domingo, 25 de junio de 2023

 

Morrocotuda suerte la mía

 

    No hace mucho, escribí lo que sigue en las páginas de otro blog. Hoy utilizo el mismo texto, con alguna pequeña modificación, para estrenar este blog específico sobre la figura del gran maestro del humor, el escritor festivo Juan Pérez Zúñiga. Me pongo como objetivo mostrar el avance de mis indagaciones sobre su vida y su obra, invitando al que me siga a disfrutar y aprender de su prosa, de su poesía, de sus anécdotas y de su entorno histórico apasionante que no es otro que el de una parte de nuestra contemporaneidad. 

Morrocotuda suerte la mía
     Morrocotuda suerte la mía por poder acercarme a Juan Pérez Zúñiga, poder indagar en su vida, en sus escritos. Jamás me vi tan identificado con una persona, con un carácter, con una trayectoria como la suya. 

El destino, ese curioso personaje que no terminamos de definir y que con nuestros actos disfruta haciendo encajes de bolillos, puso en mi camino —bueno en el de mi familia—, hace ya muchos años, la extravagante personalidad de este gran escritor festivo. Pero es ahora, hoy en día, cuando me decido a iniciar ese viaje fantástico que supone el investigar, el averiguar, y el hurgar en los papeles antiguos que albergan los archivos.

    Ya estoy preparado. Una, dos y tres; a cargarse de paciencia y orden.
    Te fuiste Zúñiga, pasando hambre, según dicen —según dicen que dijiste tú mismo—, y entre balas y bombas que nos intercambiábamos entonces los españoles, en una guerra incivil (como todas), pero de bien pequeño ya sufriste otra, casi de las mismas características, y una primera aparición tuya en la prensa, fue cuando esto sucedía.

    Fue el 4 de marzo de 1874, en el periódico El Gobierno, Diario político de la tarde, y lo hiciste en compañía de tu padre (Esteban Pérez Lanuza) y de tu hermano Enrique. Figurabais en una larga lista de personas que hacían sus donativos en efectos o en dinero, para el socorro de los heridos del ejército de la nación en la guerra contra los carlistas. Tu padre donaba 20 reales de vellón, tu hermano y tú, 4.

Te costaba hablar y escribir en serio, pero, no obstante, en alguna ocasión lo hiciste. Tu vida, tu alma, tu ser, deben ser una caja de sorpresas, o no, quizá tan solo, el descubrimiento de un hombre bueno y sencillo, en un mundo lleno de sorpresas, casi todas malas y negativas.

Nos dejaste, entre infinidad de testimonios escritos, un Autorretrato que hoy quiero transcribir y compartir.  Es de 1922, cuando ya eras un respetable abuelito y lo traigo aquí para estrenar este apasionante y morrocotudo —¡qué palabra más simpática y llena de vida!, — viaje que inicio, y que espero llegue a buen puerto.

Autorretrato

Mi aspecto es la negación
del género que cultivo.
¡Ningún escritor festivo
tiene mi circunspección!
No es preciso ser un loco
ni un payaso para el caso;
por lo cual, ni soy payaso
ni hago locuras tampoco.
Hay quien, al ver mi exterior,
dice: —A mí no me la da.
¿Es ese Zúñiga? ¡Ca!
No es Zúñiga; no, señor.
Ni en su charla es ocurrente,
ni manifiesta alegría,
ni tiene fisonomía
de escritor, ni aun de escribiente. —
Y tengo que ir por ahí
diciendo: —¿Cómo qué no?
Pérez Zúñiga soy yo
desde el día en que nací.
Yo soy el que por doquier
publica coplas sencillas
y cuentos y novelillas
como Dios le da a entender.
Yo quien, mejor o peor,
se nutre en la chirigota
y suele dar esa nota
que es hija del buen humor.
¿Qué tengo la cara triste?
¿Cómo poderlo evitar?
¡Si hasta me pongo a llorar
cuando me sale algún chiste!
No soy un Adonis, no.
Si me miráis, lo veréis.
Joven… tampoco. ¿Sabéis
los años que tengo yo?
Sesenta y dos; y publico
los que son, con sentimiento,
porque más no represento…
de sesenta y uno y pico.
Mi barba fue un potpurrí
de negro, rubio y marrón,
que hasta tenía un mechón
de color azul turquí.
Hoy, aunque poblada aun,
la ha dado por blanquear;
pero antes me dejo ahorcar
que dármela de betún.
Cada ceja mía deja
ver abundante cabello;
lo que no veis es aquello
que tengo entre ceja y ceja.
Ser miope verdadero
no es el menor de mis males,
y uso gafas con cristales
de tres grados bajo cero.
Mis narices no son bellas
ni pasan de ser medianas.
Tienen un par de ventanas…
y asoman pelos por ellas.
¡Qué caída, San Ramón,
tengo de ojos más lúcida!
Como que es una caída
que no llega a resbalón.
Mi voz, que en cien ocasiones
parece el pito del tren,
está velada, aunque estén
cerradas las velaciones.
Y no sé si, aun con trabajo,
llego por arriba al do,
ni si llegaría o no
a dar el sol por abajo.
Contrario a ciertos respetos,
a duras penas permito
que me llamen abuelito
cinco nietas y dos nietos.
Si es bueno, gozo hasta allí
con el zumo de las uvas,
y tengo una casa en Cubas,
a cinco leguas de aquí.
Me juzga frío la gente;
pero tengo un corazón
que más bien es un fogón
por lo grande y por lo ardiente.
Hago versos…porque sí;
mas confieso mi pecado:
los modelos que he estudiado
que me los claven aquí;
que el que escribe a suelta rienda
y es autor y periodista
y abogado y violinista
y, además, jefe de Hacienda,
no puede, pese a su intento,
buscar libros y aprender,
ni aun tiene tiempo de ver
a su familia un momento.
Ni en dos meses contaría
los oficios que he probado.
¡Creo que no me ha faltado
más que ser ama de cría!
Ir al café a murmurar
del prójimo me encocora.
Me va muy bien hasta ahora
con la vida del hogar.
En fin, detesto a los loros,
me encantan las hembras finas,
y tanto las golosinas
como las fiestas de toros
me causan tanta ilusión,
que ellas me traen de cabeza.
No bebo en cambio cerveza…
¡ni llevo nunca bastón!
Y aunque hay gentes por ahí
que no me quieren muy bien,
contento siempre me ven
cuantos me tratan a mí.
Hice el retrato al vapor
y pongo el punto final.
¿Os ha parecido mal?
Pues no lo sé hacer mejor.
 

    ¡Qué nos va a parecer!, genial, sencillamente genial, y de agradecer, pues, verdaderamente —ya lo iremos viendo—Zúñiga tuvo una legión de admiradores, tantos, que me atrevería a decir que, salvando las distancias, fue el Vizcaíno Casas del momento. 

Entre esos admiradores se encuentra un servidor, que presume, por demás, de haber venido al mundo en el mismo piso en el que nuestro querido escritor festivo escribió este Autorretrato que les hemos mostrado. ¿Qué dónde fue? Ya lo iremos viendo. 
Hasta la próxima. 
El inda de Zuñi. 


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