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domingo, 2 de julio de 2023

Juan Pérez Zúñiga y sus cuatro reales de vellón

 


    Juan Pérez Zúñiga se nos aparece por primera vez en las hemerotecas el día 4 de marzo de 1874. No ha cumplido los 14 años y le suponemos enfrascado en su vida de escolar al calor del hogar familiar en el número 40 (hoy 32) de la madrileña calle de Toledo en donde vino al mundo.

Su nombre figura ese día, junto al de su hermano Enrique y al de su padre, Esteban Pérez Lanuza, y lo hace ocupando su lugar en una larga lista en la que muchos españoles hacen su donativo para ayudar a los soldados heridos en la guerra contra los carlistas.

Eran los años de las famosas tres ces que galopaban sobre el caballo bermejo de la guerra desangrando el suelo patrio: la de Cuba, la de los Cantones, y la de los Carlistas. Es el final de una República que mostró claramente nuestras carencias de modernidad y de seriedad política.

Se publica el nombre de nuestro Zúñiga en la edición de Madrid del periódico El Gobierno, pero este lo que hace es reproducir las listas que se publican en el diario El Imparcial que es quien ha lanzado iniciativa tan humana y caritativa. Tanto es así que, desde el primer día, se ha volcado el español liberal, contrario al conflicto que azota a la sociedad, a prestar su apoyo al sufrido soldado bien con dinero contante y sonante, bien con efectos variados, véase ropa, trapos para fabricar vendas, mantas, objetos de aseo, etc. Y el periódico da fe diariamente del suma y sigue de tan preciada ayuda.






Nada sabe la sociedad entonces de este imberbe futuro barbudo, de este mozalbete que alterna sus estudios obligatorios con los de solfeo bajo la dirección atenta de un tío suyo que es concertino en el Teatro Real, y que seguramente se estará preguntando, con su mente ya abierta al ingenio y a las salidas cómicas, cuándo dejarán de dar la nota estos carlistas que ya llevan perdidas con esta que camino va, tres desde que nacieron. 

No es de extrañar que fueran despuntando en su personalidad cierto escepticismo hacia la clase política, y una aguda observación para alimentar su fina ironía y su festiva literatura, huyendo de los aspectos “serios” de la vida por poco serios a su parecer.

Así comienza nuestro viaje con Don Juan, con sus cuatro reales de vellón que, quizá a regañadientes —pues preferiría comprarse algún “comic” de la época—, dona para paliar el dolor de la guerra. En adelante preferirá regalarnos su ingenio para hacernos más llevaderas las penalidades de la vida. 

Cuatro reales de vellón que venían a tener, más o menos el valor de una de las pesetas que ya circulaban desde 1868, y esto es algo curioso pues en la primera guerra carlista ya pagó la joven reina Isabel a sus tropas con una piececita que con el tiempo se convertiría en doña peseta y a sus tropas, a ojos de los carlistas, en peseteros






domingo, 25 de junio de 2023

Desahogos tristes de un escritor festivo

 

26 de junio de 2023


Juan Pérez Zúñiga (1)

En 1922, Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo hoy algo injustamente olvidado, publicó en la editorial Renacimiento y dentro de una colección que pretendía reunir sus obras completas, el libro titulado Desahogos particulares. (2)

Contaba Zúñiga ya con 62 años de vida y confesaba en una entrevista por esas fechas que «durante cuarenta y tres años he estrujado y retorcido mi entendimiento día por día». (3)

Damos fe de ello pues tenemos constancia de que por entonces llevaba ya más de treinta libros publicados e incontables colaboraciones en la prensa.

En la introducción de Desahogos particulares el autor con el título de «A los lectores míos (más o menos benévolos o píos)», nos confiesa que entre las composiciones que contiene se encuentran «las únicas poesías escritas en serio por este vuestro seguro servidor.»

Pues bien, en este pequeño rincón quiero elegir dos de las seis que componen el apartado Desahogos tristes, del mencionado libro. Se trata de las poesías tituladas A la muerte de Vital Aza y Lágrimas ocultas.

En la primera de ellas está clara su intención y dedicatoria. Vital Aza (4) fue quien le dio el primer impulso para dedicarse a lo labor que le hizo famoso —la literatura festiva— dándole la oportunidad de escribir en el periódico Madrid cómico, en cuyas páginas se estrenó el 9 de mayo de 1880 con su composición en prosa titulada Un adorno (5).

La segunda está dedicada a su hija María y se publicó en la revista Miscelánea el 16 de diciembre de 1900, (6) y como veremos es de una profunda y conmovedora sensibilidad poética.

Conozcámoslas.                                                                       

A la muerte de Vital Aza

                      Vital Aza

¿Cómo podré olvidar yo

que mi querido Vital

vida en las letras me dio

y siempre fiel me guio

con su consejo leal?

Lo dijo así en un diario:

«Me envanezco, por mi fe,

de este honor extraordinario:

soy comadrón literario

de Zúñiga (J.P)»

Sin sus ruegos insistentes,

yo es fácil que no pasara

de hacer versos inocentes

para alguna novia o para

saludar a mis parientes.

Sin sus consejos no hubiera

yo escrito un libro siquiera.

Le debo, por descontado,

lo que escribiendo he ganado

durante mi vida entera.

Y gracias a su bondad

mis versos son como son,

pues me infiltró de verdad

algo de facilidad

en la versificación.

Sus comedias ostentaban

lenguaje puro y sencillo,

y allí donde se estrenaban

sus obras regocijaban

al viejo como al chiquillo

y al sabio como al estulto;

lo que él decía era, en suma,

correcto, gracioso y culto.

¡Jamás el grosero insulto

brotó de su amena pluma!

Ya no existe el que era así.

Su muerte anoche sentí

con indecible dolor,

y hoy que es un día, lector,

de gran duelo para mí,

en vez de aplicar el estro (6)

a mis alegres coplillas,

yo, que en fingir no estoy diestro,

lloro a mi pobre maestro

en estas breves quintillas,

mojando, con aflicción,

mi pluma, ante la visión

de tan sagrados despojos,

en lágrimas de los ojos

y en sangre del corazón.

Lágrimas ocultas.

A mi hija (8)

 

¿Piensas que es, pobre hija mía,

franca siempre mi alegría,

porque jamás me ves triste,

y vivo explotando el chiste?

¡Cómo te engañas, María!...

¿Me ves trabajar contento?

Pues siempre, al coger la pluma,

camina mi pensamiento

entre una chanza que invento

y un malestar que me abruma.

Suele ser mi malestar

hijo de penas y apuros

que no puedo remediar,

pues por los trances más duros

me obliga Dios a pasar.

¡Cuántos días de amargura

pasé fingiendo ventura!

Sí, ¡cuántos, mientras tu madre,

tus hermanos o mi padre

ardían en calentura,

disimulando temores

y dominando dolores

tuve que hacer que en mi mente

surgiera el chiste corriente

pedido por mis lectores!

De la muerte en el dintel

te vi un día; y aquel día,

llorando sobre el papel,

¡hice chistes a granel

para comer, vida mía!

¿Y crees que es desdicha escasa

llorando escribir en guasa?

Pues mayor pena no cabe.

¡Eso, niña, no lo sabe

nadie más que el que lo pasa!

Aunque me sienta morir,

tal sacrificio es forzoso;

pero al ver que hago reír,

da todo el mundo en decir

que soy un hombre dichoso.

Esto creen, y no hacen bien,

y es porque no consideran

que en mí hay lágrimas también,

¡lágrimas que ya quisieran

ser de esas que todos ven!

Esas acusan un duelo

que puede encontrar consuelo

si alguno en ellas repara

y hacen un surco en la cara

que pronto borra el pañuelo;

pero las otras que, ardientes,

brotan como avergonzadas

y se ocultan a las gentes

entre risas aparentes

y venturas no gozadas,

¡esas, no sabes, María,

todo lo amargas que son;

porque un día y otro día

caen hacia dentro, hija mía,

y abrasan el corazón!

Esto es todo, por hoy. Espero haya gustado y enternecido. En verdad estas composiciones retratan la personalidad de un hombre entrañable, de una persona por la que hubiéramos dado lo que fuera por compartir momentos, palabras y gestos. De un lado, la honra y el homenaje hacia el maestro, el agradecimiento del que fue en su día aprendiz y es ya hoy consagrada figura, hacia la persona que le sacó del nido de la inexperiencia y le empujó a volar por los cielos de la literatura con audacia y con pasión. Y, por el otro, la carta cariñosa, el reconocimiento sincero a su hija, haciéndola ver que su padre, el gran Zúñiga que tanto hace reír en los periódicos, también llora, también sufre y también debe esforzarse día a día para que en sus festivas palabras no se dejen asomar sus sentires dolorosos.

Hasta la próxima


(1). - Fotografía de Juan Pérez Zúñiga. Gentileza de Charo Martín-Moreno, biznieta de Juan Pérez Zúñiga. Archivo familiar. 

(2). - Desahogos particulares. Editorial Renacimiento. Obras Completas de Juan Pérez Zúñiga. Tomo IX.

(3). - Entrevista que concede al periodista E. Estévez Ortega de la revista Buen Humor el 12 de noviembre de 1922 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)

(4). - Vital Aza Álvarez-Buylla (Pola de Lena, 28 de abril de 1851 – Madrid, 13 de diciembre de 1912). Médico, escritor, comediógrafo, periodista, poeta y humorista español. (Wikipedia)

(5). - Madrid cómico del 9 de mayo de 1880. Páginas 5-6. (Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura y Deporte)

(6). - Miscelánea del 16 de diciembre de 1900 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)

(7). - Estro: Inspiración ardiente del poeta o del artista. (RAE)

(8). - Juan Pérez Zúñiga, casado con Aurora Maffei Gómez, tuvo tres hijos: Julio, María y Rafael.  

 

 El próximo día hablaremos algo más de su primera aparición en la prensa en 1874. Mientras... seguiremos indagando sobre su vida y su obra. 

 

 

 

 

 

 

 

 

Morrocotuda suerte la mía

 

    No hace mucho, escribí lo que sigue en las páginas de otro blog. Hoy utilizo el mismo texto, con alguna pequeña modificación, para estrenar este blog específico sobre la figura del gran maestro del humor, el escritor festivo Juan Pérez Zúñiga. Me pongo como objetivo mostrar el avance de mis indagaciones sobre su vida y su obra, invitando al que me siga a disfrutar y aprender de su prosa, de su poesía, de sus anécdotas y de su entorno histórico apasionante que no es otro que el de una parte de nuestra contemporaneidad. 

Morrocotuda suerte la mía
     Morrocotuda suerte la mía por poder acercarme a Juan Pérez Zúñiga, poder indagar en su vida, en sus escritos. Jamás me vi tan identificado con una persona, con un carácter, con una trayectoria como la suya. 

El destino, ese curioso personaje que no terminamos de definir y que con nuestros actos disfruta haciendo encajes de bolillos, puso en mi camino —bueno en el de mi familia—, hace ya muchos años, la extravagante personalidad de este gran escritor festivo. Pero es ahora, hoy en día, cuando me decido a iniciar ese viaje fantástico que supone el investigar, el averiguar, y el hurgar en los papeles antiguos que albergan los archivos.

    Ya estoy preparado. Una, dos y tres; a cargarse de paciencia y orden.
    Te fuiste Zúñiga, pasando hambre, según dicen —según dicen que dijiste tú mismo—, y entre balas y bombas que nos intercambiábamos entonces los españoles, en una guerra incivil (como todas), pero de bien pequeño ya sufriste otra, casi de las mismas características, y una primera aparición tuya en la prensa, fue cuando esto sucedía.

    Fue el 4 de marzo de 1874, en el periódico El Gobierno, Diario político de la tarde, y lo hiciste en compañía de tu padre (Esteban Pérez Lanuza) y de tu hermano Enrique. Figurabais en una larga lista de personas que hacían sus donativos en efectos o en dinero, para el socorro de los heridos del ejército de la nación en la guerra contra los carlistas. Tu padre donaba 20 reales de vellón, tu hermano y tú, 4.

Te costaba hablar y escribir en serio, pero, no obstante, en alguna ocasión lo hiciste. Tu vida, tu alma, tu ser, deben ser una caja de sorpresas, o no, quizá tan solo, el descubrimiento de un hombre bueno y sencillo, en un mundo lleno de sorpresas, casi todas malas y negativas.

Nos dejaste, entre infinidad de testimonios escritos, un Autorretrato que hoy quiero transcribir y compartir.  Es de 1922, cuando ya eras un respetable abuelito y lo traigo aquí para estrenar este apasionante y morrocotudo —¡qué palabra más simpática y llena de vida!, — viaje que inicio, y que espero llegue a buen puerto.

Autorretrato

Mi aspecto es la negación
del género que cultivo.
¡Ningún escritor festivo
tiene mi circunspección!
No es preciso ser un loco
ni un payaso para el caso;
por lo cual, ni soy payaso
ni hago locuras tampoco.
Hay quien, al ver mi exterior,
dice: —A mí no me la da.
¿Es ese Zúñiga? ¡Ca!
No es Zúñiga; no, señor.
Ni en su charla es ocurrente,
ni manifiesta alegría,
ni tiene fisonomía
de escritor, ni aun de escribiente. —
Y tengo que ir por ahí
diciendo: —¿Cómo qué no?
Pérez Zúñiga soy yo
desde el día en que nací.
Yo soy el que por doquier
publica coplas sencillas
y cuentos y novelillas
como Dios le da a entender.
Yo quien, mejor o peor,
se nutre en la chirigota
y suele dar esa nota
que es hija del buen humor.
¿Qué tengo la cara triste?
¿Cómo poderlo evitar?
¡Si hasta me pongo a llorar
cuando me sale algún chiste!
No soy un Adonis, no.
Si me miráis, lo veréis.
Joven… tampoco. ¿Sabéis
los años que tengo yo?
Sesenta y dos; y publico
los que son, con sentimiento,
porque más no represento…
de sesenta y uno y pico.
Mi barba fue un potpurrí
de negro, rubio y marrón,
que hasta tenía un mechón
de color azul turquí.
Hoy, aunque poblada aun,
la ha dado por blanquear;
pero antes me dejo ahorcar
que dármela de betún.
Cada ceja mía deja
ver abundante cabello;
lo que no veis es aquello
que tengo entre ceja y ceja.
Ser miope verdadero
no es el menor de mis males,
y uso gafas con cristales
de tres grados bajo cero.
Mis narices no son bellas
ni pasan de ser medianas.
Tienen un par de ventanas…
y asoman pelos por ellas.
¡Qué caída, San Ramón,
tengo de ojos más lúcida!
Como que es una caída
que no llega a resbalón.
Mi voz, que en cien ocasiones
parece el pito del tren,
está velada, aunque estén
cerradas las velaciones.
Y no sé si, aun con trabajo,
llego por arriba al do,
ni si llegaría o no
a dar el sol por abajo.
Contrario a ciertos respetos,
a duras penas permito
que me llamen abuelito
cinco nietas y dos nietos.
Si es bueno, gozo hasta allí
con el zumo de las uvas,
y tengo una casa en Cubas,
a cinco leguas de aquí.
Me juzga frío la gente;
pero tengo un corazón
que más bien es un fogón
por lo grande y por lo ardiente.
Hago versos…porque sí;
mas confieso mi pecado:
los modelos que he estudiado
que me los claven aquí;
que el que escribe a suelta rienda
y es autor y periodista
y abogado y violinista
y, además, jefe de Hacienda,
no puede, pese a su intento,
buscar libros y aprender,
ni aun tiene tiempo de ver
a su familia un momento.
Ni en dos meses contaría
los oficios que he probado.
¡Creo que no me ha faltado
más que ser ama de cría!
Ir al café a murmurar
del prójimo me encocora.
Me va muy bien hasta ahora
con la vida del hogar.
En fin, detesto a los loros,
me encantan las hembras finas,
y tanto las golosinas
como las fiestas de toros
me causan tanta ilusión,
que ellas me traen de cabeza.
No bebo en cambio cerveza…
¡ni llevo nunca bastón!
Y aunque hay gentes por ahí
que no me quieren muy bien,
contento siempre me ven
cuantos me tratan a mí.
Hice el retrato al vapor
y pongo el punto final.
¿Os ha parecido mal?
Pues no lo sé hacer mejor.
 

    ¡Qué nos va a parecer!, genial, sencillamente genial, y de agradecer, pues, verdaderamente —ya lo iremos viendo—Zúñiga tuvo una legión de admiradores, tantos, que me atrevería a decir que, salvando las distancias, fue el Vizcaíno Casas del momento. 

Entre esos admiradores se encuentra un servidor, que presume, por demás, de haber venido al mundo en el mismo piso en el que nuestro querido escritor festivo escribió este Autorretrato que les hemos mostrado. ¿Qué dónde fue? Ya lo iremos viendo. 
Hasta la próxima. 
El inda de Zuñi. 


Los inicios de Zúñiga

 


 Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo al que ando persiguiendo últimamente, entre otras cosas, porque me ha caído simpático, se inició en estas lides del humor de cara al público en 1880, en una de las muchas revistas que sobre tan necesaria actividad existían en España en las últimas décadas del siglo XIX.

    Nos referimos al Madrid cómico, publicación que desde el uno de enero de ese año hacía las delicias de sus lectores dirigida por el polifacético Vital Aza, siendo precisamente este quien invitó a estrenarse en la festiva literatura a su ya buen amigo Juan Pérez Zúñiga.

    Zúñiga, a la sazón se encaminaba al cumplimiento de su vigésimo año de vida, y a la par que cursaba, nos da en la nariz que con justitas ganas, la licenciatura de Derecho, se le salían los versos de su especial caletre, nacido para parir pareados y otras muchas composiciones más sobre los más variados y curiosos asuntos.

    Un torrente comenzaba a desbordarse en el mundo literario español, un caso especial de prodigalidad creativa en el manejo de las letras, las palabras, las oraciones y la composición versificada o prosada.

    1880, 1881 y 1884, son los años que hay que remarcar para hacer constar los inicios de la fama de Juan Pérez Zúñiga.

    1880 con su primera publicación en Madrid cómico; 1881, con el estreno de su primera obra teatral, y 1884, con la edición de su primer libro.

    Un adorno, llevará por título, su inicial colaboración en la revista de Vital Aza, La Manía de papá, se llamará su puesta de largo en el arte de Talía, estrenada en el teatro Lara la noche del 11 de enero de 1881, estupendamente aconsejado por su inseparable Aza, y Cosas, será el nombre con el que bautizó a la primera recopilación de sus composiciones festivas, unas publicadas y otras no, que en apenas cuatro años, salieron de su mente privilegiada y montada para ver la vida con especial vis cómica.

    Son, como hemos dicho, los primeros disparos de Zúñiga, sus primeras actuaciones en el ruedo en donde se lidiaba un cometido agridulce y lleno de sinsabores, el intento de hacer reír a la gente, por encima de los estados de ánimo particulares.

    Pero, qué caramba, cualquiera puede pensar que Zúñiga era un tipo amargado o aburrido, más bien al contrario, nos da la sensación de que le costaba bien poco divertir a los demás, por la sencilla razón de que pensamos que él era el primero que se divertía.

    Qué persona, vaya. Ya iremos descubriendo más cosas de él pero de momento, dejamos aquí, íntegra, su primera publicación y las palabras con las que dio a conocer la venta de su primer libro y que luego, algo retocadas, conformaron su prólogo; en cuanto a la La Manía de papá, tan solo podemos dejar la pista donde visualizarla. 

    Ahora que estamos próximos a la fiesta del libro, qué mejor que recordar a este egregio escritor español que tanto y tanto escribió para deleite del personal, y que, como podrán comprobar en uno de los textos, llegó a definir las librerías como esas tiendas de comestibles intelectuales.

    Hasta el próximo bocado..., si nos da el intelecto. 

 

Primer número del Madrid cómico

Un adorno.

«Como vivimos en el siglo impropiamente llamado de los adelantos (y digo impropiamente porque lo que es a mí no hay quien me adelante ni dos reales), no es extraño que existan artistas tan distinguidos, como la niña que voy a presentaros.

Pilarcita Colorines, joven huérfana y rica, era sumamente aficionada a la pintura de cuadros al óleo; es decir, a la pintura ajena; porque de la propia su natural belleza la excusaba.

Aunque la pobrecita apenas sabía dibujar (y esto es muy común) ya pintaba copiando al natural cuadros que arrancaban las lágrimas de cuantos los veían. Sin embargo, su afán por adelantar era asombroso; y siendo su fuerte el paisaje, solían llevarla todas las mañanas a copiar de la Casa de Campo, algún apiñado y caprichoso grupo de árboles que, después en el lienzo, pudiera muy bien confundirse con un paquete de cigarros habanos u otra cosas por el estilo.

Teníala en su compañía doña Plácida, tía carnal, no solo por ser de carne, sino también por haber sido hermana del padre de la chica. Y casi de la familia podía considerarse además a D. Simón Pardo, profesor de Pilarcita, la cual le desacreditaba bastante y le sabía llevar el genio haciéndole que pasase por todo.

Tanta bondad no dejaba de ser agradecida por la tía y por la sobrina; hasta tal punto, que próximo el día de San Simón, decidieron hacerle un regalo, que había de consistir precisamente y a modo de sorpresa, en un cuadro pintado solamente por la joven artista. Mas el tiempo avanzaba, y Pilar no podía salir de su compromiso sin el auxilio de un protector.

Pilarcita tenía un primo (en el recto sentido de la palabra); primo que sin embargo de no llamarse Arturito como es de rigor, sino Andrés de la Zancadilla, amaba a su prima con frenesí; pero ella, en cambio, tan sólo se acordaba de semejante pariente, cuando iba a trasladar al lienzo alguna planta de lilas.

Esta falta de cariño tenía su razón de ser; porque Andrés era pintor de historia, pero de historia no muy buena por cierto.

Esto no obstante, la chica se acordó del hijo de sus tíos para que en aquella ocasión la sacase airosa del apuro en que se veía. Mas el apuro fue tal, y las protestas de amor por parte de Zancadilla tan reiteradas, que Pilar no tuvo otro remedio para conseguir su intento que ofrecerle su corazón, aunque sólo de mentirijillas.

Loco de alegría el muchacho, en vano intentaba repetidas veces hacer un regular boceto, hasta que después de consultar el caso con unos amigotes que a la sazón tenían varios cuadros en venta, compró el que le pareció más a propósito; y engañando a la niña, se le entregó luego a cambio de tres sonrisas, dos esperanzas y un beso.

Llega el día de San Simón: presenta Pilar el supuesto trabajo a su profesor con la cara risueña del que va a producir una agradable sorpresa, y ¡oh dolor! ¡¡Se halla el buen hombre con un cuadro, que había pintado él mismo dos años antes!!

Consecuencias: primera, indignación del Sr., de Pardo; segunda, rabieta de amor frustrado por parte de Zancadilla, y tercera, aborrecimiento a los pinceles por parte de Pilarcita, la cual se ocupa desde entonces en ayudar a su tía en los quehaceres domésticos, y en renegar de su malhadado adorno.

Sin embargo, aún conserva una pequeña galería de cuadros que ha mucho tuve el disgusto de ver. En un lienzo me pareció divisar a un torero embistiendo a un toro. En otro, una raja de melón que se asemejaba a un bonete. En el centro de un marco colosal, veíase un cuadrito que se denominaba “Un cementerio de noche”, indudablemente porque se pintó a oscuras. Y más allá, por último, estaba representada la cabeza de la beata María Ana, tan al natural, que si no me desengañan, todavía sigo creyendo que era una coliflor.

¡Cuánto tiempo perdido!

Juan Pérez Zúñiga

 

Cosas, 1884

Cuatro palabras y media.

Mi venida al mundo fue una verdadera salida de tono de la sabia naturaleza.

Dícese por ahí que mi madre me dio a luz en verso, y afirmase también que nací en sol bemol mayor, porque mi nacimiento tuvo tres pares de bemoles; de suerte que con tales antecedentes, no es maravilla el haberme encontrado a los seis años componiendo romanzas y a los siete descomponiendo romances.

Durante mi juventud, fueron muy varios los objetos a que se dirigió mi fantasía.

Temporada tuvieron mis musas de inspirarme en sentido gastronómico, y no había empanada de jamón, ración de rosbif o plato de dulce que no tuviera dedicado por mí su correspondiente soneto.

Los mismo instintos aparecían reflejados en mis composiciones musicales, y prueba de ellos es mi notable sinfonía descriptiva, titulada El banquete, en la que materialmente se oye el mascar de los comensales.

Y no llamo notable a la composición por inmodestia, sino porque además de así parecernos a mi padre y a mí, hoy constituye la delicia de una tía mía, sorda de nacimiento.

Dicen mis amigos que soy excéntrico, y yo confieso que lo soy en todo y para todo. Hasta en el aspecto de mi cuarto se nota el mal gusto más exquisito. ¡Si vierais qué despachito tengo!...

Constituye parte de su ajuar una mesa de palo-santo imitando a pino, cubierta de bayeta cuyo color, verde en algún tiempo, hoy ya pasa de castaño oscuro. Sobre la mesa se hallan mis desahogos dramáticos Tres y dos son cincoLa lechuga pudorosaSuspiros de un cangrejo, etc., etc., y varios ejemplares de mis odas a Lope de Vega y a Perico el Ciego.

Junto a la puerta encuéntrase suspendido de robusto clavo un violín que no debe ser malo del todo cuando mi padre tuvo que dar por él hasta cuarenta y cinco reales en metálico. Y completan el mueblaje de la habitación, un cuadro de la Dolorosa (que, a no faltarle ya el lienzo y el marco, acaso tendría su especial mérito) y un par de butacas (con entrada) para los cinco o seis amigos que suelen ir a verme.

Por último, un hermoso sol natural, y a veces sostenido que penetra por la ventana (solo durante el día) baña la artística estancia donde todo rebosa de júbilo y placer, pues hasta mis zapatillas se ríen allí como unas tontas.

Afortunadamente no tengo a deshonra el ser pobre. El día en que me falte el ordinario sustento, echaré al puchero un puñado de endecasílabos o un cuarterón de semi-fusas y me quedaré tan fresco; pero no por esto dejaré nunca de lamentarme de haber nacido tan desgraciado; esto es, ¡tan sin gracia!

En fin, queridos lectores; sabed que en mí tenéis un prójimo, no virgen en las letras, pero sí mártir de ellas; un escritor que si hoy en atención a su corta edad no es una gloria de la patria, mañana, con madurez de reflexión y conocimiento de la sociedad en que vive…tampoco valdrá tres cominos.

Tal es el exordio de un tomo de poesías, artículos y otras frioleras que veréis pronto en los escaparates de esas tiendas de comestibles intelectuales llamadas librerías; tomo cuya primera página dice así:

Cosas, de Juan Pérez Zúñiga, autor cómico en estado de canuto, violinista temporero y novio de plantilla, escritor a la vinagreta, funcionario público con vistas a la calle, periodista de tanda y abogado de reserva, maestro de solfa en buen uso, miembro de su familia, etc., etc. Novísima edición. Ilustrada con excelentes ripios. Madrid. 1884.

¿Qué más tenía yo que deciros?...

¡Ah! Que la obrita llevará una deliciosa carta-prólogo de Luis Taboada, y que debéis comprar el libro y leer sin enterneceros las extravagancias que contiene. Son hijas de mi ingenio, y, si no tuviereis el gusto de conocerme, por el hilo de las hijas podréis sacar el ovillo de su padre.

Juan Pérez Zúñiga


La manía de papá



Tipos raros. VII. El del orfeón.

  Dedicatoria. —¿Qué te parece Zúñiga si le dedicamos esta entrada del blog a mi hermano Juan y a sus compañeros del orfeón de veteranos d...