miércoles, 7 de agosto de 2024

Tipos raros. XV. Los que disfrazan al nene.

 





Introducción.

Decimoquinto episodio de los Tipos raros de Zúñiga, en donde se aborda el tema de los carnavales y la consiguiente tradición, costumbre o manía de disfrazarse. Los adultos podemos hacer lo que nos plazca en este tipo de festejos, pero deberían pedir responsabilidades a esos padres que llevan a sus hijos por ahí como verdaderos adefesios, mamarrachos o seres ridículos.

 

XV.- Los que disfrazan al nene.

 

En la época de las caretas y de las curdas, de las bromitas y de los bromazos, muchos padres pierden el juicio, y tienen la rareza de gastarse un sentido en disfrazar a los inocentes frutos y a las tiernas frutas de su amor, o de lo que sea. Dígalo si no D. Melitón Aldabilla, portero mayor que fue de un Ministerio, y que, después de haber servido muchos vasos de agua a mi padre, llegó a constituirse en casero suyo, por efectos de las vueltas que da el mundo.

La portera consorte y su marido sostenían el diálogo siguiente, ocho días antes del advenimiento del Carnaval:

—Melitón, es preciso que este año vistamos a nuestro Faustito de cualquier cosa.

—¿De cualquier cosa? No me gusta ese traje, Petra.

—Quiero decirte que le vestiremos de lo que a ti te guste más.

—Entonces… de chuleta empanada.

—¡Qué chistoso!

—Mira, podíamos vestirle a la federica.

—No es propio hacerle traje de mujer.

—¿Cómo de mujer?

—¿No dices que a la federica? ¡Si fuese al Federico!

—No seas bestia, querida Petra. El traje a la federica es así, una especie de… vamos, un traje de la Edad Media.

—Pues Faustito no ha llegado a esa edad todavía; conque no pienses en semejante disfraz.

—¿Quieres que le vistamos de Felipe el Hermoso?

—¡Quita! ¡Si es más feo que un tiro!

—Entonces, vistámosle de torero.

—No tenemos patrones. Si la patrona del segundo, que ha vestido de Reverte a su niño, conservase el patrón del traje…

—¡Qué idea más luminosa!

—Nada, Melitón; voy a ver si la patrona me presta el patrón por unos días, y satisfacemos así nuestro capricho. Pero se me ocurre otra idea.

—Parece mentira Petra.

—¿Te acuerdas del trajecito de San Juan que llevó en la procesión de Minerva? Pues bien; se le quita el borrego y se le pone el casco.

—¿Al borrego?

—No, al niño. Y parecerá un infante completamente romano.

—Lo que semejará es un coracero en paños menores.

—Todo te parece mal. Di de una vez lo que quieres.

—Lo que dijimos primero.

—Bueno; le vestiremos a la Saturnina.

—¡A la federica, mujer!

…………………………………………………………………

Estando en el diálogo anterior, presentóse al matrimonio una vecina muy entrometida, y facilitó la solución del asunto de la mejor manera imaginable.

¿Cómo? Pues proporcionando a la criatura un traje de perro de aguas, tan completo y tan bien hecho, que era un verdadero prodigio de propiedad.

Después de ser admirado el traje por vecinos y amigos, y por muchos amigos de los amigos y de los vecinos, salió Fausto con sus lanas blancas, su hociquito sonrosado y su collarín rojo, por esas calles de Dios delante de sus papás, que le llevaron al Prado llenos de júbilo. Pero había allí tal barullo de máscaras y de seres humanos, y llegaban a tal extremo las apreturas, que el angelito canino se escabulló entre la multitud y no tardó en perderse.

Separado de la familia por el oleaje de la apiñada concurrencia, fue a parar inesperada y violentamente a poder de un sujeto de mal pelaje, que había leído aquella misma mañana un anuncio en El Liberal que así decía:

«Al que presente en la calle del Pez, 13, segundo, un perro de aguas con un collar encarnado, que sabe andar en dos patas y atiende por el nombre de Fausto, se le gratificará.»

Al ver al supuesto chucho como un palomino atontado, vínosele a la memoria el anuncio preinserto, y ocurriósele llamar Fausto al aparente animal, que desde luego atendió por su nombre.

Ya no le cupo duda al individuo codicioso. Cogió a Fausto, se lo metió debajo de la capa, y se fue derechísimo al núm. 13 de la calle del Pez.

El pobre niño, cogido por el transeúnte y sobrecogido por la emoción, ni siquiera podía llorar.

Poco después, el hombre desconocido recibía cinco duros de la dueña del perro extraviado, y el desdichado Fausto cinco arañazos del gato de la casa que, menos torpe que su ama, vio que el recién llegado chucho no era el auténtico, sino uno falsificado.

Tales caricias hubieron de sacar de sus casillas a Fausto, y cuando menos lo esperaba la señora, se encontró con que el perro comenzó a llorar y a llamar a su mamá desesperadamente.

¡Ustedes calculen cuál sería el asombro de la buena mujer!

Suponemos que el perro apócrifo habrá vuelto al regazo de doña Petra. Pero no sabemos más.

Lo que sí sabemos, es que todavía le dura la impresión de aquella inesperada bromita de Carnaval al desventurado Fausto y a los miembros de su apreciable familia, que no cesan ni cesarán de renegar de la propiedad de los trajes de máscara, y de la manía de disfrazar a los nenes, mientras Dios les conserve la existencia en este valle de lágrimas y de serpentinas.

Comentarios.

Se vive la época de los carnavales, tiempo de caretas y curdas (borracheras) según Zúñiga, y en esta narración nos trae al matrimonio formado por Melitón Aldabilla y su esposa Petra que, como muchos otros, pierden la cabeza y se gastan un sentido (una cantidad muy grande de dinero) para disfrazar a sus hijos de lo que sea. El caso es disfrazarlos.

Hasta dar con el disfraz ideal con el que caracterizar a su hijo Fausto llegan a plantearse vestir a la criatura a la Federica (como en los tiempos de Federico el Grande de Prusia, como Felipe el Hermoso, el Felipe I de la Monarquía Hispánica, el padre de Carlos I de España y V de Alemania, y hasta del torero de moda, Reverte. A la federica, doña Petra no lo ve propio por no vestir de mujer a su niño, de Felipe el Hermoso no le pega pues el chavalote debe ser más feo que Picio y de Reverte, el torero, lo ve como una idea luminosa (por aquello de ser un traje de luces, hemos de suponer).

Parece ser que Faustito ya lució el traje de San Juan con una piel de borreguito y todo, en la procesión de Minerva. Esto nos ha dejado descolocado durante unos instantes, hasta comprender de lo que se hablaba.

Santa María sobre Minerva es una de las basílicas menores de Roma. Como muchas otras basílicas romanas recibe el nombre del antiguo templo pagano sobre la que se construyó (en este caso el templo dedicado a la diosa Minerva). Parece ser que en Madrid a finales del siglo XIX se preparaban procesiones paralelas a las del Corpus Christi y que recibían el nombre de Minerva. Se dice que se llamaron así desde que en el siglo XVI, la Congregación del Santísimo Cuerpo de Cristo recibió permiso del papa Paulo III para su celebración. Este Papa fue el que aprobó la cofradía del Santísimo Sacramento de la Minerva, fundada por el dominico Tomás de Stella en la Iglesia de Santa María sobre Minerva en Roma. La cofradía se centraba en la defensa y adoración de la Eucaristía, y sus miembros estaban obligados a asistir a una misa con exposición del Santísimo Sacramento los terceros domingos de cada mes.

Una vecina les da la solución: vestir al niño de perro de aguas, perro con apariencia de borreguito, la verdad, por ese pelaje rizado que presenta.

Nos dice Zúñiga que el traje quedó muy bien que era un verdadero prodigio de propiedad, que es como decir que es extraordinaria su semejanza e imitación del original.

Contentos salen a pasear con el chaval vestidito con su lanas, pero se les pierde.

Se lo encuentra un señor también con pelaje, pero este referido a su mala disposición como persona. Este leyó en el periódico que se recompensaba a quien encontrara un perro de aguas igualito a Faustito y que además llevaba su nombre. Le llamó y le hizo caso. No lo pensó más. Lo agarró y se dispuso a devolverlo a su dueña.

El hombre cobró sus cinco duros, y el niño, arañado por el gato que había en la casa, acaba lloriqueando y llamando a su mamá, ante el asombro de la dueña del perro.

Termina la historia dando por supuesto que el niño (el perro apócrifo, falso, de mentira) vuelve a los brazos de doña Petra, y señalándonos cómo la familia de Faustito no pararon de renegar de la propiedad de los trajes de máscara que es, como ya hemos dicho, renegar de lo auténticos que son los disfraces de carnaval y también de la manía de disfrazar a los nenes. ¡Dejen a las criaturas en paz!, parece decirnos el escritor festivo. ¡Disfrace usted al nuncio!

Hasta la próxima amigos. Ya solo nos queda por conocer al hombre fogoso y a Ruiz el energúmeno.

 


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