Introducción.
Hemos llegado al final. ¡Eureka!, gritarán mis lectores —si es que los tengo— al haber hallado la forma de librarse de mí. Con Ruiz el energúmeno Juan Pérez Zúñiga pone punto y final a su libro titulado Tipos raros, colección de pequeñas historias festivas acerca de ciertos personajes excéntricos nacidos de su mollera o copiados de la realidad que le circundaba (no circuncidaba, ojo), que hay algunos que leen muy rápido y luego pasa lo que pasa que donde pone precipicio ven escrito...
Dejémonos de
tonterías; festejemos el haber llegado a buen término en nuestra empresa de
enseñarles las narraciones de Zúñiga, y pasemos a conocer a este último tipo
raro, tipo que por otra parte, les confieso me ha resultado el más
simpático de todos, el más rebosante de humanidad, el más contrario al epíteto
con el que le han bautizado.
Adelante Ruiz.
XVII. Ruiz el energúmeno.
Cuando llega
uno de esos domingos lluviosos en que no agrada salir de casa, dan los hijos de
Ruiz en la flor de obligarle a que tome parte en sus juegos, y él, blando de
corazón, les complace muy gustoso, proporcionándoles un pasatiempo extraño que
le divierte mucho.
Lo han
titulado ellos el energúmeno, y consiste en lo siguiente: Se agrupan
todos los chicos en un extremo de la casa y esperan a que Ruiz, después de
avisarles para que avancen, salga a su encuentro empuñando una zapatilla o unos
zorros, y los haga huir vestido de mamarracho y aparentando hallarse poseído de
una furia terrible.
Lo que
realmente les impresiona es la sorpresa que les causa al salir de la habitación
donde menos lo esperan y de la cual suelen pasarse. Entonces Ruiz les pica la
retaguardia zurrándoles de lo lindo, o deja caer una almohada sobre el grupo
desde el montante de una puerta, o les tira las zapatillas por una ventana
interior, o pone, en fin, un pelele donde suponen ellos que van a encontrarle a
él.
Gran risa les
produce el hallarle una veces con una toalla liada a la cabeza, el tapete del
velador arrollado al cuerpo y en la mano una sartén, y otras veces en
calzoncillos con mantilla de madroños y blandiendo un fuelle, de cuyos ataques
se defienden arrojando a Ruiz sin cuidado los proyectiles que más a mano
encuentran, y que tan pronto son libros de texto como pimientos de la Rioja.
El alboroto
que promueven es de esos que encolerizan a los vecinos y enriquecen a Federico
Delrieu fomentando las mudanzas.
No ha mucho se
quejó una vecina muy coqueta que vive debajo de Ruiz. Subió un día queriendo
hacerle la competencia en clase de energúmeno; pero la tapó la boca con la
amenaza de que publicaría en los papeles las deficiencias de su cuerpo
observadas desde una ventana, y daría cuenta de los procedimientos que emplea
para dar gato por liebre, con lo cual se calló y callada sigue.
Ruiz bien
conoce que molesta al vecindario; pero ante todo procura la diversión de su
hijos, ya que tantos días de amarguras les aguardan.
Mas en el
mundo todo tiene sus quiebras, como puede verse por lo que ocurrió cierto día
festivo no muy remoto.
Hallábase en
todo su apogeo el juego susodicho. Ruiz se había encaramado en el catre de la cocinera
dispuesto a sorprender a los chicos arrojándoles un saco de noche desde la alta
ventana del dormitorio, y la gente menuda avanzaba lenta y sigilosamente por el
pasillo en busca de Ruiz. Pero ni los chicos ni él pudieron notar que la puerta
de la escalera estaba entornada y que había penetrado en la antesala
nada menos que la Excma. Sra. Duquesa de Sangreturbia, dueña de la finca y dama
de gran respetabilidad.
Nada más lejos
de la imaginación de Ruiz que la visita de aquella buena señora, y nada más
lejos de esta que el extraño recibimiento que involuntariamente se le tributó.
Un aullido,
más bien que un grito, de la noble dama hizo caer a Ruiz en la cuenta de lo que
ocurría, porque coincidió con el disparo del saco de noche por la ventana y con
el vocerío de la turba infantil.
Instintivamente
salió Ruiz del dormitorio sin parar mientes en su traje, y excuso describir a
ustedes el cuadro que la antesala ofreció y la estupefacción de los personajes
que lo formaban, pues veíase allí una respetable y elegantísima Duquesa,
agobiada por un saco de noche que le había caído encima, quedándosele encajado
por su abertura en la cabeza, y frente a la temblorosa dama el pobre Ruiz,
confuso y aterrado, envuelto en una colcha, con una sopera a modo de casco y un
paraguas abierto.
Largo rato
permanecieron inmóviles los dos, mientras los chicos contenían la risa por la
fuerza del asombro.
La pobre
señora, con las manos en la cabeza, ni acertaba a pedir explicaciones de lo
ocurrido, ni a sacarse el saco (que es el colmo de la torpeza).
Ruiz, por su
parte, tampoco acertaba a justificarse ante la casera, ni a cerrar el paraguas
que le servía de estorbo.
Por fin salió
el saco de noche, no sin llevarse consigo el sombrero y aun la peluca de la
duquesa. Ruiz cayó de rodillas ante ella, y con voz entrecortada le dijo:
—Señora…,
perdone usted…; yo estoy avergonzado…; pero por entretener a los chicos…; ya ve
usted…, su madre ha salido, y yo… y yo no he salido…, y no lo volveré a hacer…
¡Por Dios, señora!... Deploro con toda el alma que…
En fin, Ruiz
se esforzaba por infundir piedad en el corazón de la víctima; pero ¿qué
consideración puede inspirar un hombre que tiene una sopera en la cabeza?
La iracunda
dama se puso el sombrero; pero no se puso en razón, y desapareció lanzando a
Ruiz terribles miradas y diciéndole:
—¡Esto es
incalificable, señor mío! desde el mes próximo pagará usted ocho duros más por
el alquiler del cuarto.
—¿Quién es esa
señora, papá? — le preguntaron asustados los niños.
—Una casera
rabiosa—les contestó. —Una fiera, a quien desde hoy cedo los trastos para que
me substituya en clase de energúmeno. Conque ya lo sabéis; este juego se acabó
para mí. Cuando queráis un energúmeno auténtico, llamad a la dueña de la casa;
a la excelentísima señora duquesa de Sangreturbia.
………………………………………………………
Al día
siguiente, se encontró Ruiz en el Teatro Real, al Duque, el cual encarándose
con Ruiz, le dijo:
—Amigo mío, ya
he sabido lo del saco de noche y…
—Perdone
usted—le interrumpió aterrado el pobre Ruiz; —pero no fue…
—¡No—añadió el
duque; — si le estoy a usted agradecidísimo! ¡Lo que siento es que el saco no
fuera un baúl mundo!
Comentarios.
Pues
efectivamente, como veremos a continuación el señor Ruiz no tiene nada de
energúmeno ya que su comportamiento airado y algo violento, es de mentirijillas,
forma parte de los juegos con los que entretiene a sus hijos, no está endemoniado
ni poseído, es blando de corazón, no les niega nada y sus hijos le hacen
contraer esa costumbre (dar alguien en la flor de algo) de jugar con ellos
cuando se lo reclaman
El juego
favorito es el que llaman el energúmeno y consiste en que el papá, o sea el
señor Ruiz se hace pasar por un ser violento que les persigue por toda la casa,
asustándoles y sorprendiéndoles donde los niños menos se lo esperan.
Les zurra con la zapatilla y con esos zorros que ya hemos comentado en otro episodio, y que se utilizaban para quitar el polvo en tiempos de Maricastaña, bueno, no tanto, que los conocí yo. Les pica la retaguardia, o lo que es lo mismo, les pincha en el culo. Les tira cosas a través del montante de una puerta. Palabra esta, montante, que inundó mi niñez y adolescencia, pues en mi casa había más de una puerta con esta ventana que permitía que la luz traspasase del pasillo a las habitaciones y viceversa. Montante que nos servía a mis hermanos y a mí, de aparato para ejercitar las flexiones de brazos, la barra de dominadas de nuestro días y para cotillear y hacer de vieja del visillo en alguna que otra ocasión. Los montantes eran fijos pero también había ventanucos, sobre todo en las habitaciones que se llamaban oscuras por no dar a la calle. En uno de estos últimos que daba a la antesala, con el paso de los años llegamos a hacer guiñol a nuestros hijos cuando la abuela reunía a toda la familia.
Pero dejemos
estas cosillas para más adelante que tiempo habrá de contar muchas cosas más,
ya veremos dónde y cómo.
En otra
ocasiones el “energúmeno” de Ruiz colocaba un pelele para hacer creer a
sus hijos que era él, un muñeco, un monigote, como los que en las
carnestolendas se pone en los balcones o se mantea. ¿Qué es eso de las
carnestolendas? Pues es otra forma de llamar a los carnavales, el período
anterior a la Cuaresma, tiempo que nos obliga a retirarnos de la carne (carnis –
tolendus = retirar la carne). Recordemos que carnaval es palabra formada
también por carne y levare (quitar).
El repertorio
de “payasadas” del buen padre es de órdago. Se disfraza con todo y de todo,
utiliza lo primero que encuentra a mano, y recibe con verdadero estoicismo
los ataques de sus peques que al igual que él inventan proyectiles con lo primero
que encuentran.
Es tal el follón que montan que Zúñiga nos dice que invitan al vecindario a mudarse de casa, y cita a un Federico Delrieu que debía ser un empresario dedicado a semejante cometido por aquel entonces. El caso es que hoy en día, en ese universo del internet, se consulta y aparece ese apellido ligado a ese mundo empresarial. Dan ganas de preguntarles. Igual sus antepasados conocieron a los vecinos de Ruiz. Igual hasta era el propietario de uno de esos camiones que aparcaban en la plaza de Barceló en espera de ser contratados. Ya seguiremos tirando del hilo.
¡Ay, madre!, lo del encuentro con una vecinita coqueta, no sé si comentarlo. Como una energúmena
subió a donde vivía Ruiz para protestar del ruido, pero no fue capaz de ganar a
Ruiz en la dialéctica. Este le hizo chantaje pues conocía los trucos que
empleaba para dar gato por liebre (engañar) a los hombres, camuflando las deficiencias de
su cuerpo. ¿A qué se está refiriendo mon Dieu? ¿A esos postizos antecedentes
del wonderbra? Mucho nos tememos que sí. Vaya cotilla que estaba hecho el energúmeno,
otra vieja al visillo.
Ruiz está
hecho de buena pasta, reconoce que molesta a los vecinos pero lo primero es lo
primero que dijo Calimero, y en este caso son sus hijos.
Pero todo
tiene siempre, tarde o temprano, un desenlace más o menos afortunado.
En el caso del
señor Ruiz, se acabó la fiesta cuando un buen día subió a visitarle su casera,
la duquesa de Sangreturbia (vaya nombrecito Zúñiga, lo has bordado, una noble
con la sangre turbia huele a bastarda). No pudo llegar en peor momento. La
duquesa aprovechó que estaba entornada la puerta de la escalera (así la
llamábamos nosotros también de pequeños) y entró en la antesala (otra pieza
inolvidable del hogar en donde nací). La pobre señora entró en territorio
hostil sin darse cuenta. Estoy viendo la escena. Por su derecha se acercaban
los chavales silenciosamente en busca de su padre y este, por el flanco
izquierdo de la señora duquesa, desde lo alto del ventanuco de la habitación de
la cocinera.
El
encontronazo entre el energúmeno y su tropa pilló a la duquesa desprevenida. Por
un lado el vocerío infantil, por el otro un saco de noche (especie de bolso de
mano que se llevaba en los viajes como una maleta) que vuela por el aire de la
antesala.
La escena es
de chiste: Ruiz envuelto en una colcha y con una sopera de casco, verdadero
mamarracho, bufón de circunstancias, los niños muertos de risa, y la señora
casera con el saco cubriéndole la cabeza. Nadie había parado mientes en el
jueguecito de marras, nadie previó las consecuencias del divertimento; resultado: una catástrofe. La visitante no lograba sacarse el saco, lo que Zúñiga nos
presenta como el colmo de la torpeza, y no le fata razón (él te saca el saco y yo
le saco la saca, podríamos jugar a decir, siguiendo al maestro).
Las mil y una
disculpas del buen hombre no consiguen evitar la reprimenda y el castigo. Ocho duros
más al mes por el alquiler del cuarto (el piso, expresión ya poco usada, la
verdad)
La duquesa se
marchó iracunda y hecha una fiera, hasta tal punto que el padre advirtió a sus
hijos que a partir de ese día si querían jugar al energúmeno que la llamaran a
ella.
Cuando un día
después se encuentra al marido de la nueva energúmena, cree que va a sufrir una
nueva reprimenda pero no ocurrió tal cosa; al contrario, el esposo de la
susodicha hasta le da las gracias, sintiendo tan solo la pena de que el saco que
cubrió la cabeza de su señora no fuera más grande; por ejemplo, un baúl mundo, uno
de esos que se usaban antes para viajar (por el mundo) con mucho fondo y hasta con
compartimentos. Busquen, busquen ustedes, el famoso baúl de la Piquer que
todavía se conserva y disfruten de su vista: eso era un baúl mundo. Verdadero trotamundos:
¡viajas más que el baúl de la Piquer!
Y hablando de
viajes. Nosotros hemos llegado al final del nuestro. En la próxima entrega
haremos un recorrido resumen de todas nuestras etapas recordando a todos y cada
uno de los tipos raros de Zúñiga.
Hasta entonces.