sábado, 10 de agosto de 2024

Tipos raros. XVII. Ruiz el energúmeno

 


Introducción.

Hemos llegado al final. ¡Eureka!, gritarán mis lectores —si es que los tengo— al haber hallado la forma de librarse de mí. Con Ruiz el energúmeno Juan Pérez Zúñiga pone punto y final a su libro titulado Tipos raros, colección de pequeñas historias festivas acerca de ciertos personajes excéntricos nacidos de su mollera o copiados de la realidad que le circundaba (no circuncidaba, ojo), que hay algunos que leen muy rápido y luego pasa lo que pasa que donde pone precipicio ven escrito...

Dejémonos de tonterías; festejemos el haber llegado a buen término en nuestra empresa de enseñarles las narraciones de Zúñiga, y pasemos a conocer a este último tipo raro, tipo que por otra parte, les confieso me ha resultado el más simpático de todos, el más rebosante de humanidad, el más contrario al epíteto con el que le han bautizado.

Adelante Ruiz.

XVII. Ruiz el energúmeno.

Cuando llega uno de esos domingos lluviosos en que no agrada salir de casa, dan los hijos de Ruiz en la flor de obligarle a que tome parte en sus juegos, y él, blando de corazón, les complace muy gustoso, proporcionándoles un pasatiempo extraño que le divierte mucho.

Lo han titulado ellos el energúmeno, y consiste en lo siguiente: Se agrupan todos los chicos en un extremo de la casa y esperan a que Ruiz, después de avisarles para que avancen, salga a su encuentro empuñando una zapatilla o unos zorros, y los haga huir vestido de mamarracho y aparentando hallarse poseído de una furia terrible.

Lo que realmente les impresiona es la sorpresa que les causa al salir de la habitación donde menos lo esperan y de la cual suelen pasarse. Entonces Ruiz les pica la retaguardia zurrándoles de lo lindo, o deja caer una almohada sobre el grupo desde el montante de una puerta, o les tira las zapatillas por una ventana interior, o pone, en fin, un pelele donde suponen ellos que van a encontrarle a él.

Gran risa les produce el hallarle una veces con una toalla liada a la cabeza, el tapete del velador arrollado al cuerpo y en la mano una sartén, y otras veces en calzoncillos con mantilla de madroños y blandiendo un fuelle, de cuyos ataques se defienden arrojando a Ruiz sin cuidado los proyectiles que más a mano encuentran, y que tan pronto son libros de texto como pimientos de la Rioja.

El alboroto que promueven es de esos que encolerizan a los vecinos y enriquecen a Federico Delrieu fomentando las mudanzas.

No ha mucho se quejó una vecina muy coqueta que vive debajo de Ruiz. Subió un día queriendo hacerle la competencia en clase de energúmeno; pero la tapó la boca con la amenaza de que publicaría en los papeles las deficiencias de su cuerpo observadas desde una ventana, y daría cuenta de los procedimientos que emplea para dar gato por liebre, con lo cual se calló y callada sigue.

Ruiz bien conoce que molesta al vecindario; pero ante todo procura la diversión de su hijos, ya que tantos días de amarguras les aguardan.

Mas en el mundo todo tiene sus quiebras, como puede verse por lo que ocurrió cierto día festivo no muy remoto.

Hallábase en todo su apogeo el juego susodicho. Ruiz se había encaramado en el catre de la cocinera dispuesto a sorprender a los chicos arrojándoles un saco de noche desde la alta ventana del dormitorio, y la gente menuda avanzaba lenta y sigilosamente por el pasillo en busca de Ruiz. Pero ni los chicos ni él pudieron notar que la puerta de la escalera estaba entornada y que había penetrado en la antesala nada menos que la Excma. Sra. Duquesa de Sangreturbia, dueña de la finca y dama de gran respetabilidad.

Nada más lejos de la imaginación de Ruiz que la visita de aquella buena señora, y nada más lejos de esta que el extraño recibimiento que involuntariamente se le tributó.

Un aullido, más bien que un grito, de la noble dama hizo caer a Ruiz en la cuenta de lo que ocurría, porque coincidió con el disparo del saco de noche por la ventana y con el vocerío de la turba infantil.

Instintivamente salió Ruiz del dormitorio sin parar mientes en su traje, y excuso describir a ustedes el cuadro que la antesala ofreció y la estupefacción de los personajes que lo formaban, pues veíase allí una respetable y elegantísima Duquesa, agobiada por un saco de noche que le había caído encima, quedándosele encajado por su abertura en la cabeza, y frente a la temblorosa dama el pobre Ruiz, confuso y aterrado, envuelto en una colcha, con una sopera a modo de casco y un paraguas abierto.

Largo rato permanecieron inmóviles los dos, mientras los chicos contenían la risa por la fuerza del asombro.

La pobre señora, con las manos en la cabeza, ni acertaba a pedir explicaciones de lo ocurrido, ni a sacarse el saco (que es el colmo de la torpeza).

Ruiz, por su parte, tampoco acertaba a justificarse ante la casera, ni a cerrar el paraguas que le servía de estorbo.

Por fin salió el saco de noche, no sin llevarse consigo el sombrero y aun la peluca de la duquesa. Ruiz cayó de rodillas ante ella, y con voz entrecortada le dijo:

—Señora…, perdone usted…; yo estoy avergonzado…; pero por entretener a los chicos…; ya ve usted…, su madre ha salido, y yo… y yo no he salido…, y no lo volveré a hacer… ¡Por Dios, señora!... Deploro con toda el alma que…

En fin, Ruiz se esforzaba por infundir piedad en el corazón de la víctima; pero ¿qué consideración puede inspirar un hombre que tiene una sopera en la cabeza?

La iracunda dama se puso el sombrero; pero no se puso en razón, y desapareció lanzando a Ruiz terribles miradas y diciéndole:

—¡Esto es incalificable, señor mío! desde el mes próximo pagará usted ocho duros más por el alquiler del cuarto.

—¿Quién es esa señora, papá? — le preguntaron asustados los niños.

—Una casera rabiosa—les contestó. —Una fiera, a quien desde hoy cedo los trastos para que me substituya en clase de energúmeno. Conque ya lo sabéis; este juego se acabó para mí. Cuando queráis un energúmeno auténtico, llamad a la dueña de la casa; a la excelentísima señora duquesa de Sangreturbia. 

………………………………………………………

Al día siguiente, se encontró Ruiz en el Teatro Real, al Duque, el cual encarándose con Ruiz, le dijo:

—Amigo mío, ya he sabido lo del saco de noche y…

—Perdone usted—le interrumpió aterrado el pobre Ruiz; —pero no fue…

—¡No—añadió el duque; — si le estoy a usted agradecidísimo! ¡Lo que siento es que el saco no fuera un baúl mundo!

 

Comentarios.

Pues efectivamente, como veremos a continuación el señor Ruiz no tiene nada de energúmeno ya que su comportamiento airado y algo violento, es de mentirijillas, forma parte de los juegos con los que  entretiene a sus hijos, no está endemoniado ni poseído, es blando de corazón, no les niega nada y sus hijos le hacen contraer esa costumbre (dar alguien en la flor de algo) de jugar con ellos cuando se lo reclaman

El juego favorito es el que llaman el energúmeno y consiste en que el papá, o sea el señor Ruiz se hace pasar por un ser violento que les persigue por toda la casa, asustándoles y sorprendiéndoles donde los niños menos se lo esperan.

Les zurra con la zapatilla y con esos zorros que ya hemos comentado en otro episodio, y que se utilizaban para quitar el polvo en tiempos de Maricastaña, bueno, no tanto, que los conocí yo. Les pica la retaguardia, o lo que es lo mismo, les pincha en el culo. Les tira cosas a través del montante de una puerta. Palabra esta, montante, que inundó mi niñez y adolescencia, pues en mi casa había más de una puerta con esta ventana que permitía que la luz traspasase del pasillo a las habitaciones y viceversa. Montante que nos servía a mis hermanos y a mí, de aparato para ejercitar las flexiones de brazos, la barra de dominadas de nuestro días y para cotillear y hacer de vieja del visillo en alguna que otra ocasión. Los montantes eran fijos pero también había ventanucos, sobre todo en las habitaciones que se llamaban oscuras por no dar a la calle.  En uno de estos últimos que daba a la antesala, con el paso de los años llegamos a hacer guiñol a nuestros hijos cuando la abuela reunía a toda la familia. 

Pero dejemos estas cosillas para más adelante que tiempo habrá de contar muchas cosas más, ya veremos dónde y cómo.

En otra ocasiones el “energúmeno” de Ruiz colocaba un pelele para hacer creer a sus hijos que era él, un muñeco, un monigote, como los que en las carnestolendas se pone en los balcones o se mantea. ¿Qué es eso de las carnestolendas? Pues es otra forma de llamar a los carnavales, el período anterior a la Cuaresma, tiempo que nos obliga a retirarnos de la carne (carnis – tolendus = retirar la carne). Recordemos que carnaval es palabra formada también por carne y levare (quitar).

El repertorio de “payasadas” del buen padre es de órdago. Se disfraza con todo y de todo, utiliza lo primero que encuentra a mano, y recibe con verdadero estoicismo los ataques de sus peques que al igual que él inventan proyectiles con lo primero que encuentran.

Es tal el follón que montan que Zúñiga nos dice que invitan al vecindario a mudarse de casa, y cita a un Federico Delrieu que debía ser un empresario dedicado a semejante cometido por aquel entonces. El caso es que hoy en día, en ese universo del internet, se consulta y aparece ese apellido ligado a ese mundo empresarial. Dan ganas de preguntarles. Igual sus antepasados conocieron a los vecinos de Ruiz. Igual hasta era el propietario de uno de esos camiones que aparcaban en la plaza de Barceló en espera de ser contratados. Ya seguiremos tirando del hilo.

¡Ay, madre!, lo del encuentro con una vecinita coqueta, no sé si comentarlo. Como una energúmena subió a donde vivía Ruiz para protestar del ruido, pero no fue capaz de ganar a Ruiz en la dialéctica. Este le hizo chantaje pues conocía los trucos que empleaba para dar gato por liebre (engañar) a los hombres, camuflando las deficiencias de su cuerpo. ¿A qué se está refiriendo mon Dieu? ¿A esos postizos antecedentes del wonderbra? Mucho nos tememos que sí. Vaya cotilla que estaba hecho el energúmeno, otra vieja al visillo.

Ruiz está hecho de buena pasta, reconoce que molesta a los vecinos pero lo primero es lo primero que dijo Calimero, y en este caso son sus hijos.

Pero todo tiene siempre, tarde o temprano, un desenlace más o menos afortunado.

En el caso del señor Ruiz, se acabó la fiesta cuando un buen día subió a visitarle su casera, la duquesa de Sangreturbia (vaya nombrecito Zúñiga, lo has bordado, una noble con la sangre turbia huele a bastarda). No pudo llegar en peor momento. La duquesa aprovechó que estaba entornada la puerta de la escalera (así la llamábamos nosotros también de pequeños) y entró en la antesala (otra pieza inolvidable del hogar en donde nací). La pobre señora entró en territorio hostil sin darse cuenta. Estoy viendo la escena. Por su derecha se acercaban los chavales silenciosamente en busca de su padre y este, por el flanco izquierdo de la señora duquesa, desde lo alto del ventanuco de la habitación de la cocinera.

El encontronazo entre el energúmeno y su tropa pilló a la duquesa desprevenida. Por un lado el vocerío infantil, por el otro un saco de noche (especie de bolso de mano que se llevaba en los viajes como una maleta) que vuela por el aire de la antesala.

La escena es de chiste: Ruiz envuelto en una colcha y con una sopera de casco, verdadero mamarracho, bufón de circunstancias, los niños muertos de risa, y la señora casera con el saco cubriéndole la cabeza. Nadie había parado mientes en el jueguecito de marras, nadie previó las consecuencias del divertimento; resultado: una catástrofe. La visitante no lograba sacarse el saco, lo que Zúñiga nos presenta como el colmo de la torpeza, y no le fata razón (él te saca el saco y yo le saco la saca, podríamos jugar a decir, siguiendo al maestro).

Las mil y una disculpas del buen hombre no consiguen evitar la reprimenda y el castigo. Ocho duros más al mes por el alquiler del cuarto (el piso, expresión ya poco usada, la verdad)

La duquesa se marchó iracunda y hecha una fiera, hasta tal punto que el padre advirtió a sus hijos que a partir de ese día si querían jugar al energúmeno que la llamaran a ella.

Cuando un día después se encuentra al marido de la nueva energúmena, cree que va a sufrir una nueva reprimenda pero no ocurrió tal cosa; al contrario, el esposo de la susodicha hasta le da las gracias, sintiendo tan solo la pena de que el saco que cubrió la cabeza de su señora no fuera más grande; por ejemplo, un baúl mundo, uno de esos que se usaban antes para viajar (por el mundo) con mucho fondo y hasta con compartimentos. Busquen, busquen ustedes, el famoso baúl de la Piquer que todavía se conserva y disfruten de su vista: eso era un baúl mundo. Verdadero trotamundos: ¡viajas más que el baúl de la Piquer!

Y hablando de viajes. Nosotros hemos llegado al final del nuestro. En la próxima entrega haremos un recorrido resumen de todas nuestras etapas recordando a todos y cada uno de los tipos raros de Zúñiga.

Hasta entonces. 

 

 


Tipos raros. Resumen.

  Edición de 1925 Resumen Hemos logrado nuestro objetivo en cuanto a dar a conocer a los diecisiete tipos raros creados por Juan Pérez Zúñi...