La musicófoba,
el segundo ejemplar de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga, se publicó el 16 de
marzo de 1902 en la revista Pluma y lápiz, semanario hispano-americano
de literatura y arte (Barcelona 1900), pero con el título de Musicofobia.
Hoy por hoy ni
musicofobia, ni musicófoba, son palabras que estén recogidas en
el diccionario de la lengua española, pero es evidente y clara la
intencionalidad de encontrar en ellas la expresión de una aversión exagerada
(fobia) hacia la música. Un musicófobo o una musicófoba serán
aquellas personas que se revuelven de asco al escuchar cualquier tipo de
música. Tampoco existe melofobia que bien podría contrarrestar a la conocida
melomanía, digo yo.
En este segundo
episodio Zúñiga escoge a una mujer como protagonista y la lleva a un mundo que
él conoce a la perfección, al maravilloso universo de la música.
Juan Pérez
Zúñiga gozó de la suerte de aprender solfeo desde bien pequeñito y ello gracias
al buen hacer de su maestro que no fue otro que su tío Juan Pérez Lanuza, concertino
en el teatro Real, violinista primero de la orquesta y encargado, en buena lógica,
de ejecutar los solos en los conciertos. De estas clases salió un joven músico
en ciernes y un entusiasta tañedor del violín, como no pudo ser de otra manera.
Aprovechando sus
conocimientos musicales el bueno de don Juan nos describe un personaje que no
para de sufrir al verse acosado por las múltiples ocasiones que le entra en su
cabecita alguna palabra, objeto, persona o circunstancia que le recuerde en
algo su enfermiza obsesión contra todo lo que suene, nunca mejor dicho, a música.
Zúñiga, fiel a
su filosofía festiva de la literatura, no falta a su cita de bautizar con
intencionalidad a sus personajes. Así, su musicófoba no podía menos que
llamarse de la manera que ha elegido: doña Blanca Puntillo de Vals. Tres
términos que aluden al vocabulario musical, como podrán comprobar ustedes si pierden
algunos segundos entre los párrafos de esta lectura.
Tampoco va a
dejar pasar la ocasión nuestro autor festivo de señalar alguna que otra figura histórica
o contemporánea de la nómina de músicos egregios. Así, cita a los ya fallecidos
entonces Beethoven, Rossini y Wagner, y a sus buenos amigos de esos días
Federico Chueca y Joaquín “Quinito” Valverde. El primero de ellos alcanzó fama,
entre otras cosas, por la famosa revista cómico-lírica titulada La Gran Vía,
en colaboración, precisamente con el padre de Quinito Valverde, autor este,
entre otras canciones, de la conocida canción “clavelitos”, que poca gente no
conocerá. Al menos, creo yo, entre los de mi generación. Y también, casi me lo dejo, cita
a Arrieta, compositor que hizo mucho por consolidar el género de la Zarzuela.
No deja fuera
Zúñiga de su lista de músicos famosos al bíblico rey David, sí, el de la famosa
pedrada a Goliat, que además de liderar a los israelitas contra los filisteos,
fue músico y poeta y conocido por su Libro de los Salmos o Salterio.
Es amplio el vocabulario
musical que emplea Zúñiga en esta corta narración y no les voy a cansar enumerando
todos los vocablos. Sí debo destacar alguno de ellos, como por ejemplo “piporrazo”,
palabro que es, según María Moliner, el aumentativo de pipo, sinónimo de Bajón,
instrumento musical de viento antecesor del fagot y que se utilizaba sobre todo
para interpretar música sacra.
Hago un
momento de parón para dar paso al texto y acto seguido comentaré alguna otra
curiosidad encontrada.
II.- La musicófoba
Doña Blanca
Puntillo de Vals era una señora particularísima. La música no era para ella
como lo es para otros, «el ruido que menos incomoda»- Era, por el contrario, el
ruido más insoportable. Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror
hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven,
considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el
rey David, hasta Quinito Valverde.
Cuando tenía
que buscar cuarto, lo primero que hacía era preguntar a las porteras:
—¿Hay algún piano
en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el
trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?
Y si le daban
contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo
rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, recordándole las
de Bach, le inspiraban horror.
No iba a más teatros
que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le
sentase mal la cena por culpa del sexteto.
Una vez se vio
comprometida para asistir a un funeral, y por poco se derrumba sobre un
capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia
gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los
introdujo en ambos oídos a muerte o a vida.
Doña Blanca ha
tenido pretendientes inmejorables. Pero los ha rechazado a todos, por no verse
en la musical precisión de dar el sí. Y no parecía sino que la
Providencia iba escogiéndolos para el caso entre los más musicales que andaban
por el mundo. [En 1902 no escribe “por el mundo”.]
A uno le
despreció, porque se apellidaba Calderón. A otro porque era de la escala
de reserva. A este, porque era un señor de muchas campanillas. Al de más
allá, porque era aficionado a las dulzainas.
Y de haber
querido casarse, lo hubiera hecho inmediatamente. ¡Nada de compases de
espera! Por de contado que ella y el favorecido no hubieran podido estar acordes
jamás.
Prohibió a sus
amigos periodistas que bajo ningún pretexto le tributasen alabanzas. ¡Bonita
era ella para consentir que la diesen un bombo!
Despidió a
varias criadas, ¿saben ustedes por qué? No por las trastadas que le hicieran,
sino porque luego ante su presencia solían mostrase con-fusas, y, sobre
todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos. [En 1902
no escribe: “sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos.”]
Tuvo el valor
de no rezar jamás por su difunta madre… ¿por qué, dirán ustedes?... Porque se
llamaba Tecla. Y se separó de sus hermanas, porque una tocaba el
violón con frecuencia y otra era sorda y necesitaba que le hablasen con trompetilla.
Aunque las
cosas del mundo le interesaban poco, se guardaba muy bien de decir que le
importaban tres pitos.
Le trajeron de
Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en
ir a parar al macho de la retreta!
Cierto día en
que necesitaba comprar una mantilla, la recomendé el establecimiento de mi
amigo Cabezón. ¡nunca lo hubiera hecho! Al saber que el comerciante se llamaba Eustaquio,
se acordó de la trompa y cayó desmayada, precisamente en la calle de Arrieta,
teniendo unos guardias que llevarla con trabajo a su domicilio. (Por supuesto
que si se entera que la llevaban con-trabajo, vuelve a desmayarse).
No se trató
nunca con los parientes que tenía en Madrid, solo porque unos habitaban en la
travesía del Conservatorio y otros en el pasaje de Murga.
Vivió anti
musicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto
que la dio su cocinera presentándola un timbal de macarrones; quedó muy
delicada y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal
residía en un órgano, murió de pesadumbre.
Conocido todo
esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no lo es, la tal doña Blanca
Puntillo de Vals, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que
firmara con sus musicales nombres. [En 1902: “…la tal señora doña Blanca…]
Después de su
fallecimiento he sabido únicamente dos cosas; que el horror a la música tenía
por causa lo mucho que su padre le había solfeado; y que, una vez
muerta, los herederos se desquitaron haciéndola unos funerales de tres
bemoles.
Ya estoy aquí
de nuevo, espero que hayan disfrutado con la musicófoba de Zúñiga.
Como decía, me
quedan algunas expresiones que comentar en relación con el mundo musical en el
que nos sumerge nuestro amigo Juan. Frases como “importarles a alguien algo tres
pitos” o un pito, que también es válida, con lo que dejamos claro que esa
cosa no nos importa absolutamente nada; tener algo bemoles o tres bemoles
que usamos para remarcar la dificultad o la importancia de alguna circunstancia
o hecho en concreto; el verbo solfear, que además de significar el acto
de cantar algo con señalamiento de las notas, nos viene a indicar también el acto
de zurrar con golpes o reprender con palabras a alguien. La expresión “estar
hecho alguien una gaita” no la vemos en el diccionario de la RAE; lo más
parecido es “estar alguien de gaita” que es todo lo contrario a lo que Zúñiga
nos quiere llevar, pues es estar alegre y contento; sin embargo, a solas, una
gaita es una cosa molesta, fastidiosa.
El timbal
de macarrones, algo que yo desconocía y que invito a los amantes de la
cocina investiguen su origen y procedencia, y los caramelos de los Alpes,
antecedente de los actuales Ricola, son dos graciosas curiosidades,
desde mi punto de vista.
Uno de los
aspectos más entrañables que tienen las historias de Zúñiga son las referencias
a lugares de Madrid. En este caso de la mujer que siente fobia por la música
nos cita La travesía del Conservatorio y el Pasaje de Murga,
lógicamente sendas alusiones al mundo musical, una en sentido, digamos más serio,
pues se trata del establecimiento en donde se enseña la música, y el otro, algo
más en broma, pues hace referencia al conjunto de músicos pésimos que toca a
las puertas de las casas en busca de algún premio. Pero ambas son también, como
he dicho, lugares de nuestro Madrid del alma.
La Travesía
del Conservatorio ya no existe, desapareció al construirse la Gran Vía, y
se llamó así por estar en ella el primer Conservatorio de Música de la capital. Estaba próximo a lo que es hoy la Plaza de España.
El Pasaje
de Murga es un corredor entre casas que va
desde la calle de la Montera a la de las Tres Cruces. Se le conoce también como
Pasaje Comercial pues en él se encuentran numerosos comercios y el
nombre, aunque Zúñiga lo cita con clara intencionalidad musical hace alusión a
Mateo de Murga Michelena la persona que lo mandó construir.
Para terminar nuestra
indagación de hoy, tenemos que reconocer que nos quedamos sin saber dos cosas
y, que como siempre, lo dejamos ahí por si alguno de los lectores se ha topado
alguna vez con lo que yo no consigo averiguar.
Esa alusión al
macho de la retreta de la que no tengo ni pajolera idea a qué se puede
referir, (Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No
tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!)
Y en la frase “No
iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala,
temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto”, en donde no encuentro
qué relación puede haber entre los sextetos y que te siente mal la cena.
Ahí lo dejo. Gracias por su paciencia.
Pd. Como en el
anterior capítulo, el dibujo con el que se acompañó el texto en el libro
corresponde a Zuñiguita (Julio Pérez Maffei) y en este caso, los dibujos
insertos en la historia publicada en Pluma y lápiz, fueron de Teodoro Gascón
Baquero (1853-1926), farmacéutico e ilustrador español.
Fuentes.
PASAJE
DE MURGA O PASAJE DEL COMERCIO. (antiguoscafesdemadrid.com).
Wikipedia.
Hemeroteca Digital
de la Biblioteca Nacional de España.
Biblioteca
Particular.