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sábado, 27 de julio de 2024

Tipos raros. XII.- El amante de las flores

 




Introducción.

En este capítulo Zúñiga riza el rizo regalándonos un texto completamente florido. De la cruz a la fecha concatena toda una serie de nombres relacionados con la floricultura o biología floral para describirnos a un maníaco de las flores, llamado, ¡cómo no!, Jacinto Rosales. El propio Zúñiga destaca en cursiva las palabras que forman parte de esa exposición monotemática de términos para demostrar su destreza buscando originales paralelismos entre la ficción y la realidad.

Lo dicho, todo un derroche de inventiva.

 

XII.- El amante de las flores.

Presento a ustedes a Jacinto Rosales como tipo de primavera raro y curioso.

Hijo de D. Diego Rosales y Doña Hortensia Ramos, nació por Pascua florida en la calle del Clavel, y se trajo al mundo una profunda pasión por las flores.

Hubiera querido que la autora de sus días, en vez de ser una madre culta, hubiera sido una madre selva.

 Tanto él como sus hermanos, Narciso y Floro, se hallaban en estado floreciente, como era natural, cuando yo los conocí. Jacinto era afortunado en todo, y si de ello se alegraba, solo era por bañarse en agua de rosas.

Aunque prefería una amapola a una ama seca, vivía con la nodriza que le crio, a la cual llamaba Peonía desde que la vio casarse con un peón de albañil.

Quien no se casó nunca fue Jacinto. La flor de azahar tuvo el privilegio de inspirarle repulsión, como le hubiera pasado con la siempreviva, o sea la suegra.

Para él no había en la Historia mujer más simpática que Florinda o la Cava.

Su población favorita es Florencia.

Se constipaba frecuentemente solo para que le diesen flores cordiales, pues en su afán por las flores, no le bastaba llevarlas en el ojal o en la mano, sino que también las quería llevar por la parte de adentro.

En vez de comer en un plato comía en un tiesto, y si tenía que batirse no admitía más armas que el florete.

Su manía le llevaba hasta el uso innecesario de los co-lirios, aunque tenía unos ojos que para mí los quisiera.

A sus primos Jenaro y Heliodoro, los llamaba Geranio y Heliotropo, respectivamente, y a su tío Crisanto, Crisantemo.

Sus escritores predilectos eran Ramos Carrión, Flores García y Fernanflor; no leía más periódicos que Flores y Abejas, de Guadalajara, y no iba al teatro como no hicieran El clavel rojo, Flores de un día, La pasionaria, La flor del espino, Azucena, Las flores, Margarita, Claveles dobles o El puñao de rosas, así como no faltó jamás a los famosos bailes de La Magnolia y El Ramillete. Por supuesto, que su espectáculo favorito eran las batallas de flores.

Respecto a la iglesia, no ponía los pies en ellas más que en Mayo, cuando se celebran las Flores de María, ni fue jamás a otra verbena que a la de San Antonio de la Florida.

En cambio era jugador empedernido; pero no le gustaba ser punto, sino banquero, para decir:

—¡Tallo!

El día que no le echaban agua por encima, con una regadera, cantándole a la vez el Himno de Riego, estaba lacio y mustio.

Como es de suponer, iba siempre por la calle echando flores a las mujeres.

Cierto día dijo a una chula:

¡Adiós, alhelí!

¡Adiós, alelao! —le contestó ella.

Lo que no tuvo nunca fue un buen pensamiento.

Y su mayor dicha hubiera sido tenerlos, para haber podido concurrir a los Juegos Florales, y haber llegado a ser personaje de muchas campanillas.

En fin, todo lo relacionaba con las flores, y lo que sentía era no poder tomar el chocolate con tulipanes, y que las zapatillas no tuviesen pétalos, y las pistolas pistilos.

Por último, aunque nuestro hombre era la flor de la maravilla, también le llegó la hora de marchitarse. Le cameló (con una camelia, como es lógico) cierta florista llamada Rosalía Romero; y como quiera que tras dos años de relaciones ella le dejó plantado un Domingo de Ramos, el pobre florimaníaco murió de pena, precisamente en la calle del Florín, y siendo un lila de primer orden.

¿Verdad que es rarísimo el caso de Jacinto Rosales?

 

Comentarios.

Como hemos dicho en la introducción, estamos ante un nuevo derroche de trabajo imaginativo y festivo de Juan Pérez Zúñiga. No hay un solo párrafo en donde no introduzca una referencia al tema central con el que viste la biografía de su personaje.

De golpe y porrazo nos inunda su agenda de nombres ficticios con una buena lista: Jacinto Rosales, Diego Rosales, Hortensia Ramos, Narciso, Floro y Rosalía Romero. Y si no encuentra la flor adecuada, recurre a la transformación oportuna para conseguir su objetivo, como llamar Geranio a Jenaro y Heliotropo a Heliodoro, y Crisantemo a Crisanto.

No olvida su acostumbrado juego del doble sentido de las palabras o el de parangonar conceptos, equiparando la madreselva con la madre culta, las amapolas con las amas secas (mujeres encargadas de cuidar a los niños, no de criarlos, porque entonces estarían amamantándolos y serían amas a secas, no secas.) La peonía, le trae a la cabeza el peón de albañil; del latín pedo-pedonis, soldado de a pie, como los del ajedrez o como ese jornalero sin habilidades especiales que hace lo que puede y va aprendiendo sobre la marcha. La flor del azahar (del árabe zahr: flores), radiantemente blanca que simboliza las virtudes de la novia camino del altar, la elige para decirnos que al bueno de Jacinto el matrimonio le producía repelús. La siempreviva, otro ejemplo, que, ¡oh dios mío!, compara con la suegra, y acudimos al diccionario para asegurarnos y ver que alguien es o está vivo o viva cuando aprovecha las circunstancias y sabe actuar en beneficio propio. ¿Así actúan las suegras? Zúñiga cree que sí, y no un día, sino siempre, siempreviva. El alhelí, con ese alelao (castizo alelado), tonto, lelo, que le espeta cierta chula con la que se cruza un día. Tontuna la de nuestro protagonista que le hace carecer hasta de pensamientos pues le falta tiesto en donde colocarlos, sin duda. Y como en el caso de los nombres si no le viene a la cabeza la relación deseada, la busca por otros derroteros, como en el caso del colirio, palabra que descompone para poder sacar a relucir a esa hermosa flor.  

Queda claro pues que todo lo relaciona con las flores. Cuando halaga a las mujeres echándolas flores, piropeándolas, destacando sus atractivos, como no puede ser de otra manera. Cuidado con eso hoy, Jacintos del mundo, que os pueden quebrar si os pillan con el requiebro. Los juegos florales con los que sueña alcanzar la flor natural del vencedor, pero su cacumen le da para elaborar poca poesía, no logrando ser nunca un personaje de muchas campanillas (de importancia).

Jacinto al principio era feliz, se bañaba en agua de rosas, o en agua rosada, que es lo mismo que decir que se alegraba, y se constipaba adrede por el solo hecho de disfrutar de las flores cordiales, esas que se mezclan en infusión buscando la forma de hacer sudar al enfermo para curarle.

Hasta en el trance de un duelo personal, tira de su pasión el señor Rosales, y elige como arma el florete (arma blanca de hoja larga y flexible; de origen francés) para esgrimir en el esgrima sus habilidades. Como Zúñiga esgrime su ingenio para deleitarnos con estos textos.

Es digno resaltar al personaje citado de Florinda también conocida como la Cava (la prostituta). Una supuesta hija del conde don Julián de Ceuta que mancillada por el rey Rodrigo dio pie, por pura venganza a la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica y la caída del reino visigodo.

Igualmente decir que Fernanflor es el seudónimo como se conocía al escritor, periodista y humorista Isidoro Fernández Florez (1840-1902). Miguel Ramos Carrión, dramaturgo y periodista (1848-1915) y Francisco Flores García (1846-1917), escritor y humorista también son citados en la narración.

Elige Zúñiga un ramillete de obras de teatro para dar más fuerza a su florido texto, obras entre las que destacamos, quizá por ser la que más popularidad alcanzó, la titulada El puñao de rosas. Zarzuela de costumbres andaluzas con música de Ruperto Chapí y libreto de Carlos Arniches y Ramón Asensio Más.

Cita bailes famosos como La Magnolia y El Ramillete, de los que no hemos podido averiguar nada; fiestas como la batalla de las flores, muy extendida por España. Y a una revista para él muy querida, Flores y abejas, de Guadalajara, con la que colaborará durante largos años.  

En la cuestión geográfica Zúñiga nos lleva a la ciudad de Florencia y, de la mano de su verbena del 13 de junio, a la madrileñísima ermita de San Antonio de la Florida, en donde reposan los restos de Francisco de Goya y Lucientes; bueno, el resto de los restos, pues hay que restar la cabeza que no se sabe dónde la pusieron tras su traslado desde Burdeos ciudad en la que murió.

En lo religioso a la Pascua Florida (Domingo de Resurrección) y al mes de la Flores de María (el mes de Mayo).

En lo histórico al Himno de Riego, símbolo del alzamiento que aquel general protagonizó contra el absolutismo de Fernando VII y dio lugar al llamado Trienio Liberal.

Siente no poder tomar el chocolate con tulipanes, las zapatillas con pétalos y las pistolas con pistilos, no logrando, inútil de mí, saber a qué se refiere exactamente, como no sean nombres de las costumbres reposteras de entonces.

De la misma manera se queda fuera de mi alcance dar explicación a esa expresión de ‘Tallo!,     que dice le gustaría soltar siendo banquero y no punto en un juego. Hemos podido averiguar que las expresiones punto y banca pertenecen al juego del bacarrá, un juego de naipes en el que se apuesta sobre la mano ganadora entre el jugador (punto) o la banca (banquero). Pero la expresión ¡tallo!, no sabemos a qué se refiere, a no ser que sea un sinónimo de plantarse utilizado en la época; pero lo curioso es que la banca en este juego no se puede plantar, en todo caso lo haría el jugador (punto)

Quedó claro, para terminar, que nuestro personaje de hoy aparte de un primavera (cándido, simple, fácil de engañar) fue también la flor de la maravilla, pues al igual que esta planta originaria de México, él no pudo menos que marchitarse pronto. Le cameló (¡con una camelia!) una florista que le dejó plantado un Domingo de Ramos. ¡Vaya final! Murió en la calle del Florín siendo un lila (tonto, que balbucea más que habla) de primera, aquel pobre hombre que años atrás había nacido en la calle del Clavel.

Descanse en paz nuestro tipo raro de hoy. No podremos menos que llevarle flores.

 

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