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domingo, 11 de agosto de 2024

Tipos raros. Resumen.

 

Edición de 1925

Resumen

Hemos logrado nuestro objetivo en cuanto a dar a conocer a los diecisiete tipos raros creados por Juan Pérez Zúñiga, y en lo concerniente al entretenimiento y distracción de los lectores pues albergamos la esperanza de al menos haberlo conseguido en algún que otro lector (que levante la mano, por favor). 

Hemos querido unir a la gracia del conocido escritor festivo algunas notas de humor por nuestra parte pues al fin y al cabo de esto va el asunto, y no de un análisis literario que ya se hará en otro tiempo y lugar.

Comenzamos dando detalles de las fuentes en las que nos hemos apoyado, pero con el paso de los días nos dimos cuenta de que añadía algo de tedio al devenir de las narraciones y prescindimos de ello. Les puedo decir que las fuentes de información principales han sido la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura.

De las diecisiete narraciones que componen el libro tan solo hemos encontrado en la prensa con anterioridad a la publicación del libro a ocho de ellas, que son:

1.      Un romero consecuente: en el Madrid cómico del 19 de mayo de 1900.

2.      El energúmeno: en el Blanco y negro del 18 de agosto de 1900.

3.      El hombre pesado: en el Blanco y negro del 17 de noviembre de 1900.

4.      La supersticiosa: en el Pluma y lápiz del 21 de abril de 1901.

5.      Un tonto de capirote: en la revista Iris del 18 de mayo de 1901.

6.      La musicófoba: en el Pluma y lápiz del 16 de marzo de 1902.

7.      El hombre fogoso: en el Pluma y lápiz del 1 de junio de 1902.

8.      El perfecto ayunador: en Flores y abejas del 1 de mayo de 1904, casi coincidente con la publicación del libro.

Lo anterior no quiere decir que no se hayan publicado, tan solo que nosotros no los hemos encontrado.

Debemos decir que en 1925, se publicó una segunda edición del libro, con el mismo contenido salvo alguna pequeña modificación que hemos comentado en el capítulo correspondiente.

Queremos despedirnos trayendo a escena para que se despidan a estos tipos raros pero simpáticos que nos ha regalado Juan Pérez Zúñiga: Canuto Chapuzón, el tonto de capirote; Blanca Puntillo de Vals, la musicófoba; el señor López, el que vive prensado; esa anónima preguntona que hace sufrir al de la novena grada de la Plaza de Toros, y a sus amigos Joaquinito Piltráfez y Pascasio Bonetillo; al señor Lucas, el marido de Petra que lleva años siendo el perpetuo inamovible;  Isidro Romero y Tostón, el romero consecuente; Rufo Lobanillo, el del orfeón; doña Caralampia Lechuzín, la supersticiosa y su amigo sacerdote Ciriaco Pascual; Berruguete, el peluquero sensible; Lucas Gómez Papelín, el escritor iluso y sus compañeros de reparto, el señor Diafrágmez, Pascual Bailón, Roque Roca y J. Difumínez; Homobono Felpudo, el hombre pesado; Jacinto Rosales, el amante de las flores y sus padres Diego Rosales y Hortensia Ramos; D. Severo Calasparra, el perfecto ayunador; doña Remigia Caparrosa, la enemiga de la electricidad; Melitón Aldabilla, uno de los que disfrazan al nene; Lorenzo Tizón, el hombre fogoso y, por último, al señor Ruiz, el energúmeno, con su energúmena, la duquesa de Sangreturbia. ¡Ahí, es na! Gracias a todos.

Y tampoco queremos olvidarnos de esas tres preciosidades de pueblos como son Hormatorcida de Abajo, Valdelachufa y Villalendreras.

Adiós, para siempre, adiós. 

sábado, 10 de agosto de 2024

Tipos raros. XVII. Ruiz el energúmeno

 


Introducción.

Hemos llegado al final. ¡Eureka!, gritarán mis lectores —si es que los tengo— al haber hallado la forma de librarse de mí. Con Ruiz el energúmeno Juan Pérez Zúñiga pone punto y final a su libro titulado Tipos raros, colección de pequeñas historias festivas acerca de ciertos personajes excéntricos nacidos de su mollera o copiados de la realidad que le circundaba (no circuncidaba, ojo), que hay algunos que leen muy rápido y luego pasa lo que pasa que donde pone precipicio ven escrito...

Dejémonos de tonterías; festejemos el haber llegado a buen término en nuestra empresa de enseñarles las narraciones de Zúñiga, y pasemos a conocer a este último tipo raro, tipo que por otra parte, les confieso me ha resultado el más simpático de todos, el más rebosante de humanidad, el más contrario al epíteto con el que le han bautizado.

Adelante Ruiz.

XVII. Ruiz el energúmeno.

Cuando llega uno de esos domingos lluviosos en que no agrada salir de casa, dan los hijos de Ruiz en la flor de obligarle a que tome parte en sus juegos, y él, blando de corazón, les complace muy gustoso, proporcionándoles un pasatiempo extraño que le divierte mucho.

Lo han titulado ellos el energúmeno, y consiste en lo siguiente: Se agrupan todos los chicos en un extremo de la casa y esperan a que Ruiz, después de avisarles para que avancen, salga a su encuentro empuñando una zapatilla o unos zorros, y los haga huir vestido de mamarracho y aparentando hallarse poseído de una furia terrible.

Lo que realmente les impresiona es la sorpresa que les causa al salir de la habitación donde menos lo esperan y de la cual suelen pasarse. Entonces Ruiz les pica la retaguardia zurrándoles de lo lindo, o deja caer una almohada sobre el grupo desde el montante de una puerta, o les tira las zapatillas por una ventana interior, o pone, en fin, un pelele donde suponen ellos que van a encontrarle a él.

Gran risa les produce el hallarle una veces con una toalla liada a la cabeza, el tapete del velador arrollado al cuerpo y en la mano una sartén, y otras veces en calzoncillos con mantilla de madroños y blandiendo un fuelle, de cuyos ataques se defienden arrojando a Ruiz sin cuidado los proyectiles que más a mano encuentran, y que tan pronto son libros de texto como pimientos de la Rioja.

El alboroto que promueven es de esos que encolerizan a los vecinos y enriquecen a Federico Delrieu fomentando las mudanzas.

No ha mucho se quejó una vecina muy coqueta que vive debajo de Ruiz. Subió un día queriendo hacerle la competencia en clase de energúmeno; pero la tapó la boca con la amenaza de que publicaría en los papeles las deficiencias de su cuerpo observadas desde una ventana, y daría cuenta de los procedimientos que emplea para dar gato por liebre, con lo cual se calló y callada sigue.

Ruiz bien conoce que molesta al vecindario; pero ante todo procura la diversión de su hijos, ya que tantos días de amarguras les aguardan.

Mas en el mundo todo tiene sus quiebras, como puede verse por lo que ocurrió cierto día festivo no muy remoto.

Hallábase en todo su apogeo el juego susodicho. Ruiz se había encaramado en el catre de la cocinera dispuesto a sorprender a los chicos arrojándoles un saco de noche desde la alta ventana del dormitorio, y la gente menuda avanzaba lenta y sigilosamente por el pasillo en busca de Ruiz. Pero ni los chicos ni él pudieron notar que la puerta de la escalera estaba entornada y que había penetrado en la antesala nada menos que la Excma. Sra. Duquesa de Sangreturbia, dueña de la finca y dama de gran respetabilidad.

Nada más lejos de la imaginación de Ruiz que la visita de aquella buena señora, y nada más lejos de esta que el extraño recibimiento que involuntariamente se le tributó.

Un aullido, más bien que un grito, de la noble dama hizo caer a Ruiz en la cuenta de lo que ocurría, porque coincidió con el disparo del saco de noche por la ventana y con el vocerío de la turba infantil.

Instintivamente salió Ruiz del dormitorio sin parar mientes en su traje, y excuso describir a ustedes el cuadro que la antesala ofreció y la estupefacción de los personajes que lo formaban, pues veíase allí una respetable y elegantísima Duquesa, agobiada por un saco de noche que le había caído encima, quedándosele encajado por su abertura en la cabeza, y frente a la temblorosa dama el pobre Ruiz, confuso y aterrado, envuelto en una colcha, con una sopera a modo de casco y un paraguas abierto.

Largo rato permanecieron inmóviles los dos, mientras los chicos contenían la risa por la fuerza del asombro.

La pobre señora, con las manos en la cabeza, ni acertaba a pedir explicaciones de lo ocurrido, ni a sacarse el saco (que es el colmo de la torpeza).

Ruiz, por su parte, tampoco acertaba a justificarse ante la casera, ni a cerrar el paraguas que le servía de estorbo.

Por fin salió el saco de noche, no sin llevarse consigo el sombrero y aun la peluca de la duquesa. Ruiz cayó de rodillas ante ella, y con voz entrecortada le dijo:

—Señora…, perdone usted…; yo estoy avergonzado…; pero por entretener a los chicos…; ya ve usted…, su madre ha salido, y yo… y yo no he salido…, y no lo volveré a hacer… ¡Por Dios, señora!... Deploro con toda el alma que…

En fin, Ruiz se esforzaba por infundir piedad en el corazón de la víctima; pero ¿qué consideración puede inspirar un hombre que tiene una sopera en la cabeza?

La iracunda dama se puso el sombrero; pero no se puso en razón, y desapareció lanzando a Ruiz terribles miradas y diciéndole:

—¡Esto es incalificable, señor mío! desde el mes próximo pagará usted ocho duros más por el alquiler del cuarto.

—¿Quién es esa señora, papá? — le preguntaron asustados los niños.

—Una casera rabiosa—les contestó. —Una fiera, a quien desde hoy cedo los trastos para que me substituya en clase de energúmeno. Conque ya lo sabéis; este juego se acabó para mí. Cuando queráis un energúmeno auténtico, llamad a la dueña de la casa; a la excelentísima señora duquesa de Sangreturbia. 

………………………………………………………

Al día siguiente, se encontró Ruiz en el Teatro Real, al Duque, el cual encarándose con Ruiz, le dijo:

—Amigo mío, ya he sabido lo del saco de noche y…

—Perdone usted—le interrumpió aterrado el pobre Ruiz; —pero no fue…

—¡No—añadió el duque; — si le estoy a usted agradecidísimo! ¡Lo que siento es que el saco no fuera un baúl mundo!

 

Comentarios.

Pues efectivamente, como veremos a continuación el señor Ruiz no tiene nada de energúmeno ya que su comportamiento airado y algo violento, es de mentirijillas, forma parte de los juegos con los que  entretiene a sus hijos, no está endemoniado ni poseído, es blando de corazón, no les niega nada y sus hijos le hacen contraer esa costumbre (dar alguien en la flor de algo) de jugar con ellos cuando se lo reclaman

El juego favorito es el que llaman el energúmeno y consiste en que el papá, o sea el señor Ruiz se hace pasar por un ser violento que les persigue por toda la casa, asustándoles y sorprendiéndoles donde los niños menos se lo esperan.

Les zurra con la zapatilla y con esos zorros que ya hemos comentado en otro episodio, y que se utilizaban para quitar el polvo en tiempos de Maricastaña, bueno, no tanto, que los conocí yo. Les pica la retaguardia, o lo que es lo mismo, les pincha en el culo. Les tira cosas a través del montante de una puerta. Palabra esta, montante, que inundó mi niñez y adolescencia, pues en mi casa había más de una puerta con esta ventana que permitía que la luz traspasase del pasillo a las habitaciones y viceversa. Montante que nos servía a mis hermanos y a mí, de aparato para ejercitar las flexiones de brazos, la barra de dominadas de nuestro días y para cotillear y hacer de vieja del visillo en alguna que otra ocasión. Los montantes eran fijos pero también había ventanucos, sobre todo en las habitaciones que se llamaban oscuras por no dar a la calle.  En uno de estos últimos que daba a la antesala, con el paso de los años llegamos a hacer guiñol a nuestros hijos cuando la abuela reunía a toda la familia. 

Pero dejemos estas cosillas para más adelante que tiempo habrá de contar muchas cosas más, ya veremos dónde y cómo.

En otra ocasiones el “energúmeno” de Ruiz colocaba un pelele para hacer creer a sus hijos que era él, un muñeco, un monigote, como los que en las carnestolendas se pone en los balcones o se mantea. ¿Qué es eso de las carnestolendas? Pues es otra forma de llamar a los carnavales, el período anterior a la Cuaresma, tiempo que nos obliga a retirarnos de la carne (carnis – tolendus = retirar la carne). Recordemos que carnaval es palabra formada también por carne y levare (quitar).

El repertorio de “payasadas” del buen padre es de órdago. Se disfraza con todo y de todo, utiliza lo primero que encuentra a mano, y recibe con verdadero estoicismo los ataques de sus peques que al igual que él inventan proyectiles con lo primero que encuentran.

Es tal el follón que montan que Zúñiga nos dice que invitan al vecindario a mudarse de casa, y cita a un Federico Delrieu que debía ser un empresario dedicado a semejante cometido por aquel entonces. El caso es que hoy en día, en ese universo del internet, se consulta y aparece ese apellido ligado a ese mundo empresarial. Dan ganas de preguntarles. Igual sus antepasados conocieron a los vecinos de Ruiz. Igual hasta era el propietario de uno de esos camiones que aparcaban en la plaza de Barceló en espera de ser contratados. Ya seguiremos tirando del hilo.

¡Ay, madre!, lo del encuentro con una vecinita coqueta, no sé si comentarlo. Como una energúmena subió a donde vivía Ruiz para protestar del ruido, pero no fue capaz de ganar a Ruiz en la dialéctica. Este le hizo chantaje pues conocía los trucos que empleaba para dar gato por liebre (engañar) a los hombres, camuflando las deficiencias de su cuerpo. ¿A qué se está refiriendo mon Dieu? ¿A esos postizos antecedentes del wonderbra? Mucho nos tememos que sí. Vaya cotilla que estaba hecho el energúmeno, otra vieja al visillo.

Ruiz está hecho de buena pasta, reconoce que molesta a los vecinos pero lo primero es lo primero que dijo Calimero, y en este caso son sus hijos.

Pero todo tiene siempre, tarde o temprano, un desenlace más o menos afortunado.

En el caso del señor Ruiz, se acabó la fiesta cuando un buen día subió a visitarle su casera, la duquesa de Sangreturbia (vaya nombrecito Zúñiga, lo has bordado, una noble con la sangre turbia huele a bastarda). No pudo llegar en peor momento. La duquesa aprovechó que estaba entornada la puerta de la escalera (así la llamábamos nosotros también de pequeños) y entró en la antesala (otra pieza inolvidable del hogar en donde nací). La pobre señora entró en territorio hostil sin darse cuenta. Estoy viendo la escena. Por su derecha se acercaban los chavales silenciosamente en busca de su padre y este, por el flanco izquierdo de la señora duquesa, desde lo alto del ventanuco de la habitación de la cocinera.

El encontronazo entre el energúmeno y su tropa pilló a la duquesa desprevenida. Por un lado el vocerío infantil, por el otro un saco de noche (especie de bolso de mano que se llevaba en los viajes como una maleta) que vuela por el aire de la antesala.

La escena es de chiste: Ruiz envuelto en una colcha y con una sopera de casco, verdadero mamarracho, bufón de circunstancias, los niños muertos de risa, y la señora casera con el saco cubriéndole la cabeza. Nadie había parado mientes en el jueguecito de marras, nadie previó las consecuencias del divertimento; resultado: una catástrofe. La visitante no lograba sacarse el saco, lo que Zúñiga nos presenta como el colmo de la torpeza, y no le fata razón (él te saca el saco y yo le saco la saca, podríamos jugar a decir, siguiendo al maestro).

Las mil y una disculpas del buen hombre no consiguen evitar la reprimenda y el castigo. Ocho duros más al mes por el alquiler del cuarto (el piso, expresión ya poco usada, la verdad)

La duquesa se marchó iracunda y hecha una fiera, hasta tal punto que el padre advirtió a sus hijos que a partir de ese día si querían jugar al energúmeno que la llamaran a ella.

Cuando un día después se encuentra al marido de la nueva energúmena, cree que va a sufrir una nueva reprimenda pero no ocurrió tal cosa; al contrario, el esposo de la susodicha hasta le da las gracias, sintiendo tan solo la pena de que el saco que cubrió la cabeza de su señora no fuera más grande; por ejemplo, un baúl mundo, uno de esos que se usaban antes para viajar (por el mundo) con mucho fondo y hasta con compartimentos. Busquen, busquen ustedes, el famoso baúl de la Piquer que todavía se conserva y disfruten de su vista: eso era un baúl mundo. Verdadero trotamundos: ¡viajas más que el baúl de la Piquer!

Y hablando de viajes. Nosotros hemos llegado al final del nuestro. En la próxima entrega haremos un recorrido resumen de todas nuestras etapas recordando a todos y cada uno de los tipos raros de Zúñiga.

Hasta entonces. 

 

 


jueves, 8 de agosto de 2024

Tipos raros. XVI. El hombre fogoso.

 



Introducción.

Penúltima entrega de esta serie de Tipos raros creados por el gran maestro del humor festivo de finales del XIX y principios del XX, Juan Pérez Zúñiga. Ya hemos podido comprobar, una vez llegado a este punto, la facilidad de nuestro escritor para engarzar humoradas jugando con las palabras, su doble sentido en algunos casos, las comparaciones, los enredos y su gran agudeza a la hora de bautizar a sus personajes. El de hoy, el hombre fogoso, no podía menos que llamarse Lorenzo Tizón. El nombre de pila en honor del astro que calienta la Tierra, y el apellido como un palo a medio quemar. Veamos que más cosas hacen arder el espíritu de este buen hombre.

XVI.- El hombre fogoso.

Nació Lorenzo Tizón a la vera de un horno el diez de agosto de mil ochocientos y tantos, día tan caluroso que el mercurio del termómetro, burlándose de todos los grados de la columna, se había escapado por arriba.

El abuelo de Tizón fue carbonero.

El padre comenzó vendiendo cerillas y acabó estableciendo una fragua.

Lorenzo picó más alto; fue actor. Y actor que, sintiendo en su cabeza la llama del genio, siempre ardía en deseos de conquistar aplausos calurosos. Pero se guardaba muy bien de representar obras como La Marina, La bola de nieve, Con el agua al cuello, Noticia fresca, ¡Agua va!, Cuadros al fresco, Al agua patos, Los baños del Manzanares y Champagne frappé. En cambio formaban su repertorio El fuego de San Telmo, Los carboneros, Lucifer, Sol de invierno, El haz de leña y Jugar con fuego. ¿Y saben ustedes por qué rechazó algunas buenas contratas? Por no trabajar con Fuentes ni con Nieves González ni con Nieves Suárez.

 El pelo de Lorenzo era rojizo: parecía dorado a fuego. Que era hombre de muchos humos nadie lo ponía en duda. Su tubo digestivo era propiamente el tubo de una chimenea.

Al mismo tiempo era tan susceptible que se quemaba por todo y salía de todas partes echando chispas. ¡Armaba cada cisco! Y todo para tener el gusto de que vinieran los guardias y le prendiesen.

No pegaba fuego a su casa, porque comprendía que eso era un delito; pero admitía criadas descuidadas para ver si lo prendían involuntariamente.

Yo le he oído sostener diálogos como el siguiente al recibir una criada:

—¿Cómo se llama usted?

—Encarnación Tostadillo.

—Muy bien. ¿De dónde es usted?

—De Cienfuegos.  

—Perfectamente. ¿Ha tenido usted madre alguna vez?

—Sí, señor; yo soy hija de una cartuchera.

—¿Qué dice usted?

—Que mi madre hacía cartuchos, con mi padre, que era polvorista.

—¡Bravo! ¿Y sabe usted guisar?

—No, señor.  

—¿Y encender la lumbre?

—Sí, señor.  

—Pues eso basta. Queda usted recibida.  

En cambio rechazó a otra, después del siguiente interrogatorio:

—¿Su nombre de usted?

—Nieves.

—Malo. ¿Su apellido?

—Páramo.

—Peor. ¿De dónde es usted?

—De Riofrío.  

—¿Tiene usted padres?

—Sí, señor; explotan el aguaducho.

—¡Qué horror! ¿Y tiene usted novio?

—Sí, señor; es bombero.

—¿Bombero? Basta, lárguese usted.

—¿Por qué?

—Porque los bomberos apagan los fuegos, y yo no puedo apadrinar semejante barbaridad.

En los toros no se divierte más que cuando el ganado es malo; porque le ponen banderillas de fuego.

Se casó con la hija del Sr. Parrilla. Había tomado con gran calor las relaciones. ¡Como que su pecho era un volcán!

Por cierto que tuvo una suegra terrible. Pero Tizón transigía, porque en ella veía siempre encendida la tea de la discordia, y esto y las miradas incendiarias que le suele dirigir le tiene contento.

No tiene perro, gato ni loro: lo que tiene es una llama.

¿Y saben ustedes por qué no hace buenas migas conmigo? Porque tengo la voz apagada. Solo le parecí simpático una vez que, por circunstancias particulares, estaba yo en ascuas.

Leyendo los periódicos pasaba por alto las noticias de la guerra. Porque como siempre le disgusta a uno el ver que se rompan las cosas más apreciadas, le daba lástima saber que los combatientes habían roto el fuego.

Tizón está fuertecillo, pues solo padece de ardor de estómago, y cuida muy bien de no mitigarlo con nada. Pero el día en que le suelten una fresca, o que sienta escalofríos o que le den una de esas noticias que dejan helado a cualquiera, sucumbirá de fijo. Y aunque sus buenas acciones le han conquistado un puesto en la gloria, ya verán ustedes como a última hora, dada su manía por todo lo ígneo, se sofoca y hace alguna diablura.

¿Para qué? Pues precisamente para dar consigo en los infiernos.

Conque ya saben ustedes quien es y cómo es Lorenzo Tizón, o el hombre fogoso.

¡Ah No pasen ustedes por las cercanías de su casa, porque huele mal: huele a chamusquina, según unos; a cuerno quemado, según otros.

 

Comentarios.

Lorenzo Tizón, para empezar, parece ser un hombre de muchos humos, que es como decir que es muy vanidoso, presuntuoso y altivo. Cuando a alguien hay que domarle esa altivez, se dice que hay que bajarle los humos, porque se le han subido a la cabeza, envaneciéndole.

Es también una persona muy susceptible, quisquilloso, receloso, y de casi todas las situaciones que vive sale echando chispas, esto es, sumamente enfadado y furioso, en una palabra, cabreado. Tanto que suele armar el cisco por nada, o sea jaleo, reyerta, alboroto, bullicio, y no sé cuántas cosas más, que en España sabemos mucho de eso. Si sabremos que me viene a la cabeza el chistecito de cuando murió Francisco Franco que después de casi cuarenta años mandando en España, llega al cielo, y al ser preguntado su nombre por San Pedro le contesta: Fran Franco. A lo que el cancerbero celestial le pregunta extrañado: ¿Fran, y el cisco donde lo dejas? Y el ex caudillo de los españoles le responde apesadumbrado: el cisco lo he dejado abajo. Bueno, algo dejó, es cierto, pero nunca llegó a temerse lo peor.  

Volviendo a Tizón, presumía este tanto de su fogosidad que hasta retaba a la policía para que le prendiesen.  Un claro ejemplo de doble sentido de los términos. Prender, que sería detener si lo hace la policía, si lo hace un pirómano es encender fuego.  

Entre contratar a una criada que se llama Encarnación Tostadillo o a otra que se llame Nieves, lo tiene claro nuestro ardiente personaje. Sobre todo si la primera es de Cienfuegos (población cubana) y la otra de Riofrío (municipio de Granada).

A la tal Nieves no la contrata entre muchas cosas, porque sus padres explotan el aguaducho. ¿Y eso qué es? Pues según la RAE es el puesto donde se venden agua, refresco y otras bebidas. Palabra de las que gusta conocer, procede de acueducto (conducto de agua)

Acaba casándose con la hija de un tal Parrilla, moza que tenía por corazón un volcán, mujer fogosa como le deben gustar. ¡Qué obsesión, Dios mío! Y siempre fue feliz manteniendo encendida con su suegra la tea de la discordia, la llama del enfrentamiento.

Y hablando de llamas, no podía tener otro animal que este mamífero propio de los Andes de cuello largo y bastante lanudo, que se utiliza sobre todo como animal de carga. Animal que nos invita a jugar como lo hace Zúñiga y decir que si Lorenzo Tizón en ocasiones escupe llamas, los animales que tanto le gustan son llamas que escupen.

Zúñiga nos confiesa que Tizón no hace buenas migas con él, por la sencilla razón de que tiene la voz apagada, y que solo le apreció una vez y fue porque estaba en ascuas. Y no es que don Juan Pérez Zúñiga estuviera moviéndose por encima de un material incandescente, no, es que andaba, por la causa que fuera, inquieto, sobresaltado, con el ánimo encogido.

Un verdadero caso este don Lorenzo, al que le daban pena las guerras, pero no por los motivos que a la gente normal le pueden dar, sino porque los contendientes habían roto el fuego, ¡habían comenzado a disparar! En la milicia se suelen romper algunas cosas más, como por ejemplo las filas cuando se da la voz de deshacer una formación; o romper un frente de batalla, penetrando en las líneas enemigas.

Tizón parece una persona fuerte, pero el temor que existe es que un buen día le suelten una fresca, algo desagradable y sucumba de fijo, perezca sin remedio.

De todas maneras, aquí huele a cuerno quemado y a chamusquina, pues sospechamos que con todo su currículo, habrá pactado pasar la eternidad con el diablo, dado su gusto por las diabluras cuando muestra su fogosidad.

Hasta la próxima, tan solo decir que este buen Lorenzo Tizón estaría hoy disfrutando mucho. ¡Para fogosos los días que vivimos!

Saludos.  

 

Pd. Lo único que no he entendido en esta historia es la viñeta que la acompaña, en la que parece describirse a un beodo o borracho. Puede que se trate de un error.

 

 

 


miércoles, 7 de agosto de 2024

Tipos raros. XV. Los que disfrazan al nene.

 





Introducción.

Decimoquinto episodio de los Tipos raros de Zúñiga, en donde se aborda el tema de los carnavales y la consiguiente tradición, costumbre o manía de disfrazarse. Los adultos podemos hacer lo que nos plazca en este tipo de festejos, pero deberían pedir responsabilidades a esos padres que llevan a sus hijos por ahí como verdaderos adefesios, mamarrachos o seres ridículos.

 

XV.- Los que disfrazan al nene.

 

En la época de las caretas y de las curdas, de las bromitas y de los bromazos, muchos padres pierden el juicio, y tienen la rareza de gastarse un sentido en disfrazar a los inocentes frutos y a las tiernas frutas de su amor, o de lo que sea. Dígalo si no D. Melitón Aldabilla, portero mayor que fue de un Ministerio, y que, después de haber servido muchos vasos de agua a mi padre, llegó a constituirse en casero suyo, por efectos de las vueltas que da el mundo.

La portera consorte y su marido sostenían el diálogo siguiente, ocho días antes del advenimiento del Carnaval:

—Melitón, es preciso que este año vistamos a nuestro Faustito de cualquier cosa.

—¿De cualquier cosa? No me gusta ese traje, Petra.

—Quiero decirte que le vestiremos de lo que a ti te guste más.

—Entonces… de chuleta empanada.

—¡Qué chistoso!

—Mira, podíamos vestirle a la federica.

—No es propio hacerle traje de mujer.

—¿Cómo de mujer?

—¿No dices que a la federica? ¡Si fuese al Federico!

—No seas bestia, querida Petra. El traje a la federica es así, una especie de… vamos, un traje de la Edad Media.

—Pues Faustito no ha llegado a esa edad todavía; conque no pienses en semejante disfraz.

—¿Quieres que le vistamos de Felipe el Hermoso?

—¡Quita! ¡Si es más feo que un tiro!

—Entonces, vistámosle de torero.

—No tenemos patrones. Si la patrona del segundo, que ha vestido de Reverte a su niño, conservase el patrón del traje…

—¡Qué idea más luminosa!

—Nada, Melitón; voy a ver si la patrona me presta el patrón por unos días, y satisfacemos así nuestro capricho. Pero se me ocurre otra idea.

—Parece mentira Petra.

—¿Te acuerdas del trajecito de San Juan que llevó en la procesión de Minerva? Pues bien; se le quita el borrego y se le pone el casco.

—¿Al borrego?

—No, al niño. Y parecerá un infante completamente romano.

—Lo que semejará es un coracero en paños menores.

—Todo te parece mal. Di de una vez lo que quieres.

—Lo que dijimos primero.

—Bueno; le vestiremos a la Saturnina.

—¡A la federica, mujer!

…………………………………………………………………

Estando en el diálogo anterior, presentóse al matrimonio una vecina muy entrometida, y facilitó la solución del asunto de la mejor manera imaginable.

¿Cómo? Pues proporcionando a la criatura un traje de perro de aguas, tan completo y tan bien hecho, que era un verdadero prodigio de propiedad.

Después de ser admirado el traje por vecinos y amigos, y por muchos amigos de los amigos y de los vecinos, salió Fausto con sus lanas blancas, su hociquito sonrosado y su collarín rojo, por esas calles de Dios delante de sus papás, que le llevaron al Prado llenos de júbilo. Pero había allí tal barullo de máscaras y de seres humanos, y llegaban a tal extremo las apreturas, que el angelito canino se escabulló entre la multitud y no tardó en perderse.

Separado de la familia por el oleaje de la apiñada concurrencia, fue a parar inesperada y violentamente a poder de un sujeto de mal pelaje, que había leído aquella misma mañana un anuncio en El Liberal que así decía:

«Al que presente en la calle del Pez, 13, segundo, un perro de aguas con un collar encarnado, que sabe andar en dos patas y atiende por el nombre de Fausto, se le gratificará.»

Al ver al supuesto chucho como un palomino atontado, vínosele a la memoria el anuncio preinserto, y ocurriósele llamar Fausto al aparente animal, que desde luego atendió por su nombre.

Ya no le cupo duda al individuo codicioso. Cogió a Fausto, se lo metió debajo de la capa, y se fue derechísimo al núm. 13 de la calle del Pez.

El pobre niño, cogido por el transeúnte y sobrecogido por la emoción, ni siquiera podía llorar.

Poco después, el hombre desconocido recibía cinco duros de la dueña del perro extraviado, y el desdichado Fausto cinco arañazos del gato de la casa que, menos torpe que su ama, vio que el recién llegado chucho no era el auténtico, sino uno falsificado.

Tales caricias hubieron de sacar de sus casillas a Fausto, y cuando menos lo esperaba la señora, se encontró con que el perro comenzó a llorar y a llamar a su mamá desesperadamente.

¡Ustedes calculen cuál sería el asombro de la buena mujer!

Suponemos que el perro apócrifo habrá vuelto al regazo de doña Petra. Pero no sabemos más.

Lo que sí sabemos, es que todavía le dura la impresión de aquella inesperada bromita de Carnaval al desventurado Fausto y a los miembros de su apreciable familia, que no cesan ni cesarán de renegar de la propiedad de los trajes de máscara, y de la manía de disfrazar a los nenes, mientras Dios les conserve la existencia en este valle de lágrimas y de serpentinas.

Comentarios.

Se vive la época de los carnavales, tiempo de caretas y curdas (borracheras) según Zúñiga, y en esta narración nos trae al matrimonio formado por Melitón Aldabilla y su esposa Petra que, como muchos otros, pierden la cabeza y se gastan un sentido (una cantidad muy grande de dinero) para disfrazar a sus hijos de lo que sea. El caso es disfrazarlos.

Hasta dar con el disfraz ideal con el que caracterizar a su hijo Fausto llegan a plantearse vestir a la criatura a la Federica (como en los tiempos de Federico el Grande de Prusia, como Felipe el Hermoso, el Felipe I de la Monarquía Hispánica, el padre de Carlos I de España y V de Alemania, y hasta del torero de moda, Reverte. A la federica, doña Petra no lo ve propio por no vestir de mujer a su niño, de Felipe el Hermoso no le pega pues el chavalote debe ser más feo que Picio y de Reverte, el torero, lo ve como una idea luminosa (por aquello de ser un traje de luces, hemos de suponer).

Parece ser que Faustito ya lució el traje de San Juan con una piel de borreguito y todo, en la procesión de Minerva. Esto nos ha dejado descolocado durante unos instantes, hasta comprender de lo que se hablaba.

Santa María sobre Minerva es una de las basílicas menores de Roma. Como muchas otras basílicas romanas recibe el nombre del antiguo templo pagano sobre la que se construyó (en este caso el templo dedicado a la diosa Minerva). Parece ser que en Madrid a finales del siglo XIX se preparaban procesiones paralelas a las del Corpus Christi y que recibían el nombre de Minerva. Se dice que se llamaron así desde que en el siglo XVI, la Congregación del Santísimo Cuerpo de Cristo recibió permiso del papa Paulo III para su celebración. Este Papa fue el que aprobó la cofradía del Santísimo Sacramento de la Minerva, fundada por el dominico Tomás de Stella en la Iglesia de Santa María sobre Minerva en Roma. La cofradía se centraba en la defensa y adoración de la Eucaristía, y sus miembros estaban obligados a asistir a una misa con exposición del Santísimo Sacramento los terceros domingos de cada mes.

Una vecina les da la solución: vestir al niño de perro de aguas, perro con apariencia de borreguito, la verdad, por ese pelaje rizado que presenta.

Nos dice Zúñiga que el traje quedó muy bien que era un verdadero prodigio de propiedad, que es como decir que es extraordinaria su semejanza e imitación del original.

Contentos salen a pasear con el chaval vestidito con su lanas, pero se les pierde.

Se lo encuentra un señor también con pelaje, pero este referido a su mala disposición como persona. Este leyó en el periódico que se recompensaba a quien encontrara un perro de aguas igualito a Faustito y que además llevaba su nombre. Le llamó y le hizo caso. No lo pensó más. Lo agarró y se dispuso a devolverlo a su dueña.

El hombre cobró sus cinco duros, y el niño, arañado por el gato que había en la casa, acaba lloriqueando y llamando a su mamá, ante el asombro de la dueña del perro.

Termina la historia dando por supuesto que el niño (el perro apócrifo, falso, de mentira) vuelve a los brazos de doña Petra, y señalándonos cómo la familia de Faustito no pararon de renegar de la propiedad de los trajes de máscara que es, como ya hemos dicho, renegar de lo auténticos que son los disfraces de carnaval y también de la manía de disfrazar a los nenes. ¡Dejen a las criaturas en paz!, parece decirnos el escritor festivo. ¡Disfrace usted al nuncio!

Hasta la próxima amigos. Ya solo nos queda por conocer al hombre fogoso y a Ruiz el energúmeno.

 


lunes, 5 de agosto de 2024

Tipos raros. XIV. La enemiga de la electricidad.

 


Introducción.

Un nuevo personaje raro, el número catorce ya de esta colección creada por Pérez Zúñiga.  Y una nueva manía o fobia de telón de fondo, en este caso de una mujer que tiene pánico a la electricidad, o sufre, como dice su creador, de electrofobia. Vamos allá. 

 

XIV.- La enemiga de la electricidad.

 

No he visto en mi vida un ser más raro que Doña Remigia Caparrosa.

¿Y saben ustedes en qué consiste su rareza?

En un horror extraordinario a la electricidad. Cuando vean ustedes la atmósfera muy cargada tengan la evidencia de que está mucho más cargada Doña Remigia.

Sí, señores, para mi amiga las grandes tormentas son machos. Es decir, son grandes tormentos. Llegan a producirla verdaderas enfermedades.

Baste decir que cuando va a ver Don Juan Tenorio, se sale del teatro antes de que aparezca el Capitán Centellas, porque no puede ver centellas de ninguna especie.

A una descarga eléctrica prefiere la buena señora una descarga de fusilería Mauser.

Cierta verdulera a quien despreció unas alcachofas, la gritó muy enfadada:

—Bueno, señora, que la parta a usted un rayo. 

Tal efecto hizo la frase a Doña Remigia, que tuvo que guardar cama dos meses.

Vivió frente al circo de Parish, y cuando veía anunciada allí La tempestad, la entraba tal pánico que aquella noche no dormía en su casa, sino en casa de un primo suyo, que es hijo de un constructor de pararrayos.

Y lo mismo que le ocurre a Doña Remigia con la electricidad que pudiéramos llamar «al natural», le ocurre con todas sus aplicaciones.

Si tuviesen que administrarle corrientes eléctricas para la curación de cualquier dolencia que las exigiera, seguramente preferiría las medicinas extraordinarias a las corrientes, aun a riesgo de un fallecimiento inmediato. Quizás ella misma pediría que la diesen la puntilla.

¡A cuántas amigas ha dejado de visitar desde que instalaron la luz eléctrica! Y es que en cada bombilla ve una bomba Orsini, y de cada tulipa le parece que va a surgir un manojo de rayos mortíferos. ¡Antes el candil, la vela de sebo, el cuarto obscuro!

Echó de su casa a una excelente cocinera en cuanto se enteró de que el señorito de una paisana suya era ingeniero electricista.

Cierto día le pasó al gato la mano por el lomo; vio que de la piel salían chispas, y le duró el temblor ocho días a la buena señora.

Excusado es decir que tan pronto como el gato despidió las chispas, Doña Remigia despidió al gato.

—Veo que usted es una señora de muchas campanillas—le dijo una vez su amigo Sánchez Dinamo. ¿Por qué no las reemplaza usted con timbres?

—¡Ay, amigo mío! —respondió ella. — Si fuera con timbres de gloria, quizás. Pero me moriría de miedo si tuviera en casa una sola pila de Volta. Yo no admito más pila que la del agua bendita, y esa no es de Volta, sino de porcelana.

Cuando oye hablar de telefonemas (tefilomenas, como ella dice) le entra un pánico terrible.

No quiere recibir a un sobrino suyo desde que este se trata con el dueño de un cinematógrafo. Se le figura que el tal sobrino se ha contagiado y que vive ya soltando chispas como el gato.

Al telégrafo le tiene verdadero terror.

Una hermana que reside en Alicante la telegrafió su próximo viaje a Madrid. Cuando Doña Remigia vio entrar en su domicilio al repartidor de telegramas, lanzó un grito y cayó desplomada sobre un sacerdote amigo suyo y enemigo de los fonógrafos y de la electroterapia.

—¿Qué es eso? ¿Ha recibido usted alguna mala noticia? —le preguntó una vecina.

—No lo sé; pero basta con que haya venido por el telégrafo para que me parezca horrible.

¡Cualquier día coge en sus manos el papelito azul!

El mismo día que llegó su hermana salió con ella de paseo. Quiso la forastera montar en un tranvía de tracción eléctrica y mi amiga no quería subir ni a tiros. ¡Qué había de querer!

—No, Petra, no— decía Doña Remigia, sujetando a su hermana por un brazo. —Tú desconoces el peligro que podemos correr dentro de ese artefacto de la muerte.

—Pero, hija mía, si todo el mundo monta en él.

—Mira que con la electricidad no se debe jugar, y en ese tranvía puede ocurrirnos algo muy funesto.

—No seas tonta y anda pronto, que ya el conductor nos pone la cara fosca porque tardamos en subir.

Y a empujones entró en el vehículo Doña Remigia, no cesando de manifestar a cada momento su temor.

Cuando llegaron al término del viaje y se apearon notó la forastera que la habían robado el bolsillo.

—¿Lo ves? —le dijo su hermana. — ¿No decía yo que los tranvías eléctricos solo proporcionaban disgustos?

—Lo mismo hubiera pasado en uno de traición animal.

—El animal es quien se mete en estos armarios que van soltando chispas por abajo y bufidos por arriba.

A todo esto Doña Remigia permanece soltera.

¿Y cómo no? Tuvo amores con cierto individuo que pensaba como ella; el día de su santo cogió una chispa muy grande y para qué quiso ella más; le tomó miedo y le mandó enhoramala.

Lo que a todo el mundo chocó es que, después de tanto tiempo de relaciones y de tanto horror a las tormentas, fuese la propia Doña Remigia quien provocara el trueno, porque le bastaba que tronasen dos novios cercanos a ella para estarse quince días metida en un cuarto obscuro con los oídos tapados.

Esta es Doña Remigia.

Y me parece que como caso de electrofobia era digna de que la conocieran ustedes.

 

Comentarios.

Remigia Caparrosa (nueva socia del club de nombres zúñigos) sufre al oír hablar de electricidad. Las tormentas para ella son tormentos, las centellas, y mira que son chispas eléctricas de poca intensidad, lo mismo. Si lo llega a saber Zorrilla le da otro nombre a ese capitán del ejército español amigo fiel de Don Juan, para que doña Remigia pudiera acudir a ver su obra.

Cómo temerá las descargas eléctricas que Zúñiga nos dice que prefiere las que hacen los fusiles de repetición creados por los hermanos armeros alemanes Mauser en 1898, vamos, que antes fusilada que electrocutada.

Sensible al máximo no aguanta que le nombren nada relacionado con la energía eléctrica. ¡Qué la parta usted un rayo!, le dicen un día y tuvo que guardar cama. ¡Mal rayo te parta!, recoge el diccionario como amenaza, y lo es, ya lo creo, a ver quién es el guapo que se imagina una muerte así.

Los días que representaban La tempestad, de Shakespeare, en el circo de Parish, próximo a su hogar, abandonaba su casa y se iba a vivir con un amigo, hijo de un fabricante de pararrayos. Paranoia total. Este circo nombrado es el antecedente del tan famoso Price cuyas actuaciones estos ojos vieron de pequeñito. William Parish, empresario circense inglés se casa con italiana heredera del circo Price, y al final triunfa este último nombre en lugar del primero.

Antes de recibir corrientes eléctricas para curarse de alguna enfermedad prefiere pedir que le diesen la puntilla. Recurre aquí Zúñiga al vocabulario taurino, propio de la fiesta nacional que tanto le encandila. Dar la puntilla, rematar las reses con un puñal así denominado. Me ahorro comentarios acerca de la popularidad de este festejo, allá cada uno, pero lo que está pidiendo nuestra Remigia tiene otro nombre también de actualidad, salvando las distancias y los laberintos entre el humor y la seriedad. Antes la muerte que probar algo por lo que siente pánico. La eutanasia pura y dura.

En cada bombilla ve una bomba Orsini y de cada tulipa teme surjan rayos mortíferos. ¡Qué pájara! Está como las maracas de Machín. Orsini, un revolucionario italiano inventor de este artefacto que ha protagonizado momentos delicados en la historia, como ese atentado contra los reyes de España el día de su boda. Lanzada por el anarquista Mateo Morral, no consiguió matar ni a Alfonso XIII ni a Victoria Eugenia de Battemberg, pero sí a cuarenta y ocho inocentes que presenciaban el cortejo nupcial en la madrileña calle Mayor. Me quedo estupefacto al enterarme ahora de la existencia de una figura que representa al demonio entregando una bomba Orsini a un anarquista… ¿en dónde? ¡En la fachada de la Sagrada Familia de Barcelona! Muy agudo el señor Gaudí, no podía ser otro el suministrador del explosivo, ya sabemos que las armas las carga el diablo, y además estaban muy de moda por esos días en la ciudad condal.

Se deshizo de su gato al comprobar que despedía chispas cuando le pasaba la mano por el lomo. Se dice que de esta peculiaridad gatuna le vino a Nikola Tesla (1856-1943) con tan solo tres años, su afición por el estudio de la electricidad, y su gato ha quedado ahí en la historia; su nombre: Macak.  

Tener un amigo que se apellide Sánchez tiene un pase, pero que sea Sánchez Dinamo, es el colmo en la vida de doña Remigia. Le imaginamos asustando a la pobre trastornada transformando su fuerza mecánica en electricidad como si de un héroe Marvel se tratara. 

No quiere oír ni de timbres, a no ser que sean timbres de gloria, o lo que es lo mismo, acciones nobles y elogiables.

Igualmente no quiere saber de las pilas, esos pequeños dispositivos que transforman la energía química en eléctrica y que fueron inventados por Alessandro Volta (1745-1827), químico y físico italiano que dio su nombre a la unidad de fuerza electromotriz del Sistema Internacional de Unidades, el voltio.

Nosotros vamos a seguir dando un voltio (una vuelta) por esta historia en busca de más curiosidades.

Están en la lista de las cosas que le quitan el sueño a nuestra protagonista, los telefonemas (mensajes telefónicos) que ni soñarían por esos años con lo que tenemos ahora, claro. El cinematógrafo, el cine de toda la vida, el telégrafo, los mensajes codificados a distancia que se convertían en palabras (el famoso telegrama de papel azul que también estos ojitos míos han llegado a ver y leer y hasta recibir), los fonógrafos y la electroterapia como ya hemos visto; y todo por culpa de la maldita electricidad.

De todo lo malo que sucede echa la culpa a la existencia de protones y electrones. Hasta de un robo a su hermana en el tranvía.

Terminemos diciendo que no nos parece extraño que abandonara a su novio cuando le vio un día con una chispa (borrachera) muy grande y sí, como señala Zúñiga que provocara ella el trueno que dio con la ruptura sentimental (tronar nos dice el diccionario de la RAE que es reñir con alguien, apartarse de su trato y amistad).

Se despide el escritor festivo diciendo que el caso de doña Remigia es un típico caso de electrofobia y que le pareció ser digno de conocerse.

Y es que esta narración se había publicado con anterioridad, en 1900, en la revista Álbum Salón, con el título de Electrofobia.

Agur y tal, amigos.

 

 

 


martes, 30 de julio de 2024

Tipos raros. XIII. El perfecto ayunador.

 


Para ti Cristóbal [Tillägnad Christopher]

 

Introducción

Cuando inicié la serie de comentarios sobre estos Tipos raros de Juan Pérez Zúñiga explicando cual iba a ser su orden de aparición —coincidente con el índice de la obra— alguien desde Suecia dijo: ¡Me pido el 13! Pues bien ya hemos llegado a ese número hasta cierto punto inquietante y como no soy supersticioso me mantendré en mis trece y seguiré tranquilo con la narración.

Es cierto que hoy está muy de moda el practicar el ayuno, ya sea intermitente, continuo o fijo discontinuo como da por llamarse ahora a algunos contratos de trabajo, y es cierto que el texto de nuestro escritor festivo trata de eso, de abstenerse total o parcialmente de comer, sin embargo el trasfondo de nuestra historia poco tiene que ver con la preocupación por ayunar que anida en muchas personas hoy en día, incluido nuestro querido lector de Escandinavia. ¿Me equivoco? Enseguida lo comprobaremos.

 

XIII.- El perfecto ayunador 

La llegada de la cuaresma era terrible en casa de D. Severo Calasparra. El buen señor era la personificación del rigor en materia de prácticas religiosas, y sus tres hijas, Obdulia, Celia y Olimpia, perdían en esta época todas las apetitosas carnes que habían logrado reunir durante el resto del año, hasta el punto de que hubiera podido contarles los huesos cualquier mortal que hubiese tenido tiempo y humor para ello.

¡Qué consumo de espinacas y de acelgas había en aquella bendita casa desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Pascua!

¡Qué ayunos! ¡Qué vigilias! La digestión tranquila y cómoda dejaba su puesto al imprudente flato.

Este triunfaba en toda la línea, y muchos amigos de D. Severo se compadecían de aquellas tres víctimas de la cuaresma, hasta el punto de que algunos las ofrecían, a hurtadillas del intransigente padre, todo género de alimentos.

Olimpia— dijo a la chica mayor cierto día un ingeniero de minas que vivía enfrente, —observo con dolor de vecino que se halla usted flacucha y que los repollos la están a usted minando la existencia, cosa que a mí, como ingeniero de minas, no se me puede pasar inadvertida.

—¡Ay, D. Mamerto! —respondió la ojerosa Olimpia. — ¡No sabe usted bien el sinnúmero de bostezos que, tanto mis hermanas como yo, nos vemos precisadas a lanzar durante el día! Más de una vez nos disputaríamos la cordilla del gato si no fuera por el temor de que papá lo averiguase. 

—Pues mire usted, mi querida vecina yo no puedo ver con calma tan extremado rigor, y me voy a permitir pasarles a ustedes vara y media de longaniza de Candelario, sin que se entere el inhumano de Calasparra. Y no se ofendan los sentimientos filiales de usted; pero, visto lo visto, tengo para mí que D. Severo lleva en el sitio del corazón un baldosín o cosa parecida. 

—Yo le disculpo—replicó la pobre muchacha—toda vez que los preceptos de la iglesia son para él sacratísimos, máxime cuando contribuyen al alivio de los gastos domésticos. 

—Bueno, pero no me desaire usted y acepte la longaniza que con tan buena voluntad le ofrezco. ¿No pueden ustedes comérsela cuando esté D. Severo en la oficina?

—No me atrevo amigo mío. 

—Vamos, Olimpia… 

—No, no. Seguiremos bostezando y con el vientre enmohecido por dentro hasta que Dios quiera; que en cuanto pase la cuaresma, ya verá usted como nos desquitamos con la substanciosa vaca, bien agarrándonos a los filetes, ya recreándonos con los bofes, ora relamiéndonos con la lengua…

—Eso es lo natural. 

—Bueno, vecinito. Mil gracias por su atención y hasta después. Ahora voy a ver si preparo unas sopitas de ajo para las ocho, hora en que, como no tenemos otra cosa que hacer, haremos colación. Lo malo es que aún falta mucho tiempo, y mis hermanas andarán por ahí desfallecidas debajo de alguna mesa, o chupando los boliches de las camas para entretener el hambre. 

—Gracias a que Dios premiará tanto sacrificio. 

—¡Bien pude hacerlo, amigo mío! ¡Solo falta que esté distraído cuando llegue la ocasión de premiarnos!

Todos los años, al acabar la cuaresma, los pescados más aplaudidos habían figurado en la mesa de D. Severo, y ya no podían sus hijas con tanta raspa. Las latas de sardinas les resultaban unas latas pesadísimas; el dentón les estropeaba los dientes; el bonito les parecía feo; el bacalao les recordaba el aceite  de hígado de lo mismo; la merluza les traía a la imaginación las curdas de su portero; comiendo atún se llegaban a figurar que se comían a su querido padre; los pajeles les sabían a paja; no podían atravesar los calamares en tinta sin auxilio de una salvadera; los boquerones les producían boqueras, y los cangrejos, en fin, se les salían por donde habían entrado, en su afán de andar hacia atrás por el tubo digestivo. En cambio ¡pobres chicas!, suspiraban por el solomillo, y el domingo de Pascua dejaban en un santiamén al carnicero de enfrente sin contratapa, sin riñones y hasta sin pezuñas, maldiciendo de paso al cardo, generador de las afecciones cardiacas, y a las alubias líricas, que tanto entretienen a posteriori, no solo al consumidor, sino también a sus allegados.

Pues bien, queridos lectores: lo que ocurrió el viernes de la semana pasada es digno de que ustedes lo sepan, y lo voy a contar.

Llegó la noche del viernes, y D. Severo, después de rezar el rosario y de cenar unas migas excelentes (porque Celia y Obdulia hacen muy buenas migas), se retiró a sus habitaciones para acostarse en paz y en gracia de Dios.

Sus tres escuálidas hijas, una vez hecha la colación, se colaron en sus respectivos catres y se quedaron dormidas como tres ceporros anémicos. Pero a media noche oyeron ruido hacia el dormitorio de D. Severo, y se dirigieron a él con el mayor sigilo.

Una ducha, un tiro, la noticia de una rebaja en las contribuciones, en fin, no les hubiera causado tan enorme sorpresa como les causó lo que vieron.

Sí, mis lectores amados, a las doce de la noche se hallaba el modelo de austeridad, el severísimo D. Severo, muy calladito y muy solo, junto a su cama, devorando una pechuga de pollo y unas rajas de salchichón de Vich, que guardaba secretamente en un departamento de su mesa de noche.

Nada dijeron aquellas tres espátulas vírgenes y mártires a su padre; pero desde tan señalado día siguieron su ejemplo, y hoy no hay en la casa quien no neutralice misteriosamente y a deshora los efectos de la humilde lenteja con la nutritiva loncha de jamón en dulce. Eso sí, continúan haciendo colación. Pero a nadie le cuela ya la severidad de sus ayunos y abstinencias.

 

Comentarios

La Cuaresma es un período de tiempo que queda enmarcado entre el llamado Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo. Es por tanto un concepto religioso cristiano. Etimológicamente viene a decirnos que es algo que dura cuarenta días, en este caso el ayuno que debe guardar el cristiano entre esas dos fechas señaladas para preparar la Pascua de Resurrección. Es símbolo de los cuarenta días que pasó Jesucristo en el desierto venciendo tentaciones para preparar su pasión, muerte y resurrección por el bien de los hombres. Podría ser comparado con el Ramadán de los musulmanes, que también observan un ayuno —quizá más riguroso— en el noveno mes de su año lunar; o con el Yom Kipur judío, que, en menor escala, también se dedica a la expiación de los pecados. Las tres, como vemos, prácticas religiosas de sacrifico ante el dios respectivo.

Severo Calasparra, el personaje de hoy (bienvenido a la nómina) en este asunto del ayuno actúa, como da a entender su nombre, con severidad, con dureza, con rigor, y así sirve de ejemplo para sus tres hijas, que le siguen con fidelidad y entereza en su rito sacrificial. No sé si el hecho de endosarle el apellido de Calasparra, famoso municipio de Murcia conocido por su excelente arroz tiene algo que ver en la mente de Zúñiga con el hecho del ayuno cárnico, quizá.

El ayuno cuaresmal puede ser parcial o total desde el punto de vista de los alimentos prohibidos y desde el punto de vista del tiempo de su duración. Se puede dejar de comer de todo o solo carnes y embutidos, y se puede ayunar todos los días o solo los viernes. El caso es que lo que más se prodiga en el menú durante esos días son las verduras, los pescados y el pollo y el pavo.

Ante tal panorama no es extraño ver a la familia de Calasparra competir en la elaboración del flato, que si nos vamos a su origen latino, conoceremos como ventosidades, viento, (flare: soplar), aerofagia o meteorismo que abultaba los vientres de la familia y que triunfaba esos días en toda la línea, (completamente).

En plena cuaresma, una de las hijas señala a un amigo, ingeniero de minas, el incalculable número (sinnúmero) de bostezos que le produce el hambre, y este, asustado por ver “minada” la salud de su amiga, le quiere regalar vara y media de longaniza de Candelario. En el mejor de los casos (según esta antigua medida española) un metro del rico embutido de ese conocido municipio salmantino o charro, palabra que dicen viene del vasco txar, débil, malo (me quedo sorprendido). Dicen que en este pueblo de Salamanca nació aquella sentencia de “atar los perros con longanizas”. Un famoso chacinero (de chacina, cecina), tenía una trabajadora a la que todos los días molestaba un perrito, y harta de esas interrupciones, se le ocurrió atarle con una ristra de longanizas. Un chaval que lo observó, asombrado, fue contándolo por ahí, pasando a ser conocido el chacinero, como un sobrado y un ostentoso, por tamaña ocurrencia. José M.ª Iribarren en El porqué de los dichos, nos indica que también puede verse esta expresión como indicación de no hacerse falsas ilusiones: “no te creas que allí atan los perros con longaniza” es como decir que no te creas que aquello es Jauja.

Las hijas de Calasparra pasan tanta hambre que más de una vez han estado tentadas de quitarle la cordilla al gato. ¿Y qué es esto de la cordilla? Pues parece que así se conocen los desperdicios de las tripas de las reses que se dan o daban para comer a los gatos. La palabra procede del latín, “chorda” (intestino) aunque también se señalan con este nombre las tripas de los carneros hechas trenzas.

Don Severo es tan ídem, que en opinión del ingeniero amigo de sus hijas carece de sentimientos y tiene como mucho un baldosín por corazón, sin embargo para estas hace bien pues los preceptos de la Iglesia son sacratísimos (bonito superlativo). Las niñas se resignan a seguir con los bostezos mientras sueñan con filetes o con los bofes de la vaca, voz esta última onomatopéyica que nos refiere a los pulmones de las vacas (echar el bofe es quedar exhausto, con los pulmones reventados por un esfuerzo físico, vamos, bufando, digo yo). Y se relamen pensando en la lengua bovina, lo que le parece natural al amigo pues siempre nos relamemos con ese órgano muscular de nuestra boca. Se relamen de gusto, claro, se pasan la lengua una y otra vez por los labios.

Al menos estos ayunadores tienen el consuelo de acudir, antes de acostarse, a la colación, la ingesta de una moderada comida para reparar las fuerzas (también los musulmanes al caer el sol lo hacen; nadie puede sobrevivir con ayuno total y continuado, por mucha penitencia que le pida su dios). Claro que estas comidas se vuelven tediosas por lo repetitivas que son, pues apenas toman otra cosas que latosas latas de sardinas, el pez dentón que les daña los dientes; el bonito que les parece feo; el bacalao que les trae a la memoria el repugnante aceite sacado de su hígado; la merluza que les recuerda las curdas o borracheras de su portero; el atún que parece definir a su padre, bastante rudo e ignorante; los pajeles con sabor a paja; boquerones que les producen boqueras (excoriaciones en la comisura de los labios); cangrejos que les causan el temor de escapárseles por la boca después de comerlos, por su manía de caminar para atrás, calamares en su tinta que para tragarlos necesitaban una salvadera; ¿y esto que es?, pues un recipiente a modo de salero en donde se contenía arenilla para enjugar (dejar sin jugo, secar) la tinta de los escritos. En fin, toda una variada gama de pescados que le sirven a Zúñiga para jugar con las palabras, como a él le gusta.

El caso es que las tres hermanas sueñan dejar en un santiamén (en un instante, santo y amén, dos palabras que ponen fin a muchas oraciones cristianas) al carnicero de enfrente de su casa sin solomillos y filetes de contratapa (entre la babilla y la tapa) y continuamente reniegan de los cardos, capaces de producir fallos cardiacos según ellas, y de las ¡líricas alubias!, musicales legumbres que entretienen a posteriori con su sinfonía de…., no lo digo porque me huele mal. 

El desenlace se acerca, pues termina el día. D. Severo se cena una estupendas migas que han hecho sus hijas que, por otro lado, hacen entre ellas muy buenas migas, esto es que se llevan muy bien. Nuevos juegos de Zúñiga con el lenguaje. Las hijas se van a la cama y se quedan dormidas como ceporros (como torpes o ignorantes), pero al poco rato llega el gran chasco al ser sorprendido el padre metiéndose entre pecho y espalda un salchichón de Vich (típica longaniza de allí), pero las nenas reprimen su escándalo con una brillante idea, la de no denunciar al padre, sino al contrario, seguir como de costumbre su ejemplo. Ya no pasarán más hambre y sustituirán la lenteja por el jamón en dulce (jamón curado al estilo de York), además de continuar, cuando toque, con la colación.

La severidad de D. Severo, ya no cuela, queda en entredicho, ya nadie se la cree.

Hasta la próxima amigos, ya queda menos penitencia; tan solo cuatro tipos raros más. 



sábado, 27 de julio de 2024

Tipos raros. XII.- El amante de las flores

 




Introducción.

En este capítulo Zúñiga riza el rizo regalándonos un texto completamente florido. De la cruz a la fecha concatena toda una serie de nombres relacionados con la floricultura o biología floral para describirnos a un maníaco de las flores, llamado, ¡cómo no!, Jacinto Rosales. El propio Zúñiga destaca en cursiva las palabras que forman parte de esa exposición monotemática de términos para demostrar su destreza buscando originales paralelismos entre la ficción y la realidad.

Lo dicho, todo un derroche de inventiva.

 

XII.- El amante de las flores.

Presento a ustedes a Jacinto Rosales como tipo de primavera raro y curioso.

Hijo de D. Diego Rosales y Doña Hortensia Ramos, nació por Pascua florida en la calle del Clavel, y se trajo al mundo una profunda pasión por las flores.

Hubiera querido que la autora de sus días, en vez de ser una madre culta, hubiera sido una madre selva.

 Tanto él como sus hermanos, Narciso y Floro, se hallaban en estado floreciente, como era natural, cuando yo los conocí. Jacinto era afortunado en todo, y si de ello se alegraba, solo era por bañarse en agua de rosas.

Aunque prefería una amapola a una ama seca, vivía con la nodriza que le crio, a la cual llamaba Peonía desde que la vio casarse con un peón de albañil.

Quien no se casó nunca fue Jacinto. La flor de azahar tuvo el privilegio de inspirarle repulsión, como le hubiera pasado con la siempreviva, o sea la suegra.

Para él no había en la Historia mujer más simpática que Florinda o la Cava.

Su población favorita es Florencia.

Se constipaba frecuentemente solo para que le diesen flores cordiales, pues en su afán por las flores, no le bastaba llevarlas en el ojal o en la mano, sino que también las quería llevar por la parte de adentro.

En vez de comer en un plato comía en un tiesto, y si tenía que batirse no admitía más armas que el florete.

Su manía le llevaba hasta el uso innecesario de los co-lirios, aunque tenía unos ojos que para mí los quisiera.

A sus primos Jenaro y Heliodoro, los llamaba Geranio y Heliotropo, respectivamente, y a su tío Crisanto, Crisantemo.

Sus escritores predilectos eran Ramos Carrión, Flores García y Fernanflor; no leía más periódicos que Flores y Abejas, de Guadalajara, y no iba al teatro como no hicieran El clavel rojo, Flores de un día, La pasionaria, La flor del espino, Azucena, Las flores, Margarita, Claveles dobles o El puñao de rosas, así como no faltó jamás a los famosos bailes de La Magnolia y El Ramillete. Por supuesto, que su espectáculo favorito eran las batallas de flores.

Respecto a la iglesia, no ponía los pies en ellas más que en Mayo, cuando se celebran las Flores de María, ni fue jamás a otra verbena que a la de San Antonio de la Florida.

En cambio era jugador empedernido; pero no le gustaba ser punto, sino banquero, para decir:

—¡Tallo!

El día que no le echaban agua por encima, con una regadera, cantándole a la vez el Himno de Riego, estaba lacio y mustio.

Como es de suponer, iba siempre por la calle echando flores a las mujeres.

Cierto día dijo a una chula:

¡Adiós, alhelí!

¡Adiós, alelao! —le contestó ella.

Lo que no tuvo nunca fue un buen pensamiento.

Y su mayor dicha hubiera sido tenerlos, para haber podido concurrir a los Juegos Florales, y haber llegado a ser personaje de muchas campanillas.

En fin, todo lo relacionaba con las flores, y lo que sentía era no poder tomar el chocolate con tulipanes, y que las zapatillas no tuviesen pétalos, y las pistolas pistilos.

Por último, aunque nuestro hombre era la flor de la maravilla, también le llegó la hora de marchitarse. Le cameló (con una camelia, como es lógico) cierta florista llamada Rosalía Romero; y como quiera que tras dos años de relaciones ella le dejó plantado un Domingo de Ramos, el pobre florimaníaco murió de pena, precisamente en la calle del Florín, y siendo un lila de primer orden.

¿Verdad que es rarísimo el caso de Jacinto Rosales?

 

Comentarios.

Como hemos dicho en la introducción, estamos ante un nuevo derroche de trabajo imaginativo y festivo de Juan Pérez Zúñiga. No hay un solo párrafo en donde no introduzca una referencia al tema central con el que viste la biografía de su personaje.

De golpe y porrazo nos inunda su agenda de nombres ficticios con una buena lista: Jacinto Rosales, Diego Rosales, Hortensia Ramos, Narciso, Floro y Rosalía Romero. Y si no encuentra la flor adecuada, recurre a la transformación oportuna para conseguir su objetivo, como llamar Geranio a Jenaro y Heliotropo a Heliodoro, y Crisantemo a Crisanto.

No olvida su acostumbrado juego del doble sentido de las palabras o el de parangonar conceptos, equiparando la madreselva con la madre culta, las amapolas con las amas secas (mujeres encargadas de cuidar a los niños, no de criarlos, porque entonces estarían amamantándolos y serían amas a secas, no secas.) La peonía, le trae a la cabeza el peón de albañil; del latín pedo-pedonis, soldado de a pie, como los del ajedrez o como ese jornalero sin habilidades especiales que hace lo que puede y va aprendiendo sobre la marcha. La flor del azahar (del árabe zahr: flores), radiantemente blanca que simboliza las virtudes de la novia camino del altar, la elige para decirnos que al bueno de Jacinto el matrimonio le producía repelús. La siempreviva, otro ejemplo, que, ¡oh dios mío!, compara con la suegra, y acudimos al diccionario para asegurarnos y ver que alguien es o está vivo o viva cuando aprovecha las circunstancias y sabe actuar en beneficio propio. ¿Así actúan las suegras? Zúñiga cree que sí, y no un día, sino siempre, siempreviva. El alhelí, con ese alelao (castizo alelado), tonto, lelo, que le espeta cierta chula con la que se cruza un día. Tontuna la de nuestro protagonista que le hace carecer hasta de pensamientos pues le falta tiesto en donde colocarlos, sin duda. Y como en el caso de los nombres si no le viene a la cabeza la relación deseada, la busca por otros derroteros, como en el caso del colirio, palabra que descompone para poder sacar a relucir a esa hermosa flor.  

Queda claro pues que todo lo relaciona con las flores. Cuando halaga a las mujeres echándolas flores, piropeándolas, destacando sus atractivos, como no puede ser de otra manera. Cuidado con eso hoy, Jacintos del mundo, que os pueden quebrar si os pillan con el requiebro. Los juegos florales con los que sueña alcanzar la flor natural del vencedor, pero su cacumen le da para elaborar poca poesía, no logrando ser nunca un personaje de muchas campanillas (de importancia).

Jacinto al principio era feliz, se bañaba en agua de rosas, o en agua rosada, que es lo mismo que decir que se alegraba, y se constipaba adrede por el solo hecho de disfrutar de las flores cordiales, esas que se mezclan en infusión buscando la forma de hacer sudar al enfermo para curarle.

Hasta en el trance de un duelo personal, tira de su pasión el señor Rosales, y elige como arma el florete (arma blanca de hoja larga y flexible; de origen francés) para esgrimir en el esgrima sus habilidades. Como Zúñiga esgrime su ingenio para deleitarnos con estos textos.

Es digno resaltar al personaje citado de Florinda también conocida como la Cava (la prostituta). Una supuesta hija del conde don Julián de Ceuta que mancillada por el rey Rodrigo dio pie, por pura venganza a la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica y la caída del reino visigodo.

Igualmente decir que Fernanflor es el seudónimo como se conocía al escritor, periodista y humorista Isidoro Fernández Florez (1840-1902). Miguel Ramos Carrión, dramaturgo y periodista (1848-1915) y Francisco Flores García (1846-1917), escritor y humorista también son citados en la narración.

Elige Zúñiga un ramillete de obras de teatro para dar más fuerza a su florido texto, obras entre las que destacamos, quizá por ser la que más popularidad alcanzó, la titulada El puñao de rosas. Zarzuela de costumbres andaluzas con música de Ruperto Chapí y libreto de Carlos Arniches y Ramón Asensio Más.

Cita bailes famosos como La Magnolia y El Ramillete, de los que no hemos podido averiguar nada; fiestas como la batalla de las flores, muy extendida por España. Y a una revista para él muy querida, Flores y abejas, de Guadalajara, con la que colaborará durante largos años.  

En la cuestión geográfica Zúñiga nos lleva a la ciudad de Florencia y, de la mano de su verbena del 13 de junio, a la madrileñísima ermita de San Antonio de la Florida, en donde reposan los restos de Francisco de Goya y Lucientes; bueno, el resto de los restos, pues hay que restar la cabeza que no se sabe dónde la pusieron tras su traslado desde Burdeos ciudad en la que murió.

En lo religioso a la Pascua Florida (Domingo de Resurrección) y al mes de la Flores de María (el mes de Mayo).

En lo histórico al Himno de Riego, símbolo del alzamiento que aquel general protagonizó contra el absolutismo de Fernando VII y dio lugar al llamado Trienio Liberal.

Siente no poder tomar el chocolate con tulipanes, las zapatillas con pétalos y las pistolas con pistilos, no logrando, inútil de mí, saber a qué se refiere exactamente, como no sean nombres de las costumbres reposteras de entonces.

De la misma manera se queda fuera de mi alcance dar explicación a esa expresión de ‘Tallo!,     que dice le gustaría soltar siendo banquero y no punto en un juego. Hemos podido averiguar que las expresiones punto y banca pertenecen al juego del bacarrá, un juego de naipes en el que se apuesta sobre la mano ganadora entre el jugador (punto) o la banca (banquero). Pero la expresión ¡tallo!, no sabemos a qué se refiere, a no ser que sea un sinónimo de plantarse utilizado en la época; pero lo curioso es que la banca en este juego no se puede plantar, en todo caso lo haría el jugador (punto)

Quedó claro, para terminar, que nuestro personaje de hoy aparte de un primavera (cándido, simple, fácil de engañar) fue también la flor de la maravilla, pues al igual que esta planta originaria de México, él no pudo menos que marchitarse pronto. Le cameló (¡con una camelia!) una florista que le dejó plantado un Domingo de Ramos. ¡Vaya final! Murió en la calle del Florín siendo un lila (tonto, que balbucea más que habla) de primera, aquel pobre hombre que años atrás había nacido en la calle del Clavel.

Descanse en paz nuestro tipo raro de hoy. No podremos menos que llevarle flores.

 

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  Edición de 1925 Resumen Hemos logrado nuestro objetivo en cuanto a dar a conocer a los diecisiete tipos raros creados por Juan Pérez Zúñi...