En sus
primeros años Juan Pérez Zúñiga prodigó este tipo de literatura, breve en
efecto, pero lejos de ser una tarea fácil, como a primera vista puede parecernos.
Ya lo deja claro la RAE señalándonos la precisión y la agudeza como dos de sus características
definitorias. Precisión en el sentido de ir al grano, y agudeza como muestra
del ingenio y la chispa capaz de mostrar lo gracioso.
Vamos a
recorrer los Epigramas que Zúñiga escribió hasta finales de 1884, momento
en el cual los reúne junto a otras muchas composiciones —publicadas en Madrid
cómico— en su primer libro recopilatorio bajo el nombre de Cosas.
El 8 de agosto
de 1880, en Madrid cómico, escribe, bajo el nombre de Conato de epigrama,
—título que a nuestro parecer denota la humildad del autor por esos días—, lo
que sigue:
Una consola
tallada
quitaron a
Inés Robledo;
y aunque no la
importó un bledo,
quedó muy desconsolada.
Será característico
de su humor este juego de palabras que lleva a la confusión humorística. Si es
lógico pensar que a cualquiera que le quiten o roben algún objeto caiga en una
pequeña depresión o pena de la que sea difícil salir o encontrar alivio, con
más razón se debe encontrar uno desconsolado si el objeto perdido ha
sido una consola. Pero además, no hay que obviar el detalle de que a la
tal Inés, le importaba un bledo esa pérdida, lo que da más valor al contraste.
Este tipo de
humor se encuentra en todos los humoristas habidos y por haber desde los
tiempos de Zúñiga.
El 31 de octubre
de 1880, también en Madrid cómico y como Conato de epigrama,
publicó:
Dijo Andrés en
Alcalá
a su esposa
Basilisa:
“Cuando el
tren anda deprisa
echando
demonios va”.
Desde entonces
la muy pilla
viajar no
quiere dejarle,
pues teme que
el tren va a echarle
por alguna
ventanilla.
El 21 de
noviembre de 1880, (Madrid cómico y Conato de epigrama), publica:
Don Severo
Percalina
(que era un
señor muy severo)
quiso echarme
de su casa;
pues me creyó
en galanteos
con Paz, su
esposa, la cual
también quiso
echarme luego.
—¿Pero al fin
te echaron ambos?
—No, señor, me
echaron ternos.
Aquí vemos dos palabras escritas en cursiva que son las que explican la gracia del epigrama. Ambos, del latín “ambo”, según la RAE, en la lotería vieja, era la suerte favorable y ganancia consiguiente para quien llevaba dos números iguales a los que resultaban premiados. Y ternos, en la misma lotería vieja, era la misma suerte pero en tres números. Y como colofón, el último juego de palabras de Zúñiga consiste en ver la expresión “echar ternos” como lo que significa: amenaza, voto o juramento. Don Severino Percalina y su señora Paz, echaron a nuestro amigo profiriendo amenazas. No es para menos.
El 10 de junio
de 1883, en Madrid cómico, junta tres de sus Conatos de epigrama.
Primera:
—¿En dónde
vives, Macario?
—En la calle
del Calvario…
y con una
personilla
que da el
opio.
—¿Sí?
¡Canario!
¿Es alguna modistilla?
—No señor; un
boticario.
Coloquialmente,
según la RAE, dar el opio es embelesar (cautivar los sentidos), por lo
que no es extraño que el interlocutor de Macario piense que sea una modistilla
la que vive con él, pero va a ser que no. Macario se lo aclara, vive con un
boticario, persona que reparte, vende o receta opio en su botica. Debería terminar
el epigrama con la misma interjección del amigo o conocido de Macario, con ¡Canario!,
pues no había caído en esa posibilidad.
Segunda:
—¡Hermoso
piano, señora!
¡Qué rica
sonoridad!
¿Es de Pleyel?
—No por cierto;
que hoy por
hoy es mío.
—¡Ya!
La señora dueña
seguramente de un hermoso y ostentoso piano no tenía ni idea de quien era Pleyel
(como me pasó a mí, para qué ocultarlo).
Ignace Joseph
Pleyel (1757-1831) fue un músico austriaco que en 1809 abrió una fábrica de
pianos cuya actividad ha llegado hasta nuestros días.
—¡Qué cosas dice
este hombre! ¿Quién será ese Pleyel? No te fastidia con lo que me ha costado el
dichoso piano. ¿Qué se habrá creído? —imaginamos a la señora con el rubor en el
rostro.
No, por cierto, es otro ejemplo de locución adverbial ya no muy usada. No ciertamente, en verdad, no.
Tercera:
Echándomelas de
rico
con la tiple
Inés Morales,
le presté en
oro mil reales,
de los que aún
retiene un pico.
Y aunque canta
como un loro,
y aunque da
lástima oírla,
no ceso de
repetirla
que tiene un piquito
de oro.
El 22 de junio
de 1884, en Madrid cómico, escribe, dentro de una composición titulada Rebañaduras
(como diciendo residuos o cosas sueltas que tenía por ahí escritas), este nuevo
Conato de epigrama:
Un balazo (y
no lo dudo
puesto que lo
afirman todos)
partió los
codos a un viudo;
y el pobre se
quedó mudo…
¡porque hablaba
por los codos!
Zúñiga tiene
una gran habilidad para versificar, y encuentra palabras en todos los campos léxico-semánticos
para conseguir filigranas con sus rimas. Un pobre viudo conocido por hablar
por los codos (demasiado), recibe un tiro en las articulaciones de los
brazos con los antebrazos, y, ¡Oh maravilla de la ironía!, se queda, en lugar
de manco, mudo.
En octubre de
1884 edita, como hemos dicho, el libro titulado “Cosas”. En él recopila muchos
de los trabajos que ha publicado en Madrid cómico hasta entonces. Es el
caso de los epigramas que acabamos de ver, pero también incluye otros que, o no
llegó a publicar o no los hemos encontrado nosotros. Es el caso de los dos que
siguen:
Se casó la
ronca Amparo
con el bajo
don Carmelo;
y hoy con
asombro reparo
que ella suele
cantar claro
y él pone el
grito en el cielo.
Otra maravilla
de la ironía y el sarcasmo, la ronca Amparo, con la voz afectada, y poco
sonora, se casa con don Carmelo, bajito de condición, y después del casamiento,
al parecer, ella recupera la voz pues ahora canta claro, y, él pone el grito en
las alturas. Digo yo que se refiere a las inevitables broncas inherentes al matrimonio.
Y por último, la
más picarona de todas, que a Zúñiga también le iba ese asunto, esas tintas o
matices con doble sentido sensual y sexual.
El amo de
Aurora Mora
de trasnochar
hace alarde,
se levanta a
media tarde
y se acuesta
con la aurora.
El señor de la
casa, que es lo que en esos día se entendía por amo, no es que viniera de juerga
de madrugada, no, es que, según se cuenta, yacía con la criada.
Nada más. Ya
hemos visto en lo que se entretenía Zúñiga en la década de los 80 del siglo XIX,
entre los 20 y 30 años.
Un mundo
perdido, lejano, complicado de entender en nuestros días, pero digno de ser
estudiado, pues en él están las raíces de muchas de las cosas que nos suceden hoy.
Hasta siempre.
El inda de Zuñi.
¡La de Aurora Mora está genial!
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