Introducción.
Está visto que
hay tipos raros hasta más allá de la muerte y que cesar en el mundo de los
vivos no es causa que te impida seguir ostentando ese título que Zúñiga endilga
a alguno de sus semejantes. El ejemplo de hoy es buena muestra de lo que digo.
Lean, lean, y verán hasta dónde llega la imaginación de nuestro escritor
favorito.
V.- El perpetuo inamovible.
(Diálogo en una portería)
—Y diga, usté,
doña Nemesia, con esto del cambio de Ministerio, ¿limpiarán el comedero a sus
hermanos de usté?
—No, Petra. A
mis hermanos jamás les dejan cesantes. Siempre los han respetado desde que
entraron en Hacienda.
—¿Y hace mucho
que entraron?
—Antes de que
mataran a Prim.
—¿Qué dice
usté, señora? ¿Conque fueron ellos?
—No, hija-
Quiero decir que a raíz de aquel suceso los emplearon, y por lo visto son inmuebles,
porque nunca los tocan.
—No les pasa
lo que a mí. En tres meses, cuatro porterías.
—Pues otro
caso de inamovilitud fue mi marido, que esté en gloria. Entró en el Ayuntamiento
a los quince años, y no salió hasta que dejó este pícaro mundo.
—¡Buena
encerrona!
—Cuarenta y
cinco años estuvo sirviendo en el ramo de limpiezas. Precisamente por eso me
casé con él; ya sabe usted lo limpia que soy.
—¡Pues ya pudo
limpiar algo en cuarenta y cinco años!
—Y no estuvo
más tiempo allí, porque después de muerto le hubieran tomado asco en las
oficinas municipales.
—Vaya, vaya,
doña Nemesia; por lo que veo, esa constancia es un soplo, comparada con la de
mi difunto Lucas, que dios haiga.
—¿Qué fue?
—Bedel de
Instituto.
—¿Y prestó
allí servicios mucho tiempo?
—Desde los
veinte años.
—¿Y cesaría
quizás el día de su muerte?
—No, señora;
sirve todavía.
—¿Y se lo
consienten? ¡Qué atrocidad!
—Esa es la
particularidad de mi hombre.
—¿Pero está
bien muerto?
—Sí, señora;
completamente. Su recomendante que, según dicen, fue el herrero de la posada…
—Sería Posada
Herrera, mujer.
—Eso. Pues le
dijo: «Toma esta credencial para que sirvas en el Instituto. Es un buen puesto;
no dejes de servir allí, aunque te mueras.» y mi hombre, obediente como él
solo, lo tomó al pie de la letra y sigue sirviendo allí.
—Pero ¿dónde?
—En el
Gabinete de Historia Natural.
—Pero ¿para
qué sirve?
—Para
enseñanza de los alúminos. Allí está metido en una letrina.
—Vitrina,
querrá usté decir.
—Eso es.
Después de llevar en el Instituto veinte años de bedel, ya lleva otros veinte
prestando servicio de clase de esqueleto.
—¡Jesús y
María!
—¿Y cómo fue
el quedarse así?
—Porque le
faltó la carne y…
—No; digo que
¿cómo es que está allí?
—¡Ah! Por un
capricho del director.
—¡Me deja
usted tonta!
—Pues nada; no
tiene usted más que llegarse al Gabinete, y a mano derecha, conforme se entra,
fijarse en una garita de cristales, sobre la cual hay un letrero que dice:
«Esqueleto de orangután».
—¡Por Dios,
Petra!...
—Sí, señora,
de orangután. El pobrecito, dicho sea de paso sin ofender a su santa memoria,
era muy feo y muy mal configurado; y nada tiene de extraño que hoy pase por lo
que pasa. ¡Si usté le hubiera conocido!... Dicen que ahora está, si cabe, mejor
que cuando gastaba gorra con galones y me atizaba leña con un palo. Pero yo no
voy jamás a verle, porque me causaría una pena horrible. Además, me daría
muchísima vergüenza que al ponerme a rezarle padrenuestros delante del armario
en donde está, se burlaran de mí todos aquellos avechuchos disecados que hay
alrededor del infeliz. Precisamente, según me han dicho, tiene colgado encima
un cocodrilo más grande que usté, y el día menos pensado se desprende sobre mi
Lucas y no me le deja un hueso sano.
—¿De modo que
allí estará per secula seculorum?
—Amén; sí,
señora. Y como empezó de bedel, no sabe usted lo que le consideran todos los
profesores.
—Pues ya puede
usted decir que es el colmo de la inamovilidad, y que empleado como él no habrá
otro en establecimiento alguno. ¡Mire usted que morirse y continuar sirviendo
como si tal cosa!...
—Sí, señora.
En buena hora lo diga, mi Lucas no ha faltado un solo día al Instituto desde
febrero del sesenta y uno hasta hoy día de la fecha. Eso es servicio
permanente, lo demás son pamplinas.
Comentarios.
Simpática
conversación la mantenida entre doña Nemesia y doña Petra. Cuántos humoristas
posteriores han recreado conversaciones parecidas y hasta es posible que Zúñiga
bebiera también en algún colega anterior. Las porteras y los caseros eran
personajes asiduos en los textos festivos del momento.
Es genial
hasta dónde se riza el rizo de la absurdidad, pero al mismo tiempo es
entrañable internarse en ese diálogo mitad cándido mitad palurdo. Los alúminos
(alumnos), los inmuebles (inamovibles), la inamovilitud (inmovilidad),
la letrina (vitrina), en fin, ese enredo verbal propio de las
comedias bufas.
Limpiar el
comedero, nueva expresión aprendida antes de acostarnos hoy (ya saben, a la
cama no te irás…); se trata de un dicho coloquial para referirse al acto de
quitarle el empleo o el sustento a alguien. Muy curioso.
Entraron antes
de que mataran a Prim; pero ¿fueron ellos? La madre que te alumbró Zuñi, muy
bueno. Fino humor.
Una mención a
un personaje histórico. El herrero de la posada de doña Petra es José de Posada
Herrera, jurista y político español (1814-1885) que fue el único presidente del
Consejo de Ministros del período de la Restauración (1883-1884) que no perteneció
ni al partido liberal ni al conservador, pues cuando ocupó ese cargo figuraba
enrolado en el la recién constituida izquierda dinástica.
En resumen, me
ha gustado mucho este original diálogo, que no hemos encontrado publicado en la prensa, y en consecuencia deseo una larga “vida”
al señor Lucas. Y no tengo nada más que decir.
Hasta la
próxima.
El Zuñi de
inda, o viceversa.