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lunes, 1 de julio de 2024

Tipos raros. III.- El que vive prensado

 


En el tercer episodio de su colección de tipos raros nos muestra Zúñiga a un hombre que vive apretado, pero no se crean ustedes que se trata de un pobre individuo al que no le llega el sueldo a fin de mes, no, por ahí no van los tiros. El nuevo personaje va a estar ambientado en el sector inmobiliario.

El asunto de la vivienda es tema peliagudo hoy en día, así que imagínense cómo debía ser en tiempos de nuestro genial autor festivo. Comprarse una casa para vivir era un sueño casi imposible de hacer realidad y la mayoría de los humanos vivían bajo la sombra protectora y bienhechora de un casero. 

Al margen de los que residían en el extrarradio de las ciudades que habitaban en parecidas condiciones a las ratas y de los que consumían su existencia en sus humildes pero bien saneadas casas de campo en los pueblos, el resto pasaba sus días en edificios urbanos de varios pisos, con vecinos en todas las direcciones de la rosa de los vientos.

Nuestro maestro literario así pasó su existencia, residiendo desde la cuna a la sepultura en viviendas de varios pisos y con su particular casero; viviendas de las que en su momento hablaremos y caseros…, pues si damos con alguno también.

Pero también hubo en aquella época la posibilidad, como en nuestros días, de conseguir cambiar del agobiante ambiente del vecindario a la individual vivienda con jardín incluido. Fueron los años de proyectos que, como los de Arturo Soria y su Ciudad lineal, ofrecían al personal transformar su vida rutinaria y mudarse a un nuevo concepto de hogar.

El caso es que por aquellos días ya se puso de moda el hecho de adquirir un hotelito, lo que ya en nuestra contemporaneidad pasamos a llamar chalecito. Y por aquí si van los tiros de la escopeta de Zúñiga con la que caza tipejos extraños. Ya saben.

Les dejo con el texto y luego comentamos.

 **********

III.- El que vive prensado

Indudablemente puede darse mucho tono el feliz mortal que viviendo aislado no tiene que aguantar las pejigueras del vecino de abajo, o los golpes que podría darle el de arriba encima de la cabeza, ni se ve privado de levantarse a media noche, si se le antoja, y recorre su vivienda cantando el himno de Riego y acompañándose, como parece natural, con una regadera.

En cambio las casas de vecindad son terribles. A través de las paredes entéranse los vecinos de las conversaciones más íntimas, origen de no pocas murmuraciones; se molestan si las criadas pasan todo el día enjuagándose la boca con el tango del cangrejo, si la señorita aprende el piano forte o el señorito estudia el trombón (más forte todavía), si los niños de al lado arman descomunales batallas, si la ropa tendida escurre por arriba o el vecino filarmónico suena por abajo.

De todo esto se hallan libres los afortunados moradores de construcciones aisladas, y durante mucho tiempo han estado causándome la envidia más profunda; pero al fin he visto que no es oro todo lo que reluce y que en materia de hoteles los hay de todas castas.

Algunos sujetos vanidosos llaman hotel al edificio que ocupan y que no pasa de ser una ratonera más o menos barata.

Mi amigo López, sin ir más lejos, se da el primer pisto porque vive en un hotel; pero ahora van ustedes a juzgar si para decir que lo prefiere a una casa de vecindad no necesita todo el desahogo que tiene. Y al decir desahogo me refiero a su desfachatez personal, no a la amplitud de la finca.

¡Valiente choza tísica se ha procurado mi amigo!

¡Cuánto mejor vivía en su cuartito de la calle de Válgame Dios, a pesar de no tener más agua que las goteras, ni más ascensor que la portera, cuando se encontraba con fuerzas para subir en brazos a los inquilinos!

Ante todo, el hotelito en cuestión proporciona a su dueño una deliciosa temperatura, salvo que en el invierno hasta se les hielan las narices a los picaportes, y en verano se convierten los tabiques en tostadas, ora de arriba, ya de abajo, según el piso en donde están; la pintura amarillenta que por ellos escurre con la fuerza del calor canicular semeja la manteca, y el tostado se lo proporciona un sol de justicia, pero sin gracia, que los está azotando hasta bien entrada la noche.

Cuando López me participó su cambio de domicilio, quedé sorprendido, porque no me cabía en la cabeza lo del hotel. Pero después de verlo, ¿no ha de caberme, si todo aquello cabe en cualquier parte?

Aquello es una modesta garita con dos pisos, o una jaula para un mono, dicho sea sin ofender a López.

En fin; si será estrecho el hotel que un catre completo no cabe en ninguna de las habitaciones y es preciso repartirlo entre el piso de arriba y el de abajo.

Y no es lo reducido de su tamaño lo que más me choca; es la poca solidez de sus argumentos, o mejor dicho, de sus materiales.

Aquellos cimientos deben de ser de guayaba, y aquellos muros están pidiendo, no ya escayola, sino aceite de hígado de bacalao para contrarrestar su debilidad natural.

Los dos pisos del edificio están en comunicación por medio de una escalera de caracol notabilísima dotada de nervios tan excitables, que lo mismo es sentir en los peldaños el contacto de un pie derecho (o izquierdo, según la costumbre del que suba), se estremece la indina de arriba abajo y no cesa en su peligroso balanceo sino a fuerza de prolongadas reflexiones. Por supuesto que, dada su estrechez, no cabe por los escalones más que una sola persona y no de las mejor alimentadas.

Respecto a la altura de los techos más valdría no hablar. ¡Cómo serán de bajos que para quitarles el polvo tiene la criada que ponerse de cuclillas!...

Un día fue Vital Aza a visitar a López, ¿Y saben ustedes lo que tuvo que hacer? Entrar en dos veces; una por la mañana y otra por la tarde.

¿Pues dónde me dejan ustedes lo que llama su jardín el buen señor? Realmente se hallan amazacotadas las plantas para que el terreno resulte bien aprovechadito, y llévenme los diantres si en él pude ver nunca más que un rosal, tres lechugas y una enredadera que principia en el quicio de la puerta, da dos vueltas a un farol japonés, y concluye en la criada, que es de Almagro.

No quiere López confesar que vive en su hotel como el jamón en el emparedado, o como el paraguas en su honrada funda; pero estoy seguro de que el día en que baje el buen señor a la tumba fría, dentro de su estuche correspondiente, exclamará:

—«¡Gracias a Dios! ¡Ahora sí que voy a estar ancho!

Nada, lo dicho; para vivir en un hotel como el de López, tipo raro por lo vanidoso, vale más que diga uno que vive en la Plaza de Colón, y pase, efectivamente, las noches en cualquiera de sus bancos.

Sí, mis queridos lectores; todo, menos vivir prensado. Lo primero es respirar.

 

**********


¿Qué tal? ¿Les ha gustado? Pues a mí sí, y es verdad que lo primero es respirar, pues hay muchas formas de ahogarse en esta vida, y la que López eligió, ni en pintura la quiero yo.

Ya saben ustedes que en la mayoría de las ocasiones los escritores nos lanzamos a escribir en primer lugar, sobre todo, de lo que conocemos mejor. En el caso de Zúñiga, el mundo de la música y el del teatro se los conocía al dedillo, por eso escribía mucho sobre ellos; pero también dominaba el mundo de la medicina y de las enfermedades, y es que sucedía que su único hermano fue médico (higienista) y muchas de sus amistades también. ¿Pudo pasar algo parecido con la vivienda y la construcción? Pues me da a mí que sí, pues estamos casi, casi seguros de que el suegro de Zúñiga, de los Zúñiga, pues Juan y Enrique tenían el mismo (estaban casados con dos hermanas) era arquitecto.

Por esos años vivían juntos (en un mismo edificio) Juan y Enrique, y junto a ellos aparece un tal Manuel Maffei Rosal, de profesión arquitecto, que bien podía ser el padre de Aurora (media naranja de Juan) y Consuelo (media naranja de Enrique) Maffei Gómez. Estas dos mozas bien entendidas de música también. Tema este, el de la música, que no puede dejar de sacar a relucir Zúñiga en este nuevo texto; lo lleva en la sangre.

Así, hablar del piano forte con el que aprovecha a hacer un juego de palabras, es hablar de uno de los primeros nombres con los que se designaba a este afamado instrumento musical. El nombre de “fortepiano” —¡oh curiosidades de la vida! — se debe a un tal Scipione Maffei, que vivió en Italia hacia 1711. Hay algo más, sin duda.

Y citar el tango del cangrejo y ponerlo en boca de las criadas, es algo más que una simple construcción literaria. El tango que lleva ese nombre se estrenó ese mismo año 1904, dentro de un sainete lírico de nombre El Mozo Crúo, y alcanzó tanta popularidad que tuvo que ser prohibida pues arremetía contra el gobierno y la Iglesia. Vamos, que no lo cantaban los señoritos.

También cita Zúñiga el himno de Riego que este si que es más conocido por ustedes seguro. Ese himno que lleva el nombre del primer levantamiento liberal español, y al que le han endosado tantas letras que es imposible contarlas. El autor de la música no se sabe con certeza quién fue, pero de la letra, digamos oficial, se dice que fue casi seguro Evaristo Fernández San Miguel, otro prócer revolucionario liberal de 1820, pero que tuvo mejor final que el desgraciado Rafael del Riego. Lo de la regadera pues… otra de Zúñiga.

Su brindis a Madrid, la mención de la calle Válgame Dios, calle que une la de Gravina con la de Augusto Figueroa, lo que es hoy el barrio de Chueca.

No me Chueca podría haber dicho Zúñiga cuando le causa extrañeza algo, pero no, lo que dice es que no le choca, expresión que el que suscribe escuchaba un día sí y otro también a su santa madre, lectora en su infancia de este, voy a decir, aunque a él no le gustaba nada, chispeante escritor.

Darse mucho el tono, darse el pisto, o lo que es lo mismo presumir, darse importancia, son expresiones que apenas se escuchan hoy en día. De Que le lleven a uno los demonios, o los diantres que es lo mismo, que es morirse uno de rabia por algún contratiempo, pues más de lo mismo. 

Un sol de justicia pero sin gracia, es una alusión a la existencia de lo que entonces se llamaba ministerio de Gracia y Justicia. Luego con el tiempo se perdió la gracia, y vaya que sí. Aunque no sé yo… estos días, por si acaso me callo.

Cómo no decir algo del aceite de hígado de bacalao, toda una instrucción en el cuidado nutricional de la infancia de entonces, hoy sustituido por la vitamina D y la famosa omega 3. Y de los emparedados, antecedente de los sándwiches, cuando el pan de molde todavía no estaba en la mente de su creador.  

Personas indinas o indignas, traviesas o descaradas; vecinos con sus pejigueras o sus fastidios y exigencias a cuestas. En fin, otro capítulo más de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga que nos hemos metido en la mochila, capítulo al que invitó a una de las personas más queridas por él, a Vital Aza.

Vital Aza, un santanderino que debía ser todo un armario de cuatro puertas, además de médico, escritor, periodista, poeta, humorista, y que fue quien encaminó al éxito teatral a nuestro Juan, protagonizó, digamos, lo que se dice ahora, un cameo en su pequeña historia. En el hotelito de López, Vital tuvo que entrar en dos veces, una por la mañana y otra por la tarde. Ahí es nada.

Y para terminar, qué me dicen ustedes de estos párrafos: 

«¿Pues dónde me dejan ustedes lo que llama su jardín el buen señor? Realmente se hallan amazacotadas las plantas para que el terreno resulte bien aprovechadito, y llévenme los diantres si en él pude ver nunca más que un rosal, tres lechugas y una enredadera que principia en el quicio de la puerta, da dos vueltas a un farol japonés, y concluye en la criada, que es de Almagro.» 

y «Respecto a la altura de los techos más valdría no hablar. ¡Cómo serán de bajos que para quitarles el polvo tiene la criada que ponerse de cuclillas!»

 Puro humor absurdo del que años después florecería por España de la mano de Tono, Álvaro de la Iglesia, Mihura, y más adelante, ya más de viva voz que por escrito, en las actuaciones de Gila y Tipo y Col, como decíamos ayer, por citar algunos.

Nada más. Hasta la próxima amados nervos, digo..., lectores.


PD. De este trabajo no nos consta que se publicara en la prensa.

Fuentes: 
Archivo y Biblioteca particular. 


domingo, 30 de junio de 2024

Tipos raros. II.- La musicófoba

 

La musicófoba, el segundo ejemplar de los tipos raros de Juan Pérez Zúñiga, se publicó el 16 de marzo de 1902 en la revista Pluma y lápiz, semanario hispano-americano de literatura y arte (Barcelona 1900), pero con el título de Musicofobia.

Hoy por hoy ni musicofobia, ni musicófoba, son palabras que estén recogidas en el diccionario de la lengua española, pero es evidente y clara la intencionalidad de encontrar en ellas la expresión de una aversión exagerada (fobia) hacia la música. Un musicófobo o una musicófoba serán aquellas personas que se revuelven de asco al escuchar cualquier tipo de música. Tampoco existe melofobia que bien podría contrarrestar a la conocida melomanía, digo yo.

En este segundo episodio Zúñiga escoge a una mujer como protagonista y la lleva a un mundo que él conoce a la perfección, al maravilloso universo de la música.

Juan Pérez Zúñiga gozó de la suerte de aprender solfeo desde bien pequeñito y ello gracias al buen hacer de su maestro que no fue otro que su tío Juan Pérez Lanuza, concertino en el teatro Real, violinista primero de la orquesta y encargado, en buena lógica, de ejecutar los solos en los conciertos. De estas clases salió un joven músico en ciernes y un entusiasta tañedor del violín, como no pudo ser de otra manera.

Aprovechando sus conocimientos musicales el bueno de don Juan nos describe un personaje que no para de sufrir al verse acosado por las múltiples ocasiones que le entra en su cabecita alguna palabra, objeto, persona o circunstancia que le recuerde en algo su enfermiza obsesión contra todo lo que suene, nunca mejor dicho, a música.

Zúñiga, fiel a su filosofía festiva de la literatura, no falta a su cita de bautizar con intencionalidad a sus personajes. Así, su musicófoba no podía menos que llamarse de la manera que ha elegido: doña Blanca Puntillo de Vals. Tres términos que aluden al vocabulario musical, como podrán comprobar ustedes si pierden algunos segundos entre los párrafos de esta lectura.

Tampoco va a dejar pasar la ocasión nuestro autor festivo de señalar alguna que otra figura histórica o contemporánea de la nómina de músicos egregios. Así, cita a los ya fallecidos entonces Beethoven, Rossini y Wagner, y a sus buenos amigos de esos días Federico Chueca y Joaquín “Quinito” Valverde. El primero de ellos alcanzó fama, entre otras cosas, por la famosa revista cómico-lírica titulada La Gran Vía, en colaboración, precisamente con el padre de Quinito Valverde, autor este, entre otras canciones, de la conocida canción “clavelitos”, que poca gente no conocerá. Al menos, creo yo, entre los de mi generación. Y también, casi me lo dejo, cita a Arrieta, compositor que hizo mucho por consolidar el género de la Zarzuela.

No deja fuera Zúñiga de su lista de músicos famosos al bíblico rey David, sí, el de la famosa pedrada a Goliat, que además de liderar a los israelitas contra los filisteos, fue músico y poeta y conocido por su Libro de los Salmos o Salterio.

Es amplio el vocabulario musical que emplea Zúñiga en esta corta narración y no les voy a cansar enumerando todos los vocablos. Sí debo destacar alguno de ellos, como por ejemplo “piporrazo”, palabro que es, según María Moliner, el aumentativo de pipo, sinónimo de Bajón, instrumento musical de viento antecesor del fagot y que se utilizaba sobre todo para interpretar música sacra.

Hago un momento de parón para dar paso al texto y acto seguido comentaré alguna otra curiosidad encontrada.

 


II.- La musicófoba

Doña Blanca Puntillo de Vals era una señora particularísima. La música no era para ella como lo es para otros, «el ruido que menos incomoda»- Era, por el contrario, el ruido más insoportable. Aborrecía a Wagner, odiaba a Rossini, sentía horror hacia Chueca y hasta solía faltar gravemente a la señora madre de Beethoven, considerando como verdaderos criminales a todos los músicos del orbe, desde el rey David, hasta Quinito Valverde.

Cuando tenía que buscar cuarto, lo primero que hacía era preguntar a las porteras:

—¿Hay algún piano en la casa? ¿Acostumbra usted a cantar mientras limpia la escalera? ¿Estudia el trombón alguna señorita de la vecindad? ¿Entra el sol por las ventanas?

Y si le daban contestación afirmativa, huía de allí como alma que lleva el diablo. Sobre todo rechazaba las casas que tenían gas, porque las fugas, recordándole las de Bach, le inspiraban horror.

No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto.

Una vez se vio comprometida para asistir a un funeral, y por poco se derrumba sobre un capellán bizco en cuanto sonaron los primeros piporrazos, pudiendo aguantar la ceremonia gracias a que llevaba en el bolsillo dos caramelos de los Alpes y se los introdujo en ambos oídos a muerte o a vida.

Doña Blanca ha tenido pretendientes inmejorables. Pero los ha rechazado a todos, por no verse en la musical precisión de dar el . Y no parecía sino que la Providencia iba escogiéndolos para el caso entre los más musicales que andaban por el mundo. [En 1902 no escribe “por el mundo”.]

A uno le despreció, porque se apellidaba Calderón. A otro porque era de la escala de reserva. A este, porque era un señor de muchas campanillas. Al de más allá, porque era aficionado a las dulzainas.

Y de haber querido casarse, lo hubiera hecho inmediatamente. ¡Nada de compases de espera! Por de contado que ella y el favorecido no hubieran podido estar acordes jamás.

Prohibió a sus amigos periodistas que bajo ningún pretexto le tributasen alabanzas. ¡Bonita era ella para consentir que la diesen un bombo!

Despidió a varias criadas, ¿saben ustedes por qué? No por las trastadas que le hicieran, sino porque luego ante su presencia solían mostrase con-fusas, y, sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos. [En 1902 no escribe: “sobre todo, porque al servir a la mesa le presentaban los platillos.”]

Tuvo el valor de no rezar jamás por su difunta madre… ¿por qué, dirán ustedes?... Porque se llamaba Tecla. Y se separó de sus hermanas, porque una tocaba el violón con frecuencia y otra era sorda y necesitaba que le hablasen con trompetilla.

Aunque las cosas del mundo le interesaban poco, se guardaba muy bien de decir que le importaban tres pitos.

Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!

Cierto día en que necesitaba comprar una mantilla, la recomendé el establecimiento de mi amigo Cabezón. ¡nunca lo hubiera hecho! Al saber que el comerciante se llamaba Eustaquio, se acordó de la trompa y cayó desmayada, precisamente en la calle de Arrieta, teniendo unos guardias que llevarla con trabajo a su domicilio. (Por supuesto que si se entera que la llevaban con-trabajo, vuelve a desmayarse).

No se trató nunca con los parientes que tenía en Madrid, solo porque unos habitaban en la travesía del Conservatorio y otros en el pasaje de Murga.

Vivió anti musicalmente buen número de años. Un día enfermó del estómago, por el disgusto que la dio su cocinera presentándola un timbal de macarrones; quedó muy delicada y, al considerar que estaba hecha una gaita y que su mal residía en un órgano, murió de pesadumbre.

Conocido todo esto, díganme ustedes si es digna de estudio o no lo es, la tal doña Blanca Puntillo de Vals, de quien, dicho sea de paso, no se logró jamás que firmara con sus musicales nombres. [En 1902: “…la tal señora doña Blanca…]

Después de su fallecimiento he sabido únicamente dos cosas; que el horror a la música tenía por causa lo mucho que su padre le había solfeado; y que, una vez muerta, los herederos se desquitaron haciéndola unos funerales de tres bemoles.

 

Ya estoy aquí de nuevo, espero que hayan disfrutado con la musicófoba de Zúñiga.

Como decía, me quedan algunas expresiones que comentar en relación con el mundo musical en el que nos sumerge nuestro amigo Juan. Frases como “importarles a alguien algo tres pitos” o un pito, que también es válida, con lo que dejamos claro que esa cosa no nos importa absolutamente nada; tener algo bemoles o tres bemoles que usamos para remarcar la dificultad o la importancia de alguna circunstancia o hecho en concreto; el verbo solfear, que además de significar el acto de cantar algo con señalamiento de las notas, nos viene a indicar también el acto de zurrar con golpes o reprender con palabras a alguien. La expresión “estar hecho alguien una gaita” no la vemos en el diccionario de la RAE; lo más parecido es “estar alguien de gaita” que es todo lo contrario a lo que Zúñiga nos quiere llevar, pues es estar alegre y contento; sin embargo, a solas, una gaita es una cosa molesta, fastidiosa.

El timbal de macarrones, algo que yo desconocía y que invito a los amantes de la cocina investiguen su origen y procedencia, y los caramelos de los Alpes, antecedente de los actuales Ricola, son dos graciosas curiosidades, desde mi punto de vista.

Uno de los aspectos más entrañables que tienen las historias de Zúñiga son las referencias a lugares de Madrid. En este caso de la mujer que siente fobia por la música nos cita La travesía del Conservatorio y el Pasaje de Murga, lógicamente sendas alusiones al mundo musical, una en sentido, digamos más serio, pues se trata del establecimiento en donde se enseña la música, y el otro, algo más en broma, pues hace referencia al conjunto de músicos pésimos que toca a las puertas de las casas en busca de algún premio. Pero ambas son también, como he dicho, lugares de nuestro Madrid del alma.

La Travesía del Conservatorio ya no existe, desapareció al construirse la Gran Vía, y se llamó así por estar en ella el primer Conservatorio de Música de la capital. Estaba próximo a lo que es hoy la Plaza de España.

El Pasaje de Murga es un corredor entre casas que va desde la calle de la Montera a la de las Tres Cruces. Se le conoce también como Pasaje Comercial pues en él se encuentran numerosos comercios y el nombre, aunque Zúñiga lo cita con clara intencionalidad musical hace alusión a Mateo de Murga Michelena la persona que lo mandó construir.

Para terminar nuestra indagación de hoy, tenemos que reconocer que nos quedamos sin saber dos cosas y, que como siempre, lo dejamos ahí por si alguno de los lectores se ha topado alguna vez con lo que yo no consigo averiguar.

Esa alusión al macho de la retreta de la que no tengo ni pajolera idea a qué se puede referir, (Le trajeron de Italia dos monedas de las llamadas liras. ¡No tardaron cinco minutos en ir a parar al macho de la retreta!)

Y en la frase “No iba a más teatros que a los de verso, y en los entreactos escapaba de la sala, temerosa de que le sentase mal la cena por culpa del sexteto”, en donde no encuentro qué relación puede haber entre los sextetos y que te siente mal la cena.

Ahí lo dejo. Gracias por su paciencia. 

 


Pd. Como en el anterior capítulo, el dibujo con el que se acompañó el texto en el libro corresponde a Zuñiguita (Julio Pérez Maffei) y en este caso, los dibujos insertos en la historia publicada en Pluma y lápiz, fueron de Teodoro Gascón Baquero (1853-1926), farmacéutico e ilustrador español.

 

Fuentes.

::: MEMORIA DE MADRID :::,

PASAJE DE MURGA O PASAJE DEL COMERCIO. (antiguoscafesdemadrid.com).

Wikipedia.

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Biblioteca Particular. 

sábado, 29 de junio de 2024

Tipos raros. I.- El tonto de capirote

 

Dibujo de Zuñiguita, para Tipos raros

El primer relato de Tipos raros se publicó en la revista Iris el 18 de mayo de 1901, unos cuatro años antes de la publicación del libro. España vive bajo la regencia de María Cristina de Habsburgo Lorena desde la muerte de su marido el rey Alfonso XII, el 25 de noviembre de 1885. A los pocos meses, en mayo del año siguiente nace, el que llegará a ser Alfonso XIII.

María Cristina había tenido anteriormente dos hijas: María de las Mercedes (1880), que pasó a ser la princesa de Asturias, y la infanta María Teresa (1882). Alfonso XIII (1886) nunca fue príncipe de Asturias, fue rey desde la cuna, ejerciendo la regencia su madre hasta que cumplió los dieciséis años, esto es, en 1902. Su hermana María de las Mercedes continuó siendo princesa de Asturias hasta su fallecimiento el 17 de octubre de 1904 y su sustituto en ese título sería el primer hijo de Alfonso XIII el 10 de mayo de 1907.

Podemos decir, pues, tras estas puntualizaciones históricas que El tonto de capirote se escribió durante la Regencia y el libro Tipos raros se publicó reinando de manera efectiva Alfonso XIII.

Sirva este preámbulo para entender algunas de los comentarios que haremos al final.

En 1901 el texto iba acompañado de tres ilustraciones de Rojas, que suponemos se trate de Pedro de Rojas (Sevilla, 1873-Buenos Aires, 1947), dibujos que dan mucha más prestancia al texto que los que en 1904 aportó el propio hijo de Zúñiga.

No esperemos más y pasemos a la transcripción del texto. 

I

El tonto de capirote. [En 1901 el título fue Un tonto de Capirote].

Era noche de moda en el Teatro Español.

Un amigo mío, sumamente guasón, entró en nuestro palco, acompañado de cierto joven archi-cursi, y encarándose conmigo me dijo:

[Estas primeras líneas cambian. En 1901 escribe: Terminábase el tercer acto del famoso drama Electra en el Teatro Español. Aun resonaban en la sala los aplausos de la concurrencia que aquella noche —lunes de moda—ocupaba el coliseo, cuando un amigo sumamente guasón entró en nuestro palco, acompañado de cierto joven archi-cursi, y encarándose conmigo me dijo…]

—¿No te prometí que en cuanto hubiera oportunidad te presentaría a mi amigo Canuto Chapuzón? Pues aquí le tienes.

Adelantóse el aludido joven, sonriendo como un idiota, y tras breve saludo, que por lo ridículo me confirmó en la idea que de aquel tipo me habían dado, tomó Canuto asiento en el centro del palco, desde cuyo sitio podía exhibirnos perfectamente su flamante indumentaria.

Esta era, entre otras varias tonterías, el flaco de Chapuzón.

El entreacto transcurrió rápidamente para mí y para mis amigos, que se consagraron durante un cuarto de hora a ponerme de manifiesto las prendas de Chapuzón, no sin que este se pusiera más colorado que un pimiento morrongo (como dice mi cocinera, que es de Hormatorcida de Abajo).

—Fíjate, Juan, en esa corbata del amigo Canuto—me dijo uno de mis compañeros—¿La ves? Pues la fabricaron en París para él solo.

—Sí, señor; me la compré en el Petrán— añadió el interesado. [En 1901: dijo el interesado]

—¡Ah! ¿En el Printemps? ¡Es preciosa! —le dije yo.

—Pues tiene otra igual el Príncipe de Asturias—añadió el engomado joven. [En 1901: Pues tiene otra igual el nuevo Príncipe de Asturias]

—Me alegro tanto—repuse yo.

—Hombre; enséñele usted los calzoncillos a Zúñiga—dijo otro de los amigos—Cosa de más novedad no es imaginable.

—Con mucho gusto—dijo Chapuzón.

Y poniendo una pierna sobre una silla del palco, nos mostró unos calzoncillos tornasolados que producían mareos, y por puro recato no me enseñó la parte superior y posterior de la prenda; pero me aseguró que allí, como última palabra de la moda, llevaba estampado su retrato y algunos datos de su biografía.

—¿Qué tal? —me preguntaron los amigos.

—¡Soberbia prenda! —respondí todo asombrado.

—Pues mire usted—dijo Chapuzón, —me la compré en Londres a fin de Octubre, cuando tuve que ir a un negocio de un tío mío, que por parte de padre era hermano de leche de la Reina Victoria (que en gloria esté).

—Por muchos años.

—Por cierto que en aquella ocasión, ¿cuánto dirán ustedes que llevé encima para el negocio inglés? ¡Veinte mil libras!

—¡Pues ya se necesita resistencia! —dijo uno.

—¡Buen exceso de peso pagaría usted; porque solo conceden treinta kilos en el ferrocarril…!

—Me refiero, señores, a las libras esterlinas. Pues bien; le vi unos calzoncillos iguales al obispo de Escocia, yendo con él en coche por el paso de Calais, y a los cuatro días me había yo comprado seis docenas, ¡un dineral, amigos míos!

—¿De modo que usted no compra nada en España? —le pregunté.

—¡Oh, no! Todo está aquí demodé. Nuestras industrias van a remolque de las extranjeras. Por eso compro todo en el extranjero. ¿Ve usted ese sombrero? Pues es de Versalles. ¿Ve usted este bastón? Pues es de Berlín. ¿Ve usted este traje? Pues es de lana dulce. Yo me compro en Turquía las cafeteras rusas, en Rusia las toallas turcas, en Nápoles las corbatas escocesas y en Escocia las napolitanas de chocolate. En Roma me compré hace dos meses una americana y en América una romana.

—¿Una romana?

—Sí, para pesar. Fue un encargo de mis parientes los de San Baudilio de Llobregat.

—También ha vivido Chapuzón en Constantinopla—añadió otro de los presentes.

—¡Ya lo creo! —dijo Canuto entusiasmado.

—Viví frente a la Puerta Otomana, tan enfrente, que estando abierta, se veía desde mi casa todo el valle de Andorra. Desde allí pase a Cristianía.

—Allí habrá usted visto el célebre sol de media noche. ¿Quién no ha oído hablar del sol de media noche?

—¡Ah, sí! ¿El son de media noche? —preguntó Chapuzón sin haber entendido bien. —¡Ya lo creo! Por cierto a tales horas resulta un son bastante desagradable…, algo así como el antiguo canto de los serenos.

En esto, el famoso majadero, escamado de nuestras preguntas, dijo que le esperaban en la tertulia del general Peletier, que, según hemos averiguado, no era general, sino particular. Sacó el reloj, y después de decirnos que tenía para andar por casa uno igual al que llevaba Mac-Kinley a las solemnidades, se despidió de nosotros y salió del palco con el bastón agarrado por la contera y con unos guantes dorados a fuego y esmaltados de azul, que también procedían de París, del gran bazar de La Ubre, como él suele decir.

Una vez fuera del teatro el gran Chapuzón, todos mis amigos querían contarme a la vez más hechos, más datos, más circunstancias rarísimas del ilustre necio, y aseguro a ustedes que me dejaron maravillado, pues el tal, ni se había comprado nada en el extranjero, ni en sus viajes había pasado de Guadalajara. A la noche siguiente me lo encontré en el Teatro Real. Tuve la desgracia de que me reconociera, y durante un entreacto me dio en el foyer un cigarro muy chico y una lata muy grande.

—¿Qué le pareció a usted el último drama de Echegaray? [En 1901: el drama de Galdós] —me preguntó, retorciéndose las guías del bigote y poniéndose bizco para mirárselas.

—Hombre, me pareció bien —le respondí— ¿Y a usted?

—A mí… regular. Aquí no saben hacer obras de esas. Para dramas, el que vi yo en San Petersburgo… Creo que era original de un tal Moscou…

No quise oír más, y le dejé solo en el foyer.

Luego supe que había dicho a varios amigos:

—¿Sabéis con quien estuve hablando anoche en el foie-grás del Real? Con Pérez Zúñiga.

Pero lo que no dijo el muy tuno, fue que me había pedido seis pesetas con muchísima reserva.

Me sorprendió el sablazo; pero ¡quién sabe si, dada su manía por lo extranjero, lo hizo para ver siempre en mí, no un español, sino un inglés!

Tal es Canuto Chapuzón. Mis amigos querían que yo le sacase en letras de molde a la vergüenza pública, y con mucho gusto les complazco. ¿Verdad que el tipo lo merece?

[En 1904 termina con esta frase: ¡Si no lo pongo en solfa…reviento.]

                                                        Dibujo de Rojas en revista Iris

Comentarios.

Sí, si lo merece amigo Zúñiga. Es un verdadero tipo raro, sin duda, este Canuto Chapuzón. Otro nombre a tu galería de ilustres nombres inventados. Enorme lista que le hace la competencia a la de los pueblos, que también salieron de tu caletre para regocijo nuestro. Como el de Hormatorcida de Abajo, el de tu cocinera. ¿Y el de Baudilio de Llobregat? Pues no. Este no, Zúñiga. Casi me la cuelas. San Baudilio de Llobregat existe, pero sucede que es más conocido como San Boi de Llobregat.

Muy bien también el título. Tonto de capirote que viene a ser como un tonto doctorado, como nos enseña José María Iribarren en su Porqué de los dichos, tras bucear en el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias. Tonto al que le ponen un bonete puntiagudo en las fiestas, en palabras de Unamuno. Todo un personaje, todo un retrato, más común de lo que se cree.  

Y también, nada extraño que hayas ambientado en el teatro a tu primer ejemplar de la lista de raritos. Fuiste desde el principio de tu vida un hombre dedicado a las tablas, y aunque no llegaste a ser un primer espada, escribiste cosas muy graciosas.

Veamos con más detenimiento con qué nos has enriquecido tras leer esta historia singular.

Nada más empezar ya nos golpeas con algo interesante. Date cuenta Juan que te estamos leyendo 120 años después. Te hablo desde el futuro.

Era noche de moda en el Teatro Español. Nada menos que en el Español, madrileñísimo teatro que todavía sigue en pie y que durante algunos años se llamó Teatro del Príncipe. Bien, ¿pero a qué te refieres con lo de noche de moda? Pues he tenido que buscarlo, ya que no me contestas. Y lo he encontrado (mejor dicho me lo ha encontrado mi buen amigo Pablo Naranjo) en la reseña de un libro titulado Música y noches de moda. Sociedades, cafés y salones domésticos de Murcia en el siglo XIX, de María Esperanza Clares y Clares en donde se dice: «Noches de moda fue una expresión recurrente en el lenguaje periodístico del siglo XIX en alusión al día de la semana en el que el precio de la entrada a los teatros era más cara, pues se dirigía al público acomodado.» Pues ya está, una noche de teatro para los de tu clase Zúñiga, ¿verdad? Pues ya sabemos algo más. Pero parece ser que con el tiempo esta expresión acabó refiriéndose en general a todo tipo de espectáculos cuando los días de mayor público.

El primer adjetivo que le endosas a tu personaje es el de archi-cursi. Hoy en día este elemento compositivo de palabras no se escribe con guion sino todo seguido formando, digamos, una nueva palabra, como el caso de archiduque que se refiere a un cargo por encima del duque, o archisabido, que resalta una cosa que es muy o más que sabida. De esta forma nos haces ver que Canuto es muy, pero que muy cursi. El primero de los cursis por agarrarnos a la etimología griega de archi.

Exhibir su flamante indumentaria, ese es, nos dices, el flaco de Chapuzón. O lo que es lo mismo su mayor afición o su defecto moral, como nos dice la RAE. Nuestro tonto, tu tonto de capirote se pone colorado al oírte a ti y a tus amigos enumerar la prendas que lleva puestas; colorado como un pimiento morrongo, en lugar de un pimiento morrón, una clase de pimiento que destaca sobre las demás por su color rojo más subido. Con lo de morrongo que es una forma de denominar a los gatos, nos señalas lo palurda que es tu cocinera, la de Hormatorcida de Abajo.

Es tu texto una continua burla de este pobre idiota, necio, majadero o tuno, pícaro, o tunante. Tipejo presumido que no sabe ni por donde le vienen los tiros de sus contertulios. Paleto sin igual que llama Petrán a los almacenes parisinos Printemps, ¡pobre primavera de persona!

Nos dice el Canuto de 1904 que la corbata comprada en el Petrán es igual a una que tiene el Príncipe de Asturias, pero el Canuto de 1901, matiza que la tiene igual el nuevo Príncipe de Asturias. Y aquí hay algo que nos despista, ya que como hemos visto curiosamente ni en 1901 ni en 1904 había Príncipe de Asturias, sino princesa.

Hasta los tornasolados calzoncillos enseña Canuto, consiguiendo marearte querido Zúñiga, y tú nos dejas sin saber si con la expresión ¡vaya prenda!, te refieres a la ropa interior o al individuo en general, pues no dejan de ser una “joya” los dos. Por cierto, gayumbos que debían de ser de pernera larga, pues a qué viene eso de poner una pierna sobre la silla para enseñarlos.

Hace negocios nuestro hombre con un hermano de leche de la Reina Victoria, nada más y nada menos, uno al que amamantó la misma ama que a la reina de Inglaterra, ¡ya es para presumir!

Le tomáis el pelo con lo de las libras (pesos) y las monedas inglesas. Y os reis cuando dice que fue con el obispo de Escocia en coche por el paso de Calais, sin poder imaginar siquiera que noventa años después esto se lograría hacer realidad, si bien montando el coche sobre un tren y por un túnel bajo el mar.

Os asombráis de que vuestro tonto no compre en España, de que vea toda nuestra empresa demodé (pasado de moda). De todas las tonterías que suelta, como ese juego de palabras formado con los objetos y los lugares en donde los compra. Esa cita de la Puerta Otomana como si fuera uno capaz de asomarse a ella, e incluso ver desde allí Andorra, cuando se trata de un simbolismo del gobierno del imperio de los otomanos. El sol de media noche (sol que se ve las 24 horas del día) en Cristianía o Christiania, nombre antiguo de la ciudad noruega de Oslo, frase que confunde Chapuzón y cree que se refieren al son de media noche, un soniquete que él compara con el canto de los serenos. ¡las once de la noche y sereno!, frases muy cercanas a mi infancia, quien lo podía pensar.

Una alusión a Mac Kinley que fue el vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, gobernando desde el 4 de marzo de 1897 hasta el 14 de septiembre de 1901 y que pasó a la historia por protagonizar nuestra derrota y hundimiento colonial. Cuando se edita el libro, en 1904, ya era presidente Theodore Roosevelt. Y nueva curiosidad esta con dos de nuestros más insignes literatos: en 1901 habla del drama de Galdós, pero en 1904 lo cambia por Echegaray; no podía ser menos, le acababan de otorgar el Premio Nobel de Literatura.

Sí, Don Juan, con tus lecturas nos divertimos y nos enriquecemos, que nunca es tarde para aprender cosas. Aunque sea a costa de poner en solfa (ridiculizar) personajes tan extravagantes como Canuto Chapuzón, que queda contigo en el foie-gras del teatro trastocando la palabra foyer que es como se denominan también a los vestíbulos o entradas; o que llama a Paris la gran Ubre, en lugar de Urbe. En fin, alguien que te pide prestado dinero, porque así, de esa manera, te convierte en un inglés (así se les llamaba, por esos años, a los acreedores, a los que se les debía algo), por presumir de nuevo de habérselas con lo extranjero.

Nada más querido Zúñiga, nada más queridos lectores, espero no haber sido muy pesado, pero es que este tonto de capirote me ha llegado al alma.

Hasta la próxima.

 

El Inda de Zuñi.

 

Fuentes

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Biblioteca particular.

 

                                                          Dibujo de Rojas en revista Iris

 

  Dibujo de Rojas en revista Iris


viernes, 28 de junio de 2024

Tipos raros. Introducción.

 


Ficha del libro.

Tipos raros. Juan Pérez Zúñiga. Con monos de “Zuñiguita”.

Colección “Alegría”. Volumen IX. Administración del «Noticiero – Guía de Madrid». Velázquez, 67. 1904.

Es propiedad.

Est. tip-lit., de F. Rodríguez Ojeda. – Montera, 10, Madrid. 1904. 

Juan Pérez Zúñiga nace en Madrid el 18 de octubre de 1860; el año que publica este libro, es pues, en el que cumple 44 años.

Ya es todo un personaje reconocido en el mundo literario en general, y en el de la literatura festiva en particular.

Está casado, tiene tres hijos y trabaja para la administración del Estado.

Uno de sus hijos, precisamente (Julio Pérez Maffei) es quien ilustra el libro con sus monos, palabra que el diccionario de la RAE define como dibujo rápido y poco elaborado, pero que a mí, en el caso que nos ocupa, me parecen de una extraordinaria factura. La palabra mono no le hace justicia.

Transcribimos a continuación el prólogo o introducción del libro que lleva por título A los lectores.

A los lectores.

Desde que a uno le traen de París, mejor o peor embalado; esto es, desde que a uno le echa al mundo su señora madre (o alguna tía por delegación de aquella) hasta que a Dios le plugue, o le plegue, o le pliega separarle del resto de los mortales de necesidad, se ve uno rodeado de innumerables tipos verdaderamente dignos de estudio.

En el transcurso de mi vida, que ya va teniendo tanto de larga como de estrecha, he tropezado con muchos de ellos, cuyas extravagancias no he echado en saco roto; por el contrario, fijando mi atención en todos y desechando los demasiados vulgares, he formado la presente sarta de tipos curiosos, mostrando a cada uno como protagonista de algo que pone de relieve su peculiar rareza, o simplemente refiriendo cuatro detalles de su manera de ser.

¿Cuál ha sido el objeto de mi tarea?

Proporcionar a ustedes un rato de distracción.

¿Qué no lo consigo? Buscaré una guitarra y entonaré delante de ustedes el «yo pecador…» ¿Qué logro mi propósito con el libro TIPOS RAROS?. Pues como todos tenemos rarezas y manías, resultará que habremos puesto de manifiesto una vez más yo mi manía de escribir para ustedes y ustedes la rareza de leer lo que yo escribo.

Ya basta de preámbulo… y ahí van lo tipos. Son pocos, pero bien avenidos… con la realidad.

Esta es, por lo menos, la opinión de mi apreciable familia.

Juan Pérez Zúñiga.

Comentarios.

 A mí me supone un gran entretenimiento el diseccionar los textos de Zúñiga en cuanto al vocabulario y giros utilizados, así como a las expresiones o frases hechas o más o menos pergeñadas con doble sentido y humor. Este es el caso que se da cuando dice que le pudo traer al mundo una tía suya por delegación de su madre. Esta forma de humor no le es desconocida a la gente de mi generación, y con ella nos parece estar viendo a Gila pegado a su teléfono negro, o también a Tip y Col bajo su chistera y bombín respectivamente.

Palabras como plugue, arcaica forma de conjugar el placer, nos lleva a descubrir que decir «hasta que a Dios le plugue» es lo mismo que decir «hasta que a Dios que le plazca».

«Separarles del resto de los mortales», bien está dicho para referirse al momento en que Dios nos lleva junto Él, pero ese añadido «de necesidad» denota el carácter burlón del autor, como recordándonos que la muerte no tiene remedio. Vamos, que la muerte es mortal de necesidad.

Su vida, nos dice, va teniendo tanto de larga como de estrecha, señalándonos que a la par de años su vida se adorna con estrecheces, penurias, algo que nos cuesta creer sucediera, conociendo su trayectoria, por lo menos hasta sus últimos años ya en la guerra.

Echar algo en un saco roto es obviarlo, olvidarlo, y Zúñiga no lo hace con las rarezas o maneras de ser de esos tipos raros que ha coleccionado.

Termina jugando con las palabras manía y rareza. La primera para definir su afición por escribir, y la segunda, para constatar, con algo de falsedad o humildad oculta, la extrañeza que siente al saber que alguien le lee. Y nos confiesa que los tipos que nos trae son todos bien avenidos y nos deja en suspense el aclarar con quién o con qué están bien avenidos. Pues con la realidad. Para Zúñiga es fácil, pues, que nos encontremos con gente así, con gente como sus Tipos Raros.

Los tipos raros descritos por Juan Pérez Zúñiga en el volumen que comentamos son:

                  I.            El tonto de capirote.

                II.            La musicófoba.

              III.            El que vive prensado.

             IV.            La preguntona.

               V.            El perpetuo inamovible.

             VI.            El romero consecuente.

            VII.            El del orfeón.

          VIII.            La supersticiosa.

              IX.            El peluquero sensible.

                X.            El escritor iluso.

              XI.            El hombre pesado.

            XII.            El amante de las flores.

          XIII.            El perfecto ayunador.

         XIV.            La enemiga de la electricidad.

           XV.            Los que disfrazan al nene.

         XVI.            El hombre fogoso.

       XVII.            Ruiz el energúmeno.

 Hay que decir que algunas de estas composiciones fueron anteriormente publicadas en la prensa. 

Iremos comentando cada día uno.


viernes, 21 de junio de 2024

Sobre los besos

 


Juan Pérez Zúñiga, al que muchos han señalado como escritor insignificante, trasmisor de un humor fácil, insulso y propio de tontainas —cuando en el fondo es un gran creador y dominador de la versificación, amen de una persona culta y sensible— es cierto que alterna en sus publicaciones textos de belleza y acierto muy pero que muy diferenciados tanto en forma como en fondo.

Fruto del trabajo de investigación que sobre su persona venimos haciendo, es la recopilación y selección de sus creaciones literarias, desde su obra cumbre y por la que fue mundialmente conocido —Viajes morrocotudos— hasta la más ínfima estrofa dedicada en álbumes personales o en abanicos.

De estos frutos, y con el telón de fondo de un tiempo de la historia de España muy atractivo de ser estudiado, vamos entresacando, eligiendo, comentando y mostrando al público, variados textos de diferentes estilos y dispares asuntos.  

Esa imagen, comentada al principio, de insustancialidad, se desmonta rápidamente cuando uno se encuentra con versos como el que hoy traemos, que sin ser de los más emotivos, es uno más en donde se descubre la sensibilidad que, bajo la superficie de un humor festivo, aflora en los textos de Juan Pérez Zúñiga.  

La poesía fue escrita para el semanario festivo, literario, artístico y de actualidades, argentino Caras y caretas, se publicó el 7 de septiembre de 1907, y lleva por título Sobre los besos.

El dibujo que acompaña nuestro texto es el publicado junto al texto que comentamos, y viene firmado por Fernández Peña.

[Fuente: Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España]

 

Sobre los besos

Según varios cablegramas

llegados de Nueva York,

vuelve a estar sobre el tapete

la interesante cuestión

del peligro de los besos,

un peligro asaz atroz

en que están los que se besan

por respeto o por amor.

Esto débese a un discurso

dicho en cierta asociación

americana de médicos

por Davis, el gran doctor,

quien demostró que los besos

fácil vehículo son

de la tisis y otros males

que nos envía el Señor,

y propuso a los oyentes

un buen plan de previsión

contra lo que él llama vicio

del besar… Y digo yo:

—¿Con que es temible el contagio?

¡Pues váyale usted, lector,

con semejantes escrúpulos

al que, muerto de pasión,

vive en la dulce esperanza

del beso que le ofreció

una boquita que es fresca

y arde a la vez en amor!

¡Váyale con los reparos

de esa dura prohibición

a la madre que ve al hijo

tras de estar un año o dos

sin verle!... ¡Que los prohíban

besarse, y seguro estoy

de que, antes de someterse,

prenden fuego a Nueva York!

Una joven argentina

por la cuna y por la voz,

dotada de esplendideces

de cuerpo y de corazón,

mística, pacata, seria

y pura como una flor,

del peligro del contagio

no sé cómo se enteró.

Y en vez de hallar razonable

la higiénica precaución,

ante el asombro de todos

los que había en derredor,

contra Davis, iracunda,

lanzó dura exclamación.

¿Qué por qué fue? Pues un pájaro

me ha contado que la oyó

decir entre dientes: —«Pepe,

no abrigues ningún temor.

Cuando se acuesten mis padres,

después de ponerse el sol,

y en el jardín repitamos

nuestro idilio encantador,

no esperes que yo te impida

besarme con efusión,

aunque todos los microbios

que lleves en tu interior

desde tu sangre a mi sangre

se pasen de dos en dos.»

………………………………………….

Finalmente: usted no ignora,

queridísimo lector,

que hay besos intolerables

por lo nocivos que son.

Por ejemplo, el de la vieja

que de usted se enamoró;

el del bebé en cuyo hocico

hay restos de huevo mol

o algo así, por lo deprisa

que su madre le limpió;

el de la ondina de labios

pintados de almazarrón;

el que da la amiga falsa

a otra que nunca estimó,

y el que da el corto de vista

 en un túnel, por error,

a un viajero… Mas los besos

nacidos de la pasión

entre la madre y el hijo

o entre dos amantes, no;

no son dañinos, y en ellos

se estrellará, como hay Dios,

la higiene del eminente

galeno de Nueva York.

                                            Juan Pérez Zúñiga. 

viernes, 16 de febrero de 2024

Los epigramas de Zúñiga

 


    Según la Real Academia Española, se entiende por epigrama, dentro de la teoría literaria, aquella composición poética breve en que, con precisión y agudeza, se expresa un motivo por lo común festivo o satírico.

En sus primeros años Juan Pérez Zúñiga prodigó este tipo de literatura, breve en efecto, pero lejos de ser una tarea fácil, como a primera vista puede parecernos. Ya lo deja claro la RAE señalándonos la precisión y la agudeza como dos de sus características definitorias. Precisión en el sentido de ir al grano, y agudeza como muestra del ingenio y la chispa capaz de mostrar lo gracioso.

Vamos a recorrer los Epigramas que Zúñiga escribió hasta finales de 1884, momento en el cual los reúne junto a otras muchas composiciones —publicadas en Madrid cómico— en su primer libro recopilatorio bajo el nombre de Cosas.

El 8 de agosto de 1880, en Madrid cómico, escribe, bajo el nombre de Conato de epigrama, —título que a nuestro parecer denota la humildad del autor por esos días—, lo que sigue:

Una consola tallada

quitaron a Inés Robledo;

y aunque no la importó un bledo,

quedó muy desconsolada.

Será característico de su humor este juego de palabras que lleva a la confusión humorística. Si es lógico pensar que a cualquiera que le quiten o roben algún objeto caiga en una pequeña depresión o pena de la que sea difícil salir o encontrar alivio, con más razón se debe encontrar uno desconsolado si el objeto perdido ha sido una consola. Pero además, no hay que obviar el detalle de que a la tal Inés, le importaba un bledo esa pérdida, lo que da más valor al contraste.  

Este tipo de humor se encuentra en todos los humoristas habidos y por haber desde los tiempos de Zúñiga.

El 31 de octubre de 1880, también en Madrid cómico y como Conato de epigrama, publicó:

Dijo Andrés en Alcalá

a su esposa Basilisa:

“Cuando el tren anda deprisa

echando demonios va”.

Desde entonces la muy pilla

viajar no quiere dejarle,

pues teme que el tren va a echarle

por alguna ventanilla.

     Parecido juego de palabras dando a entender que la tal Basilisa tiene a su marido por un verdadero demonio, ahorrándonos nosotros los sinónimos que se podrían aplicar a semejante calificación, pues son una barbaridad.

El 21 de noviembre de 1880, (Madrid cómico y Conato de epigrama), publica:

Don Severo Percalina

(que era un señor muy severo)

quiso echarme de su casa;

pues me creyó en galanteos

con Paz, su esposa, la cual

también quiso echarme luego.

—¿Pero al fin te echaron ambos?

—No, señor, me echaron ternos.

Aquí vemos dos palabras escritas en cursiva que son las que explican la gracia del epigrama. Ambos, del latín “ambo”, según la RAE, en la lotería vieja, era la suerte favorable y ganancia consiguiente para quien llevaba dos números iguales a los que resultaban premiados. Y ternos, en la misma lotería vieja, era la misma suerte pero en tres números. Y como colofón, el último juego de palabras de Zúñiga consiste en ver la expresión “echar ternos” como lo que significa: amenaza, voto o juramento. Don Severino Percalina y su señora Paz, echaron a nuestro amigo profiriendo amenazas. No es para menos.

El 10 de junio de 1883, en Madrid cómico, junta tres de sus Conatos de epigrama.

Primera:

—¿En dónde vives, Macario?

—En la calle del Calvario…

y con una personilla

que da el opio.

—¿Sí? ¡Canario!

¿Es alguna modistilla?

—No señor; un boticario.

Coloquialmente, según la RAE, dar el opio es embelesar (cautivar los sentidos), por lo que no es extraño que el interlocutor de Macario piense que sea una modistilla la que vive con él, pero va a ser que no. Macario se lo aclara, vive con un boticario, persona que reparte, vende o receta opio en su botica. Debería terminar el epigrama con la misma interjección del amigo o conocido de Macario, con ¡Canario!, pues no había caído en esa posibilidad.

Segunda:

—¡Hermoso piano, señora!

¡Qué rica sonoridad!

¿Es de Pleyel?

—No por cierto;

que hoy por hoy es mío.

—¡Ya!

     He aquí en este caso, a un señor que figuramos se quedará con cara de pasmado detrás de soltar ese ¡Ya!, mezcla de incredulidad y paciencia.

La señora dueña seguramente de un hermoso y ostentoso piano no tenía ni idea de quien era Pleyel (como me pasó a mí, para qué ocultarlo).

Ignace Joseph Pleyel (1757-1831) fue un músico austriaco que en 1809 abrió una fábrica de pianos cuya actividad ha llegado hasta nuestros días.

—¡Qué cosas dice este hombre! ¿Quién será ese Pleyel? No te fastidia con lo que me ha costado el dichoso piano. ¿Qué se habrá creído? —imaginamos a la señora con el rubor en el rostro.

No, por cierto, es otro ejemplo de locución adverbial ya no muy usada. No ciertamente, en verdad, no.

Tercera:

Echándomelas de rico

con la tiple Inés Morales,

le presté en oro mil reales,

de los que aún retiene un pico.

Y aunque canta como un loro,

y aunque da lástima oírla,

no ceso de repetirla

que tiene un piquito de oro.

     Nos lleva Zúñiga otra vez al mundo de la música. Ya conocemos su relación con él. A la tiple Inés Morales (no confundir con Inés Robledo, la desconsolada), cantante de voz aguda, lo que también se suele conocer como soprano, un buen amigo le prestó un día mil reales en oro, de los cuales se dice, alguno todavía conserva, un pico (una parte pequeña), pero aunque el prestamista y amigo, sabe de su pésima calidad cantando, la toma el pelo, recordándola con ironía que tiene un piquito de oro, expresión que la RAE nos define como cualidad de hablar bien, algo no necesariamente relacionado con el cantar, pero Zúñiga, aquí, se toma esa licencia. 

El 22 de junio de 1884, en Madrid cómico, escribe, dentro de una composición titulada Rebañaduras (como diciendo residuos o cosas sueltas que tenía por ahí escritas), este nuevo Conato de epigrama:

Un balazo (y no lo dudo

puesto que lo afirman todos)

partió los codos a un viudo;

y el pobre se quedó mudo…

¡porque hablaba por los codos!

Zúñiga tiene una gran habilidad para versificar, y encuentra palabras en todos los campos léxico-semánticos para conseguir filigranas con sus rimas. Un pobre viudo conocido por hablar por los codos (demasiado), recibe un tiro en las articulaciones de los brazos con los antebrazos, y, ¡Oh maravilla de la ironía!, se queda, en lugar de manco, mudo.

En octubre de 1884 edita, como hemos dicho, el libro titulado “Cosas”. En él recopila muchos de los trabajos que ha publicado en Madrid cómico hasta entonces. Es el caso de los epigramas que acabamos de ver, pero también incluye otros que, o no llegó a publicar o no los hemos encontrado nosotros. Es el caso de los dos que siguen:

Se casó la ronca Amparo

con el bajo don Carmelo;

y hoy con asombro reparo

que ella suele cantar claro

y él pone el grito en el cielo.

Otra maravilla de la ironía y el sarcasmo, la ronca Amparo, con la voz afectada, y poco sonora, se casa con don Carmelo, bajito de condición, y después del casamiento, al parecer, ella recupera la voz pues ahora canta claro, y, él pone el grito en las alturas. Digo yo que se refiere a las inevitables broncas inherentes al matrimonio.

Y por último, la más picarona de todas, que a Zúñiga también le iba ese asunto, esas tintas o matices con doble sentido sensual y sexual.

El amo de Aurora Mora

de trasnochar hace alarde,

se levanta a media tarde

y se acuesta con la aurora.

El señor de la casa, que es lo que en esos día se entendía por amo, no es que viniera de juerga de madrugada, no, es que, según se cuenta, yacía con la criada.

Nada más. Ya hemos visto en lo que se entretenía Zúñiga en la década de los 80 del siglo XIX, entre los 20 y 30 años.

Un mundo perdido, lejano, complicado de entender en nuestros días, pero digno de ser estudiado, pues en él están las raíces de muchas de las cosas que nos suceden hoy.

Hasta siempre.

El inda de Zuñi.

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