26 de junio de 2023
En 1922, Juan Pérez Zúñiga, escritor festivo hoy algo injustamente olvidado, publicó en la editorial Renacimiento y dentro de una colección que pretendía reunir sus obras completas, el libro titulado Desahogos particulares. (2)
Contaba Zúñiga ya con 62 años de vida y confesaba en una entrevista por esas fechas que «durante cuarenta y tres años he estrujado y retorcido mi entendimiento día por día». (3)
Damos fe de ello pues tenemos constancia de que por entonces llevaba ya más de treinta libros publicados e incontables colaboraciones en la prensa.
En la introducción de Desahogos particulares el autor con el título de «A los lectores míos (más o menos benévolos o píos)», nos confiesa que entre las composiciones que contiene se encuentran «las únicas poesías escritas en serio por este vuestro seguro servidor.»
Pues bien, en este pequeño rincón quiero elegir dos de las seis que componen el apartado Desahogos tristes, del mencionado libro. Se trata de las poesías tituladas A la muerte de Vital Aza y Lágrimas ocultas.
En la primera de ellas está clara su intención y dedicatoria. Vital Aza (4) fue quien le dio el primer impulso para dedicarse a lo labor que le hizo famoso —la literatura festiva— dándole la oportunidad de escribir en el periódico Madrid cómico, en cuyas páginas se estrenó el 9 de mayo de 1880 con su composición en prosa titulada Un adorno (5).
La segunda está dedicada a su hija María y se publicó en la revista Miscelánea el 16 de diciembre de 1900, (6) y como veremos es de una profunda y conmovedora sensibilidad poética.
Conozcámoslas.
A la muerte de Vital Aza
Vital Aza
¿Cómo podré olvidar yo
que mi querido Vital
vida en las letras me dio
y siempre fiel me guio
con su consejo leal?
Lo dijo así en un diario:
«Me envanezco, por mi fe,
de este honor extraordinario:
soy comadrón literario
de Zúñiga (J.P)»
Sin sus ruegos insistentes,
yo es fácil que no pasara
de hacer versos inocentes
para alguna novia o para
saludar a mis parientes.
Sin sus consejos no hubiera
yo escrito un libro siquiera.
Le debo, por descontado,
lo que escribiendo he ganado
durante mi vida entera.
Y gracias a su bondad
mis versos son como son,
pues me infiltró de verdad
algo de facilidad
en la versificación.
Sus comedias ostentaban
lenguaje puro y sencillo,
y allí donde se estrenaban
sus obras regocijaban
al viejo como al chiquillo
y al sabio como al estulto;
lo que él decía era, en suma,
correcto, gracioso y culto.
¡Jamás el grosero insulto
brotó de su amena pluma!
Ya no existe el que era así.
Su muerte anoche sentí
con indecible dolor,
y hoy que es un día, lector,
de gran duelo para mí,
en vez de aplicar el estro (6)
a mis alegres coplillas,
yo, que en fingir no estoy diestro,
lloro a mi pobre maestro
en estas breves quintillas,
mojando, con aflicción,
mi pluma, ante la visión
de tan sagrados despojos,
en lágrimas de los ojos
y en sangre del corazón.
Lágrimas ocultas.
A mi hija (8)
¿Piensas que es, pobre hija mía,
franca siempre mi alegría,
porque jamás me ves triste,
y vivo explotando el chiste?
¡Cómo te engañas, María!...
¿Me ves trabajar contento?
Pues siempre, al coger la pluma,
camina mi pensamiento
entre una chanza que invento
y un malestar que me abruma.
Suele ser mi malestar
hijo de penas y apuros
que no puedo remediar,
pues por los trances más duros
me obliga Dios a pasar.
¡Cuántos días de amargura
pasé fingiendo ventura!
Sí, ¡cuántos, mientras tu madre,
tus hermanos o mi padre
ardían en calentura,
disimulando temores
y dominando dolores
tuve que hacer que en mi mente
surgiera el chiste corriente
pedido por mis lectores!
De la muerte en el dintel
te vi un día; y aquel día,
llorando sobre el papel,
¡hice chistes a granel
para comer, vida mía!
¿Y crees que es desdicha escasa
llorando escribir en guasa?
Pues mayor pena no cabe.
¡Eso, niña, no lo sabe
nadie más que el que lo pasa!
Aunque me sienta morir,
tal sacrificio es forzoso;
pero al ver que hago reír,
da todo el mundo en decir
que soy un hombre dichoso.
Esto creen, y no hacen bien,
y es porque no consideran
que en mí hay lágrimas también,
¡lágrimas que ya quisieran
ser de esas que todos ven!
Esas acusan un duelo
que puede encontrar consuelo
si alguno en ellas repara
y hacen un surco en la cara
que pronto borra el pañuelo;
pero las otras que, ardientes,
brotan como avergonzadas
y se ocultan a las gentes
entre risas aparentes
y venturas no gozadas,
¡esas, no sabes, María,
todo lo amargas que son;
porque un día y otro día
caen hacia dentro, hija mía,
y abrasan el corazón!
Esto es todo, por hoy. Espero haya gustado y enternecido. En verdad estas composiciones retratan la personalidad de un hombre entrañable, de una persona por la que hubiéramos dado lo que fuera por compartir momentos, palabras y gestos. De un lado, la honra y el homenaje hacia el maestro, el agradecimiento del que fue en su día aprendiz y es ya hoy consagrada figura, hacia la persona que le sacó del nido de la inexperiencia y le empujó a volar por los cielos de la literatura con audacia y con pasión. Y, por el otro, la carta cariñosa, el reconocimiento sincero a su hija, haciéndola ver que su padre, el gran Zúñiga que tanto hace reír en los periódicos, también llora, también sufre y también debe esforzarse día a día para que en sus festivas palabras no se dejen asomar sus sentires dolorosos.
Hasta la próxima
(2). - Desahogos particulares. Editorial Renacimiento. Obras Completas de Juan Pérez Zúñiga. Tomo IX.
(3). - Entrevista que concede al periodista E. Estévez Ortega de la revista Buen Humor el 12 de noviembre de 1922 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)
(4). - Vital Aza Álvarez-Buylla (Pola de Lena, 28 de abril de 1851 – Madrid, 13 de diciembre de 1912). Médico, escritor, comediógrafo, periodista, poeta y humorista español. (Wikipedia)
(5). - Madrid cómico del 9 de mayo de 1880. Páginas 5-6. (Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura y Deporte)
(6). - Miscelánea del 16 de diciembre de 1900 (Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España)
(7). - Estro: Inspiración ardiente del poeta o del artista. (RAE)
(8). - Juan Pérez Zúñiga, casado con Aurora Maffei Gómez, tuvo tres hijos: Julio, María y Rafael.