Introducción.
Decimoquinto
episodio de los Tipos raros de Zúñiga, en donde se aborda el tema de los
carnavales y la consiguiente tradición, costumbre o manía de disfrazarse. Los
adultos podemos hacer lo que nos plazca en este tipo de festejos, pero deberían
pedir responsabilidades a esos padres que llevan a sus hijos por ahí como
verdaderos adefesios, mamarrachos o seres ridículos.
XV.- Los que disfrazan al nene.
En la época de
las caretas y de las curdas, de las bromitas y de los bromazos, muchos padres
pierden el juicio, y tienen la rareza de gastarse un sentido en disfrazar a los
inocentes frutos y a las tiernas frutas de su amor, o de lo que sea. Dígalo si
no D. Melitón Aldabilla, portero mayor que fue de un Ministerio, y que, después
de haber servido muchos vasos de agua a mi padre, llegó a constituirse en
casero suyo, por efectos de las vueltas que da el mundo.
La portera
consorte y su marido sostenían el diálogo siguiente, ocho días antes del
advenimiento del Carnaval:
—Melitón, es
preciso que este año vistamos a nuestro Faustito de cualquier cosa.
—¿De cualquier
cosa? No me gusta ese traje, Petra.
—Quiero
decirte que le vestiremos de lo que a ti te guste más.
—Entonces… de
chuleta empanada.
—¡Qué
chistoso!
—Mira, podíamos
vestirle a la federica.
—No es propio
hacerle traje de mujer.
—¿Cómo de
mujer?
—¿No dices que
a la federica? ¡Si fuese al Federico!
—No seas
bestia, querida Petra. El traje a la federica es así, una especie de… vamos, un
traje de la Edad Media.
—Pues Faustito
no ha llegado a esa edad todavía; conque no pienses en semejante disfraz.
—¿Quieres que
le vistamos de Felipe el Hermoso?
—¡Quita! ¡Si
es más feo que un tiro!
—Entonces,
vistámosle de torero.
—No tenemos
patrones. Si la patrona del segundo, que ha vestido de Reverte a su niño,
conservase el patrón del traje…
—¡Qué idea más
luminosa!
—Nada,
Melitón; voy a ver si la patrona me presta el patrón por unos días, y
satisfacemos así nuestro capricho. Pero se me ocurre otra idea.
—Parece
mentira Petra.
—¿Te acuerdas
del trajecito de San Juan que llevó en la procesión de Minerva? Pues bien; se
le quita el borrego y se le pone el casco.
—¿Al borrego?
—No, al niño.
Y parecerá un infante completamente romano.
—Lo que
semejará es un coracero en paños menores.
—Todo te
parece mal. Di de una vez lo que quieres.
—Lo que
dijimos primero.
—Bueno; le
vestiremos a la Saturnina.
—¡A la
federica, mujer!
…………………………………………………………………
Estando en el
diálogo anterior, presentóse al matrimonio una vecina muy entrometida, y
facilitó la solución del asunto de la mejor manera imaginable.
¿Cómo? Pues
proporcionando a la criatura un traje de perro de aguas, tan completo y tan
bien hecho, que era un verdadero prodigio de propiedad.
Después de ser
admirado el traje por vecinos y amigos, y por muchos amigos de los amigos y de
los vecinos, salió Fausto con sus lanas blancas, su hociquito sonrosado y su
collarín rojo, por esas calles de Dios delante de sus papás, que le llevaron al
Prado llenos de júbilo. Pero había allí tal barullo de máscaras y de seres
humanos, y llegaban a tal extremo las apreturas, que el angelito canino se escabulló
entre la multitud y no tardó en perderse.
Separado de la
familia por el oleaje de la apiñada concurrencia, fue a parar inesperada y
violentamente a poder de un sujeto de mal pelaje, que había leído aquella misma
mañana un anuncio en El Liberal que así decía:
«Al que
presente en la calle del Pez, 13, segundo, un perro de aguas con un collar
encarnado, que sabe andar en dos patas y atiende por el nombre de Fausto, se le
gratificará.»
Al ver al
supuesto chucho como un palomino atontado, vínosele a la memoria el anuncio
preinserto, y ocurriósele llamar Fausto al aparente animal, que desde luego
atendió por su nombre.
Ya no le cupo
duda al individuo codicioso. Cogió a Fausto, se lo metió debajo de la capa, y
se fue derechísimo al núm. 13 de la calle del Pez.
El pobre niño,
cogido por el transeúnte y sobrecogido por la emoción, ni siquiera podía
llorar.
Poco después,
el hombre desconocido recibía cinco duros de la dueña del perro extraviado, y
el desdichado Fausto cinco arañazos del gato de la casa que, menos torpe que su
ama, vio que el recién llegado chucho no era el auténtico, sino uno
falsificado.
Tales caricias
hubieron de sacar de sus casillas a Fausto, y cuando menos lo esperaba la
señora, se encontró con que el perro comenzó a llorar y a llamar a su mamá
desesperadamente.
¡Ustedes
calculen cuál sería el asombro de la buena mujer!
Suponemos que
el perro apócrifo habrá vuelto al regazo de doña Petra. Pero no sabemos más.
Lo que sí
sabemos, es que todavía le dura la impresión de aquella inesperada bromita de
Carnaval al desventurado Fausto y a los miembros de su apreciable familia, que
no cesan ni cesarán de renegar de la propiedad de los trajes de máscara, y de
la manía de disfrazar a los nenes, mientras Dios les conserve la existencia en
este valle de lágrimas y de serpentinas.
Comentarios.
Se vive la
época de los carnavales, tiempo de caretas y curdas (borracheras) según Zúñiga,
y en esta narración nos trae al matrimonio formado por Melitón Aldabilla y su
esposa Petra que, como muchos otros, pierden la cabeza y se gastan un sentido
(una cantidad muy grande de dinero) para disfrazar a sus hijos de lo que sea.
El caso es disfrazarlos.
Hasta dar con
el disfraz ideal con el que caracterizar a su hijo Fausto llegan a plantearse
vestir a la criatura a la Federica (como en los tiempos de Federico el Grande
de Prusia, como Felipe el Hermoso, el Felipe I de la Monarquía Hispánica, el
padre de Carlos I de España y V de Alemania, y hasta del torero de moda, Reverte.
A la federica, doña Petra no lo ve propio por no vestir de mujer a su niño, de
Felipe el Hermoso no le pega pues el chavalote debe ser más feo que Picio y de
Reverte, el torero, lo ve como una idea luminosa (por aquello de ser un traje
de luces, hemos de suponer).
Parece ser que
Faustito ya lució el traje de San Juan con una piel de borreguito y todo, en la
procesión de Minerva. Esto nos ha dejado descolocado durante unos instantes,
hasta comprender de lo que se hablaba.
Santa María sobre
Minerva es una de las basílicas menores de Roma. Como muchas otras basílicas
romanas recibe el nombre del antiguo templo pagano sobre la que se construyó
(en este caso el templo dedicado a la diosa Minerva). Parece ser que en Madrid
a finales del siglo XIX se preparaban procesiones paralelas a las del Corpus Christi
y que recibían el nombre de Minerva. Se dice que se llamaron así desde que en
el siglo XVI, la Congregación del Santísimo Cuerpo de Cristo recibió permiso del
papa Paulo III para su celebración. Este Papa fue el que aprobó la cofradía del
Santísimo Sacramento de la Minerva, fundada por el dominico Tomás de Stella en
la Iglesia de Santa María sobre Minerva en Roma. La cofradía se centraba en la
defensa y adoración de la Eucaristía, y sus miembros estaban obligados a
asistir a una misa con exposición del Santísimo Sacramento los terceros
domingos de cada mes.
Una vecina les
da la solución: vestir al niño de perro de aguas, perro con apariencia de
borreguito, la verdad, por ese pelaje rizado que presenta.
Nos dice
Zúñiga que el traje quedó muy bien que era un verdadero prodigio de propiedad,
que es como decir que es extraordinaria su semejanza e imitación del original.
Contentos salen
a pasear con el chaval vestidito con su lanas, pero se les pierde.
Se lo encuentra
un señor también con pelaje, pero este referido a su mala disposición como
persona. Este leyó en el periódico que se recompensaba a quien encontrara un
perro de aguas igualito a Faustito y que además llevaba su nombre. Le llamó y le
hizo caso. No lo pensó más. Lo agarró y se dispuso a devolverlo a su dueña.
El hombre
cobró sus cinco duros, y el niño, arañado por el gato que había en la casa,
acaba lloriqueando y llamando a su mamá, ante el asombro de la dueña del perro.
Termina la
historia dando por supuesto que el niño (el perro apócrifo, falso, de mentira) vuelve
a los brazos de doña Petra, y señalándonos cómo la familia de Faustito no pararon
de renegar de la propiedad de los trajes de máscara que es, como ya hemos
dicho, renegar de lo auténticos que son los disfraces de carnaval y también de
la manía de disfrazar a los nenes. ¡Dejen a las criaturas en paz!,
parece decirnos el escritor festivo. ¡Disfrace usted al nuncio!
Hasta la próxima
amigos. Ya solo nos queda por conocer al hombre fogoso y a Ruiz el energúmeno.