Quién no ha dado
en su vida con un machacón, o como en el caso que nos ocupa hoy, con una
machacona. La Academia de la Lengua los define como personas que repiten
algo con insistencia y pesadez. Lo que se dice un pesado de tomo y lomo, o en
lenguaje más actual y humorístico (gracias, José Mota), un cansino. En suma, el
machaca o la machaca, es el que te está fastidiando o tocando… la
moral.
Este es el
tipo que retrata Zúñiga en el capítulo cuarto de su galería de raros, del que
no nos consta se publicara en la prensa, y lo hace con el telón de fondo del
mundo de la tauromaquia, una de sus mayores aficiones.
Que lo
disfruten. Les espero al final.
IV. La Preguntona
A este tipo le
conocí en la novena. En la novena grada de la Plaza de Toros de Madrid.
Siempre que mi
amigo Joaquinito Piltráfez había presenciado el espectáculo taurino en la
expresada localidad, había tenido la suerte de que le tocase alguna vecina de asiento
verdaderamente sugestiva y conmovedora, de esas que distraen con su hermosura y
no dejan prestar a los lances de la fiesta la debida atención. Animado por la
suerte de Piltráfez fui a la última corrida. Penetré en la novena grada y en
vano miré en derredor mío: no había una sola mujer que valiera tres rábanos. En
cambio había junto a mí una señora mayor lo más ridícula que puede imaginarse.
Pelo escaso, pero estropajoso y blancuzco, debajo de un sombrerete adornado con
cintajos y alcachofas y que parecía haber caído casualmente desde un balcón
sobre aquella cabeza de Medusa; ojos con ribete cardenalicio y goteo perpetuo;
mejillas policromas; dentadura desvanecida; cutis de arpillera y un gran manojo
de flores cordiales en el sitio donde acostumbran los seres humanos a tener el
pecho. Tales eran las circunstancias de mi vecina, unidas a un sistema nervioso
tan levantisco y alterado que no dejó de obligarla a darme involuntarios
codazos y pisotones durante toda la corrida.
Resignado ante
tan espantosa vecindad y en mi manía de verlo todo por su lado mejor, pensé que
junto a semejante esperpento, no perdería un detalle de la lidia y podría
dedicar mi atención a una fiesta que tanto entusiasmo me inspira.
¡Pero cuán
fácil es engañarse en este pícaro mundo! ¿Ustedes creen que aquella señora dejó
de molestarme ni por un momento? Pues no; y para probarlo copio a continuación
parte del interrogatorio a que tuvo a bien someterme.
…………………………………………………………………………………………………………
—Caballero ¿Quién es aquel torero del traje azul?
—Bombita,
señora.
—¿Pues no le
habían cortado una pierna?
—Que yo sepa
no le han cortado nada.
—¡Ah, sí! Es
verdad. Ahora recuerdo que a quien se la cortaron fue al Tato. Usted
dispense.
—No hay por
qué.
……………………………………………………………………………………………………….
—Caballero,
¿van a picar a todos los toros?
—Si se dejan,
sí, señora.
—¿Y qué hacen
con los caballos muertos?
—Baúles y
chorizos.
—¿Pero no
vuelven a servir para otra corrida?
—Generalmente
no.
—¿Y cómo andan
los infelices con las tripas fuera?
—Bastante
disgustados, probablemente.
—¡Pobrecillos!
Son sin culpa ninguna los que más sufren en este espectáculo salvaje.
—¡Hay quien
sufre más sin estar tan cerca del toro! —dije refiriéndome a mi humilde
persona.
—¡Me dan una
lástima! Y es que yo tengo pasión por los animales. Allá en Valdelachufa, donde
tiene usted una choza, se me murió un potro hace dos meses, y todas las mañanas
de nueve a doce le lloro y le rezo como si se tratara de un pariente.
—Pues reciba
usted mi más sentido pésame.
—Gracias,
caballero.
…………………………………………………………………………………………………………
—¡¡Ay!!
—¿Qué es eso,
señora?
—Que creí que
le cogía… ¡Vaya un susto! ¿Quién es ese de lo verde?
—El Pataterillo.
—¿Y sabe usted
cuánto gana?
—No, señora.
—¡Pobre! Puede
que le den un par de pesetas…
…………………………………………………………………………………………………………
—¡¡Ay!! (Esta
vez al grito acompaña un pellizco que me hace saltar)
—¡Señora, por
Dios!
—¿Pero no ha
visto usted? Otra vez el toro detrás del mismo. ¿Le habrá tomado tirria? ¿Se la
habrá tomado?
—¡Señora, no
lo veo desde aquí!
…………………………………………………………………………………………………………
—Diga usted,
¿pueden subir los toros hasta la grada?
—Sí, señora; pero
no acostumbran…
—La verdad es
que yo no debería venir a ver estas cosas.
—¡Tiene usted
razón!
—A esto no
vienen más que cafres.
—Mil gracias.
—Si no fuera
por la pícara curiosidad… Claro, como en Valdelachufa hay pocos aficionados a
toros… Mi marido es uno de ellos.
—¿De cuáles?
—De los
aficionados. Solamente logramos que echen novillos para el Cristo. Por eso hay
que venir a Madrid para ver toros formales.
—¿Los de
Valdelachufa no tienen formalidad?
—¡Qué guasón
es usted!
…………………………………………………………………………………………………………
—¿Qué está
haciendo aquel torero que mira a los palcos?
—Está
brindando.
—¿Y qué dice?
—Señora, yo
qué sé.
—¿Quién es?
—Machaquito.
—¿Por qué le
llaman así?
—Quizá porque
de pequeño machacaría. También hay personas mayores que no dejan de machacar.
…………………………………………………………………………………………………………
—¡Ay! ¡Ay!
¡Ay! (Tres ayes y tres pellizcos).
—¡Señora, por
Cristo padre! Serénese usted.
—¡Ahora sí que
le ha matado! ¿Ve usted? Le llevan a la enfermería… Allí le cosen ¿verdad?
¿Cómo le cosen?
—A máquina,
señora.
—¿Dónde tiene
la herida?
—No se la veo.
Probablemente será en la región glútea.
—¿En qué
región?
—En la región
del demonio que le aguante a usted más. Yo me voy a otra parte… a un burladero…
al tejado… al infierno…
—¿Qué poco
amable es usted?
—¡Y usted qué
impertinente!
—Muchas
gracias.
—¿Por qué no
se ha quedado usted en Valdelachufa?
—Porque no le
ha dado la gana, ni a mí tampoco— gritó, poniéndose en pie, un caballero tan
ridículo como la espectadora y colindante con ella.
Y en medio de
una algazara espantosa, en la que tomaron parte todos los concurrentes a la
novena, el caballero exasperado, demostrando tener una constitución hercúlea,
me agarró por el cogote y me sacudió tres achuchones monumentales.
Las subsiguientes
bofetadas con que yo le obsequié se oyeron en Valdelachufa.
Y coreado por
la rechifla general salimos al corredor hechos una pelota.
—Ya habrá
usted comprendido—me dijo allí el forastero, —que yo soy el esposo de esta
señora.
—¿Y por qué no
le ha hecho a usted las dos mil preguntas que me ha hecho a mí?
Porque no le
ha dado la gana.
……………………………………………………………………………………………………………
No quise
perder más tiempo. Volví a mi localidad y el matrimonio cerril se fue de la
plaza, de cuya grada novena conservaré siempre recuerdos horribles.
Cuando, de
regreso de la corrida, me dirigía medio atolondrado a casa de Piltráfez, del abonado
a la famosa grada, para ponerle verde por infundioso, me encontré a un tal D. Pascasio
Bonetillo, hombre beato si los hay.
—¿A dónde se
va? —le pregunté maquinalmente.
—A la novena—
me respondió.
—Pues tenga
usted cuidado, porque allí sacuden.
—¿Quién
sacude?
—El marido de
la preguntona—le dije yo, siguiendo mi camino y dejando al buen señor con la
mano abierta y el rosario en la boca, o viceversa.
Comentarios.
En los años que Zúñiga escribe La preguntona, en Madrid, se puede decir que solamente hay una plaza de toros de renombre, la de la Fuente del Berro que se situaba en el terreno en el que se construyó el actual Palacio de los Deportes, se inauguró en 1874 y pervivió hasta 1934. Fue el coso en donde se batieron en un duelo espectacular Frascuelo y Lagartijo, y torearon otras figuras como Guerrita o Bombita. Esa plaza relevó ese año a la de la Puerta de Alcalá, que situada entre las actuales calles de Claudio Coello y Conde de Aranda, desapareció con el plan urbanístico que dio origen al barrio de Salamanca. Una segunda plaza pero mucho más modesta se encontraba por el barrio de Tetuán de las Victorias y habría que esperar a 1931 para ver nacer a la monumental plaza de las Ventas, que todavía sigue regalándonos tardes de toros.
Cita Zúñiga varios
nombres de toreros de su época: Bombita (Ricardo Torres Reina;
1879-1936); el Tato (Antonio Sánchez; 1831-1895) del que se cuenta, como lo
señala Zúñiga en su narración, que perdió su pierna derecha por una infección tras
una cogida; Machaquito (1880-1955); y al banderillero cordobés Pataterillo.
Descendientes
de Juan Pérez Zúñiga nos han cedido las imágenes de varias postales fotográficas
de toreros de ese momento, entre ellos el Tato, Frascuelo y Lagartijo.
Hacia 1922
Zúñiga recopilaría en un libro varios textos relativos a los toros, en un tomo
en el que también escribió sobre el tema musical, titulado Fermatas y
banderillas.
Como cosa
curiosa debemos fijarnos en el problema de los caballos de los picadores, los grandes
sufridores de los primeros años de las fiestas taurinas; imágenes como la
descrita por Zúñiga, en la que los equinos acababan con las tripas colgando
debieron hacer reflexionar a los responsables sobre el asunto. La suerte de
picas o suerte de varas parece ser que al principio se hacía “A
caballo levantado”, siendo la mayoría de las veces el toro el que derribaba al
caballo, y no al contrario como se podía esperar. La lógica evolución del festejo
llevo a proteger al picador y a su montura, haciendo más largas las varas o cansando previamente al toro más de la cuenta, pero la medida más acertada fue la de proteger a los
caballos con lo que se llamó caparazón.
Piltráfez y
Pascasio Bonetillo son dos fichajes más para la familia de personajes de
Zúñiga, así como Valdelachufa para la de sus pueblos.
El juego de
palabras con el que comienza se construye en el número ordinal que hace referencia
a las gradas de la plaza de toros, y la práctica de oraciones y rezos que con
duración de nueve días se ofrecía a Dios, la Virgen y los santos.
De entre el
vocabulario destacamos la palabra cafre, por ser de esa clase de palabras
que con el tiempo sufre el martirio y la condena eterna. Sepan ustedes que hay
un lugar en el mundo donde está prohibida su pronunciación. Palabra originaria
del árabe Kafir designa a los paganos (no cristiano, en general) y de su
utilización por los ingleses para designar a los habitantes de una zona de la
actual Sudáfrica dio lugar al territorio llamado Cafrería y al apelativo
de cafres a sus habitantes. Y allí en esa zona se castiga a todo el que utilice
ese término.
Sufre Zúñiga
un gran chasco cuando llega a la grada novena empujado por la recomendación de
su amigo, pues allí no encuentra las mujeres bonitas que le ha descrito, pero
piensa que la compañía de ese adefesio que le ha tocado de vecina hará
que disfrute más de las faenas de los espadas. Y nosotros nos preguntamos, qué
hubiera pasado si junto a él se hubiera sentado un bombón de mujer, o un pibón
como se dice ahora. Pues seguramente don Juan hubiera sacrificado algún que otro
lance para desviar su mirada en dirección a ella. Así era, según dicen, nuestro
escritor festivo, un caballero pero un admirador empedernido de la belleza femenina.
Y es que hablar de estas cosas da hasta miedo hoy en día. Parece que no hay
valor para definir la belleza y reconocer que hay unos cánones que fijan lo hermoso,
la beldad, lo lindo, unas normas o modelos que nos hemos dado las personas. Leches,
ya sé que los feos también tenemos derecho a la vida, pero… no esperemos que
nos piropeen, con que no se rían, ya nos basta.
Hasta la próxima.
El inda de Zuñi.
Fuentes:
Las plazas de
toros históricas de Madrid | Toreteate.com
Hemeroteca Digital Biblioteca Nacional de España
Archivo y Biblioteca particular.