martes, 30 de julio de 2024

Tipos raros. XIII. El perfecto ayunador.

 


Para ti Cristóbal [Tillägnad Christopher]

 

Introducción

Cuando inicié la serie de comentarios sobre estos Tipos raros de Juan Pérez Zúñiga explicando cual iba a ser su orden de aparición —coincidente con el índice de la obra— alguien desde Suecia dijo: ¡Me pido el 13! Pues bien ya hemos llegado a ese número hasta cierto punto inquietante y como no soy supersticioso me mantendré en mis trece y seguiré tranquilo con la narración.

Es cierto que hoy está muy de moda el practicar el ayuno, ya sea intermitente, continuo o fijo discontinuo como da por llamarse ahora a algunos contratos de trabajo, y es cierto que el texto de nuestro escritor festivo trata de eso, de abstenerse total o parcialmente de comer, sin embargo el trasfondo de nuestra historia poco tiene que ver con la preocupación por ayunar que anida en muchas personas hoy en día, incluido nuestro querido lector de Escandinavia. ¿Me equivoco? Enseguida lo comprobaremos.

 

XIII.- El perfecto ayunador 

La llegada de la cuaresma era terrible en casa de D. Severo Calasparra. El buen señor era la personificación del rigor en materia de prácticas religiosas, y sus tres hijas, Obdulia, Celia y Olimpia, perdían en esta época todas las apetitosas carnes que habían logrado reunir durante el resto del año, hasta el punto de que hubiera podido contarles los huesos cualquier mortal que hubiese tenido tiempo y humor para ello.

¡Qué consumo de espinacas y de acelgas había en aquella bendita casa desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Pascua!

¡Qué ayunos! ¡Qué vigilias! La digestión tranquila y cómoda dejaba su puesto al imprudente flato.

Este triunfaba en toda la línea, y muchos amigos de D. Severo se compadecían de aquellas tres víctimas de la cuaresma, hasta el punto de que algunos las ofrecían, a hurtadillas del intransigente padre, todo género de alimentos.

Olimpia— dijo a la chica mayor cierto día un ingeniero de minas que vivía enfrente, —observo con dolor de vecino que se halla usted flacucha y que los repollos la están a usted minando la existencia, cosa que a mí, como ingeniero de minas, no se me puede pasar inadvertida.

—¡Ay, D. Mamerto! —respondió la ojerosa Olimpia. — ¡No sabe usted bien el sinnúmero de bostezos que, tanto mis hermanas como yo, nos vemos precisadas a lanzar durante el día! Más de una vez nos disputaríamos la cordilla del gato si no fuera por el temor de que papá lo averiguase. 

—Pues mire usted, mi querida vecina yo no puedo ver con calma tan extremado rigor, y me voy a permitir pasarles a ustedes vara y media de longaniza de Candelario, sin que se entere el inhumano de Calasparra. Y no se ofendan los sentimientos filiales de usted; pero, visto lo visto, tengo para mí que D. Severo lleva en el sitio del corazón un baldosín o cosa parecida. 

—Yo le disculpo—replicó la pobre muchacha—toda vez que los preceptos de la iglesia son para él sacratísimos, máxime cuando contribuyen al alivio de los gastos domésticos. 

—Bueno, pero no me desaire usted y acepte la longaniza que con tan buena voluntad le ofrezco. ¿No pueden ustedes comérsela cuando esté D. Severo en la oficina?

—No me atrevo amigo mío. 

—Vamos, Olimpia… 

—No, no. Seguiremos bostezando y con el vientre enmohecido por dentro hasta que Dios quiera; que en cuanto pase la cuaresma, ya verá usted como nos desquitamos con la substanciosa vaca, bien agarrándonos a los filetes, ya recreándonos con los bofes, ora relamiéndonos con la lengua…

—Eso es lo natural. 

—Bueno, vecinito. Mil gracias por su atención y hasta después. Ahora voy a ver si preparo unas sopitas de ajo para las ocho, hora en que, como no tenemos otra cosa que hacer, haremos colación. Lo malo es que aún falta mucho tiempo, y mis hermanas andarán por ahí desfallecidas debajo de alguna mesa, o chupando los boliches de las camas para entretener el hambre. 

—Gracias a que Dios premiará tanto sacrificio. 

—¡Bien pude hacerlo, amigo mío! ¡Solo falta que esté distraído cuando llegue la ocasión de premiarnos!

Todos los años, al acabar la cuaresma, los pescados más aplaudidos habían figurado en la mesa de D. Severo, y ya no podían sus hijas con tanta raspa. Las latas de sardinas les resultaban unas latas pesadísimas; el dentón les estropeaba los dientes; el bonito les parecía feo; el bacalao les recordaba el aceite  de hígado de lo mismo; la merluza les traía a la imaginación las curdas de su portero; comiendo atún se llegaban a figurar que se comían a su querido padre; los pajeles les sabían a paja; no podían atravesar los calamares en tinta sin auxilio de una salvadera; los boquerones les producían boqueras, y los cangrejos, en fin, se les salían por donde habían entrado, en su afán de andar hacia atrás por el tubo digestivo. En cambio ¡pobres chicas!, suspiraban por el solomillo, y el domingo de Pascua dejaban en un santiamén al carnicero de enfrente sin contratapa, sin riñones y hasta sin pezuñas, maldiciendo de paso al cardo, generador de las afecciones cardiacas, y a las alubias líricas, que tanto entretienen a posteriori, no solo al consumidor, sino también a sus allegados.

Pues bien, queridos lectores: lo que ocurrió el viernes de la semana pasada es digno de que ustedes lo sepan, y lo voy a contar.

Llegó la noche del viernes, y D. Severo, después de rezar el rosario y de cenar unas migas excelentes (porque Celia y Obdulia hacen muy buenas migas), se retiró a sus habitaciones para acostarse en paz y en gracia de Dios.

Sus tres escuálidas hijas, una vez hecha la colación, se colaron en sus respectivos catres y se quedaron dormidas como tres ceporros anémicos. Pero a media noche oyeron ruido hacia el dormitorio de D. Severo, y se dirigieron a él con el mayor sigilo.

Una ducha, un tiro, la noticia de una rebaja en las contribuciones, en fin, no les hubiera causado tan enorme sorpresa como les causó lo que vieron.

Sí, mis lectores amados, a las doce de la noche se hallaba el modelo de austeridad, el severísimo D. Severo, muy calladito y muy solo, junto a su cama, devorando una pechuga de pollo y unas rajas de salchichón de Vich, que guardaba secretamente en un departamento de su mesa de noche.

Nada dijeron aquellas tres espátulas vírgenes y mártires a su padre; pero desde tan señalado día siguieron su ejemplo, y hoy no hay en la casa quien no neutralice misteriosamente y a deshora los efectos de la humilde lenteja con la nutritiva loncha de jamón en dulce. Eso sí, continúan haciendo colación. Pero a nadie le cuela ya la severidad de sus ayunos y abstinencias.

 

Comentarios

La Cuaresma es un período de tiempo que queda enmarcado entre el llamado Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo. Es por tanto un concepto religioso cristiano. Etimológicamente viene a decirnos que es algo que dura cuarenta días, en este caso el ayuno que debe guardar el cristiano entre esas dos fechas señaladas para preparar la Pascua de Resurrección. Es símbolo de los cuarenta días que pasó Jesucristo en el desierto venciendo tentaciones para preparar su pasión, muerte y resurrección por el bien de los hombres. Podría ser comparado con el Ramadán de los musulmanes, que también observan un ayuno —quizá más riguroso— en el noveno mes de su año lunar; o con el Yom Kipur judío, que, en menor escala, también se dedica a la expiación de los pecados. Las tres, como vemos, prácticas religiosas de sacrifico ante el dios respectivo.

Severo Calasparra, el personaje de hoy (bienvenido a la nómina) en este asunto del ayuno actúa, como da a entender su nombre, con severidad, con dureza, con rigor, y así sirve de ejemplo para sus tres hijas, que le siguen con fidelidad y entereza en su rito sacrificial. No sé si el hecho de endosarle el apellido de Calasparra, famoso municipio de Murcia conocido por su excelente arroz tiene algo que ver en la mente de Zúñiga con el hecho del ayuno cárnico, quizá.

El ayuno cuaresmal puede ser parcial o total desde el punto de vista de los alimentos prohibidos y desde el punto de vista del tiempo de su duración. Se puede dejar de comer de todo o solo carnes y embutidos, y se puede ayunar todos los días o solo los viernes. El caso es que lo que más se prodiga en el menú durante esos días son las verduras, los pescados y el pollo y el pavo.

Ante tal panorama no es extraño ver a la familia de Calasparra competir en la elaboración del flato, que si nos vamos a su origen latino, conoceremos como ventosidades, viento, (flare: soplar), aerofagia o meteorismo que abultaba los vientres de la familia y que triunfaba esos días en toda la línea, (completamente).

En plena cuaresma, una de las hijas señala a un amigo, ingeniero de minas, el incalculable número (sinnúmero) de bostezos que le produce el hambre, y este, asustado por ver “minada” la salud de su amiga, le quiere regalar vara y media de longaniza de Candelario. En el mejor de los casos (según esta antigua medida española) un metro del rico embutido de ese conocido municipio salmantino o charro, palabra que dicen viene del vasco txar, débil, malo (me quedo sorprendido). Dicen que en este pueblo de Salamanca nació aquella sentencia de “atar los perros con longanizas”. Un famoso chacinero (de chacina, cecina), tenía una trabajadora a la que todos los días molestaba un perrito, y harta de esas interrupciones, se le ocurrió atarle con una ristra de longanizas. Un chaval que lo observó, asombrado, fue contándolo por ahí, pasando a ser conocido el chacinero, como un sobrado y un ostentoso, por tamaña ocurrencia. José M.ª Iribarren en El porqué de los dichos, nos indica que también puede verse esta expresión como indicación de no hacerse falsas ilusiones: “no te creas que allí atan los perros con longaniza” es como decir que no te creas que aquello es Jauja.

Las hijas de Calasparra pasan tanta hambre que más de una vez han estado tentadas de quitarle la cordilla al gato. ¿Y qué es esto de la cordilla? Pues parece que así se conocen los desperdicios de las tripas de las reses que se dan o daban para comer a los gatos. La palabra procede del latín, “chorda” (intestino) aunque también se señalan con este nombre las tripas de los carneros hechas trenzas.

Don Severo es tan ídem, que en opinión del ingeniero amigo de sus hijas carece de sentimientos y tiene como mucho un baldosín por corazón, sin embargo para estas hace bien pues los preceptos de la Iglesia son sacratísimos (bonito superlativo). Las niñas se resignan a seguir con los bostezos mientras sueñan con filetes o con los bofes de la vaca, voz esta última onomatopéyica que nos refiere a los pulmones de las vacas (echar el bofe es quedar exhausto, con los pulmones reventados por un esfuerzo físico, vamos, bufando, digo yo). Y se relamen pensando en la lengua bovina, lo que le parece natural al amigo pues siempre nos relamemos con ese órgano muscular de nuestra boca. Se relamen de gusto, claro, se pasan la lengua una y otra vez por los labios.

Al menos estos ayunadores tienen el consuelo de acudir, antes de acostarse, a la colación, la ingesta de una moderada comida para reparar las fuerzas (también los musulmanes al caer el sol lo hacen; nadie puede sobrevivir con ayuno total y continuado, por mucha penitencia que le pida su dios). Claro que estas comidas se vuelven tediosas por lo repetitivas que son, pues apenas toman otra cosas que latosas latas de sardinas, el pez dentón que les daña los dientes; el bonito que les parece feo; el bacalao que les trae a la memoria el repugnante aceite sacado de su hígado; la merluza que les recuerda las curdas o borracheras de su portero; el atún que parece definir a su padre, bastante rudo e ignorante; los pajeles con sabor a paja; boquerones que les producen boqueras (excoriaciones en la comisura de los labios); cangrejos que les causan el temor de escapárseles por la boca después de comerlos, por su manía de caminar para atrás, calamares en su tinta que para tragarlos necesitaban una salvadera; ¿y esto que es?, pues un recipiente a modo de salero en donde se contenía arenilla para enjugar (dejar sin jugo, secar) la tinta de los escritos. En fin, toda una variada gama de pescados que le sirven a Zúñiga para jugar con las palabras, como a él le gusta.

El caso es que las tres hermanas sueñan dejar en un santiamén (en un instante, santo y amén, dos palabras que ponen fin a muchas oraciones cristianas) al carnicero de enfrente de su casa sin solomillos y filetes de contratapa (entre la babilla y la tapa) y continuamente reniegan de los cardos, capaces de producir fallos cardiacos según ellas, y de las ¡líricas alubias!, musicales legumbres que entretienen a posteriori con su sinfonía de…., no lo digo porque me huele mal. 

El desenlace se acerca, pues termina el día. D. Severo se cena una estupendas migas que han hecho sus hijas que, por otro lado, hacen entre ellas muy buenas migas, esto es que se llevan muy bien. Nuevos juegos de Zúñiga con el lenguaje. Las hijas se van a la cama y se quedan dormidas como ceporros (como torpes o ignorantes), pero al poco rato llega el gran chasco al ser sorprendido el padre metiéndose entre pecho y espalda un salchichón de Vich (típica longaniza de allí), pero las nenas reprimen su escándalo con una brillante idea, la de no denunciar al padre, sino al contrario, seguir como de costumbre su ejemplo. Ya no pasarán más hambre y sustituirán la lenteja por el jamón en dulce (jamón curado al estilo de York), además de continuar, cuando toque, con la colación.

La severidad de D. Severo, ya no cuela, queda en entredicho, ya nadie se la cree.

Hasta la próxima amigos, ya queda menos penitencia; tan solo cuatro tipos raros más. 



4 comentarios:

  1. Muy bueno Javi. Hombre muy cumplidor Don Severo Calasparra y sus tres hijas tan respetuosas con los ayunos de su padre. Aunque se consuelen por la noche, compensando su hambre, a escondidas.
    Tan ingeniosos tus comentarios como siempre, hermano.
    Veo que se lo dedicas a Cristóbal, no está en el grupo. Le mando el enlace

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  2. Qué listillo el sr.Calasparra!!!así ayuno yo también

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  3. Tack så mycket! Kram. Cristóbal

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