En este peregrinar
en busca de las huellas que Don Juan Pérez Zúñiga ha dejado de su existencia,
nos vamos encontrando con infinidad de detalles dignos de ser contados y voto a
bríos que así se hará si no me abandonan las fuerzas y Dios no tuerce los renglones
por donde transcurren mis días.
Hoy por hoy, con
cuentagotas y muy a mi pesar, voy dejando ver cosillas a través de esta ventana
abierta que me proporciona el blog, pues ya avisé en
ocasiones anteriores que esta labor es ardua, que don Juan nos ha dejado
muchísimos textos, composiciones poéticas, narraciones en prosa, crónicas de
actualidad, amén de sus novelas largas y cortas; textos, las más de las veces,
llenos de intención y con mensajes más o menos claros que requieren una lectura
pausada y meticulosa, que pide a gritos leerse entre líneas, para no dejar
pasar nada que nos ayude a perfilar su personalidad.
Hoy traigo una
pequeña poesía que formó parte de uno de sus libros recopilatorios de las colaboraciones
en la prensa que prodigó. Nos referimos a Coplas de sacristía, obra de
la cual realizó dos ediciones, la primera en 1906 y la segunda, probablemente hacia
1921, y dentro de la colección de sus Obras Completas con la Editorial
Renacimiento.
Estos versos, que el propio autor en el prólogo confiesa no son ni coplas ni de sacristía,
son diferentes textos alusivos a la religión que él mismo profesa y de la que
se siente muy orgulloso, la religión católica; textos creados para que —según
dice él— puedan ser leídos, en sus momentos de ocio, por los presbíteros,
sacristanes y monagos, siempre, dejando bien claro que no tienen la más
mínima intención de ofender a nadie, más bien al contrario, de entretener o solazar.
Zúñiga, a
estas alturas de su vida ya es conocido por su moderado pero sin tapujos anticlericalismo,
por su mofa hacia las supercherías y la excesiva afición que hay en España a
las reliquias. Es un liberal convencido
de la separación de la política y la religión, del Estado y de la Iglesia, lo
cual no quita que profese, como hemos señalado, la religión católica, y cuente
entre sus amigos, con muchos sacerdotes.
Ya profundizaremos en el momento oportuno, pero sospechamos que su condición de burgués y católico en los días del Madrid asediado de la Guerra Civil de 1936, le hicieron cauto dentro de su "cautividad" y prudente a más no poder, creyendo por nuestra parte que su amistad con el sacerdote Leocadio Lobo, que merecerá capítulo aparte en esta larga historia, tuvo mucho que ver con su relativa tranquilidad en el devenir de la guerra, bombas a parte de los que asediaban la capital.
Lo malo de las posiciones centradas, que otros llamarán con premura tibias, es la situación en la que quedan cuando el torbellino ideológico se radicaliza, cuando los extremos se estiran (tanto que acaban tocándose) y la paz, la calma, la convivencia y las relaciones se vuelven imposibles.
Con la poesía
que hoy traemos, Don Juan, se pude ganar enemigos por todos los lados, por los
integristas o íntegros, u ortodoxos, de cualquier ideología, y, esto es así, por
la sencilla razón de que aplica el sentido común y da su opinión sobre un
asunto que asalta la actualidad de sus días y no solo no comparte, sino que
critica con su característico humor, no exento de sinceridad.
Ya conocerán
ustedes lo que se dice de antiguo acerca de los curas en España, aquello de que
siempre vamos detrás de ellos, unas veces siguiéndoles con cirios y otras con
estacas.
Hablar del
catolicismo en España es para temblar, en ocasiones de sincera emoción y en
otras de triste dolor. Es muy difícil mostrarse indiferente ante el mensaje de
Cristo, y por ende, de la Iglesia, a pesar de la acusación que sufre esta
última de malinterpretar el mensaje del Salvador.
Pero no
reconocer que la Iglesia ha cambiado a lo largo de su historia, que ha ido
siempre adaptándose a los tiempos, sería equivocarnos, sin necesidad de señalar
que estos cambios sean producto del oportunismo interesado o hijos de una
soberana y excelsa virtud.
La composición poética de Zúñiga se sitúa en el contexto histórico vivido en España durante el reinado de Alfonso
XIII y más en concreto durante los días que siguieron a la consagración de
España al sagrado corazón de Jesús por parte del bisabuelo del actual rey de
España. Fue tan grande la devoción nacida alrededor de este símbolo que fueron
muchos los partidarios de incluirlo en la bandera de la nación, anhelando de
esta manera recuperar nuestro pasado glorioso, perdido por haber dejado de lado la fe
en Cristo.
Disculpen si peco de pelmazo, ya les dejo, y lo hago con la composición que Juan Pérez Zúñiga escribió a
cerca del Corazón de Jesús y la bandera de España, que ya les adelanto,
no va a gustar a más de uno, pero es lo que hay.
Pd. Si me
preguntan si me gusta les diré que sí. Porque goza de la oportunidad del
documento histórico y de la calidad del documento literario. ¿Qué tiene actualidad?
Desgraciadamente creo que en cierta manera algo también. Cada uno es libre de pensar lo que crea
oportuno y colocar en la bandera de España lo que le plazca —siempre y cuando
no se delinca— e incluso, como se ve en estos días hasta de dejar el hueco, literalmente
hablando, cortando la tela, en donde no poner nada, circunstancia esta que me
recuerda a mi santa madre (que leyó mucho a Zúñiga), que nos decía que en la
nevera siempre tenía una botella vacía, y cuando le preguntábamos que para qué,
nos contestaba, con guasa, que para los que no quieren beber nada.
Hasta la próxima
querida gente.
Dentro del
apartado final del libro que comentamos, denominado con sutil humor Apendicitis,
se recogen diversas noticias de esos días que son comentadas acto seguido por Zúñiga
con sus festivos versos.
La Montaña
de San José (revista ilustrada) ha iniciado la idea de gestionar cerca de
los Poderes públicos que el Corazón de Jesús sea parte integrante de la
bandera española, y otra revista, El Pan de los Pobres, se adhiere con
entusiasmo a esto que llama “grandioso pensamiento”.
Sin
que esto sea burlarme
del
Corazón del Señor
(¡de
semejante pecado
por
siempre me libre Dios!),
yo
entiendo que las banderas
bien
están como están hoy,
sin
vísceras respetables
de
santa circulación.
¿Qué
por no llevar grabado
tan
rico emblema perdió,
como
castigo del cielo,
su
integridad la nación?
¡También
cuando éramos grandes
sin
corazón del Señor
iba
la enseña y triunfaba!...
Sí;
todo buen español
nunca
el corazón grabado
en
la bandera llevó;
¡siempre
llevó la bandera
grabada
en el corazón!