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jueves, 18 de julio de 2024

Tipos raros. X.- El escritor iluso

 



Introducción.

Dice la Real Academia que iluso es aquella persona que es propensa a ilusionarse con demasiada facilidad o sin tener en cuenta la realidad, pues bien, yo creo que todos en algún momento de nuestras vidas hemos pecado de ilusos. Pero la RAE en una segunda acepción nos añade que iluso es también el que ha sido engañado o seducido, sentido más acorde con el origen latino de la palabra, pues el término illusus, participo pasado del verbo illudo, tiene como significado el hecho de burlarse o ridiculizar a alguien, casi, casi, como lo que hoy en día podría ser ese ¡inocente, inocente! que nos lanzan cuando nos creemos algo que no debemos creer. ¡Iluso, iluso!, se dirían los romanos entre sí gastándose bromas en el foro.

En el episodio de hoy la rareza del nuevo tipo creado por Pérez Zúñiga es evidente en cuanto a su proceder, pero no en el hecho de hacerse ilusiones, pues que quieren que les diga, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, ya que entre las vanas ilusiones que dejamos crecer en nuestro interior y las chanzas de los testigos de nuestros chascos, nos hemos movido muchos y nos seguiremos moviendo.

Veamos al tipo de hoy, narración que no hemos encontrado publicada anteriormente en la prensa.

 

X.- El escritor iluso

 

D. Lucas Gómez Papelín, escritor eximio, según la opinión de su familia, colaborador de infinidad de periódicos y autor de los dramas El hijo perro y La cacerola sanguinolenta, estrenados con gran éxito en Villalendreras y en Corvejón de Abajo respectivamente, recibió hace pocos días la siguiente carta:

«Querido amigo: Como las relevantes cualidades literarias de usted merecen el honor de la publicidad, y la revista Lila y Verde se honraría mucho insertando el retrato de usted, tomado en su propio despacho, con el expresado objeto irá esta tarde a las cuatro a su casa de usted nuestro fotógrafo, Sr. Diafrágmez, el cual lleva orden de sorprenderle en su mesa de escritorio y en actitud de meditar algo importante. Con este motivo se repiten de usted afectísimos amigos, el Director propietario, Pascual Bailón; el Redactor jefe, Roque Roca; el Director artístico, J. Difumínez.»

La emoción que experimentó D. Lucas ante el anuncio de la próxima visita, que tanto podría contribuir a popularizarle, fue inmensa y profunda.

Lo primero que se le ocurrió después de leer siete veces la carta de sus amigos y de bendecir a estos por su feliz acuerdo, fue llamar a la criada.

—Ruperta — la dijo, — este despacho tiene muy mal aspecto y es preciso mejorarlo inmediatamente. Ante todo bárreme el piso y colócame bien los chirimbolos, porque aquí está todo en un desorden horrible.

—Pero ¿qué pasa?

—¡Nada! ¡Una friolera! Vamos a ver, ¿a quién crees tú que estás sirviendo?

—A usté… a D. Lucas….

—¡A un genio!

—Malillo le gasta usté. Pero lleva una tantos años aguantándole, que ya…

—Bueno, bueno. El caso es que dentro de dos horas tendremos aquí una visita muy honrosa para mí.

—¿El señor obispo?

—No; el fotógrafo de Lila y Verde.

—¿Y a qué viene?

A retratarme. Dentro de ocho días verás mi efigie, rodeada de todo esto, en una plana del periódico.

—¿Pero saldré yo también?

—Es posible, porque suelen publicar a los personajes rodeados de sus respectivas familias, y como yo no tengo más familia que tú y el gato…

—¡Qué gustito si saliéramos!

—A dónde vas a salir ahora mismo es a la escalera, y vas a llamar en el cuarto de mi prima Pepa y la vas a pedir de mi parte los dos jarrones de su gabinete para ponerlos aquí, y además la corona que depositó sobre su difunto el sindicato de quincalleros a que pertenecía.

—¿Y qué vamos a hacer con ella?

—Colgarla ahí, sobre el cuadro de Santa Úrsula. ¿Crees tú que en la fotografía se distingue la clase de las coronas? Lo que parecerá es un trofeo glorioso de mis triunfos escénicos.

—Pues voy en seguida. 

—Después quita bien el polvo al retrato de Reverte.

—¿Cuál es? 

—Ese que está sobre mi tía la monja… ¡Ah! Donde está colgada el ama que me crio pon a San Pedro Advíncula, para que salga también, porque es muy artístico, y no dejes de limpiar la panoplia, en la cual, además de los floretes, el trabuco, la zapatilla y el biberón, pondremos en cruz las navajas de afeitar, para que aparezca más nutrida de armas en la reproducción. Pero a todo escape, ¿sabes?

—Sí, señor. 

—Primero quita las telarañas del techo, estira bien la alfombra, retira provisionalmente aquella silla que ya no tiene ni asiento ni respaldo, y encierra al gato para que no arañe las pantorrillas al artista cuando me esté enfocando y le obligue a sacarme torcido. Luego desparrama los libros por toda la habitación. A este lado de la mesa la jarra de Sevres, a este otro la caja de sobres y delante del tintero y abierto sobre el cartapacio un ejemplar de La cacerola sanguinolenta. Ah, y procura que hoy no se rezume el quinqué sobre los papeles como acostumbra.

—¿Teme usted que luego salga el retrato oliendo a petróleo?

—A propósito de olores, ¿qué me preparas para cenar?

—Salchicha.  

—Pues déjala para mañana.

—¿Por qué?

—Porque estaría muy mal que al hablar de mi aposento tuvieran que publicar este dato de información: «En la artística estancia del ilustre S. Gómez, más que a piel de Rusia huele a salchicha frita». ¿Estás bien enterada?

—Sí, señor. 

—Corriente. Pues mientras lo arreglas todo, voy a ver si me afeito y me pongo decentillo.

……………………………………………………………………………………………………………

Transcurren dos horas. Dan las cuatro.

D. Lucas ha terminado su toilette y Ruperta ha cumplido fielmente todas las instrucciones de su señor, el cual pasea nervioso por la estancia esperando el feliz momento de tener que colocarse en posición de ser fotografiado para el público.

Suena un campanillazo, y poco después aparece en el despacho Ruperta.

—Señorito— dice, — un hombre pregunta por usté. 

—¿Tiene cara de fotógrafo?

—Creo que sí. 

—Pues que pase inmediatamente. 

Gómez se coloca en la postura estudiada, y espera que penetre el artista consabido.

……………………………………………………………………………………………………………

—Buenas tardes, D. Lucas. Yo soy…

—No diga usted más. Lo he adivinado en cuanto le he visto asomar las narices.

—Pues entonces ya sabe usted… 

—¿Trae usted eso?

—Sí, señor, en el bolsillo.

—¿Tan pequeña es la cámara?

—¡Qué cámara ni que camarones! Lo que traigo es esta cuentecita.

—¡Ah! ¿Pero no es usted el Sr. Diafrágmez?

—No, señor. Soy un dependiente de López, el sastre, que me envía para ver si no nos joroba usted más y nos paga de una vez.

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Después….

Después un desmayo con acompañamiento de tila y éter, una «vuelta en sí» adornada con imprecaciones terribles, un sastrecillo que no cobra y que milagrosamente no sale por el balcón, una criada que no comprende lo que ocurre ni puede comunicárselo al gato, que asustado la interroga, y un pobre señor de Gómez que al ver sus ilusiones desvanecidas y que la anunciada visita del fotógrafo ha sido una solemne tomadura de pelo, queda profundamente abatido, conservando largo rato la frente hundida en La cacerola sanguinolenta



Comentarios:

Comencemos con los personajes; esos seres que dan vida y en muchos casos sentido a las historietas de Zúñiga.

Lucas Gómez Papelín, el protagonista, bautizado con una clara intencionalidad aludiendo a su dedicación como escritor, con ese Papelín, tan ridículo como entrañable. Ruperta, su fiel criada, con la que vive más adelante un momentito cuasi sentimental. El sastre López, Pepa, la prima, cuyo marido (q.e.p.d) nos da pie para extendernos algo más, pues tuvo como profesión la quincallería, esto es, se dedicaba recoger y vender quincalla, objetos metálicos de poco valor y también imitaciones de joyas. Al parecer, según nos cuenta el diccionario de la RAE esta voz proveniente del francés tiene un origen onomatopéyico pues algo parecido debían sonar esos objetos al chocar entre sí.

El fotógrafo Sr. Diafrágmez, en alusión a esa parte de las cámaras de fotos con las que se gradúa la entrada de la luz.  Pascual Bailón, Roque Roca y Difumínez, el director artístico, faltaría más, para terminar de dar color a la historia.

También de vez en cuando Zúñiga nos trae algún personaje real, como es el caso de un tal Reverte del que el señor Papelín tiene un cuadro en su casa. Se trataría, casi sin duda, del famoso torero de esos años Antonio Reverte Jiménez nacido en Alcalá del Río en 1868 y muerto en Madrid en 1903.

Del magín de Zúñiga también salen nombres de pueblos, como hemos visto en otros capítulos, siendo en este Villalendreras y Corvejón de Abajo con los que nos sorprende, lugares en donde estrena sus dos únicas piezas teatrales el iluso escritor de marras con estos dos títulos guasones: El hijo perro y La cacerola sanguinolenta.  Hasta la revista en la que anuncian su próxima entrevista tiene nombre festivo: Lila y Verde quizá también pensando en don Lucas Gómez Papelín, un poco tonto y algo inexperto.

Y repasemos este sabroso vocabulario con el que nos sorprende nuestro escritor festivo para hablarnos de su personaje del que en cierta manera se burla llamándole eximio que es lo mismo que ilustre o excelso. Que acumula en su despacho de manera desordenada un montón de chirimbolos, o cachivaches, o utensilios varios. Que utiliza la ironía cuando su criada le pregunta qué es lo que pasa, contestándola “la friolera” que según el diccionario es cosa de poca monta o importancia, cuando con ello se quiere decir lo contrario que va a pasar algo relevante. Por eso después le dice altivo a la mujer que a quién cree que está sirviendo, o poco más o menos qué te has creído, algo un poco quijotesco, la verdad.

Ya sé que la mayoría de mis lectores no necesitan muchas de las explicaciones que aquí traigo, no lo hago por pedantería, bien pueden imaginárselo, sino más por divertimiento, como por ejemplo hablar de la efigie (cuando habla don Lucas de la fotografía que le van a hacer) para decir que muchas veces se encuentra uno por ahí alguien que pronuncia esfingie, mezclando la imagen de una persona con la de aquel animal mitológico con cabeza y pecho de mujer y cuerpo de leona con alas, que tiene el nombre de esfinge. Pero quién no ha errado alguna vez al abrir la boca, demostrando, como dice el dicho, que con ello se equivoca.

O hablar de las planas de los periódicos, término ya muy poco usado hoy y del que muchos dudarían al oír decir que tal noticia apareció en primer plana, sin saber que se refiere a la primera hoja, o en términos actuales en portada.

O palabras como panoplia, cartapacio, quinqué o ya no digamos piel de rusia, de muy poca utilización en nuestras conversaciones actuales. Panoplia, una especie de escudo en donde colgar las armas, o hasta las navajas o las zapatillas como nuestro tipo raro de hoy; cartapacio, funda en donde los muchachos meten sus libros y papeles y que dice el diccionario que es de badana, piel curtida y fina de carnero y oveja, tela con la que se hacen también esos forros que llevan en su interior los sombreros para evitar que el sudor los manche, o palabra con la que se expresa el acto del maltrato físico o verbal cuando sigue a zurrar o sacudir. Cartapacio, sí, ¡que nos perdemos!, palabra bonita que dicen quizá provenga del bajo latín chartapacium, “carta de paz”. ¿Sería en donde se guardaban los acuerdos, los pactos, los tratados que ponían fin a las guerras? Qui lo sa.

¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Por el quinqué, palabra perteneciente a esas que provienen del nombre de una persona, lo que comúnmente se llaman epónimos. Érase una vez un francés que se sacó de su caletre una lámpara que hizo funcionar con petróleo y que tenía un tubito de cristal para proteger la llama conseguida al encenderla, y se apellidaba Quinquet. Vamos, de la misma especie que Monsieur Guillotin, este algo menos civilizado, aunque bien visto también él pensó en el bien de los hombres… de los hombres que iban a ser ahorcados, claro está. Mírenlo si tienen dudas.

¿Y de la piel de Rusia, qué me dicen? Yo les digo que sigo con la boca abierta y reconozco que salvo que esté sufriendo ya de alzhéimer, no me había topado nunca con ella. Resulta ser una piel adobada a la cual se daba un olor agradable con aceite sacado del abedul. Adobar carnes o un pescados es ponerlos en caldo o salsa especial para sazonarlos y conservarlos, y adobar una piel es arreglarla para diferentes usos. Lo curioso es el origen de la palabra: del francés antiguo adober “armar caballero”, y este del franco dubban “empujar”, “golpear”. De verdad les digo que me estoy yendo a la cama todos los días bien alimentadito, ¡vaya que sí!

El éter que le recupera del desmayo tras el chasco recibido es un líquido que se consigue de la mezcla del alcohol etílico y el ácido sulfúrico y se emplea para lo que se empleó con Papelín, para quitarle los espasmos, las contracciones involuntarias de los músculos, para que volviera en sí. Por cierto y por curiosidad, en medicina a la contracción de los músculos de la cara se le llama espasmo cínico o risa sardónica. Me está viniendo a la cabeza la cara del famoso y malvado Joker, el enemigo de Batman.

Vamos finalizando, pues lo poco agrada y lo mucho cansa.

El campanillazo que suena en casa de D. Lucas es el timbrazo de nuestros días. La toilette es el aseo, la limpieza personal traída de Francia. Sevres es una ciudad francesa famosa por sus porcelanas y “a todo escape” es un poco redundante, pues “a escape” ya se nos dice que es correr a toda prisa.

No hemos encontrado sentido a la frase “con este motivo se repiten de usted”, salvo que sea una fórmula antigua de “se despiden de usted”, o quizá una errata.

Y no nos olvidamos de ese momentito sentimental que señalamos al principio. Se da cuando D. Lucas le confiesa a Ruperta que vienen a retratarle y ella, candorosa, le pregunta si saldrá ella también. La respuesta del escritor iluso está también llena de sencillez e inocencia: «Es posible, porque suelen publicar a los personajes rodeados de su respectivas familias, y como yo no tengo más familia que tú y el gato…». ¡Qué gustito si saliéramos!, remacha Ruperta. Sencillamente entrañable.

Bueno, despedimos ya a este escritor iluso, recordando aquel discurso de Francisco Franco dirigido a los españoles y a los portugueses y que comenzando con el lógico ¡Españoles y Lusos!, un gracioso de los que nunca faltan en esta tierra ibérica transformó en ¡Panolis Ilusos!

Busquen ustedes el significado de panoli, que no les quiero hartar.

Hasta la próxima.


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