Dedico este trabajillo a mi hermana Luisa, que espero pueda seguirme leyendo allá en las misteriosas eternidades. ¡Cuánto echaré de menos tus comentarios, pedazo maestra!
¡Vaya un varapalo!
Esto de la
indagación y del rastreo de las fuentes en donde beber y llenarse de sabiduría,
no nos depara siempre y en todo lugar la mismas sensaciones. Unas veces damos con
agradables sorpresas que aumentan, si cabe, la estima hacia nuestro personaje
investigado, y en otras nos topamos con todo lo contrario, con diatribas y
escritos descalificadores sobre su quehacer.
Este es el
caso del documento recientemente encontrado y que muestra la otra cara de la
historia que me he ido forjando sobre Juan Pérez Zúñiga. Ya había dado anteriormente
con alguna que otra crítica hacia su labor humorística y festiva, pero lo hoy
descubierto sobresale por su mordacidad y satírica expresión.
Lo único que
me consuela, y por ello me acerca algo a la estulticia, y por ende me asusta,
es que el autor de esa crítica despiadada y del que luego hablaremos, dispara a
diestro y siniestro, y no deja títere con cabeza desde su particular visión del
mundo y de la existencia.
Estoy hablando
de un escritor rarito, creo que poco conocido por estos mundos de Dios
de la literatura, confesión que hago aún a riesgo de que me caiga de todo y me tilden
de inculto. Su nombre, o mejor dicho, sus nombres son: Manuel Gil de Oto y
Miguel Toledano, que si tienen ustedes tiempo y paciencia comprobarán que el
primero (el seudónimo) es un anagrama del segundo (el verdadero).
Nació Manuel en
Madrid en 1873 y falleció en Barcelona en 1937, en míseras condiciones y rallando
la locura y hemos sabido de él, gracias a un libro encontrado en la Biblioteca
Digital de Castilla y León y que no es otro que La Argentina que yo he
visto, publicado en 1914.
Recomendamos su
lectura, y el estupendo estudio preliminar que escribe Guillermo Korn con el título
Con la sátira en las maletas, dado que vemos imposible explayarnos en
sus detalles. En definitiva, curioso personaje, curiosa prosa y curiosos versos,
para pasar un buen rato comprobando lo que da de sí la vida de una persona.
El quid de la
cuestión radica en el viaje que realiza nuestro Manuel-Miguel en la década de
los veinte del siglo ídem, a la Argentina, y en las reflexiones que va
escribiendo en el trasatlántico León XIII acerca de algunos escritores y
sus obras. Reflexiones en las que prodigarán virulentas palabras y palos
repartidos por iguales a hombres y mujeres y la búsqueda intencionada de ridiculizar
a sus coetáneos que, según Korn, parece perseguir alguna intención reformadora
de su entorno social o literario.
Comienza la mordaz
y poética semblanza de Zúñiga, con una cita de El Rey Lear de Shakespeare
que dice así: «…no debieras haber sido viejo, hasta que hubieses tenido juicio»,
toda una declaración de intenciones sobre lo que se le viene encima al escritor
festivo, vivito y coleando cuando esto escribe el viajero escritor español a la
Argentina.
Pero pasemos
ya a la composición poética dedicada a Juan Pérez Zúñiga.
Soberano Señor, que al hombre
hiciste,
¿puede creerse que tu mano
diestra
creado haya también esta
siniestra,
encarnación del dislocado chiste?
¿Es posible, mi Dios, que en un
descuido,
que suponer en ti fuera
injurioso,
fabricaras con barro a este
gracioso
que el barro, con ser barro, ha
envilecido?
Yo no puedo creer que tu serena
y augusta Majestad haya creado
a este bufón sin gracia y desmañado,
que quiere hacer reír y causa
pena.
Al verle, con la barba encanecida
cultivar con pasión el disparate,
viendo, Señor, que un triste
botarate
necio malgasta una preciosa vida,
veo de Ganivet la trunca obra,
de Larra veo el porvenir tronzado,
y pienso que a los dos has
usurpado,
toda la vida que a este Juan le
sobra.
Quien tan mal aprovecha su albedrío,
no solo daña a su mezquino
nombre,
sino que ofende al mundo, ultraja
al hombre
y hace dudar de tu poder, Dios mío.
No vacilo, mi Dios: si es este
anciano
hijo tuyo también, Señor,
prefiero
dejar de serlo yo, porque no
quiero
darle el derecho de llamarme
hermano.
Brutal, verdaderamente brutal. Ciertamente cruel es el mensaje que lanza sobre un colega de las
letras, por muy festiva que sea la creación de nuestro Zúñiga. Bufón sin
gracia y desmañado, para referirse a un autor que rompía moldes,
apareciendo un día sí y otro también en casi todos los rincones de la prensa
española. Qué gran dolor le debía causar a este incansable viajero español el
ver que Dios concedía una larga vida al creador de humoradas, cuando no se la
concedió a dos gigantes como Larra y Ganivet, que mire usted por donde, fueron
ellos mismos quienes cortaron el hilo de su propia existencia.
Reconozco me
ha impresionado este texto sobre mi simpático escritor festivo, pero no quiero
terminar sin dejar constancia de todo lo que Gil de Oto escribió.
En una nota a
pie de página insertada en el título del capítulo, esto es, junto al nombre de
Juan Pérez Zúñiga, se dice lo que sigue:
«Espero que se
me hará justicia de creer, sin pedirme juramento, que entre mis libros de viaje
no había ni uno solo de los despreciables volúmenes en que este viejo payaso ha
tenido el impudor de coleccionar sus bufonadas absurdas.
Mi mal estuvo
en que me deparó mi desventura por compañero de camarote, un pobre hombre,
tonto, cincuentón y barrigudo, para quien uno de estos libracos, incongruentes
e idiotas, fue sobrado pienso intelectual para toda la travesía.
Mi compañero,
abusando de su edad, de mi educación y de la imposibilidad en que me encontraba
de evitar sus acometidas, me abrumó con insistencia de majadero, leyéndome,
entre carcajadas brutales, las incoherencias de Pérez Zúñiga.
Yo te juro,
lector, que si las leyes no fueran insensatas, en fuerza de querer ser
justicieras, y matar a un tonto no se considerase igual delito que dar muerte a
una persona sensata, mi compañero de viaje hubiese muerto a mis manos.
No pudiendo
matar ni evitar al posma, sufrí resignado la lectura y limité mi venganza a
componer esta inocente protesta, que de nada ha de servir, pues estoy cierto
que el pobre Pérez ha de seguir disparatando hasta que Dios, apiadado de él, le
mate y le lleve al limbo, y los necios han de continuar leyendo y admirándole.»
¡Diantre! ¡Vaya palo! Se me acaba de llamar necio a la cara. No importa. Perdono a este hombre que creo supo disfrutar de la vida, pero quizá le faltó algo primordial: el reírse hasta de la propia risa.
Dios se apiadó de Zúñiga, como pidió
Toledano, pero no le llevó al limbo, sino al cielo, al cielo de la literatura
universal, y además lo hizo después de que le llevase a él, no se sabe a dónde,
o sí, sí se sabe, al pequeño rincón en donde hoy le encontré en Internet.
Dando la
vuelta a la cita del genial vate inglés, le digo a Miguel-Manuel: no
debieras haber juzgado, hasta que hubieses leído todo del genial Zúñiga.
Hasta la próxima.
El indagador entrometido
26 de agosto de 2023