Introducción
Este nuevo
capítulo de los Tipos raros de Juan Pérez Zúñiga se publicó con anterioridad
al libro en el Madrid cómico del 19 de mayo de 1900 y también en la
revista Actualidades del 18 de mayo de 1902, pero con el título, en
ambas casos de Un romero consecuente.
Un pobre
hombre que es fiel a su asistencia anual a la romería más famosa de Madrid, y
que por lo tanto es consecuente con sus creencias y devociones, es incluido en la
nómina de personas que destacan por sus rarezas. Y eso por qué, pregunté a
Zúñiga, y el me atacó diciéndome ¿pero lo has leído, chaval? Sí claro, y por
eso creo que, quizá otro adjetivo, pues, igual le hubiera venido mejor al
susodicho, con perdón de los perdones.
Pero bueno, lo
dejo en la mano de los lectores del blog, por si quieren pronunciarse al
respecto.
VI. El romero consecuente
Entre los
muchos cortesanos y aun forasteros que acuden a la famosa romería de San
Isidro, los hay verdaderamente fanáticos, que desde su más tierna infancia van
todos los años al lugar de la fiesta, y antes que perderla, perderían la miaja
de cabeza que gastan para andar por el mundo.
Verdad es que
algunos la pierden en la misma romería.
Pues bien, mi
amigo Isidro Romero y Tostón figura entre los más empedernidos
entusiastas de la aludida juerga campestre y es digno de ser citado como un
modelo de madrileños tradicionalistas.
Nada tendría
de extraño que lo fuera, si realmente se divirtiese en la romería; pero lo
incomprensible es que jamás regresó de la fiesta sin renegar de ella y sin
jurar no volver en su vida a ver las barbas del Santo en su propia salsa, o sea
en la ermita donde se le venera.
Pero vuelve,
¡ya lo creo que vuelve!, y cada vez con más afán.
En fin, para
juzgar el tipo, baste saber lo que le ocurrió el día de San Isidro del año
pasado.
A las seis de
la mañana, y en compañía (o mejor dicho, en batallón) de su mujer, su suegra,
su cuñada, siete hijos, el novio de la cuñada, un perro de aguas, dos criadas
de lo mismo, y llevando además de la familia un dolor de muelas más agudo que un
do de pecho, salió de su casa con rumbo a la romería mi buen Romero.
Otro
cualquiera, en vista de las circunstancias, hubiera renunciado a las delicias
de la fiesta sustituyendo el aguardiente por la creosota y el silbato por el
gatillo; mas para que D. Isidro interrumpiera su inveterada costumbre, hubiera
sido preciso que aquella mañana se hubiese encontrado en el periodo agónico,
cuando menos.
Para llegar
pronto a la feria tomaron un ómnibus, en el cual pasaron muchos berrinches. Lo
que no pasaron fue el puente de Toledo, como pensaban, pues la rotura del eje
de las ruedas les obligó a seguir un pie tras otro el resto del camino, pero no
sin tener que rascarse el bolsillo el cabeza de familia y pagar el viaje
completo; con lo cual, los partidos por el eje fueron dos: el carruaje y D.
Isidro.
A su llegada
al lugar de la fiesta, el pobre Romero se encontró con un inglés sumamente
grosero, que le saludó con las palabras del ángel… caído, diciéndole:
—D. Isidro,
usted tiene mucha familia, pero muy poca vergüenza.
—Señor mío…
—Nada, nada.
¿Le parece a usted bien esto de venir a gastarse lo que me debe en muñecos de
barro y en rosquillas tontas?
—Bueno, bueno
D. Próspero. Mañana hablaremos.
Mas como el
bárbaro del acreedor empleara voces y ademanes descompasados, la gente se
arremolinó y la terminación de la inoportuna entrevista fue acompañada por un
coro de silbatos y trompetillas capaz de avergonzar al ciudadano más fresco.
Mala compra de
rosquillas hizo después don Isidro. Casi todas ellas sabían a aceite de ricino.
En cambio, estaban más duras que el corazón del inglés y la tal dureza
hubo de producir las consecuencias naturales; muchos dientes de los pequeñuelos
y no pocas muelas de los adultos saliéronse de madre y fueron a confundirse con
el polvo del piso.
D. Isidro se
mercó luego un clásico botijo con el asa llena de verrugas y con un pitorro
encantador, cacharro por el cual dio un duro y le devolvieron al hombre dos
pesetas, pero completamente falsas.
Siete pitos de
los más sonoros fueron recibiendo toda la mañana los resoplidos continuados de
los siete retoños en torno del papá, a quien llegó a costarle la broma un
sentido, porque le dejaron sordo.
—Yo chero ver
el ¡pim, pam, pum! —dijo luego el más chiquitín.
—Yo también—
gritaron todos.
Y no hubo más
remedio. Penetraron en una tienda destinada a la diversión de tumbar muñecos a
pelotazo limpio, y a D. Isidro ¡siempre oportuno!, se le ocurrió decir:
—¡Hombre, cómo
se parece a Maura ese moro de la derecha! Mas casualmente le oyó un primo del
aludido y le dijo a Romero:
—Usted es
quien se parece a un insolente.
—Caballero, yo
no le consiento…
Ignoro lo que
pasaría entre los dos. Lo cierto es que fue monumental el puntapié que don
Isidro recibió en el Pim, pam, pum.
Repuestos del
incidente, siguieron su camino, llegaron a la ermita y, como es natural,
penetraron en ella para saludar a San Isidro y a su señora, Santa María de la
Cabeza; pero fueron víctimas de pisotones, codazos y rasguños, y lo que es
peor: el reloj de D. Isidro cambió allí de dueño por arte de magia.
Fuera de sí D.
Isidro y fuera del templo toda la familia, dirigiéronse a la pradera famosa; pero
no así como se quiera, sino perseguidos siempre por la desgracia, pues entre la
apiñada muchedumbre se escabulló Camilín, el penúltimo de los Romeritos, y
desapareció de la vista de sus padres. Inútil es decir los apuros que D. Isidro
y su gente pasaron hasta que providencialmente dieron con el paradero de su
criatura, que estaba con la boca abierta mirando a un hombre que en
calzoncillos de punto comía lumbre sobre un tablado, mientras una apreciables tía
suya tocaba el bombo, también en paños menores.
Ya en la
pradera, se columpiaron los novios y entraron todos a ver las ratas sabias,
la mujer gigante y un fenómeno que tenía seis cabezas y le salían los
pies por la boca del estómago, dejándose D. Isidro un dineral en la expedición,
cosa que, agregada al dolor de muelas, siempre en crescendo le dio
muchísimo gusto.
Harto de
contrariedades, disponíase a volver al hogar, cuando gritaron los siete
vástagos de Romero.
—Papá,
queremos desayunarnos.
—Sí, sí—añadió
la cuñada.
—¿Y qué vamos
a tomar? —preguntó el gorrón del novio.
—¡Leche!
—exclamó D. Isidro muy enfadado.
Y con el
asentimiento de la esposa y el visto bueno de la suegra y el regocijo de toda
la troupe, entraron en una lechería muy maja, formada con lienzos y banderas,
en donde varias chulapas servían al público leche de Las Navas «vista ordeñar.»
La familia de
Romero, incluso el perro de aguas se atracó de agua de almidón, extraída de
unas cabras de guardarropía allí presentes, por cuyo líquido tuvo mi pobre
amigo que dar quince pesetas, entre las cuales intentó pasar las dos falsas;
pero lo que pasó fue un sofocón terrible; pues una de las camareras, antigua
novia suya abandonada por él aprovechó la ocasión para armarle tal escándalo,
que por poco van a la prevención todos aquellos sujetos, más sujetos
todavía.
Como era
natural, agriado el humor de los grandes y de los chicos con tales peripecias,
era imposible que la leche le cayera bien a ninguno. Así es que no se hicieron
esperar mucho los consiguientes retortijones, trasudores y angustias en todos
aquellos vientres hasta entonces puros y tranquilos, teniendo que añadir a
tanta desdicha la caída y rotura del botijo de Romero, que quedó despitorrado
para siempre.
Cabizbajos,
doloridos y saqueados, regresaron al hogar los miembros de la familia de don
Isidro, el cual, como todos los años, juró no volver a la romería.
Pero no
escarmienta. Este año ha vuelto… Ha vuelto a ser víctima de análogas
desventuras.
Y mientras
viva no faltará jamás a la fiesta clásica de Madrid.
En fin, dejémosle
con su capricho y admiremos en él al héroe de la romería; al mártir de la
tradición.
Comentarios.
Teatro,
música, toros, gracias a sus escritos vamos conociendo los gustos y aficiones
de Juan Pérez Zúñiga. Madrileño de pura cepa, nacido en la calle Toledo frente
a la Real Colegiata de San Isidro en donde reposan los restos del santo
labrador junto a los de su mujer Santa María de la Cabeza, y viviendo encima
del café, hoy desparecido, que llevaba el mismo nombre del patrón de Madrid, no
pudo menos que sentir algo especial por los festejos que han rodeado y rodearan
siempre la celebración del día de San Isidro. Con este telón de fondo, nos
narra Zuñi las peripecias de este desventurado romero consecuente, que
aprovechamos para señalar como una conquista más para la lista de nombres caricaturescos
del autor que seguimos: Isidro Romero y Tostón. Nítida declaración de
intenciones: el nombre del santo, participante de la romería, y persona un poco
sin sustancia.
Algo tendrán la
romería y las fiestas de San Isidro para que, a pesar de las contrariedades,
siempre se acabe volviendo a ellas. Y es que son tremendamente familiares, alegremente
divertidas y musicales, y repleta de curiosa parafernalia. Los chotis, los
botijos, los pitos, las rosquillas tontas y las listas; las atracciones, la
mujer gigante, las ratas sabias, el pim pam pum; los parajes de la zona,
el puente de Toledo, la campa del santo y por supuesto la ermita. Lugares en los
que el bueno de Isidro se tiene que ir rascando el bolsillo, cuando no
se lo rasca a él sin que se de cuenta algún pillastre de los que circulan por
ahí. O también rincones en los que se topa con su inglés particular, don
Próspero, otro nombre para la galería, que le reprocha se gaste el dinero y no
le salde la deuda contraída.
Son tantas las desgracias que le pasan al protagonista que al final llegamos a comprender el mensaje de Zúñiga; ¡pero qué personaje más raro este Isidro Romero y Tostón! ¡Madre mía!, verdaderamente cuesta creer que quiera regresar todos los años a la romería si siempre sale escaldado de ella. Aceptamos consecuente, como tipo raro de gente.
Pero no nos
queremos despedir sin repasar como en otras ocasiones algunas de las palabrejas
que enriquecen nuestro vocabulario.
Miaja es
una palabra sincopada de migaja que viene a significar una menudencia de algo. Sincopar
es suspender un sonido dentro de una palabra, y por su sonoridad parecida buscamos
la palabras síncope y vemos que se trata de una suspensión súbita y
momentánea del corazón que produce pérdida del conocimiento. En las palabras
suspendemos sonidos y en el corazón latidos. Curioso.
La creosota es
un liquido que se utilizaba para evitar que las carnes y las maderas no se
pudrieran. Se sacaba del alquitrán y de un color pardo amarillento y sabor
urente (otra palabreja: que escuece, que es abrasivo).
Las costumbres
inveteradas son aquellas que vienen de antiguo que están arraigadas entre las
gentes.
¡Un berrinche!
¿Quién no ha tenido un berrinche en su infancia? O quien no ha visto a un niño
patalear, llorar y chillar que es lo mismo. Pues esta irritación extrema
procede del vocablo Verraco que es el señor padre de los cerdos. Como no sea por
lo que chillan cuando los sacrificas.
Rascarse el
bolsillo ya habrán adivinado que es arañar con la mano buscando las monedas y
billetes para tener que pagar algo, un poco a regañadientes, de mal gana.
Las carretas y
los automóviles pueden sufrir la rotura de un eje, haciendo que las ruedas
vayan cada una por un lado, pues bien, a las personas también nos pueden partir
por el eje, esto es, dejarnos partidos en lo que estábamos haciendo, paralizando
nuestro entusiasmo, nuestra carrera, nuestra afición por algo, tirados, pero
recuperables.
El Ángel
caído es el demonio; el inglés el acreedor, y salirse de madre
pasarse de lo que habitualmente hacemos, aunque en el texto Zúñiga lo utiliza
como desparrame o desbordamiento de las muelas.
El Aceite de
ricino es algo que asusta, dada su utilización como purgante, así que unas
rosquillas con ese sabor, pues, como alguna clase de seta...mejor a la cuneta, no vaya a
ser que nos vayamos de vareta (suframos una diarrea).
De las
rosquillas también nos dice que pueden estar duras y las compara con el corazón
de los ingleses (acreedores) nada dados a dejarse ablandar la víscera
cordial para que perdonen las deudas.
Los trasudores
son sudores tenues y leves; una troupe, un grupo de personas que van
juntas o que actúan de manera similar.
Se dice que
una cosa es de guardarropía cuando aparenta, de forma ostentosa, lo que
no es. En este caso ¡unas cabras! ¿Pues qué eran? Y encima de ellas se extraía
agua de almidón, que no encuentro lo que es.
Las chulapas servían leche de Las Navas (del Marqués), muy famosas y conocidas y que solían venderse en el apeadero del ferrocarril de aquella población a los viajeros que descendían a estirar las piernas camino de Ávila. De esa leche nos dice Zúñiga era servida «vista ordeñar» expresión que viene a dar a entender que iba prácticamente de la ubre al vaso.
Para acabar,
ese botijo del romero señor Romero, instrumento que no puede faltar en el
repertorio de utensilios del día de San Isidro, ese botijo, digo, que se cae
y se queda despitorrado, perdiendo el tubito por donde se escancia el agua hacia
la boca, nos está hablando más del mundo taurino, pues despitorrado es para la
RAE el toro que tiene rota una o las dos astas, pero conservando siempre en
ellas algo de punta, y no nos dice nada, pero nada, de los botijos.
El inda de Zuñi.