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viernes, 16 de febrero de 2024

Los epigramas de Zúñiga

 


    Según la Real Academia Española, se entiende por epigrama, dentro de la teoría literaria, aquella composición poética breve en que, con precisión y agudeza, se expresa un motivo por lo común festivo o satírico.

En sus primeros años Juan Pérez Zúñiga prodigó este tipo de literatura, breve en efecto, pero lejos de ser una tarea fácil, como a primera vista puede parecernos. Ya lo deja claro la RAE señalándonos la precisión y la agudeza como dos de sus características definitorias. Precisión en el sentido de ir al grano, y agudeza como muestra del ingenio y la chispa capaz de mostrar lo gracioso.

Vamos a recorrer los Epigramas que Zúñiga escribió hasta finales de 1884, momento en el cual los reúne junto a otras muchas composiciones —publicadas en Madrid cómico— en su primer libro recopilatorio bajo el nombre de Cosas.

El 8 de agosto de 1880, en Madrid cómico, escribe, bajo el nombre de Conato de epigrama, —título que a nuestro parecer denota la humildad del autor por esos días—, lo que sigue:

Una consola tallada

quitaron a Inés Robledo;

y aunque no la importó un bledo,

quedó muy desconsolada.

Será característico de su humor este juego de palabras que lleva a la confusión humorística. Si es lógico pensar que a cualquiera que le quiten o roben algún objeto caiga en una pequeña depresión o pena de la que sea difícil salir o encontrar alivio, con más razón se debe encontrar uno desconsolado si el objeto perdido ha sido una consola. Pero además, no hay que obviar el detalle de que a la tal Inés, le importaba un bledo esa pérdida, lo que da más valor al contraste.  

Este tipo de humor se encuentra en todos los humoristas habidos y por haber desde los tiempos de Zúñiga.

El 31 de octubre de 1880, también en Madrid cómico y como Conato de epigrama, publicó:

Dijo Andrés en Alcalá

a su esposa Basilisa:

“Cuando el tren anda deprisa

echando demonios va”.

Desde entonces la muy pilla

viajar no quiere dejarle,

pues teme que el tren va a echarle

por alguna ventanilla.

     Parecido juego de palabras dando a entender que la tal Basilisa tiene a su marido por un verdadero demonio, ahorrándonos nosotros los sinónimos que se podrían aplicar a semejante calificación, pues son una barbaridad.

El 21 de noviembre de 1880, (Madrid cómico y Conato de epigrama), publica:

Don Severo Percalina

(que era un señor muy severo)

quiso echarme de su casa;

pues me creyó en galanteos

con Paz, su esposa, la cual

también quiso echarme luego.

—¿Pero al fin te echaron ambos?

—No, señor, me echaron ternos.

Aquí vemos dos palabras escritas en cursiva que son las que explican la gracia del epigrama. Ambos, del latín “ambo”, según la RAE, en la lotería vieja, era la suerte favorable y ganancia consiguiente para quien llevaba dos números iguales a los que resultaban premiados. Y ternos, en la misma lotería vieja, era la misma suerte pero en tres números. Y como colofón, el último juego de palabras de Zúñiga consiste en ver la expresión “echar ternos” como lo que significa: amenaza, voto o juramento. Don Severino Percalina y su señora Paz, echaron a nuestro amigo profiriendo amenazas. No es para menos.

El 10 de junio de 1883, en Madrid cómico, junta tres de sus Conatos de epigrama.

Primera:

—¿En dónde vives, Macario?

—En la calle del Calvario…

y con una personilla

que da el opio.

—¿Sí? ¡Canario!

¿Es alguna modistilla?

—No señor; un boticario.

Coloquialmente, según la RAE, dar el opio es embelesar (cautivar los sentidos), por lo que no es extraño que el interlocutor de Macario piense que sea una modistilla la que vive con él, pero va a ser que no. Macario se lo aclara, vive con un boticario, persona que reparte, vende o receta opio en su botica. Debería terminar el epigrama con la misma interjección del amigo o conocido de Macario, con ¡Canario!, pues no había caído en esa posibilidad.

Segunda:

—¡Hermoso piano, señora!

¡Qué rica sonoridad!

¿Es de Pleyel?

—No por cierto;

que hoy por hoy es mío.

—¡Ya!

     He aquí en este caso, a un señor que figuramos se quedará con cara de pasmado detrás de soltar ese ¡Ya!, mezcla de incredulidad y paciencia.

La señora dueña seguramente de un hermoso y ostentoso piano no tenía ni idea de quien era Pleyel (como me pasó a mí, para qué ocultarlo).

Ignace Joseph Pleyel (1757-1831) fue un músico austriaco que en 1809 abrió una fábrica de pianos cuya actividad ha llegado hasta nuestros días.

—¡Qué cosas dice este hombre! ¿Quién será ese Pleyel? No te fastidia con lo que me ha costado el dichoso piano. ¿Qué se habrá creído? —imaginamos a la señora con el rubor en el rostro.

No, por cierto, es otro ejemplo de locución adverbial ya no muy usada. No ciertamente, en verdad, no.

Tercera:

Echándomelas de rico

con la tiple Inés Morales,

le presté en oro mil reales,

de los que aún retiene un pico.

Y aunque canta como un loro,

y aunque da lástima oírla,

no ceso de repetirla

que tiene un piquito de oro.

     Nos lleva Zúñiga otra vez al mundo de la música. Ya conocemos su relación con él. A la tiple Inés Morales (no confundir con Inés Robledo, la desconsolada), cantante de voz aguda, lo que también se suele conocer como soprano, un buen amigo le prestó un día mil reales en oro, de los cuales se dice, alguno todavía conserva, un pico (una parte pequeña), pero aunque el prestamista y amigo, sabe de su pésima calidad cantando, la toma el pelo, recordándola con ironía que tiene un piquito de oro, expresión que la RAE nos define como cualidad de hablar bien, algo no necesariamente relacionado con el cantar, pero Zúñiga, aquí, se toma esa licencia. 

El 22 de junio de 1884, en Madrid cómico, escribe, dentro de una composición titulada Rebañaduras (como diciendo residuos o cosas sueltas que tenía por ahí escritas), este nuevo Conato de epigrama:

Un balazo (y no lo dudo

puesto que lo afirman todos)

partió los codos a un viudo;

y el pobre se quedó mudo…

¡porque hablaba por los codos!

Zúñiga tiene una gran habilidad para versificar, y encuentra palabras en todos los campos léxico-semánticos para conseguir filigranas con sus rimas. Un pobre viudo conocido por hablar por los codos (demasiado), recibe un tiro en las articulaciones de los brazos con los antebrazos, y, ¡Oh maravilla de la ironía!, se queda, en lugar de manco, mudo.

En octubre de 1884 edita, como hemos dicho, el libro titulado “Cosas”. En él recopila muchos de los trabajos que ha publicado en Madrid cómico hasta entonces. Es el caso de los epigramas que acabamos de ver, pero también incluye otros que, o no llegó a publicar o no los hemos encontrado nosotros. Es el caso de los dos que siguen:

Se casó la ronca Amparo

con el bajo don Carmelo;

y hoy con asombro reparo

que ella suele cantar claro

y él pone el grito en el cielo.

Otra maravilla de la ironía y el sarcasmo, la ronca Amparo, con la voz afectada, y poco sonora, se casa con don Carmelo, bajito de condición, y después del casamiento, al parecer, ella recupera la voz pues ahora canta claro, y, él pone el grito en las alturas. Digo yo que se refiere a las inevitables broncas inherentes al matrimonio.

Y por último, la más picarona de todas, que a Zúñiga también le iba ese asunto, esas tintas o matices con doble sentido sensual y sexual.

El amo de Aurora Mora

de trasnochar hace alarde,

se levanta a media tarde

y se acuesta con la aurora.

El señor de la casa, que es lo que en esos día se entendía por amo, no es que viniera de juerga de madrugada, no, es que, según se cuenta, yacía con la criada.

Nada más. Ya hemos visto en lo que se entretenía Zúñiga en la década de los 80 del siglo XIX, entre los 20 y 30 años.

Un mundo perdido, lejano, complicado de entender en nuestros días, pero digno de ser estudiado, pues en él están las raíces de muchas de las cosas que nos suceden hoy.

Hasta siempre.

El inda de Zuñi.

Tipos raros. VII. El del orfeón.

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