Introducción.
Un nuevo
personaje raro, el número catorce ya de esta colección creada por Pérez
Zúñiga. Y una nueva manía o fobia de
telón de fondo, en este caso de una mujer que tiene pánico a la electricidad, o
sufre, como dice su creador, de electrofobia. Vamos allá.
XIV.- La enemiga de la
electricidad.
No he visto en
mi vida un ser más raro que Doña Remigia Caparrosa.
¿Y saben
ustedes en qué consiste su rareza?
En un horror
extraordinario a la electricidad. Cuando vean ustedes la atmósfera muy cargada
tengan la evidencia de que está mucho más cargada Doña Remigia.
Sí, señores,
para mi amiga las grandes tormentas son machos. Es decir, son grandes tormentos.
Llegan a producirla verdaderas enfermedades.
Baste decir
que cuando va a ver Don Juan Tenorio, se sale del teatro antes de que
aparezca el Capitán Centellas, porque no puede ver centellas de ninguna
especie.
A una descarga
eléctrica prefiere la buena señora una descarga de fusilería Mauser.
Cierta
verdulera a quien despreció unas alcachofas, la gritó muy enfadada:
—Bueno,
señora, que la parta a usted un rayo.
Tal efecto
hizo la frase a Doña Remigia, que tuvo que guardar cama dos meses.
Vivió frente
al circo de Parish, y cuando veía anunciada allí La tempestad, la
entraba tal pánico que aquella noche no dormía en su casa, sino en casa de un
primo suyo, que es hijo de un constructor de pararrayos.
Y lo mismo que
le ocurre a Doña Remigia con la electricidad que pudiéramos llamar «al
natural», le ocurre con todas sus aplicaciones.
Si tuviesen
que administrarle corrientes eléctricas para la curación de cualquier dolencia
que las exigiera, seguramente preferiría las medicinas extraordinarias a las
corrientes, aun a riesgo de un fallecimiento inmediato. Quizás ella misma
pediría que la diesen la puntilla.
¡A cuántas
amigas ha dejado de visitar desde que instalaron la luz eléctrica! Y es que en
cada bombilla ve una bomba Orsini, y de cada tulipa le parece que va a surgir
un manojo de rayos mortíferos. ¡Antes el candil, la vela de sebo, el cuarto
obscuro!
Echó de su
casa a una excelente cocinera en cuanto se enteró de que el señorito de una
paisana suya era ingeniero electricista.
Cierto día le pasó
al gato la mano por el lomo; vio que de la piel salían chispas, y le duró el
temblor ocho días a la buena señora.
Excusado es
decir que tan pronto como el gato despidió las chispas, Doña Remigia despidió
al gato.
—Veo que usted
es una señora de muchas campanillas—le dijo una vez su amigo Sánchez Dinamo.
¿Por qué no las reemplaza usted con timbres?
—¡Ay, amigo
mío! —respondió ella. — Si fuera con timbres de gloria, quizás. Pero me moriría
de miedo si tuviera en casa una sola pila de Volta. Yo no admito más pila que
la del agua bendita, y esa no es de Volta, sino de porcelana.
Cuando oye
hablar de telefonemas (tefilomenas, como ella dice) le entra un pánico
terrible.
No quiere
recibir a un sobrino suyo desde que este se trata con el dueño de un cinematógrafo.
Se le figura que el tal sobrino se ha contagiado y que vive ya soltando chispas
como el gato.
Al telégrafo
le tiene verdadero terror.
Una hermana
que reside en Alicante la telegrafió su próximo viaje a Madrid. Cuando Doña
Remigia vio entrar en su domicilio al repartidor de telegramas, lanzó un grito
y cayó desplomada sobre un sacerdote amigo suyo y enemigo de los fonógrafos y
de la electroterapia.
—¿Qué es eso?
¿Ha recibido usted alguna mala noticia? —le preguntó una vecina.
—No lo sé;
pero basta con que haya venido por el telégrafo para que me parezca horrible.
¡Cualquier día
coge en sus manos el papelito azul!
El mismo día
que llegó su hermana salió con ella de paseo. Quiso la forastera montar en un
tranvía de tracción eléctrica y mi amiga no quería subir ni a tiros. ¡Qué había
de querer!
—No, Petra,
no— decía Doña Remigia, sujetando a su hermana por un brazo. —Tú desconoces el
peligro que podemos correr dentro de ese artefacto de la muerte.
—Pero, hija
mía, si todo el mundo monta en él.
—Mira que con
la electricidad no se debe jugar, y en ese tranvía puede ocurrirnos algo muy
funesto.
—No seas tonta
y anda pronto, que ya el conductor nos pone la cara fosca porque tardamos en
subir.
Y a empujones
entró en el vehículo Doña Remigia, no cesando de manifestar a cada momento su
temor.
Cuando
llegaron al término del viaje y se apearon notó la forastera que la habían
robado el bolsillo.
—¿Lo ves? —le
dijo su hermana. — ¿No decía yo que los tranvías eléctricos solo proporcionaban
disgustos?
—Lo mismo
hubiera pasado en uno de traición animal.
—El animal es
quien se mete en estos armarios que van soltando chispas por abajo y bufidos
por arriba.
A todo esto
Doña Remigia permanece soltera.
¿Y cómo no?
Tuvo amores con cierto individuo que pensaba como ella; el día de su santo
cogió una chispa muy grande y para qué quiso ella más; le tomó miedo y
le mandó enhoramala.
Lo que a todo
el mundo chocó es que, después de tanto tiempo de relaciones y de tanto horror
a las tormentas, fuese la propia Doña Remigia quien provocara el trueno, porque
le bastaba que tronasen dos novios cercanos a ella para estarse quince días
metida en un cuarto obscuro con los oídos tapados.
Esta es Doña
Remigia.
Y me parece
que como caso de electrofobia era digna de que la conocieran ustedes.
Comentarios.
Remigia
Caparrosa (nueva socia del club de nombres zúñigos) sufre al oír hablar de
electricidad. Las tormentas para ella son tormentos, las centellas, y mira que
son chispas eléctricas de poca intensidad, lo mismo. Si lo llega a saber
Zorrilla le da otro nombre a ese capitán del ejército español amigo fiel de Don
Juan, para que doña Remigia pudiera acudir a ver su obra.
Cómo temerá
las descargas eléctricas que Zúñiga nos dice que prefiere las que hacen los
fusiles de repetición creados por los hermanos armeros alemanes Mauser en 1898,
vamos, que antes fusilada que electrocutada.
Sensible al
máximo no aguanta que le nombren nada relacionado con la energía eléctrica. ¡Qué
la parta usted un rayo!, le dicen un día y tuvo que guardar cama. ¡Mal
rayo te parta!, recoge el diccionario como amenaza, y lo es, ya lo creo, a
ver quién es el guapo que se imagina una muerte así.
Los días que
representaban La tempestad, de Shakespeare, en el circo de Parish,
próximo a su hogar, abandonaba su casa y se iba a vivir con un amigo, hijo de
un fabricante de pararrayos. Paranoia total. Este circo nombrado es el
antecedente del tan famoso Price cuyas actuaciones estos ojos vieron de
pequeñito. William Parish, empresario circense inglés se casa con italiana
heredera del circo Price, y al final triunfa este último nombre en lugar del
primero.
Antes de
recibir corrientes eléctricas para curarse de alguna enfermedad prefiere pedir
que le diesen la puntilla. Recurre aquí Zúñiga al vocabulario taurino, propio
de la fiesta nacional que tanto le encandila. Dar la puntilla, rematar las
reses con un puñal así denominado. Me ahorro comentarios acerca de la
popularidad de este festejo, allá cada uno, pero lo que está pidiendo nuestra
Remigia tiene otro nombre también de actualidad, salvando las distancias y los
laberintos entre el humor y la seriedad. Antes la muerte que probar algo por lo
que siente pánico. La eutanasia pura y dura.
En cada
bombilla ve una bomba Orsini y de cada tulipa teme surjan rayos mortíferos.
¡Qué pájara! Está como las maracas de Machín. Orsini, un revolucionario
italiano inventor de este artefacto que ha protagonizado momentos delicados en la
historia, como ese atentado contra los reyes de España el día de su boda.
Lanzada por el anarquista Mateo Morral, no consiguió matar ni a Alfonso XIII ni
a Victoria Eugenia de Battemberg, pero sí a cuarenta y ocho inocentes que
presenciaban el cortejo nupcial en la madrileña calle Mayor. Me quedo
estupefacto al enterarme ahora de la existencia de una figura que representa al
demonio entregando una bomba Orsini a un anarquista… ¿en dónde? ¡En la fachada
de la Sagrada Familia de Barcelona! Muy agudo el señor Gaudí, no podía ser otro
el suministrador del explosivo, ya sabemos que las armas las carga el diablo, y
además estaban muy de moda por esos días en la ciudad condal.
Se deshizo de
su gato al comprobar que despedía chispas cuando le pasaba la mano por el lomo.
Se dice que de esta peculiaridad gatuna le vino a Nikola Tesla (1856-1943) con
tan solo tres años, su afición por el estudio de la electricidad, y su gato ha quedado
ahí en la historia; su nombre: Macak.
Tener un amigo que se apellide Sánchez tiene un pase, pero que sea Sánchez Dinamo, es el colmo en la vida de doña Remigia. Le imaginamos asustando a la pobre trastornada transformando su fuerza mecánica en electricidad como si de un héroe Marvel se tratara.
No quiere oír
ni de timbres, a no ser que sean timbres de gloria, o lo que es lo mismo,
acciones nobles y elogiables.
Igualmente no
quiere saber de las pilas, esos pequeños dispositivos que transforman la
energía química en eléctrica y que fueron inventados por Alessandro Volta
(1745-1827), químico y físico italiano que dio su nombre a la unidad de fuerza
electromotriz del Sistema Internacional de Unidades, el voltio.
Nosotros vamos
a seguir dando un voltio (una vuelta) por esta historia en busca de más
curiosidades.
Están en la
lista de las cosas que le quitan el sueño a nuestra protagonista, los
telefonemas (mensajes telefónicos) que ni soñarían por esos años con lo que
tenemos ahora, claro. El cinematógrafo, el cine de toda la vida, el telégrafo,
los mensajes codificados a distancia que se convertían en palabras (el famoso
telegrama de papel azul que también estos ojitos míos han llegado a ver y leer
y hasta recibir), los fonógrafos y la electroterapia como ya hemos visto; y
todo por culpa de la maldita electricidad.
De todo lo
malo que sucede echa la culpa a la existencia de protones y electrones. Hasta
de un robo a su hermana en el tranvía.
Terminemos
diciendo que no nos parece extraño que abandonara a su novio cuando le vio un
día con una chispa (borrachera) muy grande y sí, como señala Zúñiga que
provocara ella el trueno que dio con la ruptura sentimental (tronar nos dice el
diccionario de la RAE que es reñir con alguien, apartarse de su trato y
amistad).
Se despide el
escritor festivo diciendo que el caso de doña Remigia es un típico caso de
electrofobia y que le pareció ser digno de conocerse.
Y es que esta
narración se había publicado con anterioridad, en 1900, en la revista Álbum
Salón, con el título de Electrofobia.
Agur y tal,
amigos.
Entretenido como siempre este Zúñiga y chispeantes tus comentarios. Creo que a doña Remigio le producirías calambres.
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