De Esteban, su padre, sabemos que fue violonchelista y
que compuso alguna pieza musical, y que por los años de la adolescencia de Juan
dedicaba sus tiempos a la contabilidad de la Sociedad Artístico-musical
de Socorros mutuos, pero, fue sin duda más fuerte la influencia de su tío
Juan, hermano de su padre, concertino en el Real, a la hora de captarle e
invitarle a entender el mundo y la vida de musical manera, dándole clases de
violín.
Sírvanos esta pequeña introducción para decir que uno
de los primeros medios periodísticos en donde Juan Pérez Zúñiga fue dejando su
impronta de versificador fue la revista Crónica de la música, que
desde 1878 hasta 1882, fue divulgadora de la historia de la música, de los
instrumentos y de las técnicas, así como de las últimas noticias de ese fantástico
mundo del teatro, la ópera y la zarzuela.
Y sírvanos también todo esto para decir que fue en el
mundo de la música en donde nuestro protagonista encontró el amor.
Entre rimas y arpegios, entre versos garabateados y
claves desparramadas en cuadernos esparcidos por su mesa de trabajo, le vemos
dirigirse a la persona amada, a su primera novia, a la pianista Isabel
Echeverría. Es el 29 de junio de 1881, y la revista musical citada tiene
el honor de acoger esos versos de amor escondido que Juan dedica a Isabel.
Dicen así:
A la distinguida pianista Isabel Echeverría.
En estas pobres quintillas
no te diré maravillas,
sino la pura verdad
con mucha sinceridad
y en las frases más sencillas.
No te hablaré de rocío,
ni de lindas mariposas,
ni de amor, ni de desvío;
pues por un capricho mío
jamás hablo de esas cosas.
Fijarme quiero afanoso
en tu gracia principal;
y no sé qué es más hermoso
si tu trato cariñoso
o tu genio musical.
Cómo de virtud portento
te admira mi tosca pluma;
pues por ganar tu sustento
no abandonan ni un momento
el trabajo que te abruma.
Hay de pianistas, la mar
en extranjero lugar
como en el suelo español,
y todas tocan el sol
(que es el colmo del tocar).
Pero que te iguale a ti
no hay ninguno, ¿qué ha de haber?
Digo; me parece a mí.
¡Y cómo darás el sí!...
yo lo quisiera saber.
No extrañes si hay ocasiones
en que ayudarte resuelvo,
y cometo distracciones
saltándome los renglones
cuando las hojas te vuelvo;
Pues es porque me hace Dios
ir de tu mirada en pos,
y pierdo el compás así;
te lo hago perder a ti…
y nos perdemos los dos.
Soy a mi promesa fiel
y estas coplas te remito.
Son muy malas, Isabel;
mas no te olvides de aquel
que para ti las ha escrito.
Juan Pérez Zuñiga.
Simpáticos versos de Zúñiga a la joven pianista,
versos que nos hacen imaginárnoslo apoyado en el piano, con la manos en el
atril, pasando despistado las hojas del pentagrama mientras fija la mirada,
escondida tras de los cristales de sus gafas, en el lindo rostro de la
pianista… por lo menos.
Juan se quedó sin saber cómo diría Isabel el sí. Dos
años después formalizaba relaciones con otra pianista, también del suelo
español, y también tocadora del sol, que como él decía, era el colmo del
tocar.
La nueva pianista, su nuevo amor, supo también tocar su
corazón, y, Juan pensó al conocer su nombre que era sin duda su clave de sol.
No podía menos que llamarse Aurora; Aurora Maffei, la mujer con la que acabó
casándose y componiendo la partitura de su vida familiar.
Hasta la próxima.
Pd. En un manuscrito que el gran Zúñiga legó a sus
descendientes, en el que bosquejó sus recuerdos, decía lo siguiente, en referencia
al lugar en donde tomaba parte en cuartetos como violinista: «Entre otros
músicos más, actuaron allí también Isabel Echeverría y Aurora Maffei, pianistas
ambas. De la primera fui novio. Con la segunda me casé.»
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