retrato, más común de lo que se cree.  

Y también, nada extraño que hayas ambientado en el teatro a tu primer ejemplar de la lista de raritos. Fuiste desde el principio de tu vida un hombre dedicado a las tablas, y aunque no llegaste a ser un primer espada, escribiste cosas muy graciosas.

Veamos con más detenimiento con qué nos has enriquecido tras leer esta historia singular.

Nada más empezar ya nos golpeas con algo interesante. Date cuenta Juan que te estamos leyendo 120 años después. Te hablo desde el futuro.

Era noche de moda en el Teatro Español. Nada menos que en el Español, madrileñísimo teatro que todavía sigue en pie y que durante algunos años se llamó Teatro del Príncipe. Bien, ¿pero a qué te refieres con lo de noche de moda? Pues he tenido que buscarlo, ya que no me contestas. Y lo he encontrado (mejor dicho me lo ha encontrado mi buen amigo Pablo Naranjo) en la reseña de un libro titulado Música y noches de moda. Sociedades, cafés y salones domésticos de Murcia en el siglo XIX, de María Esperanza Clares y Clares en donde se dice: «Noches de moda fue una expresión recurrente en el lenguaje periodístico del siglo XIX en alusión al día de la semana en el que el precio de la entrada a los teatros era más cara, pues se dirigía al público acomodado.» Pues ya está, una noche de teatro para los de tu clase Zúñiga, ¿verdad? Pues ya sabemos algo más. Pero parece ser que con el tiempo esta expresión acabó refiriéndose en general a todo tipo de espectáculos cuando los días de mayor público.

El primer adjetivo que le endosas a tu personaje es el de archi-cursi. Hoy en día este elemento compositivo de palabras no se escribe con guion sino todo seguido formando, digamos, una nueva palabra, como el caso de archiduque que se refiere a un cargo por encima del duque, o archisabido, que resalta una cosa que es muy o más que sabida. De esta forma nos haces ver que Canuto es muy, pero que muy cursi. El primero de los cursis por agarrarnos a la etimología griega de archi.

Exhibir su flamante indumentaria, ese es, nos dices, el flaco de Chapuzón. O lo que es lo mismo su mayor afición o su defecto moral, como nos dice la RAE. Nuestro tonto, tu tonto de capirote se pone colorado al oírte a ti y a tus amigos enumerar la prendas que lleva puestas; colorado como un pimiento morrongo, en lugar de un pimiento morrón, una clase de pimiento que destaca sobre las demás por su color rojo más subido. Con lo de morrongo que es una forma de denominar a los gatos, nos señalas lo palurda que es tu cocinera, la de Hormatorcida de Abajo.

Es tu texto una continua burla de este pobre idiota, necio, majadero o tuno, pícaro, o tunante. Tipejo presumido que no sabe ni por donde le vienen los tiros de sus contertulios. Paleto sin igual que llama Petrán a los almacenes parisinos Printemps, ¡pobre primavera de persona!

Nos dice el Canuto de 1904 que la corbata comprada en el Petrán es igual a una que tiene el Príncipe de Asturias, pero el Canuto de 1901, matiza que la tiene igual el nuevo Príncipe de Asturias. Y aquí hay algo que nos despista, ya que como hemos visto curiosamente ni en 1901 ni en 1904 había Príncipe de Asturias, sino princesa.

Hasta los tornasolados calzoncillos enseña Canuto, consiguiendo marearte querido Zúñiga, y tú nos dejas sin saber si con la expresión ¡vaya prenda!, te refieres a la ropa interior o al individuo en general, pues no dejan de ser una “joya” los dos. Por cierto, gayumbos que debían de ser de pernera larga, pues a qué viene eso de poner una pierna sobre la silla para enseñarlos.

Hace negocios nuestro hombre con un hermano de leche de la Reina Victoria, nada más y nada menos, uno al que amamantó la misma ama que a la reina de Inglaterra, ¡ya es para presumir!

Le tomáis el pelo con lo de las libras (pesos) y las monedas inglesas. Y os reis cuando dice que fue con el obispo de Escocia en coche por el paso de Calais, sin poder imaginar siquiera que noventa años después esto se lograría hacer realidad, si bien montando el coche sobre un tren y por un túnel bajo el mar.

Os asombráis de que vuestro tonto no compre en España, de que vea toda nuestra empresa demodé (pasado de moda). De todas las tonterías que suelta, como ese juego de palabras formado con los objetos y los lugares en donde los compra. Esa cita de la Puerta Otomana como si fuera uno capaz de asomarse a ella, e incluso ver desde allí Andorra, cuando se trata de un simbolismo del gobierno del imperio de los otomanos. El sol de media noche (sol que se ve las 24 horas del día) en Cristianía o Christiania, nombre antiguo de la ciudad noruega de Oslo, frase que confunde Chapuzón y cree que se refieren al son de media noche, un soniquete que él compara con el canto de los serenos. ¡las once de la noche y sereno!, frases muy cercanas a mi infancia, quien lo podía pensar.

Una alusión a Mac Kinley que fue el vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, gobernando desde el 4 de marzo de 1897 hasta el 14 de septiembre de 1901 y que pasó a la historia por protagonizar nuestra derrota y hundimiento colonial. Cuando se edita el libro, en 1904, ya era presidente Theodore Roosevelt. Y nueva curiosidad esta con dos de nuestros más insignes literatos: en 1901 habla del drama de Galdós, pero en 1904 lo cambia por Echegaray; no podía ser menos, le acababan de otorgar el Premio Nobel de Literatura.

Sí, Don Juan, con tus lecturas nos divertimos y nos enriquecemos, que nunca es tarde para aprender cosas. Aunque sea a costa de poner en solfa (ridiculizar) personajes tan extravagantes como Canuto Chapuzón, que queda contigo en el foie-gras del teatro trastocando la palabra foyer que es como se denominan también a los vestíbulos o entradas; o que llama a Paris la gran Ubre, en lugar de Urbe. En fin, alguien que te pide prestado dinero, porque así, de esa manera, te convierte en un inglés (así se les llamaba, por esos años, a los acreedores, a los que se les debía algo), por presumir de nuevo de habérselas con lo extranjero.

Nada más querido Zúñiga, nada más queridos lectores, espero no haber sido muy pesado, pero es que este tonto de capirote me ha llegado al alma.

Hasta la próxima.

 

El Inda de Zuñi.

 

Fuentes

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Biblioteca particular.

 

                                                          Dibujo de Rojas en revista Iris

 

  Dibujo de Rojas en revista Iris


7 comentarios:

  1. Genial este tipo raro, Canuto Chapuzón!!...😂. Maribel

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  2. Un personaje genial! Maruja.

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  3. Tipo raro, me dejaste raro, texto muy interesante.

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  4. Siempre se aprende algo nuevo con este señor. Cristianía/Oslo

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  5. Canuto Chapuzón, calzoncillos tornasolados, foie-gras, etc.....tremendo Zúñiga. Nieves

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  6. Muy bueno, Javier. Entretenido y didáctico. Juan/url

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  7. Qué gran sentido del humor y que forma tan inteligente de utilizar el lenguaje. Cada vez que leo algo de Zúñiga, me sorprendo con ese estilo tan original de escribir. Gracias Javier. Fdo. Gracia

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