jueves, 8 de agosto de 2024

Tipos raros. XVI. El hombre fogoso.

 



Introducción.

Penúltima entrega de esta serie de Tipos raros creados por el gran maestro del humor festivo de finales del XIX y principios del XX, Juan Pérez Zúñiga. Ya hemos podido comprobar, una vez llegado a este punto, la facilidad de nuestro escritor para engarzar humoradas jugando con las palabras, su doble sentido en algunos casos, las comparaciones, los enredos y su gran agudeza a la hora de bautizar a sus personajes. El de hoy, el hombre fogoso, no podía menos que llamarse Lorenzo Tizón. El nombre de pila en honor del astro que calienta la Tierra, y el apellido como un palo a medio quemar. Veamos que más cosas hacen arder el espíritu de este buen hombre.

XVI.- El hombre fogoso.

Nació Lorenzo Tizón a la vera de un horno el diez de agosto de mil ochocientos y tantos, día tan caluroso que el mercurio del termómetro, burlándose de todos los grados de la columna, se había escapado por arriba.

El abuelo de Tizón fue carbonero.

El padre comenzó vendiendo cerillas y acabó estableciendo una fragua.

Lorenzo picó más alto; fue actor. Y actor que, sintiendo en su cabeza la llama del genio, siempre ardía en deseos de conquistar aplausos calurosos. Pero se guardaba muy bien de representar obras como La Marina, La bola de nieve, Con el agua al cuello, Noticia fresca, ¡Agua va!, Cuadros al fresco, Al agua patos, Los baños del Manzanares y Champagne frappé. En cambio formaban su repertorio El fuego de San Telmo, Los carboneros, Lucifer, Sol de invierno, El haz de leña y Jugar con fuego. ¿Y saben ustedes por qué rechazó algunas buenas contratas? Por no trabajar con Fuentes ni con Nieves González ni con Nieves Suárez.

 El pelo de Lorenzo era rojizo: parecía dorado a fuego. Que era hombre de muchos humos nadie lo ponía en duda. Su tubo digestivo era propiamente el tubo de una chimenea.

Al mismo tiempo era tan susceptible que se quemaba por todo y salía de todas partes echando chispas. ¡Armaba cada cisco! Y todo para tener el gusto de que vinieran los guardias y le prendiesen.

No pegaba fuego a su casa, porque comprendía que eso era un delito; pero admitía criadas descuidadas para ver si lo prendían involuntariamente.

Yo le he oído sostener diálogos como el siguiente al recibir una criada:

—¿Cómo se llama usted?

—Encarnación Tostadillo.

—Muy bien. ¿De dónde es usted?

—De Cienfuegos.  

—Perfectamente. ¿Ha tenido usted madre alguna vez?

—Sí, señor; yo soy hija de una cartuchera.

—¿Qué dice usted?

—Que mi madre hacía cartuchos, con mi padre, que era polvorista.

—¡Bravo! ¿Y sabe usted guisar?

—No, señor.  

—¿Y encender la lumbre?

—Sí, señor.  

—Pues eso basta. Queda usted recibida.  

En cambio rechazó a otra, después del siguiente interrogatorio:

—¿Su nombre de usted?

—Nieves.

—Malo. ¿Su apellido?

—Páramo.

—Peor. ¿De dónde es usted?

—De Riofrío.  

—¿Tiene usted padres?

—Sí, señor; explotan el aguaducho.

—¡Qué horror! ¿Y tiene usted novio?

—Sí, señor; es bombero.

—¿Bombero? Basta, lárguese usted.

—¿Por qué?

—Porque los bomberos apagan los fuegos, y yo no puedo apadrinar semejante barbaridad.

En los toros no se divierte más que cuando el ganado es malo; porque le ponen banderillas de fuego.

Se casó con la hija del Sr. Parrilla. Había tomado con gran calor las relaciones. ¡Como que su pecho era un volcán!

Por cierto que tuvo una suegra terrible. Pero Tizón transigía, porque en ella veía siempre encendida la tea de la discordia, y esto y las miradas incendiarias que le suele dirigir le tiene contento.

No tiene perro, gato ni loro: lo que tiene es una llama.

¿Y saben ustedes por qué no hace buenas migas conmigo? Porque tengo la voz apagada. Solo le parecí simpático una vez que, por circunstancias particulares, estaba yo en ascuas.

Leyendo los periódicos pasaba por alto las noticias de la guerra. Porque como siempre le disgusta a uno el ver que se rompan las cosas más apreciadas, le daba lástima saber que los combatientes habían roto el fuego.

Tizón está fuertecillo, pues solo padece de ardor de estómago, y cuida muy bien de no mitigarlo con nada. Pero el día en que le suelten una fresca, o que sienta escalofríos o que le den una de esas noticias que dejan helado a cualquiera, sucumbirá de fijo. Y aunque sus buenas acciones le han conquistado un puesto en la gloria, ya verán ustedes como a última hora, dada su manía por todo lo ígneo, se sofoca y hace alguna diablura.

¿Para qué? Pues precisamente para dar consigo en los infiernos.

Conque ya saben ustedes quien es y cómo es Lorenzo Tizón, o el hombre fogoso.

¡Ah No pasen ustedes por las cercanías de su casa, porque huele mal: huele a chamusquina, según unos; a cuerno quemado, según otros.

 

Comentarios.

Lorenzo Tizón, para empezar, parece ser un hombre de muchos humos, que es como decir que es muy vanidoso, presuntuoso y altivo. Cuando a alguien hay que domarle esa altivez, se dice que hay que bajarle los humos, porque se le han subido a la cabeza, envaneciéndole.

Es también una persona muy susceptible, quisquilloso, receloso, y de casi todas las situaciones que vive sale echando chispas, esto es, sumamente enfadado y furioso, en una palabra, cabreado. Tanto que suele armar el cisco por nada, o sea jaleo, reyerta, alboroto, bullicio, y no sé cuántas cosas más, que en España sabemos mucho de eso. Si sabremos que me viene a la cabeza el chistecito de cuando murió Francisco Franco que después de casi cuarenta años mandando en España, llega al cielo, y al ser preguntado su nombre por San Pedro le contesta: Fran Franco. A lo que el cancerbero celestial le pregunta extrañado: ¿Fran, y el cisco donde lo dejas? Y el ex caudillo de los españoles le responde apesadumbrado: el cisco lo he dejado abajo. Bueno, algo dejó, es cierto, pero nunca llegó a temerse lo peor.  

Volviendo a Tizón, presumía este tanto de su fogosidad que hasta retaba a la policía para que le prendiesen.  Un claro ejemplo de doble sentido de los términos. Prender, que sería detener si lo hace la policía, si lo hace un pirómano es encender fuego.  

Entre contratar a una criada que se llama Encarnación Tostadillo o a otra que se llame Nieves, lo tiene claro nuestro ardiente personaje. Sobre todo si la primera es de Cienfuegos (población cubana) y la otra de Riofrío (municipio de Granada).

A la tal Nieves no la contrata entre muchas cosas, porque sus padres explotan el aguaducho. ¿Y eso qué es? Pues según la RAE es el puesto donde se venden agua, refresco y otras bebidas. Palabra de las que gusta conocer, procede de acueducto (conducto de agua)

Acaba casándose con la hija de un tal Parrilla, moza que tenía por corazón un volcán, mujer fogosa como le deben gustar. ¡Qué obsesión, Dios mío! Y siempre fue feliz manteniendo encendida con su suegra la tea de la discordia, la llama del enfrentamiento.

Y hablando de llamas, no podía tener otro animal que este mamífero propio de los Andes de cuello largo y bastante lanudo, que se utiliza sobre todo como animal de carga. Animal que nos invita a jugar como lo hace Zúñiga y decir que si Lorenzo Tizón en ocasiones escupe llamas, los animales que tanto le gustan son llamas que escupen.

Zúñiga nos confiesa que Tizón no hace buenas migas con él, por la sencilla razón de que tiene la voz apagada, y que solo le apreció una vez y fue porque estaba en ascuas. Y no es que don Juan Pérez Zúñiga estuviera moviéndose por encima de un material incandescente, no, es que andaba, por la causa que fuera, inquieto, sobresaltado, con el ánimo encogido.

Un verdadero caso este don Lorenzo, al que le daban pena las guerras, pero no por los motivos que a la gente normal le pueden dar, sino porque los contendientes habían roto el fuego, ¡habían comenzado a disparar! En la milicia se suelen romper algunas cosas más, como por ejemplo las filas cuando se da la voz de deshacer una formación; o romper un frente de batalla, penetrando en las líneas enemigas.

Tizón parece una persona fuerte, pero el temor que existe es que un buen día le suelten una fresca, algo desagradable y sucumba de fijo, perezca sin remedio.

De todas maneras, aquí huele a cuerno quemado y a chamusquina, pues sospechamos que con todo su currículo, habrá pactado pasar la eternidad con el diablo, dado su gusto por las diabluras cuando muestra su fogosidad.

Hasta la próxima, tan solo decir que este buen Lorenzo Tizón estaría hoy disfrutando mucho. ¡Para fogosos los días que vivimos!

Saludos.  

 

Pd. Lo único que no he entendido en esta historia es la viñeta que la acompaña, en la que parece describirse a un beodo o borracho. Puede que se trate de un error.

 

 

 


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