Introducción.
Penúltima entrega de esta serie
de Tipos raros creados por el gran maestro del humor festivo de finales
del XIX y principios del XX, Juan Pérez Zúñiga. Ya hemos podido comprobar, una
vez llegado a este punto, la facilidad de nuestro escritor para engarzar humoradas
jugando con las palabras, su doble sentido en algunos casos, las comparaciones,
los enredos y su gran agudeza a la hora de bautizar a sus personajes. El de
hoy, el hombre fogoso, no podía menos que llamarse Lorenzo Tizón. El nombre de
pila en honor del astro que calienta la Tierra, y el apellido como un palo a medio
quemar. Veamos que más cosas hacen arder el espíritu de este buen hombre.
XVI.- El hombre fogoso.
Nació Lorenzo
Tizón a la vera de un horno el diez de agosto de mil ochocientos y tantos, día
tan caluroso que el mercurio del termómetro, burlándose de todos los grados de
la columna, se había escapado por arriba.
El abuelo de
Tizón fue carbonero.
El padre
comenzó vendiendo cerillas y acabó estableciendo una fragua.
Lorenzo picó
más alto; fue actor. Y actor que, sintiendo en su cabeza la llama del genio, siempre
ardía en deseos de conquistar aplausos calurosos. Pero se guardaba muy bien de
representar obras como La Marina, La bola de nieve, Con el agua al cuello,
Noticia fresca, ¡Agua va!, Cuadros al fresco, Al agua patos, Los baños del
Manzanares y Champagne frappé. En cambio formaban su repertorio El fuego
de San Telmo, Los carboneros, Lucifer, Sol de invierno, El haz de leña y Jugar
con fuego. ¿Y saben ustedes por qué rechazó algunas buenas contratas? Por
no trabajar con Fuentes ni con Nieves González ni con Nieves Suárez.
El pelo de Lorenzo era rojizo: parecía dorado
a fuego. Que era hombre de muchos humos nadie lo ponía en duda. Su tubo
digestivo era propiamente el tubo de una chimenea.
Al mismo
tiempo era tan susceptible que se quemaba por todo y salía de todas partes
echando chispas. ¡Armaba cada cisco! Y todo para tener el gusto de que vinieran
los guardias y le prendiesen.
No pegaba
fuego a su casa, porque comprendía que eso era un delito; pero admitía criadas
descuidadas para ver si lo prendían involuntariamente.
Yo le he oído
sostener diálogos como el siguiente al recibir una criada:
—¿Cómo se
llama usted?
—Encarnación
Tostadillo.
—Muy bien. ¿De
dónde es usted?
—De
Cienfuegos.
—Perfectamente.
¿Ha tenido usted madre alguna vez?
—Sí, señor; yo
soy hija de una cartuchera.
—¿Qué dice
usted?
—Que mi madre
hacía cartuchos, con mi padre, que era polvorista.
—¡Bravo! ¿Y
sabe usted guisar?
—No, señor.
—¿Y encender
la lumbre?
—Sí, señor.
—Pues eso
basta. Queda usted recibida.
En cambio
rechazó a otra, después del siguiente interrogatorio:
—¿Su nombre de
usted?
—Nieves.
—Malo. ¿Su
apellido?
—Páramo.
—Peor. ¿De
dónde es usted?
—De Riofrío.
—¿Tiene usted
padres?
—Sí, señor;
explotan el aguaducho.
—¡Qué horror!
¿Y tiene usted novio?
—Sí, señor; es
bombero.
—¿Bombero?
Basta, lárguese usted.
—¿Por qué?
—Porque los
bomberos apagan los fuegos, y yo no puedo apadrinar semejante barbaridad.
En los toros
no se divierte más que cuando el ganado es malo; porque le ponen banderillas de
fuego.
Se casó con la
hija del Sr. Parrilla. Había tomado con gran calor las relaciones. ¡Como que su
pecho era un volcán!
Por cierto que
tuvo una suegra terrible. Pero Tizón transigía, porque en ella veía siempre
encendida la tea de la discordia, y esto y las miradas incendiarias que le
suele dirigir le tiene contento.
No tiene
perro, gato ni loro: lo que tiene es una llama.
¿Y saben
ustedes por qué no hace buenas migas conmigo? Porque tengo la voz apagada. Solo
le parecí simpático una vez que, por circunstancias particulares, estaba yo en
ascuas.
Leyendo los
periódicos pasaba por alto las noticias de la guerra. Porque como siempre le
disgusta a uno el ver que se rompan las cosas más apreciadas, le daba lástima
saber que los combatientes habían roto el fuego.
Tizón está
fuertecillo, pues solo padece de ardor de estómago, y cuida muy bien de no
mitigarlo con nada. Pero el día en que le suelten una fresca, o que sienta
escalofríos o que le den una de esas noticias que dejan helado a cualquiera,
sucumbirá de fijo. Y aunque sus buenas acciones le han conquistado un puesto en
la gloria, ya verán ustedes como a última hora, dada su manía por todo lo
ígneo, se sofoca y hace alguna diablura.
¿Para qué?
Pues precisamente para dar consigo en los infiernos.
Conque ya
saben ustedes quien es y cómo es Lorenzo Tizón, o el hombre fogoso.
¡Ah No pasen
ustedes por las cercanías de su casa, porque huele mal: huele a chamusquina,
según unos; a cuerno quemado, según otros.
Comentarios.
Lorenzo Tizón,
para empezar, parece ser un hombre de muchos humos, que es como decir que es
muy vanidoso, presuntuoso y altivo. Cuando a alguien hay que domarle esa
altivez, se dice que hay que bajarle los humos, porque se le han subido a la
cabeza, envaneciéndole.
Es también una
persona muy susceptible, quisquilloso, receloso, y de casi todas las
situaciones que vive sale echando chispas, esto es, sumamente enfadado y
furioso, en una palabra, cabreado. Tanto que suele armar el cisco por nada, o
sea jaleo, reyerta, alboroto, bullicio, y no sé cuántas cosas más, que en
España sabemos mucho de eso. Si sabremos que me viene a la cabeza el chistecito
de cuando murió Francisco Franco que después de casi cuarenta años mandando en
España, llega al cielo, y al ser preguntado su nombre por San Pedro le contesta:
Fran Franco. A lo que el cancerbero celestial le pregunta extrañado: ¿Fran, y
el cisco donde lo dejas? Y el ex caudillo de los españoles le responde apesadumbrado:
el cisco lo he dejado abajo. Bueno, algo dejó, es cierto, pero nunca llegó a temerse
lo peor.
Volviendo a
Tizón, presumía este tanto de su fogosidad que hasta retaba a la policía para
que le prendiesen. Un claro
ejemplo de doble sentido de los términos. Prender, que sería detener
si lo hace la policía, si lo hace un pirómano es encender fuego.
Entre contratar
a una criada que se llama Encarnación Tostadillo o a otra que se llame Nieves,
lo tiene claro nuestro ardiente personaje. Sobre todo si la primera es de Cienfuegos
(población cubana) y la otra de Riofrío (municipio de Granada).
A la tal Nieves
no la contrata entre muchas cosas, porque sus padres explotan el aguaducho. ¿Y
eso qué es? Pues según la RAE es el puesto donde se venden agua, refresco y
otras bebidas. Palabra de las que gusta conocer, procede de acueducto (conducto
de agua)
Acaba
casándose con la hija de un tal Parrilla, moza que tenía por corazón un volcán,
mujer fogosa como le deben gustar. ¡Qué obsesión, Dios mío! Y siempre fue feliz
manteniendo encendida con su suegra la tea de la discordia, la llama del
enfrentamiento.
Y hablando de
llamas, no podía tener otro animal que este mamífero propio de los Andes de cuello
largo y bastante lanudo, que se utiliza sobre todo como animal de carga. Animal
que nos invita a jugar como lo hace Zúñiga y decir que si Lorenzo Tizón en
ocasiones escupe llamas, los animales que tanto le gustan son llamas que
escupen.
Zúñiga nos
confiesa que Tizón no hace buenas migas con él, por la sencilla razón de que
tiene la voz apagada, y que solo le apreció una vez y fue porque estaba en
ascuas. Y no es que don Juan Pérez Zúñiga estuviera moviéndose por encima de un
material incandescente, no, es que andaba, por la causa que fuera, inquieto,
sobresaltado, con el ánimo encogido.
Un verdadero
caso este don Lorenzo, al que le daban pena las guerras, pero no por los
motivos que a la gente normal le pueden dar, sino porque los contendientes habían
roto el fuego, ¡habían comenzado a disparar! En la milicia se suelen romper algunas
cosas más, como por ejemplo las filas cuando se da la voz de deshacer una
formación; o romper un frente de batalla, penetrando en las líneas enemigas.
Tizón parece
una persona fuerte, pero el temor que existe es que un buen día le suelten una
fresca, algo desagradable y sucumba de fijo, perezca sin remedio.
De todas
maneras, aquí huele a cuerno quemado y a chamusquina, pues sospechamos que con
todo su currículo, habrá pactado pasar la eternidad con el diablo, dado su gusto
por las diabluras cuando muestra su fogosidad.
Hasta la
próxima, tan solo decir que este buen Lorenzo Tizón estaría hoy disfrutando
mucho. ¡Para fogosos los días que vivimos!
Saludos.
Pd. Lo único
que no he entendido en esta historia es la viñeta que la acompaña, en la que parece
describirse a un beodo o borracho. Puede que se trate de un error.