La justicia
militar es a la justicia, lo que la música militar a la música; he aquí una de esas frases que engordan la categoría
de sentencias inmortales y que suelen denominarse citas, esto es, esa curiosa
colección de textos, la mayoría de las veces sacados de contexto, para que en algún momento nos puedan servir de pretexto.
Y como los caminos
nos llevan hoy a poner en contacto a nuestro buen Zúñiga con el Ejército,
institución muy querida para el que esto escribe —tan solo llevo en ella cuarenta
y cuatro años—, pues pretextemos nuestra introducción al asunto que nos ocupa
con el mencionado dicho, adjudicado, dígase de paso, vaya usted saber a quién.
No es nuestra
intención profundizar en el contexto histórico en donde pudo nacer semejante
pensamiento, ni mucho menos indagar y encontrar la boca y el cerebro del que
salió, pero sí lo es señalar su claro y determinante sentido de ridiculizar y denostar
a los que en el seno de las fuerzas armadas se dedican al estudio de tan
precioso arte.
En resumidas
cuentas, la frase de marras se las trae, pues nos viene a decir que si en el
seno de los Ejércitos se maltrataría la justicia con sus rígidos códigos
disciplinarios y normas morales, de la misma manera los músicos militares no harían
más que ejecutar, en el sentido de ajusticiar, todas y cada una de las partituras
que les pusieran sobre los atriles. Así de crudo, así de directo.
En 1930, Zúñiga aprovecha
el espacio que le dejan en el Boletín musical de Córdoba, publicación
mensual que a caballo de la dictadura de Primo de Rivera y la II República
española divulgó el arte musical desde diferentes ópticas, para romper una
lanza a favor de los músicos militares. Y lo hace con su habitual sorna y
gracia, y sus juegos de palabras alocados, haciéndonos pasar un rato agradable,
aprovechando el humor, una vez más, como fue habitual en sus último años de
vida, ya jubilado, para defender una causa que él creía justa. Y no es baladí la opinión de nuestro querido escritor
festivo, toda vez que sin haber llegado a ser músico de gran reputación, posee
una gran cultura del arte auspiciado por Euterpe, y se ha codeado con los más
célebres compositores y directores de orquesta del momento, alguno de los
cuales nombra en su estupendo texto en defensa de la música miliar.
Con él les dejo.
Hasta la próxima y Feliz Navidad.
El indagador entrometido.
Jueves, 21 de diciembre de 2023.
1 de agosto de 1930. Boletín musical de Córdoba. (1)
La música en broma.
«Hoy, lector
amable, voy a meterme con la milicia en lo que se refiere a la música que
ameniza sus marchas, sus conciertos y todos aquellos actos que no podrían
celebrarse decorosamente sin la cooperación de trompetas y trombones, de
flautas y clarinetes. De sus notas militares voy a ocuparme un poco en estas notas
civiles rompiendo en su favor una lanza, aunque esta no es cuestión de
caballería, sino de infantes, que en España son los únicos que tienen música
dentro del cuerpo… a que pertenecen.
Perdóneseme si
estoy equivocado; pero yo creo que en el Ejército se atiende con poquísimo
interés a la parte musical de los cuerpos. Salvo contadas ocasiones, los llamados
a entender en estos menesteres conceden escasísimo valor al aludido elemento,
que, a mi juicio, lo tiene muy grande.
¿Hay cosa más
sonada en el Ejército que la música? Un batallón huérfano de música es un jardín
sin flores, una botella sin vino, una mujer en los huesos.
Los directores de
las bandas, a los que no pretendo dar un bombo, porque ya lo tienen, son
artistas valiosos a quienes no se retribuye en la medida que merecen por la
importancia de su actuación; importancia que es reconocida en los presupuestos
a los que empuñan la espada y no a quienes empuñan la batuta, que no es un
palitroque cualquiera, sino algo que hace su papel ante el papel de la
partitura.
Y respecto a las
huestes artísticas que los aludidos directores acaudillan, digo lo mismo que
respecto a sus maestros, llamados vulgarmente músicos mayores por su
sabiduría, no por su tamaño, puesto que los hay que son precisos bibelots con
estrellitas enredadas en la lira de la manga.
A la parte de
público sabedora de que hay bandas militares (¡Dios las bendiga!) que ejecutan
pasodobles compuestos por mí entre novela y novela o entre poesía y artículo
(que de todo hay que hacer), quizá le parezca interesado esto que expongo en
pro de los músicos de tropa. Pero no es así; aunque declaro que todos
los músicos, civiles y militares, blancos y negros, eclesiásticos y
municipales, me inspiran interés por su condición artística. Mas estos
renglones, a los que podrían poner música un Villa o un Marquina, un Power o un
Cambronero, un Gassola o un Calés, van encaminados únicamente a poner de
manifiesto la poca atención con que se mira la meritísima labor de los músicos
militares y la parquedad en su retribución.
Sé que el
Ejército, aun en tiempo de paz (que Dios guarde muchos años), requiere gastos
enormes; pero por lo mismo que en ellos cabe mucho, sería muy loable que se
remunerase mejor a los encargados de la solfa.
No propongo que
un bombardino sea considerado como el coronel del cuerpo en donde sopla, ni que
un saxofón en sí bemol cobre lo que un teniente general; pero que se les
escatime las perras, no me suena bien. Porque hay músicos de madera con
madera de buenos artistas; los hay que por el vil metal manejan bien el metal
que no es vil, y los hay, en fin, con muy buenos golpes, que los palillos o el
mazo se encargan de hacer llegar a todo el Mundo.
En suma, lector
amigo, yo quisiera tener suficiente influencia cerca de los altos poderes para lograr
que en los correspondientes presupuestos cupiese el merecido aumento en el número
de músicos y en su dotación; yo quisiera que los jefes de los cuerpos considerasen
que lo que llevan delante (me refiero a la banda) no es una obligada murga,
sino una agrupación artística digna de la justicia que a toque de tambor pido
para ella desde aquí, y, por último, quisiera que me dispensasen este
atrevimiento y no me arrojasen de si con cajas destempladas.
Juan Pérez Zúñiga.
(1) Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional.