domingo, 25 de junio de 2023

Los inicios de Zúñiga

 


 Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo al que ando persiguiendo últimamente, entre otras cosas, porque me ha caído simpático, se inició en estas lides del humor de cara al público en 1880, en una de las muchas revistas que sobre tan necesaria actividad existían en España en las últimas décadas del siglo XIX.

    Nos referimos al Madrid cómico, publicación que desde el uno de enero de ese año hacía las delicias de sus lectores dirigida por el polifacético Vital Aza, siendo precisamente este quien invitó a estrenarse en la festiva literatura a su ya buen amigo Juan Pérez Zúñiga.

    Zúñiga, a la sazón se encaminaba al cumplimiento de su vigésimo año de vida, y a la par que cursaba, nos da en la nariz que con justitas ganas, la licenciatura de Derecho, se le salían los versos de su especial caletre, nacido para parir pareados y otras muchas composiciones más sobre los más variados y curiosos asuntos.

    Un torrente comenzaba a desbordarse en el mundo literario español, un caso especial de prodigalidad creativa en el manejo de las letras, las palabras, las oraciones y la composición versificada o prosada.

    1880, 1881 y 1884, son los años que hay que remarcar para hacer constar los inicios de la fama de Juan Pérez Zúñiga.

    1880 con su primera publicación en Madrid cómico; 1881, con el estreno de su primera obra teatral, y 1884, con la edición de su primer libro.

    Un adorno, llevará por título, su inicial colaboración en la revista de Vital Aza, La Manía de papá, se llamará su puesta de largo en el arte de Talía, estrenada en el teatro Lara la noche del 11 de enero de 1881, estupendamente aconsejado por su inseparable Aza, y Cosas, será el nombre con el que bautizó a la primera recopilación de sus composiciones festivas, unas publicadas y otras no, que en apenas cuatro años, salieron de su mente privilegiada y montada para ver la vida con especial vis cómica.

    Son, como hemos dicho, los primeros disparos de Zúñiga, sus primeras actuaciones en el ruedo en donde se lidiaba un cometido agridulce y lleno de sinsabores, el intento de hacer reír a la gente, por encima de los estados de ánimo particulares.

    Pero, qué caramba, cualquiera puede pensar que Zúñiga era un tipo amargado o aburrido, más bien al contrario, nos da la sensación de que le costaba bien poco divertir a los demás, por la sencilla razón de que pensamos que él era el primero que se divertía.

    Qué persona, vaya. Ya iremos descubriendo más cosas de él pero de momento, dejamos aquí, íntegra, su primera publicación y las palabras con las que dio a conocer la venta de su primer libro y que luego, algo retocadas, conformaron su prólogo; en cuanto a la La Manía de papá, tan solo podemos dejar la pista donde visualizarla. 

    Ahora que estamos próximos a la fiesta del libro, qué mejor que recordar a este egregio escritor español que tanto y tanto escribió para deleite del personal, y que, como podrán comprobar en uno de los textos, llegó a definir las librerías como esas tiendas de comestibles intelectuales.

    Hasta el próximo bocado..., si nos da el intelecto. 

 

Primer número del Madrid cómico

Un adorno.

«Como vivimos en el siglo impropiamente llamado de los adelantos (y digo impropiamente porque lo que es a mí no hay quien me adelante ni dos reales), no es extraño que existan artistas tan distinguidos, como la niña que voy a presentaros.

Pilarcita Colorines, joven huérfana y rica, era sumamente aficionada a la pintura de cuadros al óleo; es decir, a la pintura ajena; porque de la propia su natural belleza la excusaba.

Aunque la pobrecita apenas sabía dibujar (y esto es muy común) ya pintaba copiando al natural cuadros que arrancaban las lágrimas de cuantos los veían. Sin embargo, su afán por adelantar era asombroso; y siendo su fuerte el paisaje, solían llevarla todas las mañanas a copiar de la Casa de Campo, algún apiñado y caprichoso grupo de árboles que, después en el lienzo, pudiera muy bien confundirse con un paquete de cigarros habanos u otra cosas por el estilo.

Teníala en su compañía doña Plácida, tía carnal, no solo por ser de carne, sino también por haber sido hermana del padre de la chica. Y casi de la familia podía considerarse además a D. Simón Pardo, profesor de Pilarcita, la cual le desacreditaba bastante y le sabía llevar el genio haciéndole que pasase por todo.

Tanta bondad no dejaba de ser agradecida por la tía y por la sobrina; hasta tal punto, que próximo el día de San Simón, decidieron hacerle un regalo, que había de consistir precisamente y a modo de sorpresa, en un cuadro pintado solamente por la joven artista. Mas el tiempo avanzaba, y Pilar no podía salir de su compromiso sin el auxilio de un protector.

Pilarcita tenía un primo (en el recto sentido de la palabra); primo que sin embargo de no llamarse Arturito como es de rigor, sino Andrés de la Zancadilla, amaba a su prima con frenesí; pero ella, en cambio, tan sólo se acordaba de semejante pariente, cuando iba a trasladar al lienzo alguna planta de lilas.

Esta falta de cariño tenía su razón de ser; porque Andrés era pintor de historia, pero de historia no muy buena por cierto.

Esto no obstante, la chica se acordó del hijo de sus tíos para que en aquella ocasión la sacase airosa del apuro en que se veía. Mas el apuro fue tal, y las protestas de amor por parte de Zancadilla tan reiteradas, que Pilar no tuvo otro remedio para conseguir su intento que ofrecerle su corazón, aunque sólo de mentirijillas.

Loco de alegría el muchacho, en vano intentaba repetidas veces hacer un regular boceto, hasta que después de consultar el caso con unos amigotes que a la sazón tenían varios cuadros en venta, compró el que le pareció más a propósito; y engañando a la niña, se le entregó luego a cambio de tres sonrisas, dos esperanzas y un beso.

Llega el día de San Simón: presenta Pilar el supuesto trabajo a su profesor con la cara risueña del que va a producir una agradable sorpresa, y ¡oh dolor! ¡¡Se halla el buen hombre con un cuadro, que había pintado él mismo dos años antes!!

Consecuencias: primera, indignación del Sr., de Pardo; segunda, rabieta de amor frustrado por parte de Zancadilla, y tercera, aborrecimiento a los pinceles por parte de Pilarcita, la cual se ocupa desde entonces en ayudar a su tía en los quehaceres domésticos, y en renegar de su malhadado adorno.

Sin embargo, aún conserva una pequeña galería de cuadros que ha mucho tuve el disgusto de ver. En un lienzo me pareció divisar a un torero embistiendo a un toro. En otro, una raja de melón que se asemejaba a un bonete. En el centro de un marco colosal, veíase un cuadrito que se denominaba “Un cementerio de noche”, indudablemente porque se pintó a oscuras. Y más allá, por último, estaba representada la cabeza de la beata María Ana, tan al natural, que si no me desengañan, todavía sigo creyendo que era una coliflor.

¡Cuánto tiempo perdido!

Juan Pérez Zúñiga

 

Cosas, 1884

Cuatro palabras y media.

Mi venida al mundo fue una verdadera salida de tono de la sabia naturaleza.

Dícese por ahí que mi madre me dio a luz en verso, y afirmase también que nací en sol bemol mayor, porque mi nacimiento tuvo tres pares de bemoles; de suerte que con tales antecedentes, no es maravilla el haberme encontrado a los seis años componiendo romanzas y a los siete descomponiendo romances.

Durante mi juventud, fueron muy varios los objetos a que se dirigió mi fantasía.

Temporada tuvieron mis musas de inspirarme en sentido gastronómico, y no había empanada de jamón, ración de rosbif o plato de dulce que no tuviera dedicado por mí su correspondiente soneto.

Los mismo instintos aparecían reflejados en mis composiciones musicales, y prueba de ellos es mi notable sinfonía descriptiva, titulada El banquete, en la que materialmente se oye el mascar de los comensales.

Y no llamo notable a la composición por inmodestia, sino porque además de así parecernos a mi padre y a mí, hoy constituye la delicia de una tía mía, sorda de nacimiento.

Dicen mis amigos que soy excéntrico, y yo confieso que lo soy en todo y para todo. Hasta en el aspecto de mi cuarto se nota el mal gusto más exquisito. ¡Si vierais qué despachito tengo!...

Constituye parte de su ajuar una mesa de palo-santo imitando a pino, cubierta de bayeta cuyo color, verde en algún tiempo, hoy ya pasa de castaño oscuro. Sobre la mesa se hallan mis desahogos dramáticos Tres y dos son cincoLa lechuga pudorosaSuspiros de un cangrejo, etc., etc., y varios ejemplares de mis odas a Lope de Vega y a Perico el Ciego.

Junto a la puerta encuéntrase suspendido de robusto clavo un violín que no debe ser malo del todo cuando mi padre tuvo que dar por él hasta cuarenta y cinco reales en metálico. Y completan el mueblaje de la habitación, un cuadro de la Dolorosa (que, a no faltarle ya el lienzo y el marco, acaso tendría su especial mérito) y un par de butacas (con entrada) para los cinco o seis amigos que suelen ir a verme.

Por último, un hermoso sol natural, y a veces sostenido que penetra por la ventana (solo durante el día) baña la artística estancia donde todo rebosa de júbilo y placer, pues hasta mis zapatillas se ríen allí como unas tontas.

Afortunadamente no tengo a deshonra el ser pobre. El día en que me falte el ordinario sustento, echaré al puchero un puñado de endecasílabos o un cuarterón de semi-fusas y me quedaré tan fresco; pero no por esto dejaré nunca de lamentarme de haber nacido tan desgraciado; esto es, ¡tan sin gracia!

En fin, queridos lectores; sabed que en mí tenéis un prójimo, no virgen en las letras, pero sí mártir de ellas; un escritor que si hoy en atención a su corta edad no es una gloria de la patria, mañana, con madurez de reflexión y conocimiento de la sociedad en que vive…tampoco valdrá tres cominos.

Tal es el exordio de un tomo de poesías, artículos y otras frioleras que veréis pronto en los escaparates de esas tiendas de comestibles intelectuales llamadas librerías; tomo cuya primera página dice así:

Cosas, de Juan Pérez Zúñiga, autor cómico en estado de canuto, violinista temporero y novio de plantilla, escritor a la vinagreta, funcionario público con vistas a la calle, periodista de tanda y abogado de reserva, maestro de solfa en buen uso, miembro de su familia, etc., etc. Novísima edición. Ilustrada con excelentes ripios. Madrid. 1884.

¿Qué más tenía yo que deciros?...

¡Ah! Que la obrita llevará una deliciosa carta-prólogo de Luis Taboada, y que debéis comprar el libro y leer sin enterneceros las extravagancias que contiene. Son hijas de mi ingenio, y, si no tuviereis el gusto de conocerme, por el hilo de las hijas podréis sacar el ovillo de su padre.

Juan Pérez Zúñiga


La manía de papá



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